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Dorothea Lange (de su obra La gran Depresión)
Imagen obtenida de: http://www.taringa.net/posts/arte/8767347/Fotografia-
Dorothea-Lange-El-reflejo-de-una-epoca-Edit.html

La política está en otra parte (*)
(Fragmento)
Por Hernán López Echagüe
taller.hle@gmail.com
 

(...) Anoche, horas antes de meterme en el ómnibus que me ha traído a Neuquén, he podido leer una vez más el informe que Laura ha escrito acerca de la historia del conflicto en la fábrica de cerámicos Zanon: “No imaginaba el señor Luis Zanon que su apellido sería algún día sinónimo de lucha y rebelión. A los 28 años salió de Padua, Italia, con el fin de probar suerte en el sur de América. Y vaya si la tuvo: se adueñó del parque de diversiones Ital Park, el inabarcable e histórico predio de Callao y avenida Libertador que años atrás debió cerrar sus puertas a raíz del accidente que le costó la vida a una adolescente. En el año 1975 decidió ampliar el círculo de sus negocios y proyectó una fábrica de cerámicos. Fue uno de los tantos empresarios que lograron edificar fortunas durante la dictadura militar. Zanon se instaló en Neuquén e hizo realidad su proyecto. Luego tomó champagne con Menem, junto a quien se fotografió orgulloso; recibió importantes apoyos del gobierno provincial, unos 5 millones de dólares; a partir del año 1993, el gobernador de Neuquén, Jorge Sobisch, empezó a tener el hábito de mencionarlo en cada discurso como ejemplo de empresario modelo; el Banco Interfinanzas Internacional, con sede en las islas Cayman, también aportó lo suyo con 20 millones de dólares; Zanon se convirtió en una de las principales empresas provinciales y don Luis creció de tal forma que logró ampliar sus negocios en dimensiones insospechadas: adquirió acciones de la privatizada Aerolíneas Argentinas y de canales de televisión. Sin embargo, ninguno de estos aportes parece haber sido suficiente. Sobre el fin del 1999, a tono con el comportamiento de la mayor parte de los empresarios nacionales, decidió que para mantener la empresa  ‘con costos internacionales razonables’ debía despedir a buena parte del personal. Así, pues, anunciaron rebajas salariales y el despido de 100 obreros. No imaginaba el señor Zanon que alguien osaría resistirse a esta decisión. En el año 1998, un joven obrero llamado Raúl Godoy, con el apoyo de gran cantidad de trabajadores, había conseguido arrebatarle la comisión interna de la fábrica  a los tradicionales dirigentes sindicales burócratas. Godoy era un hombre por demás tranquilo y apocado, pero con quien, Don Luis supo luego, no se puede hablar. De hecho, los trabajadores no aceptaron los despidos masivos, denunciaron el intento de vaciamiento de la empresa, realizaron un paro de 34 días por falta de pago, consiguieron que les paguen por un tiempo, hasta que volvieron a suspender los sueldos, entonces cortaron rutas y puentes, y finalmente tomaron la empresa. Don Zanon también recurrió al corte, el del gas en su caso, para apagar así los hornos. El Sindicato de Obreros y Empleados Ceramistas de Neuquén (SOECN), cuyo titular es precisamente Godoy, planteó entonces un Lock Out ofensivo de parte de la patronal. El 31 de octubre de 2001 los ceramistas lograron una sentencia histórica cuando la jueza María Rivero de Taiana falló contra la empresa y ordenó el embargo del 40 por ciento del stock para pagar los sueldos atrasados. Sin embargo, esto no sería suficiente. El 14 de noviembre los obreros de Zanon cortan la ruta 22. Llevan dos meses sin cobrar. La ciudad permanece incomunicada. El 24 de noviembre deciden encender los hornos y hacer funcionar las máquinas para producir por un día. Unos días después, don Luis Zanon decide que esto es una irreverencia y cierra la fábrica, enviando 380 telegramas de despido. ‘La actitud de Zanon de cerrar la planta y despedir al personal contraría la resolución de dos fallos judiciales, que no sólo la mandaron a pagar sueldos caídos sino también a reactivar la planta. Esto es un virtual desacato’, opinó Mariano Pedrero, asesor legal de los ceramistas. El 30 de noviembre, Neuquén estalla. Los obreros de Zanon protestan, y ahora se le suman los movimientos de trabajadores desocupados y algunos sindicatos. La policía reprime, la casa de Gobierno es casi incendiada, hay decenas de detenidos que deben ser liberados inmediatamente por presión de la movilización. El sindicato denunció: ‘Los trabajadores fueron gaseados y baleados a mansalva, con varios heridos, hospitalizados y 16 detenidos. Los gases entraron a las escuelas y hospitales donde se refugiaban los trabajadores ante la represión. Y a seis cuadras de la casa de gobierno se encañonó con una pistola 9 milímetros a la esposa de un trabajador ceramista que se negaba a ser detenido. Por radio se pudieron escuchar las voces de policías pidiendo la detención de Raúl Godoy, secretario general del SOECN’. El 11 de diciembre el diario Río Negro anunciaba: ‘Los ceramistas comenzaron ayer a vender pisos, desde cerámicos comunes hasta el coqueto porcellanato, productos que la Justicia embargó a la fábrica Zanon para que los operarios percibieran sus sueldo’.  La venta, en la puerta de la fábrica, con obreros devenidos vendedores, fue un éxito. El stock se agotó. Los precios mayoristas tentaron a vecinos de Roca, Neuquén, Plottier y hasta Bariloche. Faltaba poco más de una semana para que la Argentina se estremeciese con la pueblada y la caída de De la Rúa, pero en Zanon las cosas ya se habían precipitado. En marzo de 2002, la fábrica empezó a funcionar normalmente, bajo control obrero, con 270 trabajadores. Los cuatro hornos --el de porcellanato, los dos de monococción y el de `tercer fuego´, para guardas--, ya estaban trabajando a pleno. Por primera vez se comercializaban cerámicos realizados bajo control obrero y a precios populares. Hicieron acuerdos con los mapuches para obtener la arcilla como materia prima y lanzaron un nuevo diseño en homenaje a la comunidad aborigen. Hubo convenios con la Universidad del Comahue para asistencia técnica en proyectos. Hoy cuentan con la solidaridad de sindicatos y desocupados neuquinos. Las cuestiones legales avanzan y retroceden. Tienen la posibilidad de un desalojo cada vez que un juez decide interpretar de manera diversa la situación. Mientras tanto, la fábrica continúa tomada y produciendo. El fenómeno pasó las fronteras provinciales. Un sábado de marzo de este año, Bersuit Vergarabat se sumó a un recital en apoyo a los obreros ceramistas. Corearon sus canciones 4.000 personas. ‘Gracias por el aguante’, se limitó a decir, emocionado, Raúl Godoy. A los vaivenes legales le siguieron las amenazas, los intentos de secuestro, el robo de lo recaudado para el cobro de sueldos con permanentes referencias a que ‘son unos zurdos de mierda’, y el posible desalojo violento de la fábrica. Hoy son decenas las fábricas que han iniciado un idéntico camino: resistir al cierre, preservar la fuente de trabajo. La textil Brukman, Panificación Cinco, Grissinópolis e Imprenta Chilavert, en Capital;  la Clínica Junín, de Córdoba; Supermercados Tigre y Lavalana, en la provincia de Buenos Aires; los metalúrgicos de Renacer, en Ushuaia; la Cristalería Cuyo, en Rosario; las cerámicas Steffani y Del Valle, en  Neuquén, y cooperativas como el Frigorífico J. J. Gómez, en Río Negro; los mineros de Rio Turbio; etcétera. Poco menos de un centenar de fábricas bajo control obrero”.

*      *      *

El largo viaje en ómnibus, a causa de circunstancias imprevistas, ha sido por lo menos desapacible. En el asiento contiguo se instaló una mujer de cuarenta y pocos años, pelo teñido de rubio con reflejos color castaño, mujer curiosa y de lengua activa. No habíamos transpuesto siquiera los límites de la Capital Federal y ya me había referido vida y obra: neuquina, tres hijos, dos matrimonios, hacedora de dulces artesanales y conservas de lomitos de ciervo, amante de la buena vida y ardorosa partidaria del ocio y la explotación, porque lo mejor, ¿sabés?, es que otro labure por vos, que trabajen para mí, ¿no?, para qué meterte un uniforme y trabajar, que lo hagan otros, ¿entendés?, y vos dedicáte a disfrutar, como hago yo, ¿viste?, y por eso viajo todas las semanas a Buenos Aires, porque estoy haciendo un curso de podología en el partido de San Martín, en Neuquén no hay, qué raro, ¿no?, y me va bastante bien, miráme los pies, mirá, no seás tímido, estoy aprendiendo, ¿no te parece?, pero ahora habláme de vos, qué hacés, para qué viajás a Neuquén.
Cometí la tontería de contarle la razón de mi viaje. ¿Zanon?, ¡pero por qué no me lo dijiste antes!, qué bueno, increíble, cuando se lo cuente a mi marido no lo va a creer, ¿sabés?, porque nosotros somos íntimos de Domingo Geracci, ¿te suena?, íntimo, él, de Luis Zanon, unos divinos, y Domingo tiene una cabaña cerquita de la nuestra, en el lago Mari-Menuco, ochenta kilómetros de la capital, y si supieras cómo cocina Domingo, es bárbaro, y lo simpático que es, no, dejáte de embromar con los obreros de Zanon y veníte mañana, cuando quieras, a comer las truchas que prepara Domingo, ¿sabés pescar?, y si no sabés no importa, nos metemos en el yate y allá vamos, dále, veníte, por favor, ellos van a estar felices de conocerte …

Ahora, en el interior de un auto, camino a la fábrica, le cuento a Juan el episodio. ¿Te das cuenta?, digo, no menos de cuarenta pasajeros y justo me tocó esa mina. Ríe. No cree en las casualidades; Geracci, me dice, es un personaje siniestro; en los papeles, era jefe de los obreros de albañilería de la fábrica, pero en realidad era la mano derecha, el buchón de Luis Zanon padre, no trabajaba nunca, se dedicaba a espiar, nomás. Juan echa risitas. “Todos lo llamábamos Rama Seca, porque estaba al pedo en la planta”. Juan es un hombre joven, flaco, en extremo reservado; lo conocí en Buenos Aires durante la visita que un grupo de trabajadores de Zanon hizo a Brukman. Dejamos atrás las calles centrales de Neuquén y, por la ruta, nos dirigimos hacia la fábrica, situada en las afueras. El frío, pese al sol y el cielo abierto, y a la calefacción que Juan ha puesto a funcionar en el auto, es implacable, se entremete por toda parte. El predio donde está asentada la fábrica es inmenso; ya en la entrada tropezamos con Raúl Godoy, que me saluda con sincero afecto, y un grupo de delegados de la fábrica. Están malhumorados, presas de la perturbación, prontos a iniciar una urgente reunión a causa de las declaraciones que los Zanon, padre e hijo, han formulado en los diarios La Mañana y Río Negro. Juan me alcanza los periódicos. “Pensamos que teníamos un conflicto gremial, pero estamos frente a un movimiento político”, ha dicho Zanon hijo, y añadió: “Godoy tiene aspiraciones políticas, podría tirarse a diputado o gobernador. Y arrastra a un montón de personas desesperadas. Están cometiendo un delito”. Don Luigi, el padre, razonó: “Si no nos dejan trabajar en nuestra empresa, ¿ante qué estamos?, ¿una confiscación?, ¿una expropiación?”. Un joven alto, de anteojos, se ha puesto a leer por sobre mi hombro. Es Mariano Pedrero, abogado del sindicato. Están preparando el terreno para un futuro desalojo, me dice, y sería ilegal porque el lock out no es una multa, es una condena por un delito cometido por los Zanon. Están de remate si creen que vamos a renunciar a los fallos judiciales, que nos fueron favorables, comenta con enojo Godoy. Se disculpan; deben comenzar la reunión; después dispondremos de tiempo para hablar mejor. Quedo en manos de Alejandro, un obrero que da la impresión de conocer con todo detalle el funcionamiento de cada una de las áreas de la fábrica, por las que empieza a conducirme, sin ocultar cierto arrobamiento, como si fuera el propietario, y de hecho, hoy, ahora, es uno de los doscientos setenta dueños; el sistema de prensado, el trabajo con la arcilla, los secretos del manejo de los robots, las distintas fases del proceso con sales y esmaltes, el sector del porcellanato. Me muestra piezas de distinta naturaleza; la solidez y calidad de los cerámicos, son estupendas. En tanto recorremos la planta, una larga fila de trabajadores concita mi atención; es día de pago, explica Alejandro. Me detengo, entonces, a observarlos, y mientras lo hago pienso que, de no haber sido por la entrega y la lucha de todas esas personas que ahora, de cara a una ventanilla, están aguardando el cobro de su salario con visible alegría, bien podría haberme encontrado con una escena que en estos días se repite en cientos de rincones del país: un galpón en ruinas, vacío, consumido por la maleza y las telarañas. En la sala de enfermería, adonde me ha llevado Alejandro con el fin de exhibirme el acuerdo que han firmado con la Universidad del Comahue sobre asistencia técnica, me sorprende Carlos Acuña, jefe de prensa de Zanon, un hombre morrudo, cordial e inquieto, que también he podido conocer en Buenos Aires. Han resuelto dirigirse de inmediato hacia los medios de comunicación para responder a las acusaciones; propone que me incorpore a la comitiva: él, Raúl Godoy, Juan y Mariano. Raúl es más joven de lo que había supuesto, quizá treinta y pico; debe de medir poco más de un metro sesenta, barba candado, pañoleta de telar, negra, enroscada al cuello, gorra con la visera echada hacia atrás; ojos de un azul encendido, avispados. Aunque don Luigi opine lo contrario, se me antoja un hombre inofensivo y decente. En el trayecto hablamos de modo superficial acerca del libro, las presiones que sufren constantemente, los logros que han alcanzado en estos meses, por ejemplo haber aumentado la producción y pagado en término las facturas de gas y energía eléctrica, algo que con anterioridad a la toma no ocurría a menudo; por lo demás, muy probablemente apliquen a Luis Zanon un certero y doloroso sopapo en las próximas semanas: el empleo de nuevos trabajadores. Raúl se entusiasma cuando le refiero mi paso por Mosconi; ha estado allá y conocido a Pepino Fernández. Quedé maravillado, dice. La sala del diario La Mañana, donde nos recibe un periodista muy joven, causa escalofrío y una atendible gana de mandarse mudar; retratos de Carlos Menem y Julio Ramos, propietario del periódico, despiden su imborrable hálito de malamuerte desde cada una de las paredes. Pese a todo, ajenos a tamaña vigilancia, durante una hora Raúl y Mariano se abandonan a un discurso claro y elocuente que el joven periodista graba, y cuyos pasajes más relevantes anota en una libreta; los escritos judiciales que han desplegado sobre la mesa, y que Mariano explica y desmenuza con didáctica amabilidad, son irrefutables: los dichos de don Luigi Zanon están fundados en el arrebato, el engaño y, acaso, la ignorancia. Por fin, luego de asistir a la reiteración del acto en las oficinas del diario Río Negro, le pido a Juan que me acerque al hotel; después de todo, son las seis de la tarde, no he almorzado, en el cuerpo no tengo más que tabaco y mate, salí de Buenos Aires veintidós horas atrás y todavía no he tenido la oportunidad de encerrarme en un baño a mis anchas. Me mira con desconcierto ¿Te parece?, no, mejor vamos para casa, tomamos unos mates,  charlamos un poco, o, si preferís, descansás un rato, porque no podés dejarnos plantados, ¿no te comenté lo del asado?, esta noche, en casa, para recibirte como corresponde, vienen unos compañeros de la fábrica, además, vivo en la ciudad de Centenario, no es lejos y el hotel queda cerquita, después del asado te llevo, ¡vamos, compañero! A partir de ese momento mis recuerdos se tornan confusos, fragmentarios. La casa sencilla de Juan; la afectuosidad de su mujer, Claudia; los llantos del hijo, Franco; el fuego para el asado con leños de manzano; la llegada de un tal Rata con kilos de carne y una damajuana de vino a cuestas; el primer trago; los sucesivos abrazos con una decena de hombres que empiezan a repletar el patio helado, Carlos, Pablo, el Vasco ... la calidez y curiosidad ante mi presencia, y sus animadas charlas sobre cómo aumentar la producción, bajar los precios y contratar más obreros, y el atorrante de don Luigi que les entorpece la venta con acciones injustas, y los obreros subrayando la conducta de Godoy, que a pesar de su militancia en el PTS jamás ha intentado utilizar políticamente el conflicto; el asado de tira, un delicioso matambre, más vino tinto; un partido de truco perdido; el cántico: ¡qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!, porque hay que construir desde abajo, y más vino, y, por sobre todas las cosas, la difusa imagen del grandote Pablo ocupando el centro de la reunión a fuerza de ocurrencias, aparatosos bailoteos y anécdotas hilarantes. Si mal no recuerdo, son las tres de la madrugada cuando caigo rendido en una cama; pero tardo unos minutos en alcanzar el sueño. Es que del patio llegaban ruidosas carcajadas, bromas hacia el porteño que no tiene aguante, y la proposición que, creo, Pablo largó a viva voz y, a juzgar por el ruido de un par de motores, y el abrupto y placentero silencio, se impuso: “¡Vamos, compañeros, no me sean maricas, vamos a seguirla en algún boliche de Neuquén!”.


Domingo 16

Despierto, poco después del mediodía, en la cama del hijo de Juan; resaca feroz, de alcohol y tabaco, de charla y novedad, de fatiga acumulada al cabo de tantos desplazamientos. En la cocina, Juan toma mate, mastica, parsimonioso, ido, un bizcocho de grasa, y de manera maquinal hace zapping en el televisor, mirando sin ver, pues tiene el aspecto de un hombre derrotado por los excesos de anoche. Al advertir mi presencia se incorpora, me felicita, me besa una mejilla. ¿Por? Día del padre. Ah, claro, por supuesto, razón por la cual retribuyo el fraternal saludo. En los diarios La Mañana y Río Negro nos ponemos a buscar la versión que, imaginamos, han publicado de las entrevistas que ayer por la tarde le hicieron a Godoy. El resultado de la búsqueda me decepciona. El Río Negro ha sabido compendiar en unas pocas líneas el sinfín de palabras que Raúl soltó durante una hora de grabación; La Mañana, en cambio, ha sido más ecuánime y publicado, someramente, algunas de las frases más relevantes. De pronto llega Claudia de la calle, el cuerpo aterido, nariz enrojecida, estregándose las manos con sevicia; de la cartera extrae un paquete envuelto en papel de regalo y me lo entrega. Es un mate de madera, entonces otro beso y el agradecimiento y mi ruego: necesito instalarme en la habitación del hotel que Acuña me ha reservado; mi vida por una ducha caliente, por un sitio en el que pueda enclaustrarme un par de horas para recobrar el aliento porque soy un estropicio. Juan comprende de inmediato y me lleva en el auto hasta el hospedaje. El hotel está situado en la ruta, en la entrada a la ciudad Centenario; se llama Sayhueque y, al decir del conserje, lleva ese nombre en homenaje a al cacique Vicente Sayhueque (“El Señor de los Lanares”), último de los jefes indígenas en rendirse durante Conquista del Desierto, que encabezó un genocida llamado Julio Roca. La etapa más cruenta de la Conquista, o Campaña del Desierto, finalizó en 1881 con el sometimiento de catorce mil indígenas y la expoliación de quince mil leguas. Ya en 1879, en un mensaje que dirigiera al país, Roca lo había advertido: “Es necesario ir directamente a buscar al indio a su guarida, para someterlo o expulsarlo”.

En la tarde, Raúl Godoy pasa a buscarme por el hotel en el auto de su cuñado. En su rostro hay felicidad, está de muy buen talante. Sus hijas le han regalado lo que más deseaba, un pañuelo palestino y una polera de lana negra, que ahora viste bajo un jardinero de jean. Le narro el asado de la noche anterior, los últimos recuerdos de la trasnochada que todavía perduran en mi memoria. Ríe. “Me parece que más de un compañero me va a pedir asilo matrimonial esta noche”. Ya en el living de la casa de su hermana, también en Centenario, ciudad donde, he comprobado, reside buena parte de los trabajadores de Zanon, Raúl se acomoda en la esquina del sofá, la pantorrilla de la pierna derecha cruzada bajo el trasero. Me ofrece un mate, mira de soslayo el grabador. “¿Empezamos?”. Sí, desde luego. Su voz es límpida y grave, precisa en la entonación y en las pausas, como la de un buen locutor. Acompaña las palabras con gestos y muecas delicados que sólo cobran mayor vivacidad cuando hace referencia al inicio del conflicto en la fábrica y los posteriores sucesos:

“Mi vieja era obrera empacadora de fruta; entró a trabajar en un galpón y se jubiló el año pasado después de 36 años de laburo. Nos crió a nosotros, tres hermanos, yo el más chico; se separó cuando estaba embarazada de mí, así que nos tuvo que bancar a los tres desde el 65, cuando nací. Vivíamos con mis abuelos, chilenos. Mis hermanos y yo empezamos a laburar a la misma edad, a los doce años. Mi hermana empezó atendiendo en una panadería; mi hermano se metió en un galpón de empaque, y yo empecé a laburar en una chacra, en Río Negro. A la escuela iba a la mañana y a la tarde laburaba, y así me bancaba los estudios. En la chacra era jardinero, podaba las rosas, transplantaba las plantas y en invierno cortaba leña y era el peón de la casa. Sabía bastante del trabajo de jardinero; hasta el día de hoy mi vieja y mi tía me joden para que les pode las rosas, todavía hoy confían en mi mano. Ahí laburé desde los doce hasta que terminé la secundaria, y en esa familia había una abuela, una señora chilena que había hecho la chacra desde abajo, que tenía muy buena onda conmigo y siempre me decía que si yo quería seguir estudiando ella me iba a dar una mano. Cuando terminé la secundaria me preguntó si quería seguir estudiando, le dije que sí, y me dijo que ella me iba a ayudar para seguir, y entonces me fui a La Plata a estudiar Medicina. Cuando llegué allá empecé a tener alguna actividad en la Universidad, por el ingreso irrestricto y esas cosas, pero mi familia se enteró y me dieron un ultimatum: o me dedicaba a estudiar o me volvía. Les dije que no estaba en venta. Me cortaron todos los víveres. Y encima falleció la abuela, la señora chilena. Mi familia no tenía nada que ver con la política, mi vieja toda la vida estuvo en la Iglesia, y yo también trabajé en la Iglesia con la onda del obispo Jaime De Nevares. Cuando era más chico, a los once o doce años, hacíamos laburo en los barrios, en las villas, que no eran muchas, pero había mucho trabajador semirural, así que juntábamos ropa y se les llevaba al campo. Los fines de semana hacíamos eso. Yo lloré con la muerte de Perón, estaba en la escuela primaria. Como mi vieja iba mucho a la Iglesia, nos mandaba a una escuela parroquial que había acá en Centenario, era privada aunque accesible. Cuando muere Perón la mitad de los pibes festejaban y la otra mitad estábamos conmovidos, por el quilombo, además cerraron el colegio, nos mandaron de vuelta a casa. No lloraba por nada político, era más bien sentimental, además yo algunas marchas veía en esa época y la historia de los descamisados y la historia de la gente humilde peleando era algo que de alguna manera me llegaba. En mi familia no había ningún militante político, salvo militantes de la Iglesia. Después, con la dictadura, no tenía mucha noción. Sí se sentía un poco de agobio. Acá en Neuquén lo que más se sintió fue por la presencia de chilenos, y en esa época pintó bastante xenofobia, y eras una minoría. Lo que sí se veía es el tema de los operativos, caían camiones con milicos a la plaza y se distribuían y empezaban casa por casa, en operativos de rastrillaje. Yo no tuve familiares ni nada desaparecidos. Mi abuela me solía contar que tenemos un familiar desaparecido en Chile, era un militar a favor de Allende, y cuando fue el golpe lo desaparecieron. Eso es lo más cercano de mi parte. Graciela, mi compañera, sí, ella tiene una hermana desaparecida. Una hija del papá. Al principio para mí la mano venía más por un cambio social, más por el lado de la religión. Mis primeros años de actividad fueron en la Iglesia, y viéndolo retrospectivamente era una militancia, hacíamos reuniones, grupos juveniles. Acá pesó mucho el tema de De Nevares. En las reuniones que hacíamos acá, cuando yo era un pibe de trece, catorce años, hacíamos reuniones en la iglesia donde participaban activistas de la UOCRA. Porque se vino la dictadura y los tipos buscaron un lugar para reunirse. En las reuniones de distintas comisiones, de padres o jóvenes, me acuerdo que había tipos que eran activistas, o delegados, y se refugiaban un poco ahí. Ese era el ámbito para juntarse. El gremio de docentes de Neuquén, Aten, se fundó en la iglesia. La iglesia acá canalizó muchísimo. El concepto de que la sociedad es injusta y que así no se puede vivir, viene un poco de ahí, después el cambio fue en pensar cuál es la forma y el método. El salto cualitativo mío fue cuando me fui de acá y en La Plata empecé a conocer el marxismo. Eso, junto con conocer allá la otra cara, conocer en La Plata lo que fue el monseñor Plaza, la Iglesia como institución. Ahí empecé a ver las cosas con otra óptica. La democracia fue medio borrachera de ilusiones. Hubo un florecimiento, una época en que todo el mundo tenía que estar en algún partido o en alguna agrupación. Había una onda de participar. Todos los partidos, por más chiquitos que fueran, tenían participación, había movilización. Yo me fui justo en esa transición. Yo me fui a La Plata cuando volvió la democracia, y estaba el tema de las peñas, del debate ideológico, fue un florecimiento grande. Un cambio bastante brutal. Y bueno, fue esa borrachera, que se frustró después cuando se empezó a ver que estaban siempre los mismos atrás, que fueron cambios superficiales porque en el fondo la mecánica era la misma. Yo hice los dos años de medicina, después dejé, empecé a trabajar en una gomería, después en una heladería, siempre en La Plata, y en el medio conocí a Graciela. Ella también hacía Medicina y era de acá, de Neuquén, pero militaba en una agrupación peronista de la facultad, y yo entré en el MAS en aquellos años. Entonces discutíamos, debatíamos. En La Plata había centro de estudiantes, había toda una comunidad neuquina que en aquella época era grande. Había una casa en donde se otorgaban becas para pibes de Neuquén que querían ir a estudiar y tenían lugar en esa casa, en la Agrupación Universitaria Neuquina, te daban una beca y te daban habitación. Estaba bueno. A partir del 93, del 94, empecé a estar muy mal de guita. Había perdido el trabajo, estaba haciendo changas, ya teníamos dos hijas, no tenía laburo. Mi cuñado y mi familia me decían que volviese a Neuquén, pero a mí no me cabía. Neuquén me gusta pero yo me había encariñado con las movidas de allá, tenía toda mi vida allá. Fueron nueve años en La Plata y ya me había aquerenciado. Pero mi cuñado, que hoy tiene 22 años de antigüedad en la fábrica, me dice venite, que voy a hacer lo necesario para que entres a Zanon. Me vengo, estuve un mes haciendo changas, y entré a trabajar en Zanon. Primero fui operario, operaba maquinarias, porque tenía ya antecedentes de laburar en petroquímica General Mosconi, en La Plata; había hecho servicios generales, había sido ayudante de mecánico, había estado en soldadura, era bastante dúctil, y me tomaron. Tuve suerte. Entré en el 93, en la época de Cavallo, y nunca había trabajado en una fábrica con una exigencia tan terrible como acá. Había estado en varios lugares, pero laburo como este, a nivel de vigilancia, de ritmo, de explotación, nunca había visto algo así. Éramos más de cuatrocientos empleados. Y nos mataban. Teníamos cuatro contratos de seis meses. A los seis meses te podían echar sin indemnización ni nada. Porque tenían un arreglo con la burocracia. Eran una máquina de echar gente; entrabas por un lado y salías por el otro. Los primeros seis meses, prácticamente no tuve franco; era de lunes a lunes, 16 horas por día; entraba a las seis de la mañana y salía a las diez de la noche. Te quedaban ocho horas, y de esas perdías una hora de viaje para ir, otra para volver al trabajo, y en esas seis horas que tenías de vida había que comer, bañarse, dormir, y si tenías un poco de suerte, cada tanto una alegría. Fue terrible, teníamos un accidente cada tres días, mutilación de dedos, y esas cosas. Yo, cuando vi eso, me quería matar, porque pensaba que no podía perder una mano acá. Además, si vos te accidentabas era culpa tuya y entonces te echaban. Han pasado cosas terribles. A un compañero lo agarró el jefe de seguridad e higiene, y el compañero se había accidentado, una máquina lo apretó y fue jodido, y el tipo este para castigarlo lo puso en el centro del sector del porcelanato, y el compañero era tartamudo, y el capanga le dió el libro de seguridad e higiene para que lo leyera en vos alta. Parecía nazi. Era de terror. Por eso cuando entramos nosotros, entramos con los tapones de punta, y siempre fuimos ásperos de entrada porque era la única forma de pararle la mano a este hijo de puta. Primero estuve un par de años callado, porque la dirigencia sindical era acorde a las necesidades de la empresa. La ceramista no era una burocracia como la de la UOM, de tipos que se enriquecían. Los privilegios pasaban por lugares más mezquinos, hasta el último perejil de la comisión directiva podía hacer cualquier cosa, se retiraba cuando quería, si no quería no iba a laburar, o se iba a la oficina gremial y boludeaba todo el día, tenía más acceso a crédito  y mutual. Salvo un par que tenían un nivel de vida más alto, pero el resto defendían sus privilegios miserables. Los acuerdos eran increíbles. A Zanon se la conocía como la fábrica modelo en donde nunca pasaba nada, todos pensaban que era un paraíso. Pero era un silencio de tumba. No porque no pasaban cosas, sino porque no había nadie para denunciarlo. Nosotros, los que nos empezamos a juntar para dar vuelta esta historia, tuvimos que empezar a juntarnos afuera de la fábrica. Adentro era peligroso y estaba prohibido; si se reunían más de dos compañeros, los fichaba el sindicato, los fichaba el supervisor. Para ganar la comisión interna por primera vez, en el 98, hicimos un campeonato de fútbol metropolitano de todo el año, y ahí pudimos hablar todos los compañeros, cada domingo. Hicimos un campeonato de toda la fábrica, entonces cada sector tenía que presentar un equipo, y cada equipo tenía su delegado, entonces nosotros hacíamos las reuniones con los delegados del equipo para armar el tema de los trofeos, del comité de disciplina del campeonato, pero nos servía para llegar hasta el último compañero de la fábrica. Adentro, no teníamos permiso ni para ir al baño. Tenés los caminos marcados. Con rojo te marcaban los lugares donde había máquinas automáticas y tenías que ir con más cuidado, y los azules son los recorridos que podés hacer. Antes, la gente de hornos tenía ropa roja, la de los electricistas era verde, y así. De esa manera identificaban si había uno de otro sector en un lugar que no le correspondía. Era como una cárcel. Yo tenía a los tipos ahí arriba, todo el día, porque donde laburo, en las cargadoras, es un sector recomplicado, nadie quería laburar ahí, y hasta hoy sigo perteneciendo a ese sector. Arriba tenías a los gerentes, todos tenían peceras, y los tipos te miraban mientras laburabas, y abajo estaban las oficinas de los electricistas y estaba la burocracia, los tipos de la directiva de los sindicatos. Tenía una doble vigilancia. Cuando saltó todo el lío, las protestas, la toma de la fábrica, Zanon y sus amigos me acusaban de que había sido muy profesional mi laburo porque nunca me habían descubierto hablando con alguien. ¿Como podía ser que durante todos esos años nunca había dado ninguna muestra y de repente había resultado ser todo un hijo de puta para ellos? En esa época, el que hablaba se iba. Y todo el tiempo se despedía gente. Ahora trabajan 270 personas y ganamos todos igual, 800 pesos clavados. Votamos en asamblea el mismo sueldo para todos, un techo. Hubo un mes en que lo superamos y llegamos a cobrar mil, y en otro no llegamos y cobramos 750, y si se supera, guardamos la guita para reinvertirla. Capaz que hoy algunos se quejan, porque no es fácil, algunos compañeros tienen clara la situación, pero otros dicen: ché, estamos laburando y encima estamos nosotros al frente de la fábrica, entonces aumentémonos los sueldos. Algunos tienen esa concepción, y piden siempre más. Entonces tenés que explicar, mirá, estamos en Argentina y sigue el capitalismo, estamos peleando. Y todo lo hicimos sin ninguna solidaridad de las centrales sindicales, ni de la CGT ni de ninguna otra central. Con la CTA hay diálogo pero es bastante hueco, es medio monólogo. Al principio tuvieron mucha onda con nosotros, pusieron parte de su aparato cuando estábamos por recuperar el sindicato, pero ellos tenían la idea de que entremos en la CTA. Nosotros les decíamos, mirá, laburemos juntos pero para qué nos vamos a casar, salgamos, seamos novios nomás, porque a nosotros no nos gusta participar de su cuerpo orgánico, odiamos esas cosas, no nos cierran, y menos ahora con el tema del Frenapo y todo eso, está muy lejos nuestro. En Neuquén hemos compartido piquetes, represiones, juntos hemos liberado a compañeros presos,  pero no hay mucho acuerdo político ni mucho acuerdo profundo. Ellos tienen otro proyecto y saben que a nosotros no nos pueden absorber ni organizar. Para nosotros, el Frenapo es igual al Frepaso pero con un sindicato como la CTA adentro, así lo veo yo. Las elecciones para mí no son salida de nada. Es entretener. Se terminó el Mundial y pueden venir ahora las elecciones para entretener. Sí, pueden servir un poco para medir en qué está la gente, qué está dispuesta a apoyar. Para más nada. Para mí, la mano pasa por la organización de los trabajadores, todos, los ocupados y los desocupados. Las asambleas tienen un límite. Yo veo que ni los piquetes solos, ni las cacerolas solas, ni el movimiento obrero solo, tienen una salida. Nosotros hemos llegado a esa síntesis. Para nosotros hay que hacer la unidad de los distintos sectores. Hay que buscar que sea de la forma más democrática posible. Aún clase media, trabajadores, trabajadores con ahorro, todos están de este lado. Los compañeros piqueteros ni hablar, son los que abrieron el camino, ellos hicieron el aguante. Y ahora, lo nuevo son las fábricas ocupadas. Esa es la unidad que necesitamos, no podemos cortarnos solos. Acá, en Neuquén, se ha dado algo muy particular. No hay asambleas barriales. No sé por qué. Creo que acá hubo otros organismos que han canalizado la bronca, la calentura, hay distintos espacios. Durante todo el verano estuvo funcionando una multisectorial, estaba la CTA, los docentes, gente de la Universidad, estábamos nosotros, los ceramistas, estaban los compañeros desocupados, todos discutiendo en ámbitos abiertos. En la calle, con movilizaciones. Cuando en noviembre del año pasado metieron en cana a 19 compañeros nuestros, y nos reprimieron feo, pasamos de una movilización de doscientos compañeros a la mañana, a una de dos, tres mil personas a la tarde. Cuando vio esa movida, el juez nos liberó al segundo día. Y ahí vos veías gente que no va a las marchas, pero ese día estaba. Fue algo espontáneo. Me acuerdo que en los medios nacionales se le daba toda la bola a Cavallo hablando, y en un recuadrito salía la represión en Neuquén. Porque Neuquén tiene su historia de luchas. Acá se dió el Choconazo. Fue el primer sindicato de la UOCRA que le sacamos a la burocracia. Los primeros piqueteros nacieron en Cutral-Có y tuvieron un impacto a nivel nacional. La primera coordinadora de desocupados, antes de eso, nació acá en Neuquén y agrupaba más de 25 barrios; tomaron el municipio, y cuando toman la casa de gobierno casi los matan, una represión impresionante. Ahí nació la ley 2128 de Neuquén, que es la de Plan Trabajar, nació con esa movida. Después estuvo la huelga de 37 días de los docentes, con cortes de puentes y todo. En Buenos Aires me llevé muy buena impresión con lo de Brukman. Cuando intentan desalojarlos, los que logran que se vayan los milicos y que los trabajadores retomen la fábrica, fueron las asambleas, más de 1.500 asambleístas en las puertas de Brukman. Ahí me di cuenta que había algo en las asambleas, que tenían su importancia, su significado. Ninguno de los sectores por su cuenta está en condiciones hoy de dar vuelta la situación, y no hay solución corporativa. Es una discusión importante que se está dando en muchas fábricas, cuando se da el debate sobre qué hacer: cooperativas, emprendimientos propios, autogestión, o qué cuernos va a ser. Para nosotros es indispensable la formación de organismos alternativos; no darle la espalda a los sindicatos pero tampoco casarse con ninguno; no darle la espalda a las asambleas populares pero tener en claro que tampoco es “el” organismo, y con respecto al corte de ruta es lo mismo, es un método bárbaro que nos ha dado muchísimo hasta acá, pero tampoco será la solución de fondo. Uno no quiere subestimar, ni decir que está mal cortar las rutas, porque la gente se está muriendo de hambre en serio, lo defendemos a muerte porque corresponde, pero no creemos que esa es la salida, eso es un método. Con los compañeros del MTD de Neuquén nos hemos hecho el aguante mutuo, empezamos a hacer un laburo en común, sabíamos que teníamos mucho que aprender unos de los otros. Acá el gobierno trató de quebrar eso. Por ejemplo, en los primeros cortes que hicimos junto con los compañeros del MTD, como con nosotros no podían, metieron en cana a todos los compañeros del MTD, que habían venido a apoyarnos. Ese mismo día, cuando detienen a los compañeros, nosotros nos metimos adentro de la comisaría con los bombos, con todo, en una situación bastante confusa; los compañeros que estaban adentro y los que estábamos afuera cantábamos las mismas consignas. Los tuvieron que largar. Fue impresionante, muy fuerte. Porque la solidaridad muchas veces es chamuyo. O es puntual o es por conveniencia de un dirigente u otro. Ahora fundamos la coordinadora del Alto Valle. Nosotros, docentes, trabajadores desocupados, otras organizaciones que quieren cambiar el país, que luchan por la dignidad y el trabajo. No, si no articulamos las luchas, estamos muertos”.



[*] Del libro del mismo nombre, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, Octubre de 2002.

 
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