La
ruptura ocurre en Grecia. ¿Por qué en
Grecia? No hay nada fatal en esto: hubiese podido no
ocurrir, u ocurrir en otra parte. Además, en
otra parte, también ocurrió en otros lugares
–en la India, en China, casi en la misma época–.
Pero se quedó en el camino. No puedo decir nada,
no sé decir nada sobre las razones que hicieron
ser esta ruptura en estos pueblos y no en otros, en
esta época y no en otra. Pero sí sé
por qué sólo en Grecia llegó hasta
el final; porque fue ahí donde la historia se
puso en movimiento de otra manera; porque ahí
es donde “nuestra” historia comienza, y
comienza en tanto historia universal. No es más
que en Grecia donde el trabajo de esta ruptura está
indisociablemente vinculado con y llevado por un movimiento
político, donde la interrogación no permanece
simple interrogación sino que se vuelve posición
interrogante, es decir, actividad de transformación
de la institución, que a la vez presupone el
origen social de la institución y de la sociedad
como origen perpetuo de su institución. Esta
dimensión política anuda y lleva a su
potencia más aguda a los otros componentes de
la creación imaginaria que los griegos constituyen
y que los constituyen como griegos. Esta interrogación
no reconoce ninguna clausura y también se vuelve
sobre sí misma, se interroga acerca de sí
misma.
La experiencia de los griegos es el descubrimiento:
el develamiento del Abismo; sin duda aquí está
el núcleo de la ruptura, y sin duda alguna su
significación absoluta, transhistórica,
su carácter de verdad, de ahora en más
eterno. Aquí la humanidad se sube sobre sus propios
hombros para mirar más allá de sí
misma y mirarse a sí misma, constatar su inexistencia,
para ponerse a hacer y a hacerse.
Lo que hace a Grecia no es la medida y la armonía.
Lo que hace a Grecia es la cuestión del sinsentido.
Esto está dicho con todas las letras desde el
origen –aunque las orejas mugrientas de los modernos
no puedan escucharlo, o sólo lo escuchen a través
de sus consuelos judeocristianos o de su correo del
corazón filosófico–. La experiencia
fundamental griega es el develamiento, no del ser y
del sentido, sino del sinsentido irremisible.
El Abismo es Abismo, y es vano tratar de ocultarlo.
El reconocimiento de este hecho va a la par –virtualmente–
del reconocimiento de este otro hecho: nuestra institución
del mundo –a saber: nuestra manera de vivir con
el Abismo, nuestro compromiso imposible e ineluctable
con el Abismo– contiene un componente relativo,
arbitrario, convencional. A la naturaleza infrangible
e inmutable aun en sus cambios, se oponen las leyes
de las comunidades humanas: contingentes, convencionales,
arbitrarias. Sin embargo, no podemos vivir sin ley;
y, a partir del momento en que dejamos de otorgar un
privilegio irreflexivo a nuestra ley, no podemos vivir
sin preguntarnos: ¿qué es la buena ley
y qué es la ley?
Por eso, tan esencial como el reconocimiento del Abismo
es la decisión y la voluntad de enfrentarlo.
Hay para hacer, y hay para pensar y para decir –en
un mundo donde nada garantiza de antemano el valor de
hacer, la verdad del pensar y del decir–. Y antes
de los filósofos, el pueblo hace filosofía
en acto. Oponiéndose, en y por sus actos –discusión
y discusión, argumentación y reflexión–,
a la idea de una ley dada de una vez por todas y sacrosanta
por ser dada. Plantea, pues, una interrogación
sobre el contenido y la fuente de la ley.
La bella frase de Jean-Pierre Vernant: la razón
griega es hija de la ciudad, sin duda es verdadera,
si tomamos la razón en un sentido relativamente
restringido y “técnico”. Pero, en
un sentido más originario, debe decirse que ciudad
y razón nacen juntas y no pueden más que
nacer juntas. El último filósofo solitario
que, escondiendo sus pensamientos, sobreviviera en un
régimen totalitario mundial sería filósofo
en tanto siguiese dialogando, ideal y efectivamente,
con la línea de filósofos que empieza
en Grecia. O, más generalmente, en tanto se situase
en este espacio público y común de búsqueda
de la verdad, de confrontación, control recíproco
y examen de las opiniones, que fue abierto –más
exactamente creado– por primera vez y para siempre
por el pueblo de las ciudades griegas. En efecto, lo
que está en juego en este espacio no es solamente
lo que hay que hacer aquí y ahora, sino lo que
debe ser la ley de ahora en más. Esta actividad
política, esta autoinstitución de la ciudad,
es al mismo tiempo pensamiento. No solamente pensamiento
de los filósofos y por los filósofos;
pensamiento del pueblo y por el pueblo.
Estas líneas son
parte de Lo que hace a Grecia (De Homero a Heráclito),
una recopilación publicada por el Fondo de Cultura
Económica de los seminarios dictados en 1982/3
por el filósofo, economista y psicoanalista marxista
griego Cornelius Castoriadis (1922-1997). Los fragmentos
acá reproducidos, incluidos como Anexos, pertenecen
a trabajos inéditos de 1979 sobre el nacimiento
del pensamiento político en la Antigua Grecia,
y que sin embargo leyendo y viendo las imágenes
de lo que pasa en Atenas en las últimas semanas,
resuenan con una actualidad elocuente.
Link a la nota:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/radar/9-6139-2010-05-09.html
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