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Clínica
Efectos subjetivos de la decadencia del Otro
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 

“Los del sótano se reúnen donde pueden. A menudo en la calle, el espacio más democrático, como los Occupy Wall Street, los indignados de Grecia y España, y los rebeldes de El Cairo. No lo hacen en torno a un programa sino a un plan de acción. Y, claro, son desordenados, hablan a la vez y a borbotones.”
Raúl Zibechi (Izquierda social e izquierda política, Diario La Jornada, 27 de enero de 2012)

“No sé qué decirte … me veo gorda … no me gusta … me agarra una cosa … no sé qué decirte … “

“¡Yo qué sé! Juego con los jueguitos,  me cuelgo así… Me dan ganas de fumarme un porro”
(Frases sueltas, en consulta)


Los indignos se indignan

“Los del sótano” son los que han sido designados como indignos de hecho, pues fueron desalojados, desahuciados, convertidos en no merecedores de ocupar ningún lugar en la sociedad. Sin embargo, muchos de ellos pudieron ir más allá de la naturalización de su ser indignos a causa de la exclusión. El sentimiento de indignación ha sido un pasaporte, parece, para juntarse y salir del “sótano”, incluso para darse un nombre a partir de ese sentimiento  e imaginar nuevos horizontes.

Entonces, vemos florecer -en esta cultura de orfandad-  movimientos autonómicos, horizontales, diversos y territoriales que comienzan en Seattle, en 1999 y llegan a las plazas europeas de los Indignados. Sus integrantes descreen de los liderazgos; menosprecian la representatividad; luchan por una democracia directa, participativa. Se organizan localmente, y se proyectan globalmente. Dicen tanto: “Nuestros sueños no caben en sus urnas” como “Para todos, todo”, o “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, así como proclaman “Democracia Real Ya” y todo ello constituye su doctrina y su programa. No se nuclean -ni aspiran a hacerlo- en torno a una organización única y permanente que los albergue. Surgen de a miles, se movilizan, se repliegan, arman redes, intentan emprendimientos productivos, ensayan. También, de pronto, se mantienen en silencio hasta el siguiente grito. Esperan de sus pares en la calle más que de nadie. Los conocemos en su creatividad, nos sorprenden cada vez.

En Argentina, así como en muchos países latinoamericanos que sufren expoliación de sus recursos naturales, estas características están presentes en las Asambleas que nacen, y crecen sin cesar, desde la Cordillera hasta el llano. Son vecinos indignados, también, por lo que consideran un ataque -a sus territorios, su salud y su forma de vida- por parte de corporaciones que amenazan con emprendimientos insalubres la tierra, el agua y el aire. La evolución de estas Asambleas -la negativa a ampararse en partidos políticos, la forma creativa que toman sus producciones, su alianza con expresiones artísticas de diferente tipo- y de sus consignas son expresiones que merecen la mayor atención pues  nos confrontan con formas inéditas de sociabilidad y de ejercicio de la solidaridad. [1]


Los que no se indignan

Asimismo, creemos que esta cultura es caldo de cultivo para ciertos rasgos subjetivos que se ponen en evidencia en las consultas que recibimos y que también tienen que ver con una clase de desalojo: el desalojo de la singularidad bajo el empuje a la uniformidad. Ser es ser según el mercado lo indique. Algunos de estos rasgos son: no esperar nada de ningún Otro y –muy frecuentemente- no apostar ni al saber ni a la verdad; querer que eliminemos su malestar, querer que sea ya y con el menor costo posible; tener lazos flojos con los otros; estar aislados, referidos a contactos más virtuales que reales aunque éstos sean  presenciales; padecer, sin saberlo, de una pobreza simbólica notable. [2]

Desde una apreciación metapsicológica, diríamos -para sintetizar, para tomar sólo un dato- que, en ellos, el tener el objeto, el gozar del mismo,  está plenamente instalado en el lugar de su Ideal. Son los objetos  que el mercado ofrece y que el sujeto, seducido, toma, según sintonicen con su novela fantasmática. Para plantearlo un poco brutalmente, asistimos a la posibilidad de que alguien mate por un par de zapatillas, ya no por una causa. La marca, en este caso, está llamada a dar el ser en medio de una sensación generalizada de vacío, propia del desfallecimiento del sentido, del fracaso de los semblantes del amor, de todo lo que, incluso en la modernidad, podía vestir el profundo “dolor de existir” de los humanos. Es sobre este fondo y según los íntimos recursos de cada quien -las llamadas series complementarias en las que considero lo “actual” en el marco de este malestar de época- que encontramos distintos tipos de obturación, de solución sintomática a la presión social hacia el goce instantáneo del objeto, en soledad. [3]


Algunos contrastes

No se trata de una oposición maniquea entre los efectos de la cultura de la decadencia del Otro.  Me interesa indagar acerca de los contrastes que, en las subjetividades actuales, expresan –de modo particular y distintivo- estilos de respuesta al desalojo de la morada del Otro. No olvidemos que siempre está en juego, además y en un lugar central, una elección subjetiva.  
Los primeros, los Indignados de las plazas, por ejemplo, presentan colectivamente una demanda de cambio que es -a la vez- denuncia: el Rey está desnudo. Sólo es preciso estar dispuesto a tolerar verlo. Ellos quieren encontrar el modo de seguir adelante sin el Rey, dicen “Basta Ya”. La demanda/denuncia no se queda ahí, no aguarda una solución que venga del Otro. Quieren más y mejor, quieren distinto, inventan sobre el fondo de lo que no hay. Es el empuje de la creación, que -en su hora- no le ahorra  angustia al sujeto  sino que, para acontecer, precisa que se la atraviese.

A la vez, muestran que la presión hacia lo instantáneo también los ha marcado. El punto característico es que no se plantean construcciones que, a futuro, desemboquen en cambios sociales. Manifiestan su decepción, no creen en líderes ni en promesas, rehúsan delegar, son protagonistas. Quieren el cambio ahora, recordemos el “Ahora es cuando” de los zapatistas [4]; se organizan de modo de crear circuitos de intercambio de bienes; establecen mínimos acuerdos de legalidad en reuniones asamblearias; prefieren los debates y los consensos a las votaciones; sostienen lazos que les permiten reforzarse entre sí, recordemos la consigna que circula entre ellos: “Tocan a un@ y tocan a tod@s” y sus efectos en relación con los intentos de desalojo y la represión en general.

Asimismo, podemos decir que la forma de su constitución y desarrollo hace de estos movimientos una gran promesa que no tiene, sin embargo, la consistencia que se obtiene en la continuidad que sostiene a otro tipo de organizaciones. No obstante, esta afirmación es más una observación que una objeción. La riqueza de lo que producen es tal que nos hace pensar que estamos asistiendo a un momento de bisagra histórica que podría dar nacimiento a cambios inimaginables. ¿Sería posible esperar cambios que no se asienten en la consistencia -por qué no- sino en algún tipo de liviandad más preparada para lo imprevisto, menos burocrática, más ágil? Quizás la única consistencia de estos movimientos sea, hoy, el compartir un saber acerca de lo que no quieren y el sentirse dueños de inventar a partir de esa única seguridad.

Si consideramos la respuesta a los efectos culturales en su sesgo patológico, nos encontramos con sujetos que insisten, a pesar de su descrédito en el Otro, en erigir en Otro a quienes les prometan un seguro contra la angustia. De ahí que, entre las soluciones obturadoras, proliferen las sectas -con sus certezas- y otras ofertas de aislamiento.[5] Me refiero a sujetos que no llegan angustiados, presentación que merecería un trabajo aparte y un abordaje del que no nos ocuparemos aquí.

La transferencia y su poder es nuestra apuesta; sin embargo, su establecimiento  está hoy menos garantizado que nunca. El sujeto viene a vernos en medio de una especie más de shopping y de zapping que nos pone en la misma vidriera que al que diseña la carta astral, al tarotista, o a cualquiera que le prometa un producto sin fallas. En esa competencia, sin duda, no tenemos las de ganar. No podemos ofrecerle ninguna certeza, no tenemos el objeto que supuestamente lo podría colmar. No tenemos nada si él no puede adjudicárnoslo y él, en general, no nos presupone casi nada. También, entonces, estamos tan desnudos como el Rey. Pero el sujeto, en este caso, carece de recursos para poder -a partir de esa falta- abordar lo nuevo; no puede tolerar la angustia y rehúye todo acercamiento que pudiera provocarla. La falta se viste de degradación y descarte, el analista es un objeto más entre otros.


¿Por qué tendría chance el Psicoanálisis?

Decíamos antes que estos sujetos padecen de un déficit simbólico notable. Nosotros lo invitamos a hablar. Hay una premura en juego con la que tenemos que contar.  Lacan ligaba interpretación y oportunidad, esa calva a la que, paradojalmente, hay que tomar por los pelos. Hoy este lazo ha cobrado mayor importancia aún. Inmerso en el privilegio de lo descartable, al sujeto le basta con poco para actuar. Es el tiempo fugaz que le ahorra el interrogarse, el dudar, todo lo que pueda acercarlo a la angustia.  Así, más que nunca, cuenta el dar pruebas de presencia, bajo el semblante  que uno pueda pesquisar que el sujeto privilegia. Tenemos poco tiempo y hay que estar atento a esos datos.

Decimos que, para que nuestra intervención funcione, necesitamos que la transferencia esté instalada. Actualmente, tenemos que operar rápidamente, dar un signo, para que esto se arme. Sucede en la consulta privada –con estos sujetos a los que rara vez la derivación les imprime un efecto transferencial contundente- y les ocurre, más notablemente, a los analistas que reciben pacientes en instituciones prepagas de salud. En ellas, el privilegio con que el derivador –cuando éste sabe de qué se trata y lo pone en juego- pueda vestir al profesional, no llega como tal ya que el derivador casi nunca es alguien para el que consulta.  

Eric Laurent habló de una cualidad esencial a la interpretación psicoanalítica: que sea “inolvidable”. Que lo sea, aleja a la intervención del analista de toda banalidad, más allá de que un dicho banal pueda ocupar ese lugar especial. Si este anhelo es válido para todo abordaje clínico psicoanalítico, hoy tenemos que tenerlo presente más que nunca. Esta cualidad de inolvidable, está ligada a la posibilidad de la sorpresa, a la aparición de algo nuevo, abierto, que, en estos casos, invita a que el sujeto se asome, conmovido pero –es lo esperable en este punto del encuentro con el analista- no angustiado. No es la sorpresa desestructurante de lo traumático sino de algo que, si bien moviliza, está enunciado desde un lugar descolocado también. No es la intrusión del sabihondo sino el aporte de otro sorprendido también por el hallazgo. Esperamos, incluso, que surja algún alivio, alguna tenue esperanza que empiece a convertirnos en alguien para él. Y, si el encuentro terminara limitándose a una serie de entrevistas, esperamos que su marca le permita volver en otra ocasión. Desde luego, a pesar del cálculo, no deja de haber sorpresa también para el analista y, en ocasiones, la puntería puede fallar.

La sorpresa a la que nos referimos, la que abre el camino de la transferencia, no está en el cálculo de las terapias comportamentales. En sus múltiples variantes, estos tratamientos se manejan con la clasificación, apuntan a eliminar algo que no anda bien, que no anda como debe,  alguno de los trastornos que figuran en el listado del DSM que corresponda. En uno de esos lugares/casilleros el profesional deberá ubicar al consultante para saber qué hacer y qué esperar de él. No hay lugar para sorpresas, todo está previsto. La prisa sí está presente ya que estos tratamientos se agrupan -desde el vamos y por definición-  bajo la modalidad de las terapias breves. Son técnicas que pueden seducir -de entrada- mediante una seguridad en cuanto a su ofrecimiento, sobre todo cuando el objeto medicamentoso está en juego.

La apuesta del Psicoanálisis es, también, dar un lugar, pero –en este caso- al sujeto. Y el sujeto no es homologable al consultante y mucho menos al trastorno. El sujeto es un efecto esperable de la operación misma. Con su aparición aspiramos a su alojamiento en un sitio que no está designado previamente por ningún casillero sino que se construye con sus dichos. Es un lugar simbólico que dignifica al sujeto, en cuanto permite el encuentro con sus significantes -más allá de los modelos homogeneizantes que se le proponen-, el alojamiento bajo sus identificaciones singulares.

Para lograrlo, el analista pone su presencia, su palabra, su maleabilidad para detectar lo que hace falta y para inventar, allí, una respuesta rápida, fresca, despojada de cualquier cliché, que apunte a ese y no sirva para nadie más. No me refiero sólo a la intervención tradicional, de palabra, sino que pienso en cualquier operación pertinente que toma la palabra y que –a la vez- puede incluir un hacer: desde convocar a alguien de la familia a invitar a dibujar o a leer juntos un texto, hasta … etc. Son apuestas a veces lúdicas. Son intervenciones que apuntan al establecimiento de un lazo diferente. Al tener muy clara la meta, dejan la mayor movilidad en cuanto a la elección del instrumento.    En este mismo movimiento de reconocimiento subjetivo y de oferta especial, singular, a medida, está la ventaja del Psicoanálisis, su chance en relación con el inicio de una cura, en tanto es -también- la oportunidad de que el analista pueda ocupar, quizás, para el sujeto, el lugar indicado.

Esperamos más del recorrido de un análisis, mucho más en relación con el avance sobre el goce que hace sufrir y mucho más en cuanto al goce que el sujeto pueda obtener, pero la época nos impone su prisa y contar –de entrada- con ella  es imprescindible. Es operar con esa prisa para crear el espacio propicio al trabajo analítico, a la elaboración en transferencia.  

 
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Notas y Bibliografía
 

[1]Ciari, Germán, Academia a cielo abierto, http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num1/subjetividad-ciari-conflictos-socio-ambientales.php
[2]Oleaga, María Cristina, Desnutrición simbólica y desamparo,
http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num3/subjetividad-oleaga-desnutricion-simbolica-desamparo.php
[3]ranco, Yago, El gran accidente: la destrucción del afecto, http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num3/clinica-franco-destruccion-afecto.php
[4]Rascón Martínez, Gloria Luz, Mujeres indígenas construyendo autonomía,
http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num7/subjetividad-rascon-martinez-mujeres-indigenas-construyendo-autonomia.php
[5]Oleaga, María Cristina, Las sectas, una respuesta posible al malestar del capitalismo globalizado,
http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num1/sociedad-oleaga-secta-capitalismo-globalizado.php


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