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"El ensueño". Foto: Manuel Álvarez Bravo
"El ensueño". Autor: Manuel Álvarez Bravo
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Antígona frente al muro
Una mirada sobre “El árbol de lima”
Por Maximiliano González Jewkes
maxigonje@yahoo.com.ar
 

“…mirad lo que he de sufrir, y por obra de hombres. Y todo, por haber respetado la piedad”. Antígona, Sófocles


Título original: Etz Limon. Director: Eran Riklis. Productor: Eran Riklis. Distribución: IFC Films. Guión: Eran Riklis. Cinematografía: Reiner Klusmann. Música: Habib Shehadeh Hanna. Montaje: Tova Asher. Interpretes: Hiam Abbas (Salma Zidane), Ali Suliman (Ziad Daud, Rona Lipaz-Michael (Mira Novan), Ministro de Defensa Novan (Doron Tavory). Duración: 106 minutos. País: Israel, Alemania, Francia. Año: 2008. Género: Drama.

Salma es una mujer palestina, viuda, de 45 años de edad que, desde siempre, ha trabajado y preservado su herencia familiar. Entre otros bienes posee unos limoneros que han sido cultivados por su padre y que desea conservar. Ella vive en la conflictiva región de Cisjordania, su vivienda se encuentra en el límite con el Estado de Israel. El ministro de Seguridad de ese país, ha decidido mudarse justo frente a la casa de Salma y, por razones de seguridad, el gobierno envía a cortar sus limoneros para levantar, justo en el medio, el muro que separará Israel de Cisjordania, cercenando así tanto la propiedad de la mujer como parte de su historia.

Según el ministerio de Seguridad, según su lógica, los limoneros constituyen un verdadero peligro de Estado; sin embargo, Salma asegura que jamás ha habido un ataque desde esa zona hacia Israel; de hecho los israelíes no logran probar que se trate efectivamente de una “zona peligrosa”. De todos modos, no es escuchada por su condición de “enemiga”. La seguridad del ministro y su accionar supone el avasallamiento de los derechos palestinos. Inclusive el Estado de Israel cuenta con esos risibles juicios en los que se nota la paranoia que justifica sus procedimientos de intimidación. El Estado considera que una indemnización puede subsanar el sentimiento de pertenencia de una persona o el peso de una tradición y una cultura.

El árbol de lima es un estudio en profundidad de la vida de un alto funcionario israelí, de su modus vivendi, repleto de compromisos y asediado por su cargo que pesa inclusive cada vez más en su mujer Mira, quien, poco a poco, va sintiendo que su nueva casa se ha convertido en una prisión de lujo, así como de la vida de los palestinos; y por el otro, de la vida de los palestinos como ciudadanos de segunda, raleados por un Estado que los mira siempre con desconfianza, mirada que los deja prisioneros del otro lado de las arbitrarias decisiones que barren con sus más elementales derechos.

Al principio da la sensación de que estamos frente a otro film de denuncia de las prácticas del Estado de Israel, pero no es así: hacia la segunda mitad, la película produce un viraje y muestra que el problema es más hondo, acaso más ancestral. Durante la primera media hora enfrentamos dos mundos diferentes con culturas claramente contrapuestas: la israelí que se ha occidentalizado y tecnificado, en la que el consumo y el lujo ocupan un lugar esencial, y la palestina que sigue más cerca de sus viejas tradiciones.

El acercamiento entre ambos mundos va a producirse a través de las mujeres y entonces, de repente, nos damos cuenta de que no se trata de una película sobre judíos y palestinos, sino más bien de la tensión entre el orbe masculino y el femenino. Los hombres levantan muros y buscan, mediante el ejercicio del poder, separar lo judío de lo palestino; así lo hace el ministro de Seguridad. Así también es condicionada Salma por los mismos hombres de su comunidad, quienes vigilan que continúe con su luto riguroso de mujer viuda. Las mujeres, en secreto, en la intimidad buscan vasos comunicantes, formas de quebrantar esa separación. Salma viola sistemáticamente la prohibición de ingresar a su limonar, Mira descubre el drama de Salma, poco a poco la va comprendiendo e intenta, en dos oportunidades, acercarse a ella y dialogar. En un mundo lleno de decretos y leyes masculinas se desliza esta secreta forma de comprensión femenina que va a quebrantar esas leyes.

A su vez, Salma se siente impulsada a aceptar la relación que le propone su abogado -Ziad Naud, más joven que ella- aunque siempre dentro de un conflicto permanente entre su propio deseo y los mandatos culturales que la condicionan.
El joven abogado representa, dentro de esta trama, el acercamiento al orbe femenino por parte de un hombre que es capaz de comprender el drama de la protagonista. Asimismo, la jueza israelí -que no da lugar a las peticiones de Salma- forma parte del orbe masculino, cargado de leyes absurdas e implacables. No es que la película se desentienda del conflicto político sino, más bien, que decide abordarlo desde otro sistema de pensamiento, más antropológico quizás que partidario, alejándose de las recetas seguras de un cine abiertamente político.

El árbol de lima constituiría, en este sentido, una actualización de la tragedia de Antígona, puesto que Salma resiste los decretos que le prohíben trasponer el umbral de su casa rumbo al limonar, como resiste también todo el sistema legal israelí que la somete a una prohibición absurda. Hay en los primeros planos de su rostro un temple que puede ser pensado como la idea de sostén en una actitud resistente; la cámara comenta su valentía silenciosa mediante la presentación de su semblante tenso, pero que no ha perdido el propio control. Es Antígona por el hecho de que involucra también la vida del ministro de defensa Novan, a través de su mujer Mira quien, una vez que toma conciencia de su situación, abandona a su marido, conciente ya de su condición de prisionera de lujo, del mismo modo que el decreto de muerte de Creonte lo involucra, sin él saberlo, dado que su hijo Hemón, enamorado de Antígona, se suicida al enterarse de que su padre ha decidido condenarla a muerte. También se conecta con la tragedia de Sófocles en su reflexión acerca del funcionamiento legal y de cómo las leyes arbitrarias, abusivas y que dimanan de un poder ciego, terminan volviéndose en contra de quien las ha promulgado. Quizás en nuestros días es en Palestina donde más claramente se pueden encontrar estas manifestaciones de un poder absoluto avasallador y que, extrañándola radicalmente, no contempla ya la humanidad del semejante.

Eran Riklis, el director israelí del film, toma una posición más humana que política, evitando adentrarse en temas controversiales sobre los que la gente ya está cansada de leer en la prensa. Su posición, sin dejar de ser crítica, no se enrola en ninguna visión programática, elige mostrar antes que demostrar.

Pareciera ser que la reserva, en cuanto a la comprensión profunda de lo humano, estaría en el orbe de lo femenino puesto que son las mujeres quienes recuerdan siempre que, por encima de toda ley histórica, existe una ley natural que supera cualquier otra: esa ley habla siempre de la condición humana. Y es justamente lo humano lo que se encuentra en franco retroceso dentro el modelo globalizado. En la película, esa ley aparece enunciada con referencia al limonar:

“El árbol es como un ser humano, no hay que tocarle ni un pelo”.

 
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