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Autor: André Kertész
  Autor: André Kertész
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Ponencia en el marco del II Encuentro sobre Diversidad
Cultural [1]
Por Silvia Bleichmar
Doctora en Psicoanálisis. Profesora en diversas universidades nacionales y del exterior. Ha colaborado con publicaciones nacionales y extranjeras con artículos científicos y ensayos de actualidad. Sus principales libros son “En los orígenes del Sujeto Psíquico”, “La Fundación de lo Inconsciente”, “Clínica Psicoanalítica y Neogenésis” y “Dolor País”.
 

Quiero empezar diciendo que la preocupación por la identidad corresponde básicamente al siglo XX, dado que no era un tema abordado previamente, que está vinculada centralmente a la cuestión relativa a las luchas anticoloniales. Fue entonces que toda la conceptualización antropológica y sociológica del siglo XX se relaciona con esta cuestión que se reactiva hoy en función de una globalización que está propuesta como una forma de reparto del poder en el mundo, con subordinaciones de los estados más débiles. El tema se replantea en la medida en que la cuestión hoy es mucho más sutil pero al mismo tiempo es mucho más eficaz, indudablemente, por las formas mistificadas que asume. Es por ello que el problema de la identidad y el problema de la subjetividad van juntos.

Me parece muy interesante lo que planteó Aníbal Ford, cuando señaló que en lugar de hablar de industrias culturales habría que hablar de lo simbólico, en la medida que son industrias productoras de subjetividad. En este tema me quiero detener. La identidad en el ser humano se constituye de igual manera que en los pueblos, de una forma similar en la medida que la identidad es algo del orden de la subjetividad aunque sea compartida. En primer lugar se produce como una negación determinada: a partir de que sé lo que no soy afirmo lo que soy; así surgen los estados y así se produce en los niños desde muy pequeños cuando el niño se puede oponer al deseo de la madre y empieza a constituirse como una negación. Hay personas a las que este proceso les dura toda la vida, y llegan a saber lo que quieren a través de lo que quiere el otro. Hay un segundo tiempo de una afirmación diferenciada que es el pasaje al ‘sí’, cuando se puede afirmar sobre lo que se quiere, por ejemplo el ‘sí quiero’: “¿Querés polenta?”, “Sí”. La afirmación implica una discriminación, a partir de la cual existe un pasaje a la búsqueda de un modelo de la identidad. Este tercer tiempo es el último como afirmación del ser mismo, con procesos muy complejos en los cuales se van definiendo convicciones acerca de la propia existencia, del mismo modo que se definen las convicciones de los pueblos sobre su propia existencia.

Yo tengo la impresión de que nuestro país, la Argentina, durante los años de su organización nacional desarrolló una identidad negativa que lamentablemente no se definía por los vecinos, no se definía por los grandes centros de poder, sino que se definía porque los argentinos éramos los no bolivianos, los no brasileños, los no peruanos, los no paraguayos, los no latinoamericanos en última instancia. Nos considerábamos europeos desarraigados geográficamente, con lo cual se nos vino nuestro destino geográfico encima, al formar parte de un continente totalmente devastado.

De manera que esta cuestión de la cultura como formadora de identidad tiene que ver también con la subjetividad como un producto de cultura, y en esto la subjetividad no es simplemente algo del orden de la intimidad. La subjetividad es la forma con la que una sociedad define quiénes son los sujetos que pueden integrarse a ella: hay una producción de subjetividad en Esparta y hay una producción de subjetividad de Argentina del cincuenta. Hoy existe, indudablemente, un conflicto grave en la medida en que han desaparecido los modelos estatales de producción de subjetividad, a partir de la devastación de la salud y de la privatización de las industrias simbólicas. En nuestro país hubo dos grandes proyectos de producción de subjetividad, que están ligados a los dos grandes proyectos educativos y a los dos grandes proyectos de constitución del estado-nación. Son los grandes proyectos de Sarmiento y de Perón, dado que ambos intentan la producción de un sujeto que se integre con ciertos valores, con cierta manera de pensar, que tienden a una suerte de deconstrucción de una subjetividad estatal compartida. Por eso la polémica de 1958, que muchos sectores de la izquierda consideran encubridora de la venta del petróleo, no resulta así. La polémica del 58 es una polémica sobre la producción de subjetividad en la Argentina, es una polémica sobre si el estado va a tener el monopolio de la producción de simbolizaciones compartidas, de identidades compartidas o si no lo va a tener. Recrea las viejas polémicas desatadas entre la iglesia y el estado por la producción de subjetividad, con lo cual va aunando el ángulo de vista de la identidad nacional a la deconstrucción de un proceso de subjetividad que también se manifiesta en la expropiación de la riqueza nacional.

Esto es lo que ha caracterizado nuestra historia en estos últimos años. Me resultó muy impresionante cuando escuchaba a Jorge Tartarini plantear la pregunta de cómo hacer de la diferencia una oportunidad. Es muy interesante porque nuestro problema hoy es cómo se vienen planteando procesos de una construcción de la identidad nacional severos, durante años, que hoy son revisados. Por ejemplo, esto se manifiesta muy claramente en que por primera vez en Argentina los símbolos patrios ya no son patrimonio de la derecha más reaccionaria. Por primera vez los sectores populares, nosotros mismos, sentimos deseos de apropiarnos de los símbolos patrios. Es por eso que hay una enorme circulación en el arte, inclusive la forma con la que Charly García hizo el himno es una forma de apropiación de los símbolos, en una nueva etapa de un país. Otro ejemplo son las formas con las que aparecen la pintura y la literatura en el rescate de la historia y de la identidad. Hay una fuerte propuesta, hoy, de lectura de los textos históricos que es un intento de apropiación de una historia que quedó acartonada, como una historia producida y no como una historia en circulación. Hace algún tiempo, una maestra me preguntó, en Córdoba, cómo debíamos proceder para que los niños puedan entender que San Martín y Moreno no son figuras de bronce. Le respondí a los niños, explicándoles que la nuestra es una historia inconclusa y que ellos son los futuros San Martín y Moreno de la Patria, y que nosotros hemos heredado una historia que ha quedado cancelada en muchos puntos, de deconstrucciones severas de la subjetividad y de la simbolización.

La década del noventa fue un momento culminante de alienación y de deconstrucción de la identidad, que contribuyó a la pérdida de la identidad con la ilusión de ser primer mundo. Un escritor dice que la desilusión es el sobreprecio acumulado del autoengaño. Esta es una frase extraordinaria, porque uno no se desilusiona de nada que no se haya mentido a si mismo. No es verdad que el otro nos desilusiona, nos desilusiona lo que creímos del otro. Una de las cosas que ocurrió en la Argentina es que el proceso de pauperización ha llevado a niveles importantes de subjetividad y de identificación. El ser humano tiene dos grandes necesidades: mantener su auto-conservación biológica, las representaciones que tiene de su propia existencia, y la auto-preservación simbólica. En general, cotidianamente, no nos damos cuenta porque podemos seguir siendo quienes éramos por parecer vivos. Pero éste no es el caso de las situaciones extremas de la historia. Por ejemplo, en la época de la represión del terrorismo de estado había que renunciar a la vida para seguir siendo o renunciar a lo que se era. En la literatura de la segunda guerra mundial aparecen estas opciones que plantean que la existencia, como forma de vida lógica, tiene carriles que no sólo se recubren, sino que en muchos casos se enfrentan.

Todo esto es muy interesante por lo que pasó muchos años en la Argentina donde, a partir de la crisis y de la pauperización, tuvieron lugar otros intentos de transformar una enorme cantidad de argentinos en sujetos biológicos definidos por la auto-conservación del organismo. En el debate sobre la educación, esto se expresó en la polémica en torno a si las escuelas tenían que dar de comer o tenían que enseñar. La primera opción suponía, en última instancia, mantener el cuerpo biológico a costa de rifar totalmente el futuro, de condenar al país a no poder nunca más tener mentes científicas. Porque las mentes que sí se producían, estaban recluidas en lugares que eran atípicos respecto del país: eran escuelas donde no se construía identidad, sino lugares de paso. La única salida posible entonces era precisamente la salida del país, con lo cual quedó extinguida la posibilidad de producción de las simbolizaciones dentro de la identidad y la posibilidad de preservación de las identidades.

Esto es muy interesante porque las críticas que se hicieron sobre lo que la gente pedía podían conducir desde una biopolítica a un proceso de desintegración subjetiva. Por ejemplo, recuerdo una historia que, como en la picaresca española por la que tengo una gran simpatía, muestra que existe una forma de empleo del talento nacional para la supervivencia simbólica y biológica. En la anécdota, una vecina recorre el barrio contando que tiene un hijo epiléptico y un marido desempleado. Todas mentiras, pero también verdades, porque en última instancia hay verdad en su desprotección y en sus carencias. Una vez que le dan la moneda ella va y se compra dos medialunas y se las come. Me parece que este es un acto de resistencia cultural. La gente se enoja porque piensa que debería comer pan. Pero, para la vecina, comer medialunas es un intento de seguir siendo quien era.

Cuando tomamos, entonces, la cuestión de la identidad, ésta es pertenencia. Por un lado es la conciencia de la propia existencia, y la propia existencia se constituye sobre enunciados que dan cómo un sujeto o un pueblo se siente posicionado ante sí mismo. Esto es muy importante porque, en el debate acerca de la constitución de la subjetividad, aparece la pregunta que realiza Silvia Fajre sobre cuáles son los soportes identitarios con los que se construye en un país la identidad. Del mismo modo que hay que preguntarse cuáles son los soportes identitarios acumulativos que hacen que un ser humano pueda sentirse parte de éste. Cuando se hablaba en esta mesa de la forma en la cual el patrimonio público es desconocido por los habitantes de este país no hay que perder de vista que quien desconoce ese patrimonio no se siente dueño de ese espacio, ni se siente dueño de su historia. A mi me impactó mucho cuando los marginales ocuparon la Plaza de Mayo y la destruyeron. Yo pienso que lo terrible del caso no es que destruyeran la Plaza de Mayo, sino que esa gente fue a repudiar una Plaza que siente que no es propia y por eso la destruye. La depredación es parte de una expulsión, no de la pertenencia geográfica, sino de la pertenencia representacional a un lugar.

Aníbal Ford habló de los modos globalizados de la pertenencia y Gilda Waldman traía lo de la sociedad líquida de Bauman. Yo recuerdo algunas frases de la publicidad, como “Pertenecer tiene sus privilegios”, de una tarjeta de crédito, o la que decía “Esta es la única Visa que necesita para estar en la Argentina”. Estas publicidades son realmente pavorosas porque la imagen que muestran es que nosotros no somos un país sino un lugar que se puede adquirir con la tarjeta que permite una pertenencia. Son tarjetas que no tienen identidad nacional, sino poder adquisitivo.

Para retomar cuestiones relativas a la identidad y la diversidad, quiero volver sobre la polémica entre diferencia y diversidad. Es importante tener en cuenta que la diversidad es presentada a veces como una actitud políticamente correcta, a partir de la cual somos todos iguales. Esto es mentira porque el reconocimiento de la diferencia social y económica implica ver quien tiene más. Recuerdo una frase de una adolescente que me impactó brutalmente cuando me señaló algo realmente escandaloso: “Yo cuando un pobre me pide dinero, aunque no le dé lo miro a los ojos, porque no hay que desconocerlo”. No podía creer lo que estaba oyendo porque era de un nivel tan perverso del desconocimiento de la realidad del otro que indicaba una homologación de la diversidad y su reconocimiento. Que es en realidad como los americanos plantean el tema de forma políticamente correcta. Esto es una gran mentira; en última instancia, es una forma hipócrita de reconocer que somos iguales y de no reconocernos en nuestras diferencias. Yo creo que uno de los temas que se está planteando es la relación entre alteridad y responsabilidad. La alteridad no es solamente el reconocimiento del derecho ontológico a la existencia del otro sino también el deber de proveer los medios para que pueda realizarla. El reconocimiento a la alteridad no implica que yo reconozco que hay otro que pueda existir, sino que yo reconozco que tengo que proveerle los medios para ayudarlo a que exista. Hemos tenido formas de recomposición muy notables en la sociedad Argentina. Por ejemplo, las formas en que se planteó el debate sobre educación, los módulos de resistencia cultural más diversos y las nuevas formas de organización de los marginales que son formas de reidentificación. También las formas de la constitución del piquete son formas de reidentificación: los piqueteros son de alguna manera una forma de identidad. Porque el movimiento piquetero rescata gente que ha quedado absolutamente suelta, sin ninguna posibilidad de tener ningún anclaje en ningún sector. Esto es muy interesante porque alude a intentos de resubjetivación espontáneos y a formas de construcción. Lo mismo pasa con las cooperativas cartoneras. Se pueden discutir las formas que toman estos movimientos, pero indudablemente no podrían tener formas maravillosas en un estado que ha sido corrupto desde la raíz misma. No se le puede pedir a la gente que sea sana y honesta como si fueran socialistas franceses del año 18, cuando nosotros venimos de tener el “menemato”, de tener una dictadura, de un proceso de destrucción de la moral. En este sentido, creo que uno de los riesgos más serios que corre la sociedad Argentina es que, si bien se han dado pasos importantes en el reconocimiento de identidades compartidas, en formas nuevas de autopensarnos, al mismo tiempo se están redefiniendo los universos internos del universal de lo humano o de lo no humano. Hay una parte muy importante del país, no numéricamente pero sí con poder y con presión, que está pidiendo que se redefina el universo del semejante y que, de una vez por todas, se avance con el país que quedó parado, y se acabe con los escollos y los escombros que quedaron de la época de la convertibilidad. Estos escollos aparecen metaforizados en el corte de las rutas y de las calles, porque el país no puede pasar para avanzar rápidamente.

No voy a terminar de exponer sin decir que nuestro problema central, en el marco de la globalización, es redefinir el problema de la diversidad pero con el reconocimiento a la diferencia. Este reconocimiento a la diferencia tiene que ser para plantarnos como los países pobres frente a los países ricos, para reconocer que hay clivajes nuevos en el mundo, como señaló Gilda Waldman retomando a Bauman, como los de quienes se mueven por los aeropuertos provistos de elementos que les permiten estar en contacto con otros seres humanos, y cuya identidad está dada por una pertenencia simbólica a un cierto grupo económico. Pero que hay una enorme cantidad de argentinos, de brasileños, de gente de este mundo que está en proceso de deconstrucción de subjetividad.

La imagen de la pérdida de la identidad en el exterior vuelve constantemente con un rebote y consolida nuestra identidad interior, pero falta que ahora se plasme en un proyecto que pueda acoger este deseo. Nuestro gran problema como país hoy es la distancia entre nuestro deseo de permanecer acá y el de un país que nos acoja y que no nos expulse periódicamente. Muchas Gracias.

 
 
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Notas
 
[1] Las Industrias Culturales en la Globalización, II Encuentro Internacional sobre Diversidad Cultural , organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad, Buenos Aires, 9 al 11 de septiembre de 2004.
 
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