Minutos para las 21. Las luces se apagan en el Coloso que fue testigo de la primera final de una Copa del mundo. Y otro número uno hace su aparición: el ex bajista de The Beatles, una de las dos voces líderes de la banda, el compañero autoral de John Lennon, uno de los dos más grandes compositores de la música popular contemporánea, el Mozart de nuestros días. Mc. Cartney. Paul.
La presentación impecable, la voz intacta, la versatilidad en la interpretación de los instrumentos, la puesta totalmente vigente y fuera de cualquier “circuito de la nostalgia” tan habitual en los conciertos de algunos viejos exitosos de otrora del rock o del pop. Todo esto y el carisma, el front man cada vez más suelto y afiatado, como si aún le quedara algo para progresar. Como si, al decir del Indio Solari: “dios es perfecto, no puede progresar”.
El encuentro con un público muy musical como el uruguayo es un ingrediente más. Hay cierta sorpresa en las 50.000 personas: en los tres o cuatro primeros temas están muy quietos, algo raro en nuestras tierras. Luego, la sed de conciertos grandes en esa plaza inhabitual, hace el resto y la emoción gana. En efecto Mc. Cartney al parecer se decidió por Montevideo en su afán por tocar en ciudades en las que nunca había estado. Todavía le quedan desafíos. Decía Silvia Bleichmar que uno todavía está vivo mientras es capaz de establecer transferencia con algo.
Pero como esto no es una crítica musical o de espectáculos, sino una reflexión en voz alta con las herramientas que nos da el psicoanálisis, me interesa puntualizar la idea que me tomó por sorpresa, una vez allí en el estadio al que otras veces había ido a ver a “La Celeste”. Y es ésta: Paul no está tocando estas canciones. Las canciones lo están tocando a él.
Un poco a la manera de Cortázar cuando se pone en la voz del conocido instrumentista que se extraña de lo que está tocando, y de quién es: “esto lo estoy tocando mañana”. Pero ni siquiera es eso. Es algo más.
¿Qué hace que alguien pueda seguir interpretando esas obras que nos cambiaron la vida y el modo de ver el mundo, y que las pueda seguir interpretando de esta manera?
Es un recital que me llenó de preguntas. De algún modo me resultó sobrecogedor. No por la emoción (que no estuvo ausente) ni por la sorpresa que nos embargó en 1993 y en 2010 en Buenos Aires. Sino por ese escenario un tanto lateral a la escena del rock internacional que es Montevideo. Y hasta el cual el bajista se llegó con la idea de pisar escenarios inéditos para sus giras, y entiendo, por una cierta y no exagerada fascinación con Sudamérica.
Las canciones lo están tocando a él. Estaría demás señalar que las canciones de Los Beatles (y muchas de ellos como solistas) sobrepasan lo técnico y musical. Su potencia y su incidencia en nuestras biografías las hace distintas a todas las obras de su género. Podríamos decir que son portadoras de algo del orden de una verdad, una revelación, algo epifánico pero a la vez indefinible. ¿Y qué puede sucederle a quien las hizo? ¿Entenderá Paul lo que él mismo creó? Creo que allí hay un “Real” que lo excede. Y se está pasando la vida para metabolizar lo que él mismo hizo, o lo que le vino y le viene de un más allá que está fuera de él (así lo definió alguna vez para explicar cómo compone algunas canciones).
¿Por qué sigue saliendo de gira, eligiendo Montevideo o Asunción además de continuar en los grandes escenarios? ¿Por qué la excelencia, exigencia y detallismo en su presentación, en su bajo, en su piano y en su voz? Es que es un hombre de 70 años que – como dijo Ricardo Iorio – “no sabe hacer otra cosa”. ¡Y cómo sabe lo que sabe! Pero ¿lo sabe?
La vida de este hombre de 70 años (69 en el show de Uruguay, 70 desde el 18 de junio), y la forma en que hoy en día interpreta sus obras en un escenario (la instancia que más lo moviliza y conmueve de su trabajo de músico), hace pensar que se encuentra en otro trabajo, interior. El de elaborar (en términos psicoanalíticos) estas canciones cuya potencia aún no comprende, porque nadie podría hacerlo. Es tan fuerte lo que creó, sobrepasa tanto a un simple humano, que no alcanza una vida para comprenderlo, para comprenderse. Por eso, a las canciones no las toca. Ellas lo eligen a él. They play with him, en sus dos sentidos. Juegan con él y lo tocan a él.
Lejos de las vacilaciones con las que en la década del 90 encaró este “regreso a Los Beatles”, explicando por qué sí o por qué no tocaba en vivo tal o cual tema, hoy Paul se deja llevar. Let it be: toca lo que le gusta, aquello en lo que cree, lo que lo divierte, lo que lo muestra como el mejor bajista imaginable y el mejor “lead vocal” del rock. Y eso hace a un vivo mucho más interesante que hace 15 o 20 años. Parece que sí: Dios puede progresar.
Sólo porque nuevamente se está dejando elegir por la magia. Y porque las canciones lo están tocando a él.
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