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¿Peluches o Niñ@s? Una disyunción engañosa
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar

 
Introducción

Las revistas de divulgación, los mass media, los pediatras, los defensores de los derechos humanos y los gurúes de todo tipo aportan  –en la cultura “líquida”- sus puntos de vista respecto del lugar de los niños, de las “mejores” normas de crianza y de sus consecuencias para los infantiles sujetos. Que haya tantas voces es signo de la vacilación de todas las certezas que antes respaldaban el hacer parental.  No queremos sumarnos al coro de los predicadores sino advertir acerca de los riesgos de algunas afirmaciones que desconocen la complejidad de la constitución subjetiva.

Vamos a volver sobre un autor, Ulloa, al que hemos apelado en otro artículo [1] quien señala, en términos muy comprensibles, la operación constitutiva: Para definir la ternura se atiene a los términos freudianos de sublimación de la pulsión en la madre y ejercicio de esa corriente tierna que le permite (…) libidinizar y anticiparse a las demandas del niño, creándolas como tales. En ese dispositivo, Ulloa señala un dato distintivo: el “miramiento”.

El “miramiento”, entonces, eso que –para Lacan- sería la suposición del sujeto allí donde aún no hay nada, es esa fisura entre la madre y el niño como un Otro, que anticipa su surgimiento y –por lo tanto- lo produce.  (…) Ulloa lo define así: “Miramiento es mirar con interés amoroso a aquel que habiendo salido de las entrañas es sujeto ajeno” [2]. Hay ya allí el dato de respeto por la dignidad subjetiva. La madre sabe mucho acerca de su producto, pero no todo: él es un sujeto ajeno.

Ulloa rescata, de este modo, dos ubicaciones del infans en su relación con el Otro maternal: la de objeto, al que colmará ya que su amor le hace saber siempre qué necesita,  sobre quien volcará su libido sublimada y –al mismo tiempo- la de sujeto supuesto allí donde no hay ningún indicio más que el de esa creación materna que es el miramiento. Es el dato de castración en la madre el que posibilita esa oscilación en la posición del niño para ella.

Veremos, a continuación, cómo interviene el estado actual de la cultura para motivar la inclinación hacia uno u otro de estos dos movimientos. Por un lado, la fijación del niño como objeto, en un avance cuasi incestuoso. Por otro, la abstención del Otro en la suposición de que las determinaciones subjetivas ya están de entrada allí.


El infans/objeto, peluche del Otro

A mediados del siglo XX, John Bowlby desarrolla su teoría del apego, la que señala en el bebé una función biológica que precede a las necesidades. Podríamos pensarlo –desde Freud- como el efecto de la ubicación del infans como falo metafórico para la madre y como la consecuencia de lo que ella promueve en él. El apego, como vínculo intenso y exclusivo con el otro maternal tiene, en cambio, para Bowlby un origen filogenético ligado a la supervivencia de la especie.

Sus aportes tuvieron consecuencias positivas en las disposiciones tanto de los establecimientos hospitalarios como de los educacionales, en lo que representó considerar la íntima conexión con las figuras primarias y su importancia para el crecimiento afectivo. Sin embargo, pensamos que el desvalimiento, tal cual lo piensa Freud, alude a lo traumático de perder el amor del Otro, lo que dejará al infans a merced de un goce que no podrá tramitar a no ser por la motricidad y que será el ocasionamiento de angustia. En este sentido, se trata de un Otro en particular que pueda desarrollar una función de metabolización. No es simplemente la falta de su presencia, salvo en tanto esa presencia pueda ser el signo de su auxilio amoroso y simbólico.  

Asistimos hoy a otros usos de la teoría del apego. Se enfatiza, en ellos, un solo aspecto del lazo con el Otro y se promueve, con este supuesto sustento teórico, la moda de una indiscriminación madre/niño que critica incluso todo alejamiento entre ambos, que enfatiza la presencia. Esta vulgarización -de la mano de la vacilación actual de todas las legalidades, incluida la del tabú del incesto- promueve el colecho. Nos hemos ocupado de este tema y  hemos ubicado su extensión, en parte, como dependiente de los intentos de escapar a normas universalizantes del mercado. Sin embargo, sabemos que éste, como lo haría un espécimen unicelular al extender sus pseudópodos, engloba todo lo que, en su origen, pretendió enfrentarlo. Las teorías y disciplinas New Age comenzaron resaltando el aspecto de naturalización de la crianza [3]  en un intento por separarse de las exigencias consumistas. Esta aspiración  califica a los humanos como buenos mamíferos [4] pero no puede evitar comprar las cunas de colecho así como, en algunos casos, contratar a las doulas -u obstétricas especializadas en partos domiciliarios- con todos los peligros que esto conlleva. Asimismo, nos hemos referido a la posición infantilizada de los padres que, autocomplacientes, prefieren no tener que levantarse y desconocen los riesgos del colecho [5].

Es en este marco, el de colocar al niño como un objeto, cachorro de peluche decíamos, en la cama de los padres, que se está a un paso del incesto, como posición materna de desconocimiento de la otredad del niño.  En esta dirección, se promueve la erotización innecesaria del niño –que no tiene nada que ver con la operación constitutiva, con la violencia primaria- y asistimos a la consecuencia, agitación y  angustia, que llega a las consultas. Otros signos de este movimiento irruptivo  es que se publiquen notas de opinión acerca de la costumbre de que los adultos se bañen con los niños [6], así como sobre la conveniencia o no de besarlos en la boca [7].

Asimismo, esta normalización del colecho -antes visto como una rara excepción,  signo de la impotencia de los padres para limitar/contener al niño-  coincide con el aumento de los casos de abuso sexual infantil (ASI), sobre todo a nivel intrafamiliar.  No es casual, entonces,  -en este clima de tolerancia-  que surjan defensas más o menos camufladas de la pedofilia [8], que los jueces la avalen al indicar  la revinculación con el abusador, incluso mediante la reversión de la tenencia y la entrega de los niños al abusador.

Así, no llama la atención el uso que los  pedófilos hacen del falso diagnóstico de SAP o de cualquier otra artimaña judicial. Al decir de la Lic. Daniela  Lezcano, ella misma enjuiciada por su intervención en un caso: “Se trata de invisibilizar el abuso y no verlo como delito. Hay un poder muy grande de los pedófilos. Es sistemática la persecución, el descrédito y la invisibilización del relato del niño y de los mensajeros que seríamos los psicólogos que validamos el relato” [9]. Asistimos, también en estos días, al aumento de las denuncias de padres de niños abusados en jardines y en colegios primarios. El marco es una sociedad cuyo rasgo esencial es el empuje al goce y el descrédito, desde el inicio de la crianza, de indicaciones destinadas a moderarlo.

En este contexto, se corre el riesgo de  promover  también la objetalización del niño cuando se lo convierte en mercancía, cuando se alquila un vientre para gestarlo, por ejemplo, o se pagan costosas técnicas de reproducción, cuando el niño adviene signo de otra cosa. Elegir sexo o preferir determinados rasgos en un hijo, posibilidades que la ingeniería genética alberga, convierten al hijo en objeto de consumo. Sin embargo, se podría argumentar que es una nueva forma de esperarlo, así como antes se pensaba en su llegada a la cadena de las generaciones, sus posibles parecidos en relación a la misma. Todo depende, desde luego, de la posición del Otro en ese camino, pero queremos resaltar la otra cara del avance de la ciencia, la que va de la mano del mercado.


El infans/sujeto ya ahí sin el Otro

La ciencia avanza mientras busca cómo intervenir e, incluso, aspira a reemplazar a la naturaleza en la tarea de dar vida a un ser humano. Desde los clones a las fecundaciones extracorpóreas, etc., todo apunta a la pretensión de crear vida artificialmente. En ese camino, cada vez se sabe más acerca del proceso biológico, pero poco o nada se debate acerca de lo que hace que esa vida sea humana, humanizada. La ciencia, así como la ideología, coinciden en buscar un deber ser o un para todos que no tiene en cuenta las determinaciones, las peculiaridades del deseo humano.

El Psicoanálisis tiene mucho para aportar en ese sentido, su preocupación ha estado siempre orientada por la pregunta acerca de la constitución psíquica, así como por las singularidades, patológicas o no, que se originan en esas operaciones inaugurales. El problema surge cuando el Psicoanálisis, encandilado por el canto de sirenas de la ciencia que dice que todo es posible, se monta en esos descubrimientos y desconoce sus propios instrumentos y hallazgos.

Saber acerca de  la Biología o de la Neurociencia no puede ser el medio para renegar de lo que nos ocupa: qué es un sujeto y cómo nace, para poder ubicar nuestro lugar en una cura.  Saber desde cuándo empieza la vida humana es una aspiración que la ciencia trata de satisfacer con sus parámetros.  Hace, entonces, un cálculo dependiente de lo cuantitativo, de la evolución y crecimiento del feto desde las células germinales, sin que por ello quede claro qué dato  clave determinaría un antes y un después en la continuidad de ese proceso.

Nada parece indicar un verdadero comienzo si no se tiene en cuenta el deseo que precede a esa vida.  En este sentido, para el Psicoanálisis como yo lo entiendo, el peso del deseo otorga vida humana incluso al infans por venir, antes o en cualquier momento de la gestación. Así, es todo un dato en este sentido la gestión de algunos padres que apuestan a obtener una ley de identidad civil para bebés fallecidos en el vientre materno, de modo de poder registrarlos con su nombre y apellido. En esta petición se pone de manifiesto, de modo clarísimo, quién otorga vida y cómo lo hace [10].

Como contracara, pero en la misma dirección de reconocimiento del papel del deseo en la donación de humanidad, podemos ubicar los reclamos que defienden el aborto no punible para los embarazos que no son deseados ni podrán libidinizarse. Esta cuestión, la libidinización, no la puede ni medir ni decidir la ciencia. El Psicoanálisis tiene instrumentos para dar a esa operación todo el peso en el proceso de la subjetivación.

En franco desconocimiento de estas determinaciones están los que se manifiestan contra el aborto y desconocen el lugar del deseo en la constitución subjetiva. Llegan a amenazar a las adolescentes con frases que ubican al niño allí donde, por ejemplo, el horror de una violación dejó su marca monstruosa en la apreciación de la víctima. En algunos colegios se han repartido obleas con la siguiente consigna: “El aborto no te des-embaraza. Te convierte en la madre de un niño muerto”.  Ese “niño” se ubica allí no por el deseo del Otro sino por un deber ser religioso, por ejemplo, que viene –en este caso- del exterior de la dupla materno infantil y que no alcanza de ningún modo para constituirla.  

Otro modo de aparición de doctrinas que ubican al sujeto y sus determinaciones por fuera del Otro se hace presente en relación con las cuestiones de género. Poner en primer plano los nuevos derechos que surgen de la admisión de la diversidad, incluirlos en  legislaciones tiene un carácter  auspicioso para el reconocimiento de la verdad de la sexualidad humana y de su desarreglo fundamental. El problema surge cuando a esos derechos se les da un visto bueno que los incluye en lo políticamente correcto y  pasan a ser, de este modo,  ocasión de desconocimiento del modo en que se da la elección sexual y la identidad.

En una película brillante, Guillaume y los chicos, a la mesa, el creador Guillaume Gallienne hace obra artística de las circunstancias de su historia, sobre todo de aquellas que confluyeron para el difícil camino de su sexuación. El film, sobre todo por tratarse de un caso real, muestra el peso de la determinación del deseo del Otro materno en los avatares de su sexualidad, así como ilumina la posibilidad, el margen siempre presente, de la elección subjetiva. En este caso ese margen está explorado y rastreado con especial detenimiento. Su recorrido, el sufrimiento que le causa a Gallienne, nos golpea a pesar del humor y de la fineza con que el protagonista enhebra su historia.

A  partir de una frase que recuerda en sesión, el sujeto está habilitado para desplegar sus recursos: “Siempre decía Guillaume y los chicos a comer. Y yo me preguntaba ¿por qué Guillaume y los chicos, si yo era chico también? Pensé que ahí podía haber una explicación a la historia de este joven demasiado pasivo y demasiado educado, y cómo se rebela y se transforma” [11].

La película merece ser vista con atención, especialmente por aquellos que simplifican las operaciones de la constitución y dejan del lado del sujeto una libertad y una determinación que el Otro no tiene más que advertir muy tempranamente, pero en la que nada tiene que ver [12].  

La peligrosa tendencia a la abstinencia del Otro, a su prescindencia, va tomando en esta época un peso inimaginable, cuyas consecuencias en la subjetividad sólo podrán apreciarse en el futuro. Hay ya padres que, en nombre de las libertades y los derechos de los niños, ¿o de los niñ@s?, dejan en suspenso la atribución de sexo, les dan un nombre neutro, a la espera de una decisión que les delegan, y por lo tanto dejan pendiente para más adelante. No advierten, seguramente llevados por  ese ¿respeto? que deja en orfandad al infans, que su abstinencia es un hacer contundente. Así, nos enteramos de que una pareja llega a mantener en secreto el sexo biológico de su bebé para que éste pueda luego definir libremente su identidad de género [13]

En Suecia hay por lo menos un establecimiento preescolar que utiliza el pronombre neutro para con sus alumn@s, de modo de no influir sobre su elección de género. Recordemos que se trata de niños y de niñas de entre 1 y 5 años. Esta tendencia los deja, durante ese período crucial de la vida, sin el amparo identificatorio [14].


El nombre,  la exogamia y otras intervenciones

El nombre, en este sentido y tal como lo reconocen los que promueven el uso de un pronombre neutro, es ya una definición y –generalmente- antecede al nacimiento del infans, lo espera. El nombre vehiculiza un deseo -incluso un deseo maligno, por qué no- así como inscribe, de ese modo, al sujeto en la cadena de las generaciones. Esa ubicación, elemental para los humanos, no es necesaria en el reino animal. Somos los humanos los que nombramos y neurotizamos a las mascotas. Asimismo, es el tabú del incesto –el que tampoco existe entre animales- el que con sus prohibiciones abre el camino de lo permitido, el lazo exogámico.

En este sentido, el apellido ha sido una condición de la exogamia en tanto clasificaba a los otros como permitidos o prohibidos en un sistema patrilineal. La novedad de que el orden en que se inscriban los apellidos de madre y padre se deje a elección de los sujetos o se determine por el orden del alfabeto producirá, seguramente, cambios en todo este sistema vacilante.  Pero nos encontramos, actualmente, con la fragilidad de las legalidades –incluida la del tabú del incesto- y en algunos casos con su franca destitución.

Cuando la abstinencia del Otro es voluntariamente asumida, cuando  se exaltan los derechos del niñ@ a decidir sobre su género, presumimos que se deja al infans en orfandad. Cuando la diferencia sexual anatómica es desconocida por el Otro tenemos que saber –sin embargo-  que hay también allí una intervención a la que el sujeto tendrá que responder, aunque desconozcamos todavía el alcance completo de esa abstinencia. También  se interviene cuando el Otro hace una adjudicación, de acuerdo o no con la biología, no hay forma de eludir ese lugar. Spitz nos enseña  el costo mortal de la total prescindencia del Otro del deseo.

Los defensores de la libertad de los niñ@s/sujetos suponen, entonces, que hay algo innato que saldrá a la luz luego. Niegan el lugar del Otro en esas operaciones tempranas o, peor aún, creen que ese rol es negativo. Lo que desconocen es que no hay escapatoria ya que, con su intervención o con su abstinencia, el Otro escribe en el infans así como éste lee y retranscribe, con sus recursos, ese mensaje y hace algo con eso. Es en esa dialéctica que se zurce, se remienda, el agujero profundo del ser humano en su relación con el sexo así como con la muerte.

 
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Notas
 
[1] Oleaga, María Cristina, Duerman tranquilos: aquí no ha pasado nada .
[2] Ulloa, Fernando, Desamparo y Creación.
[3] Oleaga, María Cristina, Herencias malversadas, herencias renovadas.
[4] Franco, Yago, Oleaga, María Cristina,  “Apego, Colecho e Incesto: hacia la mamiferidad.
[5] Ibid (1).
[6] Bañarse con los hijos... ¿Hasta cuándo?
[7] Besar en la boca a los chicos: ¿una mala costumbre?
[8] Franco, Yago y Oleaga, María Cristina, Elogio de la pedofilia .
[9] Peker, Luciana, Matar a la mensajera.
[10] Fundación Era en abril: Proyecto de ley de identidad para bebés fallecidos en el vientre materno.
[11] Tsanis, Magdalena: Guillaume Gallienne: “He pagado una fortuna en psicoanalistas durante años”
[12] Carbajal, Mariana, Yo nena, yo princesa.
[13] BBC Mundo. Una pareja mantiene en secreto el sexo de su bebé.
[14] BBC Mundo. Hebblethwaite, Cordelia, Un Preescolar mixto donde no hay sexo.
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