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El padecimiento laboral en tiempos
de exclusión
Posibles dispositivos
de salud
Por Leonel Sicardi
leonelsicardi@elpsicoanalitico.com.ar
 
Introducción

El primero de febrero de este año un diario local publica la siguiente información: Desempleo record en Europa, alcanza al10% de la población, continuando luego con El desempleo en Europa alcanza el punto más alto en los últimos 14 años al trepar a la alarmante cifra de 23,8 millones de personas sin trabajo.

Dice Robert Castel [1] que la existencia de cierto número de individuos expulsados de los intercambios sociales nos muestra el desenlace de la dinámica de exclusión, que es desocializante, quedando al final del recorrido una situación marginal: desenganche en relación al trabajo y desenganche en relación a la inserción relacional.

Si bien la inclusión es condición necesaria para ser parte de la trama social, podemos preguntarnos a qué costo se llega a obtener la misma, ya que entre las problemáticas laborales, además de la desocupación y el trabajo precarizado en todas sus formas, están, en aquéllos que accedieron a un trabajo: el maltrato, el mobbing y la exposición a trabajos de alto riesgo emocional o físico que enferman y pueden producir síntomas de todo tipo. 

Es claro el efecto desubjetivante que implica estar fuera del sistema productivo,  que constituye una violencia social; pero tampoco podemos negar los efectos desubjetivantes de actividades laborales que enferman, sea en el ámbito de la salud en sentido amplio, de la educación y el servicio social.


Malestares laborales

Si pensamos en las situaciones de riesgo laboral, tomando el ejemplo del ámbito empresario, existen en las empresas e industrias aspectos que controlan o preservan la salud laboral, con disciplinas como Seguridad e Higiene del trabajo, que reglamentan cuidados importantes para los trabajadores de cada especialidad, así como las áreas de Recursos Humanos que investigan mejoras en horarios, rotación, turnos, etc. según las condiciones de la tarea, apuntando a la preservación de la salud y calidad de vida de los trabajadores.  Ej.: Indagaciones sobre grado de motivación y satisfacción con la tarea, encuestas de clima laboral, etc.

Ahora bien, es importante interrogarnos por qué en áreas de servicios -no de producción-, como la salud, la educación y el trabajo social, hay un silenciamiento de los malestares que afectan a los trabajadores y trabajadoras.

Tanto los profesionales de la salud (médicos, enfermeras, psicólogos, psicopedagogos, etc.), como trabajadores sociales y docentes - especialmente maestros de escuelas primarias y secundarias-,  tienen un malestar laboral que habitualmente no está tomado en cuenta como para abordar su prevención y elaboración.

A su vez su registro queda afuera del ámbito del trabajo ya que es percibido como una problemática personal, con la paradoja de que afecta al trabajo en términos de ausencias, consultas médicas y psicológicas frecuentes, licencias por enfermedad, pedidos de pase a tareas menores, quiebres emocionales en el ámbito de trabajo, crisis y rupturas al interior de equipos, etc.    

Tomemos como ejemplo a profesionales que trabajan con víctimas de violencia doméstica, o con víctimas de abuso, que se conectan con lo siniestro de la cultura, vinculados con la presencia de la muerte constantemente, también profesionales de unidades de terapia intensiva, ciertas urgencias médicas, o los que atienden victimas de sucesos traumáticos.

En el caso de los docentes si bien no está estudiado ni investigado, el relato social y las noticias de los diarios mencionan casos impactantes de docentes agredidos por padres y por alumnos, sin que se vislumbren muchas posibilidades de que esto disminuya.

Asimismo, en los docentes, se detectan pedidos de licencias médicas reiteradas, jubilaciones anticipadas por problemas de salud, pases a tareas administrativas de docentes con formación y experiencia, causados por estrés, donde en la mayoría de los casos se debe a aspectos enfermantes de la tarea.


El malestar de la cultura

Ahora bien, esos malestares, ¿a qué se deben? ¿de dónde provienen? ¿sólo de la particularidad de cada tarea en cuestión? Si ampliamos la mirada, vemos que se originan en un estado de violencia y falta de sentido imperantes en nuestra cultura. Considero que esta exacerbación de las interacciones sociales en clave violenta es algo que sería importante cuestionarnos.

Yago Franco [2] sostiene que el estado actual de nuestra cultura hace que los sujetos se vean sometidos a un estado de violencia secundaria (Aulagnier) colectivo, siendo atacado su yo en sus funciones significantes e identificatorias. 
De eso deviene un sinsentido con dificultad en establecer un proyecto identificatorio, en el cual los ideales del yo se ven trastocados en su función de elaborar el mundo deseante del sujeto, que posibilita su inscripción en la cultura.

Dice Silvia Bleichmar [3] que hay un malestar sobrante en nuestra cultura, que deja a cada sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite una futura disminución del malestar reinante. Considera además, que se soporta el malestar que cada época impone, si existe la garantía de que ese malestar cesará y la felicidad será alcanzada.

Ahora, pensemos qué pasa cuando son mayores las posibilidades de que ese malestar no disminuya y hasta es muy posible que aumente, lo que aumenta a su vez  el sinsentido y la desilusión.

Siguiendo a estos autores, podemos pensar que parte de ese malestar sobrante o violencia secundaria se manifiesta en los padecimientos de los profesionales que trabajan en contacto con la violencia en todas sus formas, con las víctimas de la trata, las enfermedades graves y las catástrofes sociales, funcionado como testigos [4] o terceros de apelación (Ulloa, 1995) ante lo que suele ser silenciado o desmentido.


Poniendo el foco en el trabajador

El antecedente que claramente podemos encontrar en cuanto a poner el foco en el profesional, en los efectos que la tarea produce en su persona y sus vivencias contratransferenciales con respecto los pacientes que atiende, son los grupos Balint.

Michel Balint trabajó con grupos de médicos, reuniéndose periódicamente con ellos, revisando la relación médico – paciente, poniendo el acento en la contransferencia del profesional y promoviendo un espacio de reflexión y elaboración sobre las dificultades en el trabajo con sus pacientes.
Asimismo las diferentes escuelas psicoanalíticas trabajan con supervisiones que ayudan a ver aspectos de la tarea clínica, que desde la contratransferencia permite enfocar y revisar puntos ciegos vinculados al tratamiento.

Dice Mónica Sorín [5] en su libro sobre arteterapia, “la interrogación de las transferencias y contratransferencias del arteterapeuta, así como su modo de implicarse en la tarea, sea esta de ámbito clínico o no, es fundamental para su psicohigiene y para preservar la eficacia de la intervención”.

Como un paso más en cuanto a poner la mirada en el profesional y no en el paciente, están los grupos de co-visión que inicialmente trabajaron Pavlosky y Kesselman, donde se trabajan las escenas de captura profesional, multiplicando las escenas asociadas del profesional y de todos los colegas del grupo, produciendo múltiples aperturas y resonancias.

También, en 1979, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky y Luis Frydlewsky, desarrollaron el concepto de escenas temidas del coordinador de grupos, que permite explorar los miedos en el rol de coordinador y los mecanismos defensivos que implementa, así como la conexión de éstos con lo histórico de cada uno. Se trabaja psicodramáticamente  desplegando las escenas consonantes, resonantes y resultantes de cada coordinador [6].

En esta línea, con unos colegas trabajamos rudimentariamente hace mas de 20 años en un grupo de investigación que llamamos Salud del Terapeuta [7] donde además de la formación y supervisión, se propiciaban espacios focalizados en el profesional y su salud con respecto a los efectos que la tarea produce.

En aquella oportunidad atendimos por ejemplo a un profesional que nos consultó por su vínculo con un paciente terminal, manifestando que no se sentía en condiciones de terminar el tratamiento por el monto de angustia que le producía y si debería tomar la decisión de derivarlo o no.

Este caso, como otros,  muestra la necesidad de prevenir y elaborar los aspectos enfermantes de la tarea profesional de quienes atienden pacientes terminales o víctimas de abuso y violencia, expuestos a la muerte o conectados con lo siniestro de la cultura.

Con otros matices, pero no menos afectados, están los docentes que en este momento histórico social de no ley padecen abusos y maltratos de alumnos y de padres, con situaciones donde sumado a la tarea pedagógica habitual deben cuidar que los alumnos no vayan armados y se dañen o dañen a otros.


El síndrome de Burnout

Entonces podemos coincidir en que el denominado síndrome de burnout o estar quemado engloba todas estas patologías profesionales que es necesario tener en cuenta, deconstruir y no silenciarlas.

Partiendo de que Aubert y Gaulejac (1991) llaman al síndrome de burnout, enfermedad de la idealidad, ampliando este concepto en un texto ya publicado, describí lo que denomino el síndrome de la desilusión [8], ya que los profesionales que realizan las tareas que mencionamos sienten una falta de conexión, desvitalización y motivación para la tarea que se debe, en parte, a la distancia entre lo que se imaginaron y soñaron para su carrera profesional y la situación real, con aspectos de padecimiento, angustia y frustración.

Ahora, para detectar el síndrome de burnout, es necesario tener en cuenta cuatro indicadores del grado de sufrimiento o no, de un profesional:

 - Relación con la institución, modos de liderazgo, comunicación, infraestructura y reconocimiento.
-  Relación con la tarea, características de la misma.
-  Relación con el equipo de trabajo.
-  Efectos de la tarea en la persona del profesional.

Entonces, en el vínculo con la institución, con la tarea, así como en relación con el desgaste personal, los aspectos a tener en cuenta, según el cuestionario Maslach Burnout Inventory (MBI), son: el agotamiento o cansancio emocional,  la despersonalización y el grado de realización personal en su tarea [9].


Posibles dispositivos de salud

Ahora, habiendo establecido indicadores de burnout, nos podemos plantear cual sería la propuesta para prevenir y elaborar el mismo en la actualidad.

Desde mi experiencia, trabajo con el dispositivo de grupo taller, con el equipo interdisciplinario completo, incluyendo al personal de soporte administrativo, con una frecuencia quincenal, trabajando con los emergentes grupales siempre focalizados en el trabajo, el equipo, la institución y la persona de cada operador, sea éste profesional o no.

Habitualmente, en un primer momento, surgen todos los malestares depositados en la institución (Sicardi, 2011) la cual en la mayoría de los casos tiene su causa evidente, pero si todo el malestar se enfoca ahí, podemos concluir que es algo defensivo a los fines de no registrar malestar con la tarea.

Parecería que esta defensa permite no interrogarse acerca de la tarea profesional y seguir soportando violencia secundaria (Aulagnier, 1997), configurando un vínculo masoquista con el trabajo, porque es lo conocido y no hay otro modelo posible. Esto es trabajar parecerían decir los operadores en esa situación, naturalizando el padecimiento.

En estos casos en que el malestar está negado, no se registran, por ejemplo el contacto constante con la muerte que tienen quienes atienden a mujeres y niños víctimas de violencia doméstica y abusos de toda índole, donde el     
partenaire violento no duda en matar a sus propios hijos en una demostración de poder y dominación aniquilantes.

Este enfoque permite detectar el grado de malestar de cada persona y la existencia o no del llamado síndrome de la desilusión, ya mencionado.

En una segunda etapa en el grupo taller se despliegan psicodramáticamente escenas del vínculo con la institución, con el equipo y con la tarea, apuntando a la detección del costo en salud psicofísica proveniente de la misma.


Un caso como ejemplo

En un grupo interdisciplinario se trabajó durante varias reuniones en un caso que había desvastado al equipo:
Una mujer que había consultado y que tenía las medidas cautelares para que no se acerque el maltratador, decide hacer una excepción y deja que venga a su casa a saludar por fin de año al hijo que tenían en común, de seis años y en esa ocasión, acuchilla a ambos.

Los profesionales que la atendieron, impactados por la noticia, que salió en los diarios, se preguntaban que habían hecho mal, si no habían detectado un riesgo tan grave en el caso.

En este caso en el grupo taller se trabajó con la angustia, la culpa persecutoria, y la incidencia en el equipo de esta situación traumática, el cual se solidarizó fuertemente con los profesionales afectados directamente -así como otros equipos de la misma institución-, llegándose luego a un planteo institucional acerca de cómo querían ser cuidados al tener en sus manos,una tarea que los contacta con lo siniestro de la cultura. 

En dicha oportunidad, se complementó esta intervención con el ofrecimiento de entrevistas individuales de contención a los directamente afectados por este hecho y en la segunda reunión luego de ocurrido este hecho, una de las profesionales, al terminar el grupo,  dice: ¿podemos tener una línea constante que se llame 0800 - burnout?


Conclusiones

Podemos preguntarnos si los posibles dispositivos son un abordaje suficiente y efectivo para prevenir y contrarrestar los efectos enfermantes del trabajo en este más allá del malestar en la cultura, ya mencionado.

Si la desocupación y precarización del trabajo constituyen una violencia social, no es menor el efecto violento que produce en muchos trabajadores el hecho de que por temor a la exclusión social, trabajen sin mirar en qué, en dónde y con quiénes y cómo esto los afecta o no.

Los talleres de prevención del burnout, los grupos de co-visión, las supervisiones y la revisión de las escenas temidas, no serán suficientes si no nos interrogamos acerca de este momento histórico-social, centrado en el consumo, no importa cual sea la mercancía: el trabajo, la salud, la tecnología, las nuevas técnicas reproductivas, las dietas, los posgrados, las sectas y los abordajes mágicos para curar todo tipo de males.

La lista puede no tener fin… y hasta los vínculos pueden ser sólo un consumo más en la voracidad de este capitalismo tardío. No obstante, vale la pena intentar sacar un ladrillo del muro de la deshumanización.

 

 
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Bibliografía
 

[1] Castel  Robert, La dinámica de los procesos de marginalización: de la vulnerabilidad a la exclusión. El Espacio Institucional. Lugar editorial, Bs. As. 1991.
[2] Franco Yago, Más allá del malestar en la cultura. Editorial Biblos / Psi, Buenos Aires, 2011.
[3] Bleichmar, Silvia, La subjetividad en riesgo. Editorial Topía, Buenos Aires, 2005.
[4] Sicardi, Leonel, Enfermar como efecto de ser testigo. Abordaje del síndrome de Burnout. En El Psicoanalítico número 4.
[5] Gysin Capdevila, Mercedes y Sorín Zocolsky, Mónica (compiladoras), El arte y la persona. Arteterapia: esa hierbita verde. ISPA Ediciones, Barcelona, 2011.
[6] Frydlewsky, L., Kesselman, H. y Pavlovsky, E. “Las escenas temidas del coordinador de grupos”, Editorial Fundamentos, Madrid (España), 1979.    
[7] Coviello E., Cuervo L., Groppa S., Manrique G., Mistorni I., Sicardi L., artículo La salud del terapeuta: una resistencia singular, Boletín de Talleres de Psicoterapia, Mayo 1989.
[8] Sicardi, Leonel, Crisis del ideal profesional. El síndrome de la desilusión. En El Psicoanalítico número 6.
[9] Maslach, C., Jackson, S. E., & Leiter, M. P. The Maslach Burnout Inventory (3rd ed.). Palo Alto, CA. Consulting Psychologists Press (1996).

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