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El afecto. “Un enigma perturbador”
Parte 1
Por Luciana Chairo
luciana_chairo@elpsicoanalitico.com.ar
 
“Estaríamos muy agradecidos con una teoría filosófica o psicológica capaz de decirnos cuál es el
significado de las sensaciones tan imperativas para nosotros de placer o displacer. Desgraciadamente, con respecto a este tema no se nos ofrece nada útil”

(Freud 1920)







Me preguntaba por qué escribir acerca del afecto. ¿Acaso es posible recortar dicha noción de otros conceptos psicoanalíticos e intentar pensarla de manera singular?; ¿De qué modo ha sido concebida la dimensión afectiva en el psicoanálisis a lo largo de los años y desde diferentes perspectivas?; ¿Qué consecuencias clínicas y teóricas tiene cada una de dichas posiciones?.

Realizando un rastreo de lo que se ha escrito en referencia a este tema, encuentro que existen diversas teorizaciones, distintos modos de concebir el afecto.

Con este escrito me propongo dar cuenta, sucintamente, de dos maneras de conceptualizar y recortar dicho concepto como tema de investigación psicoanalítica. Una es la de Green y otra la de Lacan, que a su modo y tomando como referencia las ideas freudianas, teorizan sobre el tema delineando cuál es el lugar del afecto en la clínica que cada uno ha llevado adelante.

Quiero aclarar que no es mi intensión, al menos en este primer análisis, profundizar pormenorizadamente en los fundamentos con los que ambos autores han desarrollado el tema, sino, más bien rescatar los puntos de divergencia de dichos planteos.

Podemos comenzar afirmando que la dimensión afectiva de la subjetividad se encuentra en el difuso terreno establecido entre lo biológico y lo cultural. La afectividad puede pensarse como el piso de toda subjetividad, base sobre la cual se apuntalan todas aquellas significaciones sociales que constituirán la cultura. En este sentido, la afectividad del otro enfrenta al sujeto a un trabajo psíquico que define los avatares metapsicológicos de las condiciones de las que dependerán los desarrollos de afecto. Así decimos que el niño, antes de devenir sujeto, es objeto de la afectividad del otro (Laplanche, 1984). El infans irá metabolizando la “seducción originaria” propiciada por sus otros significativos, en especial promovida por la sexualidad materna. Finalmente esta “pulsación originaria” (S. Bleichmar), permite trenzar las complejidades afectivas más determinantes de todo vínculo humano y de este modo produce psiquismo.

Algunas referencias freudianas

La manera en que un sujeto se comporta con relación a sus afectos, es lo que permitió a Freud formular su primera clasificación de las neurosis. En este sentido podemos afirmar que la noción de afecto es contemporánea del nacimiento mismo del psicoanálisis.

El diccionario Psicoanalítico de Laplanche y Pontalis define al afecto como un “estado afectivo, penoso o agradable, vago o preciso, ya se presente en forma de una descarga masiva, ya como una tonalidad general…”. Refiere que según Freud toda pulsión se manifiesta en los dos registros: el del afecto y el de la representación. El afecto entonces sería la expresión cualitativa o la traducción subjetiva de la cantidad de energía pulsional y sus variaciones.

La noción de afecto en Freud ha tenido a lo largo de su obra una gran relevancia. Ya desde sus primeros trabajos dedicados al tratamiento de la histeria y al descubrimiento del valor terapéutico de la abreacción, asocia el síntoma histérico con un afecto que, producto de un acontecimiento traumático, no habría encontrado una adecuada descarga.

Freud refiere que el afecto puede transformarse ya que no se halla necesariamente ligado a una representación. Conversión, desplazamiento y transformación constituyen operaciones posibles del afecto, que dan lugar a diversas presentaciones clínicas.

Freud nos permite visualizar lo fuertemente intrincado que se encuentra el concepto de afecto con el de pulsión y angustia. De hecho, podríamos decir que la angustia es un afecto a través del cual la pulsión sexual se manifiesta.

En los primeros Manuscritos, observamos que Freud tiene un objetivo: desentrañar la fuente de la angustia. En ellos refiere que lo que produce angustia es un factor físico de la vida sexual. La angustia, entonces, se presentaría como un fenómeno físico, producto de una acumulación de tensión sexual por una descarga perturbada. En 1894/95 en su texto de “Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de neurosis de angustia” diferenciará la excitación sexual somática de la libido sexual, placer psíquico. Señalará que la excitación en la Neurosis de angustia es somática y en la histeria es psíquica.
La neurosis de angustia carecería de mecanismo psíquico y se conjugaría con el aminoramiento de la libido sexual. Es a partir de la angustia que se pueden diferenciar condiciones etiológicas opuestas a las que rigen en la neurastenia.

Durante el primer período Freud considera la angustia como núcleo esencial para organizar las neurosis llamando a este grupo neurosis de angustia. Divide las neurosis en neurastenia y neurosis de angustia. La diferencia entre una y otra se expresa como acumulación de la excitación o como empobrecimiento de la misma.

En 1915 y focalizando en la dimensión metapsicológica, Freud escribe “Lo inconciente”. Allí define el afecto y a los sentimientos como “…procesos de descarga cuyas manifestaciones finales son percibidas como sensaciones”.

Freud intenta dar cuenta de la dimensión cuantitativa del afecto, y en este sentido definirá tres destinos pulsionales ante la represión: que el afecto subsista tal cual; que sufra una trasformación en un quantum de afecto cualitativamente diferente (angustia); o que el afecto sea reprimido, es decir, que su desarrollo sea francamente impedido.

Como decíamos, Freud reconoce que una pulsión no puede devenir objeto de la conciencia. Lo que nos daría una idea de los avatares de esa pulsión es la representación, que sí es conciente. De la misma manera, el destino de nuestros investimientos pulsionales no podría sernos totalmente inconciente, puesto que nos ponen al tanto de ello las manifestaciones afectivas que acarrea dicha satisfacción pulsional.

En “Tratamiento psíquico, tratamiento del alma” Freud dirá “En ciertos estados anímicos denominados «afectos», la coparticipación del cuerpo es tan llamativa y tan grande que muchos investigadores del alma dieron en pensar que la naturaleza de los afectos consistiría sólo en estas exteriorizaciones corporales suyas (…) Estados afectivos persistentes de naturaleza penosa o, como suele decirse, “depresiva”, como la cuita, la preocupación y el duelo, rebajan la nutrición del cuerpo en su conjunto, hacen que los cabellos encanezcan, que desaparezcan los tejidos adiposos y las paredes de los vasos sanguíneos se alteren patológicamente. A la inversa, bajo la influencia de excitaciones jubilosas, de la «dicha», vemos que todo el cuerpo florece y la persona recupera muchos de los rasgos de la juventud.”

Para Freud, entonces, los afectos en sentido estricto se singularizan por una relación muy particular con los procesos corporales. En rigor, todos los estados anímicos, aun los que solemos considerar “procesos de pensamiento”, son en cierta medida “afectivos”, y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones corporales y la capacidad de alterar procesos físicos. Aun la tranquila actividad de pensar en “representaciones” provoca, según sea el contenido de estas, permanentes excitaciones.

El tercer y último período de Freud se relaciona con la castración en tanto se impone como centro y motor del drama de la angustia. En la 32º Conferencia: Angustia y vida pulsional (1926), Freud define a la angustia como un estado afectivo, algo que sentimos (lo que también dice Freud en Inhibición, síntoma y angustia; 1926), la reunión de sensaciones de la serie placer-displacer con las inervaciones de descarga y su percepción. Aquí el nacimiento es la huella afectiva de toda angustia.

Sigue en Parte 2
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