Freud sostuvo que la feminidad normal culminaba en el deseo de hijo y, más específicamente, consideró que “(…) la más perfecta, la más exenta de ambivalencia de todas las relaciones humanas”, la que “brinda a la madre una satisfacción irrestricta” es la relación de la madre con el hijo varón [1]. Podemos entender de otro modo estas afirmaciones si las releemos a la luz de las puntuaciones lacanianas acerca de la intervención del falo significado como valor capaz de recaer, no sólo en el hijo, sino también en el cuerpo femenino, para el hombre, o como puede serlo para la mujer en relación con una investidura narcisística, y –asimismo- como valor agregado, en relación con ambos sexos, a cualquier producción sublimatoria, por ejemplo. Las mujeres, entonces, son también madres, pero no sólo.
Una realidad de la época hace que revisemos nuevamente los caminos de la circulación fálica, siempre expuestos a los vientos de la cultura. Se trata de los DINKS (Double income no kids, o sea Doble ingreso sin chicos) [2]. Son aquellas parejas que deciden trabajar ambos, ganar dinero por doble vía y no sufrir el gasto que implican los niños. Este término, acuñado en los 80, nos remite a un tipo de familia formada exclusivamente por una pareja que no tiene, ni siquiera en sus planes para el futuro, la búsqueda de un hijo.
El valor fálico es, también en este caso, un buen parámetro para seguir los vericuetos del deseo en la época. Podemos encontrar, entonces, que los miembros de estas parejas invierten tiempo y dinero en compras suntuosas, cuidado y embellecimiento de su propio cuerpo, deportes, comidas en restaurantes caros, viajes exóticos, etc. Son, en general, parejas con alto nivel de ingresos y de consumo. Más que del deseo, en este sentido, podríamos hablar de la satisfacción adictiva propia del tener, satisfacción que, por estar exclusivamente en el terreno de lo fálico, está condenada a la búsqueda reiterada, a la repetición fallida.
El niño, considerado como objeto de consumo, o sea según su precio, resulta demasiado caro y es evaluado como una atadura que siempre requerirá inversión, por lo tanto, renuncias. Por consiguiente, no lo compran. Queda por dilucidar la peculiar dificultad que tienen para imaginar algún tipo de retorno de esa inversión. Podríamos aventurar alguna hipótesis que ubique ese dato en relación con la subjetividad actual.
Freud señaló el “conmovedor amor parental” hacia “His Majesty the Baby” [3], el que cumpliría los sueños tanto del padre como de la madre, el heredero y depositario del narcisismo infantil de ambos. Es probable que este trasvasamiento libidinal, del narcisismo al amor de objeto, no se realice hoy del modo en que lo pensó el creador del Psicoanálisis. De hecho, en el consultorio lo que vemos es todo tipo de trabas subjetivas para establecer lazos amorosos con otros, lazos que siempre implican conflicto, que siempre nos enfrentan con la posibilidad de la pérdida, con alguna versión de la castración. Los miembros de parejas DINK, bajo el aspecto de mellizos, podrían considerarse como los niños a quienes ellos mismos satisfacen, con toda clase de objetos y de placeres, a partir de la dificultad para lidiar con esos conflictos. En la época del reinado de los objetos, el niño en ese lugar no parece cumplir ya tan bien con la función de obturador.
Hay una cara interesante, en este sentido, de este fenómeno de libertad de elección en esas parejas DINK que la cultura hoy tolera muy bien y que la época de Freud hubiera desconsiderado. Es que no se corre el riesgo de un forzamiento infructuoso: que un sujeto tenga que advenir allí donde no puede ser ni deseado ni libidinizado. Otro aspecto, que cuestiona la calidad de esta libertad, es que los DINK se convierten en nicho de oportunidades para desarrolladores, emprendedores que les venden sus productos, ya que son parejas que disponen del dinero que no gastan en niños. Se los mira, así, como un target apetitoso [4]. Son otro eslabón de la golosa cadena alimentaria capitalista, el del consumidor consumido. Toda una industria de la publicidad los apunta, su libertad se revela más estrecha y lo que se amplía, desde luego, es el siempre más al que nos convoca el mercado.
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