I.
Fútbol, origen, la dinámica de lo impensado
“El fútbol es una estructura, un universo, con categorías propias de conocimiento, en el que se hacen presentes la política, la economía, la filosofía, la lógica, la psicología –particularmente en su dimensión social-, la ética y la estética”. Así se pronunciaba Enrique Pichon-Rivière (1998, p.72): ¿podría negarse la pertinencia de las categorías enumeradas? Y agregaba que el fútbol “es también un ritual que congrega a espectadores y equipos en una ceremonia que tiene algo de magia y algo de catarsis” (Pichon-Rivière, 1998, p. 78). Diremos nosotros que lo mágico y lo catártico vinculan al fútbol a antiguas ceremonias y rituales de la humanidad, las cuales provienen de tiempos inmemoriales, y que son traducidas en cada momento histórico en una nueva creación: el fútbol tal como hoy lo conocemos es la traducción que esta época le ha dado. Las formas previas del mismo ingresan a la nueva siendo metabolizadas por ésta. (ver Fútbol: orígenes, historia).
Fue George Mead, quien fuera jugador de fútbol en Harvard, el que conceptualizó la significación social de este deporte: “En el sujeto que juega, por un proceso de internalización, están representados los distintos personajes como si existiera una cancha interna en la que juegan el team propio y el contrario, al que llamaremos “otro generalizado”. (Pichon-Rivière, 1998, p. 73)
Esto se conjuga –diremos- con lo que hemos conocido a partir de Dante Panzeri como la dinámica de lo impensando, algo que se hace presente en el campo de juego.Si el jugador de fútbol se detuviera a pensar en lo que hace o va a hacer, lo que automáticamente devendría es su paralización: sus movimientos son impensados, y mantiene al mismo tiempo que los realiza la apreciación de dónde se encuentran ubicados sus compañeros y los contrarios, puede "adivinar" sus movimientos; cada tanto alza la cabeza para confirmar o procesar correctamente sus cálculos -en los cuales no piensa un solo segundo pero que igualmente realiza- los que le permiten acomodar su cuerpo, crear movimientos y jugadas, deslizar con precisión la pelota, eludir contrarios o recuperarla. Un maravilloso quimismo de conjunto permitirá que los once acuerden en el movimiento, también impensado, del colectivo, trazando figuras coreográficas. Pero ¿quién piensa? El sujeto es cuerpo, un cuerpo habitado por el entrenamiento, por la historia de sus aprendizajes, por las charlas técnicas, el "pizarrón", la visión de infinidad de partidos, desde niño ... aprendizajes que deberá "olvidar" una vez en el campo de juego - salvo esas pausas en las que el equipo debe ordenarse, o recibe alguna instrucción de un compañero o del técnico - . Sobre la base de lo que sabe, estará obligado a crear, a inventar. [1]
II. Fútbol y tragedia. El azar
Por otra parte, sostiene Pichon-Rivière (1998. p.73) que “El centro de la personalidad en interacción con los otros personajes configura los pasos de una representación que se parece a la tragedia griega”.
Vencedores y vencidos: Maradona recibiendo la medalla de subcampeón en el Mundial de Italia o –cuatro años después en EEUU- saliendo de la cancha de la mano de una enfermera luego de lo cual el dopping acusaría que hubo un verdugo llamado efedrina… que le cortó sus piernas. Maradona, el héroe trágico; el que fue castigado por desafiar al poder (FIFA) sin retroceder… Lo cierto es que en algún momento, y estando ante portas del resultado buscado, por un error propio, una genialidad inesperada del contrario, o un hecho azaroso (lesión, expulsión, error del árbitro, por ejemplo) todo puede dar un vuelco y condenar al equipo a la derrota o –peor- a la pérdida de la categoría. O un error fatal de un jugador puede condenar a éste al ostracismo. La puesta en discurso verbal (el otro es el discurso al interior de la cancha, sin palabras) suele agregarle –de la mano de los comentaristas- ese tinte trágico a los avatares y sobre todo al desenlace de algunos partidos o campeonatos. Porque –como dijimos previamente- suele haber un momento (sobre todo en los campeonatos mundiales o campeonatos de clubes, finales, etc.) en el cual hay un exceso, una hybris que produce el desenlace trágico. Si el arquero hubiera atajado aquél tiro, o si no lo hubiera atajado; si el delantero hubiera acertado ese remate teniendo todo a su disposición para introducir la pelota en el arco… o si no lo hubiera hecho; o si fulano no se hubiera lesionado… o si el técnico no hubiera hecho ese cambio (o si lo hubiera hecho)… o si el referí hubiera cobrado (o no) ese penal… la lista de cuestiones azarosas es interminable. Pero son cuestiones que pueden definir un destino: el comentarista (y las imágenes) volverán sobre ese momento en el cual el destino podría haberse torcido (si Edipo no se hubiera cruzado con el padre… en ignorancia de que lo era).
III. Sobre la pelota
También decía Pichon-Rivière que “no es casual el liderazgo de la pelota. Su forma esférica la vincula con uno de los más antiguos símbolos que maneja la humanidad a través de filósofos como Parménides o poetas como Rilke. La esfera significa la forma perfecta, la conciencia del uno y del todo, es la imagen del infinito.
Desde los más remotos tiempos, los hombres juegan con formas esféricas juegos brutales, primitivos, como si quisieran familiarizarse con ese objeto casi sagrado en esas misteriosas síntesis entre la guerra y la fiesta”.( Pichon-Rivière , 1998, p. 80)
Tal vez esa forma perfecta, esa conciencia del uno y del todo, la imagen del infinito, sea una resonancia, una figura producida a partir del modo originario de la psique humana, de su cerrazón sobre sí misma, de considerarse el origen y el fin de todo, que se continúa en otra forma circular: la célula narcisista entre el infante y la madre, “objeto casi sagrado”. Entonces, tiempos pre-históricos de la humanidad, pero, también, del sujeto humano en su ontogenia. Lo inmemorial del origen. ¿La pelota entonces, eco de los orígenes, del fascinante objeto innombrable?¿Ese objeto que lo es antes de serlo para la psique?
Y continúa Pichon-Rivière: “en el campo de juego la pelota es la que configura el espacio en el que se desarrolla la acción. Ella sitúa a los jugadores, los agrupa y los dispersa, es el motivo de esa estrategia que tiene como objeto ubicarla dentro del arco contrario”. (Pichon-Rivière, 1998, p. 79)
IV. ¡Gol!
Es sabido: el momento culminante del fútbol es cuando la pelota entra en el arco contrario. Lo cual genera el grito de los jugadores y de la hinchada y público afín. Preguntémonos: ¿Qué es el grito de gol? ¿Es una simple descarga?, ¿una regresión a un modo de ser primario de la psique?, ¿es volver al primer grito cuando el aire ingresa en los pulmones? ¿Qué es el grito de gol? ¿Un vaciarse orgásmico, un orgasmo cósmico?
Es un momento de fusión, volver a la fusión con el otro, abrazados, gritando, saltando, llorando, agradeciendo mirando al cielo. Todos metimos la pelota en el arco. ¿Metáfora de un cañonazo al enemigo? ¿Es continuidad del ataque guerrero al enemigo por vía sublimatoria? ¿El momento cúlmine de transformar una guerra y la destrucción del otro en un sublime momento estético? El grito de gol es la suspensión momentánea de todo lo instituido, un arrojarse a un abismo gozosamente. Grito de gol en los hinchas, grito en los jugadores: abrazados a la distancia.
Es Pier Paolo Pasolini (en un texto de 1965 en Corriere della Sera) quien ha dicho que en el fútbol, el momento del gol pertenece a los momentos exclusivamente poéticos del juego. “Cada gol es siempre una invención, una perturbación del código … es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética”. El fútbol que genera más goles, es por lo tanto el más poético. La gambeta también es poética.
Dante Panzeri, legendario periodista deportivo argentino, acuñó –ya lo hemos dicho- la expresión del fútbol como dinámica de lo impensando. Podemos decir que el gol, su grito, es el momento máximo de lo impensado. Lo impensado, diremos, es lo creado, lo no anticipable, lo inexplicable. Lo que sale de la lógica y satisface aquello de la psique que nos diferencia como especie: el estallido de nuestra imaginación, que abre las puertas a la poiesis.
Por eso Pasolini hablará de “fútbol de poesía”, en el que todo está basado en la gambeta y en el gol. La planificación técnica, el pizarrón, los esquemas (4-3-3, 4-3-1-2, etc.), las jugadas de pizarrón, es un “fútbol de prosa” basado en la sintaxis, basado en el juego colectivo y organizado: “es decir, en la ejecución razonada del código”.
Hay un complejo equilibrio entre lo instrumental del juego, lo funcional, lo que debe responder a la lógica formal (la planificación, el posicionamiento, el estudio de los rivales, las jugadas preparadas, etc.) y aquello que rompe con esa lógica, que es también romper con la lógica del contrario.
El grito de gol es el apogeo de la poiesis.
“¡Goooooooooool! ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... ¡Maradona! En una corrida memorable, en una jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”
-Yo alcancé a decir en el relato, entre las locuras que se generaron en ese momento, que era el gol más lindo de todos los tiempos. Dije: "la jugada de todos los tiempos". Me parece que inmediatamente yo percibí que estábamos en presencia de una verdadera obra de arte [2].
[*] Versión enriquecida y ampliada del publicado anteriormente en Ultimo Momento con el mismo título.
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