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El erotismo
Por Lou Andreas-Salomé *
 
 

Es divertido ver como el tema de lo erótico se trata de una forma enteramente maternal. Con todo, esa actitud del ánimo en el arrebato amoroso encierra muchas cosas – arrebato como el síntoma más claro de la embriaguez al que no le queda más evasiva que escurrirse hacia el terreno romántico o infundir sospechas como algo patológico. Ese punto angular en toda su historia las más de las veces tan sólo se roza como si el bufón, que aquí satiriza nuestra comprensión, dejara él mismo de tomar en serio papel. Por lo general se contentan con examinar con lupa la sexualidad tal como se muestra localizada en los profundos centros cerebrales, y luego se le adjunta el material sentimental de tipo no erótico que, gracias y loor sean dados a Dios, constantemente lo acompaña, lo mismo que la buena voluntad, la bondad, la amistad, la conciencia del deber y demás. Todo ello no se conjunta en una valoración siempre creciente, sino que, por lo contrario el amor, como una planta de utilidad social, es siempre un obstáculo en el camino.

Siempre hay algo muy humano que se queda vacío en la experiencia sexual, si la locura humana es desechada como quantité négligleable. En las alocadas extravagancias de los amantes de todos los tiempos y pueblos se nos combina todo el material de todo cuanto el hombre, gracias a su febril intelecto, ha hecho del sexo, y nos atrapa tanto si lo consideramos románticamente como con un interés médico y distanciado.
[…]

No es infrecuente que en todo el comportamiento de los amantes, en su reciprocidad, se muestre algo de esta pretensión de revelarse, abrirse, hacerse visible al otro, y – ya sin pose ni intencionadamente – se cierra la entrada al mundo de los propios sueños. Ciertas cosas, las más hermosas, tan sólo se pueden vivir estilizadas, no realísticamente, en su propio ser; como por ejemplo una eufórica plenitud poética tan sólo puede abordarse de una forma mesurada: con respetuoso anhelo de belleza y guardando mayor contención que nunca, con mayor reserva que nunca, en una unión de seres completamente nueva.

En esa actuación creadora de ilusiones la mutua influencia en la unión amorosa suele crear mejores ocasiones que una real independencia, pues el otro se queda ahí, con nosotros “fuera”, fuera de nosotros, únicamente rozando fructíferamente el ámbito de nuestro ser, que forma que así, desde ese punto se adentra uno en el mundo restante, se erige en el propio punto de enlace con la vida, ese aspecto exterior de las cosas que nunca puede captarse de otro modo; se nos convierte en el medio en el que se nos despliega y habla la vida, donde nuestra alma halla las voces y los acentos oportunos.

[…]

Y por eso teme uno también el ocaso de un arrebato amoroso a medida que el mutuo conocimiento va ahondándose, pues entonces todo auténtico arrebato se torna en un afán investigador que desestabiliza espíritu y sentidos. De ahí todo trato con el otro que nazca meramente de la curiosidad de saber cómo es realmente, incluso cuando las suposiciones se han visto cumplidas ahondando y afirmando así la unión en todos los sentidos, puede convertirse en una fuerte decepción en algunos casos precisamente cuando se agota y reduce el campo de juego para tratar al otro de una forma poética, creativa y lúdica. Pequeñas menudencias que otrora fueron un encanto, que por sus mismos rasgos fascinaban y enardecían, pueden ahora dejarnos indiferentes, o lo que es más, irritarnos y nos recuerdan el hecho de ese extraño mundo que otrora excitaba nuestros nervios y ahora se nos queda ahí como algo extraño.

(*) Fragmentos de El Erotismo, Hesperus, Barcelona, 1998.

 
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