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La escena invisible (*)
Selección Héctor J. Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
 

Ni la diferencia sexual, ni la revelación de esta diferencia, ni la denudación, ni la excitación escandalosa de ambos sexos –ensanchamiento sangriento o húmedo de uno, erección amoratada y estremecida del otro- conforman el secreto.

La escena que existió y que nunca será visible conforma el secreto. Este secreto se dirige a su propio portador. Pues incluso este secreto, condenado a ser fantasía eterna, es incognoscible. No se trata de un alma que busca a su padre o a su madre. Es el propio cuerpo, con independencia del alma, mucho antes del alma, el que busca su origen. Está condenado a lo originario así como a lo incognoscible.

El rasgo más asombroso de la escena invisible es que precede a la visión.

Resulta que los fetos sueñan antes de ver la luz. Desde la escena invisible reina lo infigurable en la noche interna. Las posturas vagan a partir de lo infigurable; mientras que la vergüenza, el desdeño y el despecho ante el carácter insuficiente, incoercible, repugnante, bestial e incansable de esta imaginería solo cobran vida a partir de la adquisición del lenguaje.

Otro de los rasgos de la escena invisible deriva de su carácter alterante. La reproducción social no pone frente a frente ni ídem ni alter. Sus resultados (los hijos) son tan aleatorios como las posturas que los fabrican y los vicios que las motivan.

Otro de sus rasgos se refiere a la diferencia sexual, que no posee unicidad, pues a cada uno le muestra una diferencia distinta. Es la heterogeneidad de la escena sexual la que desencadena en el fondo del cuerpo la “coagitación” del pensamiento.

Otro de los rasgos de la escena primitiva es que precede al pasado. No se inscribe en el tiempo, sino antes del tiempo. Es el antaño; lo que está fuera de la memoria, el “pasado anterior a lo pasado”, anterioridad sin lenguaje de la biografía, la anterioridad animal de la historia.

¿Por qué el “porqué del pasado” obsesiona a la primera infancia? ¿Por qué los niños se preguntan sobre lo que había antes de que ellos fueran y se sienten todos, en mayor o menor medida, atraídos por las mismas hipótesis fundamentales?

La puerta del antaño como pezón, como cerrojo del ombligo, como pabellón auditivo, como esfínter de la cloaca. ¿Por qué viven la escena que precede a su concepción como masacre, alaridos gritados, sangre derramada, faeces proyectadas, coito a tergo?

La Urszene es vivida a imagen y semejanza de la primera escena atmosférica, parturienta, berreante, violenta, naciente.

            Primero está la infantia, después la palabra.

            Primero está el olvido, después la memoria.

            Primero el lethe, después la verdad (aletheia).

            Primero están los mysteria, después la desmitificación.

            Primero está el abrigo, después la desnudez surgente.  

¿Por qué las imágenes sexuales involuntarias más obscenas desembocan en las intrigas lingüísticas más prestigiosas, en las más majestuosas, en las más sentimentales? Héroe de caza, héroe de guerra, hijo de rey, musa, hada, princesa. El nacimiento ilumina la penumbra continua. La conciencia sublima el sueño. El lenguaje educa la infancia.

La pregunta que todos los niños les hacen  a quienes los engendraron (al menos de la manera inverosímil en que ellos imaginan que los engendraron):

-¿Me queríais ya antes de que estuviese?-

 

[*] Del libro La noche sexual, de Pascal Quignard. Traducción de Paz Gómez Moreno. Editorial Funambulista, Madrid 2014.


 
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