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Título: Il bevitore (1914) de Umberto Boccioni.
Título: Il bevitore (1914) de Umberto Boccioni. Imagen obtenida de: http://www.wikipaintings.org/en/umberto-boccioni/the-drinker-1914
Caos y Creación en el Patio Trasero
Por Marcelo Luis Cao
marceloluiscao@gmail.com
 
Querría cambiar el mundo
Pero no sé que hacer
Ten Years After [1]





Tomé prestado el título de este álbum de Paul McCartney (Chaos and Creation in the Backyard, 2005), porque en muchas oportunidades la sociedad adulta relega a los adolescentes a un exilio cultural, una suerte de patio trasero, en el cual sus producciones quedan desde minimizadas hasta descalificadas. Es que para los miembros de las camadas que dejaron atrás el adolecer la incomprensión sobre este estadio vital, salvo honrosas excepciones, es moneda corriente. No vislumbran, a pesar de haber transitado alguna vez los mismos caminos, que existe un patrón invisible que organiza en cada generación adolescente la búsqueda de significaciones a través del contraste que brinda el cuestionamiento, la oposición y el accionar exploratorio (no confundir con la noción de acting). Esta permanente búsqueda de sentidos es la que va a motorizar su dimensión creativa/recreativa.

No obstante, para poder aproximarnos a esta dimensión resulta imprescindible primero delinear las características de la encrucijada adolescente. Esta se encuentra enmarcada y caracterizada por la emergencia de una doble crisis. Por un lado, la que se despeña sobre el mundo interno del sujeto a partir de la metamorfosis física y psíquica a la que se ve arrojado sin un posible retorno. Y, por otro, la que simultáneamente se desencadena sobre el territorio de sus vínculos (amistosos, amorosos, familiares e institucionales).

De este modo, en el registro intrasubjetivo se enfrenta a la pérdida de gran parte de las representaciones y afectos que habían poblado la atmósfera de su niñez. Esta pérdida pone en jaque a la mayoría de sus referentes infantiles, aquellos con los que había construido su ser y estar en un mundo gobernado por adultos. En el registro intersubjetivo, en cambio, se enfrenta con la pérdida de los códigos designados y asignados para relacionarse con los otros del vínculo (ya como sujetos de la realidad, ya como objetos de su fantasía). Y, encabalgada entre ambos registros, con las vicisitudes propias de la reorganización de su dimensión pulsional (sus descargas específicas, sus sublimaciones, sus represiones, etc.).

Del mismo modo, este conjunto de pérdidas y modificaciones también habrá de perturbar rotundamente el equilibrio tópico, dinámico y económico de su registro narcisista, ya que los recursos y los logros con los que se cimentó su autoestima fueron tributarios de la misma organización representacional y afectiva que caducó con la llegada de la pubertad. Esta crisis por vaciamiento se refleja también en los trabajos de duelo cursados a partir de las cuantiosas pérdidas sufridas (cuerpo infantil, padres idealizados, recursos acopiados, etc.), y en sus respectivas rectificaciones estructurales y funcionales (reformulación de sus instancias psíquicas, modificación de la dependencia material y afectiva respecto de los adultos, etc.). La avidez incorporativa que, a la sazón, despierta este vaciamiento acuñó en la obra de Missenard [2] la elocuente expresión de urgencia identificatoria para definir así el estado que el psiquismo adolescente presenta en su normal anormalidad.

Esta urgencia, sin embargo, no cabalgará en soledad. Es que para que pueda concretarse la imprescindible recomposición intrasubjetiva, aquella que le permitirá operar al joven en su nueva realidad mediante el proceso de recambios representacionales y afectivos que denomino remodelación identificatoria [3], es necesario contar con una nueva dinámica en el registro intersubjetivo. Esta dinámica será comandada por la entrada a escena de otra urgencia, la urgencia vinculatori [4]. Estas dos urgencias marcarán el ritmo incesante que lleva al adolescente a conectarse con estos nuevos otros del vínculo (pares y adultos extrafamiliares), que oficiarán como modelos, rivales, objetos y auxiliares en su desesperada búsqueda de un lugar en la tan deseada y tan temida cultura adulta. Así, esta dinámica de intercambios va a precipitar en la secuencia de fugaces identidades con las que los adolescentes se manejarán en su larga marcha hacia el desprendimiento material y simbólico de la familia de origen. Esto se habrá de lograr gracias a la puesta en marcha de un proyecto a futuro y a la construcción de un escenario para el enfrentamiento generacional, dupla a través de la cual podrán elaborar las vicisitudes propias de la finalización de este ciclo vital junto con la caducidad de sus respectivos posicionamientos subjetivos.

Asimismo, este complejo procesamiento de corte transicional habrá de nutrirse con el apuntalamiento que se efectúa sobre el registro transubjetivo, ya que este registro transcribirá al interior del psiquismo las formas y figuras que adquieran las significaciones imaginarias sociales que circulan por el imaginario social de una época dada. De este modo, esta transcripción será la responsable de los cambios que se van produciendo en la constitución de la subjetividad, tal como lo demuestran las contundentes alteraciones que se produjeron a lo largo el siglo XX: las dos grandes guerras, el nuevo papel social de la mujer, el estado de bienestar, la sociedad de pleno empleo y su progresivo desmantelamiento, la caída del muro de Berlín y del bloque soviético, la restauración del neoliberalismo socioeconómico, la juventud como modelo idealizado, el individualismo a ultranza, el consumismo como estilo de vida, etc. Por tanto, en la medida que los sujetos se encuentran sujetados a los valores e ideales de su época, ninguno podrá posicionarse más allá de las variables que genera su propio momento histórico, aunque sí podrá intentar modificarlas a partir de allí.

De este modo, cada generación adolescente forma un colectivo que se organiza alrededor de un imaginario propio, de un imaginario adolescente [5]. Este imaginario rige con el conjunto de sus códigos los modos de interacción de dicha camada englobando en sí mismo una serie de ideales y valores que sintonizan a contrapelo con el momento histórico en curso, ya que se apuntalan sobre lo preexistente para desde allí generar un posicionamiento subjetivo de corte diferencial. A su vez, este imaginario portaun conjunto de representaciones que otorgará los imprescindibles contextos de significación y jerarquización [6] al pensar, al accionar y al sentir de una generación que busca su destino. No obstante, en una misma generación pueden coexistir simultáneamente varios imaginarios adolescentes. Esta situación se origina en la heterogeneidad que distingue a este colectivo debido a las diferencias sociales, culturales y económicas que presentan los miembros que lo integran, tal como puede observarse en la proliferación de las distintas tribus urbanas y en los fenotipos adolescentes que caracterizan a los diversos estamentos societarios. 

Por lo tanto, cada generación habrá de producir hitos a nivel sociocultural tanto a través de sus propuestas como de sus acciones, algunas de las cuales pueden resultar revulsivas para el statu quo adulto. Esto puede apreciarse en los giros innovadores que toma el lenguaje, en las variantes contestatarias con que enfrentan lo instituido, en las formas que adquieren sus vinculaciones, en las transformaciones que sufre lo ético y lo estético, en la novedad o la radicalidad que adquieren algunas de sus propuestas, etc. Es que a la hora de producir un imaginario se pondrá en juego toda la batería de recursos a disposición (psíquicos, vinculares, sociales, culturales, económicos, etc.), con los cuales se dará rienda suelta a la veta creativa/recreativa. Así, cada imaginario en tanto creador de códigos de conducta y de comunicación, de valores e ideales producirá su propio lenguaje. Esto resultará fácil de rastrear, ya que el código lingüístico es el más accesible porque se presenta sin filtros ni ocultamientos. En todos los casos incluye el reciclado de términos viejos y actuales junto con la creación de expresiones que marcan el estilo de cada época mostrando una versatilidad e ideación prolífica [7].

Esta proliferación creativa puede ser calificada como caótica por parte de las generaciones de adultos que desconocen por represión, desmentida, celos o envidia la capacidad instituyente del colectivo adolescente. Este desorden expansivo que los caracteriza se apuntala en el caos creativo, fruto de la pérdida del posicionamiento infantil, para proyectarse en un cosmos propio tributario del proyecto identificatorio que todo joven lleva adelante. En este sentido, si acordamos con el planteo que sostiene que realidad psíquica y realidad social son dos factores mutuamente irreductibles podremos dar cuenta de la producción conjunta de ambas. De este modo, las significaciones imaginarias sociales que circulan en cada momento histórico tendrán una decidida injerencia en el formato que adopten tanto el imaginario adolescente comosus consecuentes directivas, siendo éstas coetáneas del tránsito por las sucesivas elecciones (vocacionales, amorosas, sexuales, ideológicas, etc.), que demarcan el arduo camino que lleva a la consolidación de una nueva dotación identitaria. Recíprocamente, en la medida de que cada camada adolescente se convertirá con sus producciones en una indiscutida protagonista a la hora de la construcción de su propio imaginario, el espíritu innovador emanado del mismo pondrá en marcha una dinámica cultural que insuflará nuevos aires en el seno de la sociedad que le tocó en suerte.

De esta manera, en cada generación adolescente existirá la posibilidad de que emerjan movimientos de vanguardia (política, artística, intelectual, tecnológica, etc.), que a través de su pensamiento y su accionar puedan influir y modificar tanto su propio rumbo como el de la cultura a la que pertenecen y en la que ejercen su despliegue. Los destinos de estas vanguardias son divergentes, ya que pueden quedar archivadas por su falta de repercusión o por su eventual fracaso, o bien, sus banderas pueden uniformar a gran parte del colectivo masificándolo en un posicionamiento determinado (contestatario, participativo, consumista, etc.). Asimismo, su impronta creativa, ya sea grupal o individual, puede trascender hacia las generaciones siguientes marcando una tendencia o deviniendo en un modelo clásico.

Los movimientos del año ’68 que sacudieron la modorra del statu quo burgués en París y en ciudad de México, precedidos por el eco anticipatorio del pronunciamiento que aquí llevó adelante la reforma universitaria de 1918, demostraron en el plano sociopolítico la potencia de estas vanguardias. Sin embargo, estas revueltas no suelen llegar a buen puerto debido a la intolerancia de las fuerzas conservadoras que tratan de impedir el procesamiento de cualquier tipo de innovación. Así, se apeló, y aún se apela, a la represión criminal como solución para acallar la incomodidad que generan ciertas voces adolescentes, tal como lo testifican las tristemente célebres matanzas de la Plaza de Tlatelolco y de Tian An Men. O, sin ir tan lejos en el tiempo ni llegar a la solución criminal, lo que últimamente ocurre con los planteos y demandas que protagoniza el estudiantado chileno, o bien, el movimiento de los indignados en el hemisferio norte.

Por lo tanto, a pesar de que intentemos confinarlos en el patio trasero, los adolescentes harán igualmente el trabajo al que están destinados: construirse un lugar en el mundo. Sin embargo, la construcción de esa identidad habrá de modificar el mundo donde ésta se funda y se ejerce. En consecuencia, su aporte a la cultura de la sociedad que les haya tocado en suerte será inestimable para repensar el estado de las cosas y su proyección a futuro.

 
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Notas
 
[1] I'd love to change the world / But I don't know what to do
[2] Missenard, Andre (1971): “Identificación y proceso grupal”. El trabajo psicoanalítico en los pequeños grupos. Siglo XXI. México, 1972.
[3] Cao, Marcelo Luis (1997): Planeta Adolescente. Cartografía psicoanalítica para una exploración cultural. Edición del autor. Buenos Aires, 1997.
[4] Cao, Marcelo Luis (2009): La Condición Adolescente. Replanteo intersubjetivo para una psicoterapia psicoanalítica. Edición del autor. Buenos Aires, 2009.
[5] Cfr. Planeta Adolescente.
[6] Cfr. La Condición Adolescente.
[7] Desde los apelativos (flaco, loco, chabón, boludo, etc.), hasta las expresiones con las que se interpelan ellos mismos en sus temas candentes o triviales (tirame las agujas, achicá el pánico, apretamos, tranzamos (volvió chapamos), fumamos un faso, colamos pepa, rancheamos, tipo que, cool, freak, grosso, alta onda, no me quemes la cabeza, estás limado, es un caño, es cualquiera, se zarpó, hacer el aguante, etc.).
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