El otro
es lugar de afirmación, de identidad, y también
lugar de proyección y de rechazo. Este doble
aspecto marcará muchos de los destinos del lugar
del otro, en calidad de amigo o enemigo. En la medida
en que hay dependencia, en que el otro es imprescindible,
también se genera rechazo. Y la identificación
con el otro marcará la necesidad de su diferenciación.
Esta no siempre es posible en los caminos de elaboración,
y puede llevar a la actuación agresiva.
Freud, en Psicología de las masas y análisis
del yo, advirtió que en la vida anímica
del individuo, el otro cuenta, con total regularidad,
como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo
y, por eso, desde el comienzo mismo la psicología
individual es simultáneamente psicología
social. Este entrelazado de las distintas funciones
del otro con lo individual y lo social habla de lo arduo
de la deconstrucción de ese entramado.
Se rechaza, en la realidad, lo real del otro, en el
que se proyecta el temor de la existencia, lo desconocido,
lo siniestro. Eso abominado, definido por ciertos rasgos,
es una máscara rechazada. La denomino como máscara
por el entrelazamiento de rasgos, por los aspectos míticos,
de ocultación y de encubrimiento, por los aspectos
proyectados. Una máscara puede ser resistida
en determinados momentos e idealizada en otros.
¿Cómo un pueblo llega a rechazar al inmigrante
si ese mismo pueblo, poco tiempo antes, tuvo que migrar
por la miseria y la represión? Puede ser porque
el otro hace presente lo denegado de la propia historia.
Esto que ocurre con el migrante ocurre también
con los afectados por la miseria o el racismo, con el
discapacitado, el refugiado. El otro hace presente el
pasado o el futuro, aquello que aparece como destino
que no puede manejarse. Lo real del otro desmiente todo
ideal de dominación totalitaria, y también
por esto el otro debe ser negado, forcluido, desmentido,
eliminado.
¿Por qué tanta intensidad del otro? El
poeta Arthur Rimbaud escribió que “yo es
otro”. El yo está constituido por el otro
en el modo de objetos interiorizados, no sólo
desde su historia, sino desde su prehistoria.
Se discrimina al otro desde la ficcionalidad de ubicarlo
como máscara, para luego rechazarla. Esa ficcionalidad
construye relatos, personajes, cuerpo. Se estructura
como una escena, la escena de la discriminación.
Desenmascarar la discriminación implica dar cuenta
de la máscara y de los componentes de la escena,
que es doble: una en la superficie y otra subyacente,
protoescena, donde predominan aspectos primarios y los
mecanismos previamente citados.
El discriminador no puede salir limpio de esa escena,
porque al discriminar queda marcado a su vez por la
discriminación, en un circuito interminable de
destrucción. El discriminante, al instalar o
reproducir la cultura de la discriminación, la
disemina y perpetúa como universal. Finalmente,
los episodios de crueldad que se juegan contra los inmigrantes,
así como las evasiones desesperadas, también
representan el ser social del capitalismo tardío,
para el cual el otro es fuerza de trabajo, objeto que,
por fuera de su uso, queda desvalorizado. Hanna Arendt,
retomada por Giorgio Agamben, señala que el refugiado
caracteriza la subjetividad contemporánea.
En la Argentina, lo que se ha llamado portación
de rostro se presenta con mayor o menor intensidad en
función de los grados de democracia o autoritarismo
prevalentes. En todo caso, según sea el color
de la piel, la vestimenta, el largo del cabello, la
edad, los gestos, la procedencia, una persona es aceptada
o es rechazada con distintas intensidades.
Si diferenciamos máscaras de la autenticidad
de las no auténticas, el rostro puede considerarse
una máscara de la autenticidad. No es que el
rostro no tenga máscaras, sino que está
constituido por máscaras con grados altos de
autenticidad. Hay algo de desnudez en el rostro. Por
esto el rostro sobrepasa, como diría Levinas,
las características anatómicas para encontrarse
con el ser. El rostro es un antídoto frente a
la discriminación y al racismo. Hay diferencia
entre el rostro y la cara. La cara es máscara,
producto de los años de socialización.
La máscara interroga al rostro por sobre la cara.
Pone entre paréntesis la cara del que la porta
y abre a la multiplicidad del rostro que no es uno,
sino que se constituye por las diversas miradas. Desenmascara
la cara, la sobrepasa y conecta con la autenticidad,
el vacío y la nada. Si la cara es máscara,
el rostro es la posibilidad del desenmascaramiento infinito
del ser y la nada.
Emmanuel Levinas construye una fenomenología
del rostro: Mandato de la desnudez y la miseria del
otro, que ordena hacerse responsable del otro, más
allá de la ontología, y dice: La proximidad
del otro es significación del rostro. Una significación
que rebasa de entrada las formas plásticas. El
rostro traspasa incesantemente esas formas. Antes de
toda expresión particular, desnudez y desembozo
de la expresión en cuanto tal, es decir la extrema
exposición, lo indefenso, la vulnerabilidad misma.
* Psicoanalista. Director del
Instituto de la Máscara, Fragmento del trabajo;
La xenofobia en escena. El otro de la máscara.
Texto publicado en el diario Página/12 el 16-12-2010
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