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Dos parábolas sobre el poder
Por Carlos Guzzetti
carlos.a.guzzetti@gmail.com
 

Dos situaciones, una de mi clínica y la otra de una vieja lectura, me permiten hacer una reflexión sobre el poder en la relación analítica. Pensé que ambas podían verse como parábolas, ya que no definiciones, sobre el poder en general, y en particular el que se pone en juego en el curso de un análisis.

Ciertamente la cuestión del poder tiene aristas mucho más complejas que las que muestran estas situaciones. Desde Foucault en adelante sabemos que el poder se infiltra, se ejerce y se transmite en todos los vínculos sociales, aun los más íntimos. Por eso titulé esta presentación como “parábolas”, relatos, fábulas que, sin ser definiciones precisas, permiten inferir algunas dimensiones del asunto. Define el diccionario de la RAE: “Narración de un suceso fingido del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral”.
Es una de las formas en que una verdad se transmite en el discurso, aquello de que “tiene estructura de ficción”.


1. La travesía de un fantasma

Edgardo es un hombre en la cincuentena, judío, profesional y director de una empresa de tecnología, segundo en la jerarquía. Reporta sólo al dueño, que lleva el nombre de su padre. Durante un período su análisis transcurrió por su relación con el jefe. Lo describía como una personalidad algo brutal y falta de tacto. Ante cada observación que éste le hacía, E. fantaseaba que lo iba a echar del trabajo y lo difícil que sería conseguir otro, que su jefe era un ser poderoso y despiadado que no dudaría en tomar represalias por un error cometido por su subordinado. Con el correr de las sesiones se fue delineando un fantasma sobre la matriz de una escena cinematográfica que él evoca en sesión, 6 minutos que pasaremos a ver:

La lista de Schindler (1993), Steven Spielberg. 1:43:20 al 1:49:36. Liam Neeson y Ralph Fiennes, Ben Kingsley
https://youtu.be/xAyoH6bdrX8

El comandante Goeth hace el mal, pero no es un mal banal, sino sádico. No es el típico burócrata desafectivizado, como Eichmann, sino un perverso que disfruta con la angustia, el terror y el dolor de los otros. [1]

No obstante creo que esta modalidad extrema de ejercicio del poder dibuja con trazos gruesos la sustancia de que está hecho. Del mismo modo las perversiones sexuales permitieron a Freud comprender la sexualidad humana. El poder es por definición excesivo, satisface siempre una demanda pulsional, un abuso. Quien posee poder sobre otro, difícilmente renuncie a abusar de él. Esto nos enseña nuestra práctica, Freud funda el método de la asociación libre para acotar los efectos del poder sugestivo sobre los pacientes, de eso debemos cuidarnos, por eso la regla de abstinencia. Goeth en cambio no se abstiene, da rienda suelta a su sadismo. Esto es lo que muestra la última escena que acabamos de ver.

Obviamente, en su escena privada Edgardo era el niño reprendido y “perdonado”, a quien su jefe gozaba y finalmente destruía. El apólogo aparecía una y otra vez en las sesiones, a veces de modo risueño, a veces más sórdido. Por cierto este fantasma tuvo sus repercusiones transferenciales. En una oportunidad se puso en riesgo la continuidad del tratamiento. Yo había decidido hacer un aumento en los honorarios. Cuando se lo comunico, percibo una reacción de disgusto. La sesión siguiente viene furioso, reclamando airadamente lo injusto de ese aumento, que a él no le habían dado un aumento de la misma magnitud –su dificultad para defender sus ingresos ante su jefe era por otra parte un tema del análisis- que de esa manera no se sentía a gusto, etc. etc.

Inmediatamente advertí que mi cálculo del aumento se había basado en un recuerdo erróneo sobre los honorarios que venía cobrándole. Entonces le pedí disculpas, le expliqué las razones de mi error, le aclaré que no me animaba ningún afán de lucro y que corregía el monto a la cantidad que correspondía. Eso tranquilizó la situación en el momento y, sobre todo, abrió un nuevo camino para continuar el trabajo.

No avanzaré más allá en el caso, que llegó a su término exitosamente. Sólo me interesa subrayar el modo en que esa matriz totalitaria, de sumisión y dominio por parte de un perverso en el contexto del campo de concentración, modula un fantasma personal. Diría con Alfredo Tagle que se trata de una reapropiación creativa de un producto cultural para que adquiera un sentido personal.

La siguiente “parábola” se refiere al destino de una relación transferencial en la que el poder se muestra con una particular crudeza. Una situación extrema que permite ver la trama, el material de que está hecho ese vínculo.


2. La violencia de la voz

En noviembre de 1967 la redacción de la revista francesa “Les Temps modernes”, dirigida entonces por Jean Paul Sartre, recibe la siguiente carta:

«Querido C. Aquí me tienes escapado del manicomio, evadido de un tercer piso sólo con una mano rota —y la policía pisándome los talones... Pero la mano no está tan rota como todo eso: ahí está el texto adjunto que es, al parecer, bastante punzante —evidentemente se ha perdido algo por culpa de ruidos en la grabación. ¿Es publicable? ¿Puede interesar a «Les Temps Modernes?» Es fácil y divertido de leer, y breve. Si deciden publicarlo, habría que precisar varias cosas: tengo 33 años y entré para analizarme en casa del doctor X. a los 14. Hubo algunas interrupciones, pero no tomé la decisión de suspender las sesiones definitivamente, en contra de la opinión del doctor X., hasta la edad de 28 años. Tres años después de esta suspensión —en noviembre de 1967— propuse al doctor X. la entrevista cuyo final se reproduce aquí. Creía que debía participarle el resultado de mis reflexiones, hechas en el intervalo, sobre el fracaso de lo que había sido esta interminable relación analítica... Propongo como título: «Diálogo Psicoanalítico». Ya verás que termino la entrevista con un «continuará», esperando de este modo desencadenar esta continuación indispensable, pues quedan aún por revelar muchas cosas. Pero hasta ahora, varias tentativas para obtener un nuevo encuentro han sido dejadas sin respuesta por el doctor X. Tenme al corriente. Un abrazo.» A.

Sartre decide publicarla, con la oposición de otro de los miembros de la dirección, Jean Bertrand Pontalis. Así, en el nº 274 de abril de 1969 aparece lo que se tituló “El hombre del magnetófono o diálogo psicoanalítico”, acompañado por un comentario del propio Sartre, una breve objeción de Pontalis y un artículo crítico del novelista Bernard Pingaud.

Jean Jacques Abrahams, joven hombre de teatro belga, decide, a los 28 años, después de 14 años de análisis, volverse contra su psiquiatra, Jean-Louis Van Nypelseer. Será internado de oficio luego de esta grabación, escapará del hospital Brugmann y huirá a EEUU desde donde publicará en 1976 “El hombre del magnetófono” en forma de libro.

El texto completo puede consultarse en:
 http://www.coldepsicoanalistas.com.ar/novedad/?id=55

Es preciso hacer alguna aclaración sobre el valor de este documento. No se trata de reivindicarlo como un acto libertario del paciente contra el totalitarismo del encuadre, como sugiere Sartre, porque desde otro punto de vista todo el registro podría leerse como un pasaje al acto de A., que ya había dado muestras de una seria inestabilidad psíquica.

La entrevista gira alrededor de los reproches que le hace a su antiguo analista de “haberle llenado la cabeza durante años”, de haber interpretado hasta el agotamiento su complejo de castración y de no haber nunca asumido su “responsabilidad” como terapeuta. Le dice: “de sesión en sesión arrastra a sus víctimas con el problema del padre”…”usted abusa…”. “Tiene que rendirme cuentas” exige.

Las intervenciones del D. X. están básicamente referidas a la presencia del grabador: “¡se acabó con el magnetófono!... o retira ese magnetófono o no diré nada más… Ud. es peligroso porque niega la realidad…Ud. tiene su magnetófono…”

“Dr. X. — Pues bien. Estoy en mi derecho de no hablar ante un magnetófono.
A. — Está en su derecho, naturalmente, y no se olvida de decirlo; gracias... Se siente acusado y habla como un americano que no hablará más que en presencia de su abogado... ¡Siéntese!”

La entrevista va subiendo de tono al punto que el Dr. X. intenta llamar a la policía. Insiste en acusar a su ex paciente de “violencia física” por el hecho de tener el magnetófono. Finalmente la situación se sale de cauce y el analista termina pidiendo socorro a los gritos. Les propongo escuchar este pasaje de la grabación disponible en Internet, para percibir el clima emocional del momento:

https://youtu.be/0DjMh7jhSyI?t=4m28s

Este diálogo, dice Sartre, “...saca a luz…la irrupción del sujeto en el gabinete analítico”. Terrible evidencia, si para eso es preciso llegar a tales extremos. ¿Acaso este destino del vínculo transferencial no es resultado de un proceso? ¿En qué medida el analista es también responsable de un acto como el de A? A. piensa que su responsabilidad es total y le exige rendición de cuentas.

El recurso que utiliza es la inversión de la relación de largos años de sumisión a las interpretaciones de su analista. Largos años donde el sujeto no entraba en escena. Ahora es él quien tiene el poder, de decir, de reclamar, de exigir una respuesta responsable, tal vez de encontrar en el Dr. X un sujeto también, no sólo la fría fachada profesional escudada en sus teorías. Se instala así una especularidad extrema: “el que lo dice lo es”.

El acto de A. hace estallar los límites del encuadre, dejando en evidencia los resortes en que éste se sostiene, rígidos y frágiles a la vez. Ahora el poder lo tiene A. y el arma que utiliza es el grabador. Allí se refleja, como en un espejo, el poder del analista.

Ahora A. puede gritarle: “¿Quiere dejar de actuar como un niño?” ya que durante años el niño había sido él, infantilizado en la transferencia.

“Si soy peligroso no lo soy para el pequeño Juanito, soy peligroso para el médico, para el médico sádico, no para el pequeño Juanito; éste también ha sufrido bastante; no tengo ganas de pegarle... pero el médico, el psiquiatra, el que ha tomado el lugar del padre, ese, se merece unas patadas en el culo.”

El argumento defensivo del médico es que A. es peligroso porque niega la realidad. A eso Sartre acota: “¿Qué es la realidad cuando el lenguaje analítico, desdoblado, repetido en eco, anónimo, parece haberse vuelto loco?” La locura de la especularidad, dominio de lo imaginario donde la palabra tiene poco lugar.

Ahora bien, el poder de A. está en el magnetófono, que al Dr. X le resulta aterrador. A eso se debe su negativa a mantener un diálogo razonable. Ante el grabador no está dispuesto a hablar.

La insistencia de A. en que el Dr. X. no es capaz de mirar a la gente cara a cara nos pone en la pista: un exceso se tramita en el vínculo transferencial y esa cantidad excesiva y no asimilada es la voz en su materialidad, demasiado real sin la modulación del rostro del interlocutor. Un tiro por elevación al uso del diván -del que Sartre se aprovecha-, pero también un alerta respecto de la impasibilidad y ritualismo del Dr. X. El terror que le tiene al grabador responde a lo mismo; escuchada desde fuera la propia voz siempre tiene un costado siniestro y, además, es una evidencia ante cualquier controversia. Ahora bien, ¿el diálogo psicoanalítico habría sido otro off the record? La “violencia física” que alega el Dr. X. es la presencia del grabador, testigo intolerable en manos de A. No sabemos si él mismo utilizaba un grabador con sus pacientes.

El final de la historia vuelve las cosas a su sitio: A. será internado por indicación del Dr. X. La publicación es su revancha.

Hay que considerar el contexto histórico: en una sorprendente coincidencia temporal, sólo unos pocos días antes de la carta de A., Lacan había pronunciado la famosa alocución titulada “Proposición del 9 de octubre sobre el analista de la Escuela”, donde establecía los mecanismos de autoridad en la institución que había fundado 3 años antes. Volveremos luego sobre ella. También en ese año apareció el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. La antipsiquiatría estaba en pleno auge en Gran Bretaña y en Trieste, el Che acababa de ser asesinado en Bolivia, estamos a unos pocos meses de las jornadas de mayo del 68. Se vivía un clima tórrido de debate intelectual y político y el psicoanálisis estaba en el centro de muchas polémicas.

En la redacción de “Les temps modernes” convivían Sartre y Pontalis entre otros. Sartre reconoció que el texto en cuestión había “dividido profundamente” a la redacción. Mientras él se consideraba un compañero de ruta crítico del psicoanálisis, Pontalis y Pingaud opinaron que la publicación contribuiría a desacreditar la práctica analítica. Así es que “El hombre del magnetófono” se convirtió en proyectil en ese campo de batalla.

No obstante, algunas afirmaciones del filósofo son más que pertinentes: “La inversión de la praxis demuestra claramente que la relación analítica es violenta en sí misma” (pág. 82).

Tal vez por razones algo diferentes, no podemos dejar de coincidir. La asimetría, marcada por el amor, como en Freud o por el saber y su “sujeto supuesto”, como en Lacan, el poder sugestivo de la palabra del analista en transferencia tiene un corazón de violencia. Recordamos la atención con que Ferenczi se ocupó de ella. La distinción que hace Piera Aulagnier entre violencia primaria y secundaria es una herramienta útil para pensar este punto.

Este material también fue objeto de una alusión de Deleuze y Guattari en “El antiedipo”, argumentando contra el totalitarismo edipizante:  “En el frontón del gabinete está escrito: deja tus máquinas deseantes en la puerta, abandona tus máquinas huérfanas y célibes, tu magnetofón y tu bici, entra y déjate edipizar” (pág. 61).

Incluso había corrido el rumor de que el analista en cuestión no era van Nypelseer sino el propio Lacan, lo que se demostró totalmente falso. Sencillamente se trató de un intento de desprestigiar completamente al psicoanálisis, en particular al movimiento lacaniano.

Como se ve, el texto en cuestión tuvo en su momento notable repercusión en el ambiente intelectual francés de la época.


3.

Volvamos ahora a la Proposición de Lacan para la Escuela Freudiana de Paris. Creo que puede echar alguna luz sobre el vínculo entre las dos situaciones que venimos comentando.

El texto establece, entre otras cosas, una serie de mecanismos para la formación y la autorización de los analistas de la escuela, como forma de diferenciarse de los que estaban vigentes en las instituciones de la IPA. Sabemos que estos dispositivos también cayeron en los vicios que pretendían conjurar y en definitiva condujeron a la disolución de la Escuela poco antes de la muerte del maestro. No obstante aún hoy algunas instituciones lacanianas preservan los grados y los mecanismos de promoción a ellos que se establecieron entonces. El famoso procedimiento de “el pase”.

Por supuesto, no voy a detenerme en eso, que puede tener algún valor histórico o de reconocimiento parroquial, sino en algunos párrafos que pretenden caracterizar “el horizonte de la subjetividad de época”. Veamos, tratando de sobreponernos al estilo críptico habitual:

Versión oral

“…Se trata del advenimiento, correlativo a la universalización del sujeto procedente de la ciencia, del fenómeno fundamental cuya erupción puso en evidencia el campo de concentración”.
“Quién no ve que el nazismo sólo tuvo aquí el valor de un reactivo precursor”.
“El ascenso de un mundo organizado sobre todas las formas de segregación, a esto se mostró aún más sensible el psicoanálisis, no dejando a ninguno de sus miembros reconocidos en los campos de exterminio”.
“Pues bien: tal es el resorte de la segregación particular en que él mismo se sostiene, en tanto que la I.P.A. se presenta en esa extraterritorialidad científica que hemos acentuado, y que hace de ella algo muy diferente de las asociaciones análogas en título de otras profesiones. Hablando con propiedad, la seguridad obtenida de hallar un recibimiento, una solidaridad, contra la amenaza de los campos que se extiende a uno de sus sectores”.
“El análisis aparece así protegiendo a sus partidarios, por una reducción de los deberes implicados en el deseo del analista”.
“Aquí queremos marcar el horizonte complejo, en el sentido propio del término, sin el cual no se podría configurar la situación del psicoanálisis…”

Y así volvemos a la primera parábola: el campo de concentración. La cuestión que plantea Lacan es cómo definir el territorio de la práctica del análisis y sus instituciones en un mundo marcado por la vigencia del campo de concentración, por la biopolítica y el estado de excepción diríamos hoy con Foucault y Agamben.

Sostiene que las instituciones psicoanalíticas reproducen ese mecanismo segregativo como forma de protección a sus miembros, en una extraterritorialidad que las diferencia de otras asociaciones profesionales, pagando por ello el precio de un grado de renuncia al “deseo del analista”, para Lacan el motor de todo el trabajo y el bien más preciado a defender en la cura. En pocas palabras, el refugio institucional y teórico limita y condiciona seriamente la capacidad analítica de sus miembros. Para protegerse, se segregan. De allí la abundancia de jergas y dialectos, lenguaje muerto, decía Winnicott.

Esta perspectiva permite otra mirada sobre el “diálogo psicoanalítico” que comentamos. Lo que A. pone de manifiesto con su intervención violenta es precisamente el muro de protección que alberga a su analista, construido con su teoría y su encuadre, pero también revela el grado de violencia que ese muro ejerce sobre el sujeto, aplastado una y otra vez por las interpretaciones estereotipadas y “edipizantes”. Tópica paradojal ya que no es decidible quién es prisionero de quién cuando ambos lo son.

La acción de A. con su magnetófono y sus reproches deja traslucir un goce sádico, una satisfacción en la represalia, dejando la angustia y el terror del lado del analista. Si bien, como dice Sartre, la reciprocidad es imposible, cabe inferir que ese goce es el retorno de otro, en este caso del analista, refugiado en su dispositivo y sus rituales durante largos años de tratamiento. “Abusando” del paciente.

Es en este punto donde volvemos a una preocupación de otros momentos de nuestras sesiones de los jueves (En el Colegio de Psicoanalistas, nota del E.) Neutralidad y abstinencia en su relación problemática, encuentran aquí su lugar.

Cabe preguntarnos, entonces ¿a casi cincuenta años de que Lacan pronunciara estas afirmaciones, mantienen aún su vigencia? En lo que respecta al mundo en que vivimos, no cabe duda, la actual crisis migratoria, la segregación de masas enormes de seres humanos reducidos a la miseria y el desamparo, da testimonio suficiente de ello.

En cuanto a las instituciones psicoanalíticas la cosa es un poco diferente. Ya no hay, como entonces, monopolios. La proletarización de la práctica, la guerrilla teórico práctica y la lucha por los cacicazgos, formas minúsculas del poder, han hecho estallar el campo analítico en múltiples agrupamientos, que, si bien el intercambio entre ellos no resulta fácil, ofrecen una diversidad de perspectivas que, ante la carencia de grandes pensadores, permiten, en los intersticios, que el análisis no sucumba. La nave va…Navegar es preciso…

Acaso esta matriz segregativa sea una de las resistencias al psicoanálisis de nuestra contemporaneidad, pero esa misma matriz es una de las más fuertes resistencias “del” psicoanálisis contra sí mismo.


 
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Notas
 
[1] Amon Leopold Göth, también escrito Goeth (Viena, 11 de diciembre de 1908 – Cracovia, 13 de septiembre de 1946), fue un oficial austríaco de las SS y comandante del campo de concentración de Plaszow en la Polonia ocupada por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el fin del conflicto, fue juzgado como criminal de guerra en Cracovia por el Tribunal Supremo Nacional de Polonia y declarado culpable de ordenar el encarcelamiento, la tortura y el asesinato de numerosas personas. También fue encontrado culpable de homicidio, la primera condena de este tipo en un juicio por crímenes de guerra, por «matar, mutilar y torturar a un gran número, no aclarado, de personas».1 Fue ejecutado en la horca el 13 de septiembre de 1946 cerca del campo de Plaszow que él dirigió. Amon Göth es recreado como el villano principal de la aclamada película de Steven Spielberg La lista de Schindler (1993), en la que lo interpreta el actor Ralph Fiennes.
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