Baltasar Gracián:  Un antídoto

Gracián es un maestro en el arte de enseñar el recurso del ocultamiento, de la introducción del vacío en lo explícito del decir referencial. Por ello, su escritura puede pensarse como antídoto contra la degradación de la palabra e iluminar la que ofrecemos en la interpretación en Psicoanálisis.

Por María Cristina Oleaga

mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar

“En una época con un predominio de la basura -desde la telebasura a la    comidabasura, pasando por la politicabasura, la educacionbasura, el artebasura, la literaturabasura y un largo etcétera- Gracián es un antídoto.”

                                                                                                                                                 Miguel Jordá (*)

¿Por qué Baltasar Gracián (1601-1658) hoy? (**)

El lenguaje es nuestra herramienta privilegiada. Con la palabra esperamos operar sobre el sufrimiento subjetivo. Sin embargo, no se trata de cualquier lenguaje sino de uno que -privilegiadamente- deje un vacío de significación, un lenguaje que empuje al sujeto a develar algo. Más allá de cómo, cuándo y con quién graduemos el tono de esta herramienta -el timing-, sin duda es uno de los rasgos que permite distinguir al Psicoanálisis de la Psicoterapia. Este lenguaje es pariente cercano del poético, que mueve a la interpretación del lector. En este sentido, encuentro que Gracián puede ser un maestro en el arte de decir cómo decir, de enseñar el recurso del ocultamiento, de exponer cómo introducir el vacío en lo explícito del decir referencial. Es por ello que acuerdo en considerar su escritura como antídoto, en nuestro caso contra la degradación de la palabra que ofrecemos. Si el Psicoanálisis está destinado a sobrevivir, habrá que cuidar especialmente este operador. Llamarla así no ha sido mi ocurrencia, aunque sí el pensarla en relación con la interpretación en Psicoanálisis. Es Miguel Jordá -Doctorado en Filosofía con su tesis sobre Gracián- quien lo califica de antídoto frente a la decadencia de la época.

Mi interés por Gracián surgió cuando empecé a leer los comentarios que Lacan hace de él, siempre muy elogiosos. Dos afirmaciones me interesaron especialmente: una es que Lacan define el lugar del analista como homólogo al del santo, en el sentido que Gracián le da. Y dice más:  «Más se es santo, más se ríe, es mi principio, incluso la salida del discurso capitalista, -lo que constituirá un progreso-, así sea sólo para algunos» (1). En un anterior trabajo, a raíz de esta frase, me ocupé de Gracián en relación con una forma particular de pensar la estructura de las masas, el discurso capitalista y el humor (2).

Baltasar Gracián, su época.

Vamos primero a situar a Gracián, el jesuita. Escribe durante el período Barroco, esto quiere decir, luego de la caída de ciertos ideales renacentistas que ponían al hombre en el centro del mundo, lo que vemos en toda la producción cultural y artística de ese período. Razones varias -pestes y guerras entre otras- signan al Barroco como una época de desengaño respecto de aquellos ideales. Además, como marco para ubicar el tono de la época, tenemos que recordar el cisma que causó en la Iglesia Católica la Reforma luterana y calvinista, su desconocimiento de la autoridad de Roma. La reacción de la Iglesia se plasmó en el Concilio de Trento, el que dio lugar a la Contrarreforma, entendida como defensa de la fe católica. Entonces -y este dato es esencial- Baltasar Gracián se mueve entre el desengaño propio de su época y la Inquisición que lucha contra la herejía.

El estilo.

Encuentro, como decía, que su escritura, en prosa o poética, es eficaz en su poder para la construcción de subjetividad crítica, creativa, participativa, potencia una posición activa en la búsqueda de sentidos. Va, así, a contramano de una subjetividad aplanada, achatada que repita consignas y frases hechas. No se trata del lenguaje que busca proporcionar información sino del que estimula al desciframiento por parte del lector. El lector de Gracián, al decir de Roland Barthes (3), termina siendo el Autor.

En el estilo de Gracián, de su ingenio, hay una provocación al lector. Al respecto, dice Antonio Pérez Lasheras, de la Universidad de Zaragoza: “A través del ingenio (…)  el hombre puede extraer de las palabras todo su jugo, (…). De ahí que Gracián busque siempre en el juego de palabras los significados ocultos, la agudeza que relacione las cosas, los conceptos, las ideas distantes pero que tienen un punto en común (…) que puede y debe generar nuevas relaciones, nuevas conexiones, renovadas maravillas.” (4)

Es el lenguaje que logra resquebrajar el discurso de la referencia para expresar algo de lo que sólo aparece entrelíneas. En Gracián, se agrega el intento de velar lo que la Iglesia y la Santa Inquisición proscribían, más aún respecto de un miembro de la Orden Jesuítica. Gracián tuvo con ella desencuentros hasta llegar a merecer cárcel. Él se despega de la obediencia ciega y toma vericuetos que incluso los jesuitas tendrían que aceptar. Por ejemplo, ya que en el escudo de la Orden figura: Ad maiorem Dei gloriam (Todo lo que se hace para mayor gloria de Dios bien hecho está), él se autoriza a incluir cierto pragmatismo en sus máximas, con la sola mención del fin divino. El único libro que firma con su nombre es El Comulgatorio de 1655 compuesto por 50 meditaciones. Un libro apto para comulgar, muy acorde con la Orden, ocupado de lo divino, de los Ejercicios Espirituales. Lo publica, no por casualidad, en el momento de máximo enfrentamiento con los jesuitas.

Mientras publica El Comulgatorio, está escribiendo El Criticón, obra que le valió ser castigado. Muestra su visión desengañada del mundo, demuestra la hipocresía de las jerarquías cortesanas y eclesiásticas. El mundo que presenta es sin Dios, los hombres se engañan con lo material y sólo hay chance de desengaño para algunos, ya viejos, que se atreven a ver esa nada y la inmortalidad -que incluye como concesión- más allá. (5)

Su retórica esconde como modo de mostrar; dice, por ejemplo: “Varias y grandes son las monstruosidades que se van descubriendo de nuevo cada día en la arriesgada peregrinación de la vida humana. Entre todas, la más portentosa es el estar el Engaño en la entrada del mundo y el Desengaño a la salida, inconveniente tan perjudicial que basta a echar a perder todo el vivir (…).” (6) Esta frase. pronunciada por un jesuita, es llamativamente escéptica respecto de la inmortalidad. Se expresa más presionado por el pesimismo de su época que por el dogma religioso.

Dirá entrelíneas porque no puede contradecir abiertamente a la jerarquía de la Compañía de Jesús, pero -a la vez- hablará del hombre común y dirá, bajo seudónimo, que los libros buenos serán los libres. Su modo de decir expresa, asimismo, su confianza en el ingenio, en la imaginación, modo de reintroducir algo de la centralidad que el hombre del Renacimiento supo encarnar sin por ello escapar al desencanto del siglo XVII.

Vamos a ver algunos rasgos de su escritura en dos de sus obras. Por empezar, publicada en 1642, Arte de Ingenio y Tratado de la Agudeza exhibe en el comienzo los permisos, tanto eclesiásticos -de la Santa Inquisición- como civiles, que testimonian que el libro ha pasado la censura porque no se opone a la fe del catolicismo ni va en contra de las buenas costumbres. De todos modos, Gracián -el jesuita- publica con el nombre de su hermano, Lorenzo, y no somete, de este modo, su obra al tercer control: el de la Compañía de Jesús. Sin embargo, su extraterritorialidad es evidente y lo enfrenta, eventualmente, con la Orden que termina por enclaustrarlo y, probablemente, causar su muerte por malos tratos y dietas de penitente.

El ingenio, para Gracián, no se contenta con la verdad, como el juicio, sino que aspira -dice- a la hermosura, al valor estético del lenguaje.  En este sentido, cabe dar lugar a la preocupación que plantea Russell: “La concepción del lenguaje como algo capaz de valor estético está muriendo, y se está llegando a pensar que el único propósito de las palabras es proporcionar información práctica.” (7) Además, Gracián festeja la variedad y usa para ello la oposición y la comparación entre términos, recursos privilegiados del barroco. Lo ilustra con palabras de poetas latinos -llamativamente paganos-, por ejemplo, el que toma del epigrama, prosa aforística, de Marcial: “Hasta hace poco era médico, ahora Diaulo es enterrador; lo que hace de enterrador también lo había hecho de médico” (8).  Como cree que la agudeza, producto del ingenio, sería en parte natural y en parte enseñable, Gracián enuncia y ordena los mecanismos sobre los que se asienta. Explica y ejemplifica los equívocos, las antítesis e hipérboles y las frases enigmáticas, por ejemplo. Leer este punto genera un efecto de pérdida, como el que se produce al explicar un chiste.

Los aforismos.

Para entender por qué Lacan homologó el lugar que Gracián otorga al santo al del analista, se pueden encontrar referencias en muchos de sus aforismos. Los recursos de estilo -algunos ya indicados- dibujan una posición cambiante, que se adapta a situaciones varias, plástica, a veces muy práctica, con espíritu humorístico y siempre huidiza. Vale la pena su lectura para rescatar con ella ese dato de salida del discurso capitalista que le otorga Lacan a la producción gracianesca. 

Estos recursos literarios aparecen plasmados en los 300 aforismos que constituyen el Oráculo manual y arte de prudencia, publicación de 1647. Aforismo proviene del griego ἀφορίζειν, (aforismós) y significa definir. George Steiner rescata su aspecto deslumbrante y súbito cuando dice “El epigrama, el aforismo, la máxima son los haikus del pensamiento. Parecen condensar la mayor agudeza de inteligencia en el menor número posible de palabras. Casi por definición, e incluso cuando se ciñe estrictamente a la prosa coloquial, el aforismo se acerca a la condición de la poesía” (9).

Estos aforismos serían algo así como una guía para la vida práctica. La ambigüedad polisémica evidencia que no se trata de reglas de ascetismo ni de acceso a esencia alguna del hombre. Impiden generalizar y cada uno deberá descifrarlos a fin de encontrar, así, su lugar en la existencia y no la aplicación de un deber ser de acuerdo con la moralidad de época. Gracián destaca la vocación como condición del éxito en el hacer e incluso despliega consejos o propuestas para obtener lo que se busca no sólo en el trabajo sino en otros ámbitos de la vida, siempre con la astucia de no manifestar sus disidencias con la ortodoxia religiosa.

Los aforismos rescatan prudencia, belleza, amistad, el lugar del deseo y la virtud entre otros rasgos que no incluyen, salvo para desprestigiarla, la persecución de los bienes materiales. En sus propuestas, valores idealistas coexisten con el empuje a lograr fines prácticos, una de las ofertas para que el lector interprete y encuentre su lugar o para que, en diferentes circunstancias, se le abran respuestas cambiantes. Asimismo, apela a la imaginación, “la loca de la casa”, al decir de Sor Juana Inés de la Cruz, en su interacción con la cordura.  Veamos algunos ejemplos:

83 Permitirse algún venial desliz. (…) Acusa lo mui perfecto de que peca en no pecar; y por perfecto en todo, lo condena todo. (…)

105 No cansar. Suele ser pessado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisongera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos vezes bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. (…).

181 Sin mentir, no dezir todas las verdades. No ai cosa que requiera más tiento que la verdad, que es un sangrarse del coraçón. Tanto es menester para saberla dezir como para saberla callar. (…).

Sobre la verdad Gracián se explaya en El Criticón y hace de ella un personaje de la obra,: “… es dulce en los labios, pero amarga en los oídos.” (10) Vemos cómo deducimos el significado: El odio es el efecto inmediato que produce el conocimiento de la verdad sobre uno mismo, de ahí que nadie la quiera para sí, no quiera escucharla y, en cambio, la desee, y la diga, para el otro.

Varios aforismos refieren al deseo, como algo a valorar en cada uno y, también, a provocar en el otro:

200 Tener que desear, para no ser felizmente desdichado. Respira el cuerpo y anhela el espíritu. Si todo fuere possessión, todo será desengaño y descontento. (…)  Si nada ai que desear, todo es de temer: dicha desdichada; donde acaba el deseo, comiença el temor.

263 Muchas cosas de gusto no se han de posseer en propriedad. (…).. Sabe todo mejor a privación: hasta el agua agena se miente néctar. El tener las cosas, a más de que desminuye la fruición, aumenta el enfado tanto de prestallas como de no prestallas. (…).

También hay, en esta serie referida al deseo, una referencia a la satisfacción de la demanda y a su efecto negativo:

299 Dexar con hambre. (…). Es el deseo medida de la estimación; hasta la material sed es treta de buen gusto picarla, pero no acabarla. Lo bueno, si poco, dos vezes bueno (…). Si se ha de irritar, sea antes por impaciencia del deseo que por enfado de la fruición: gústase al doble de la felicidad penada.

Es muy interesante recorrerlos todos con el fin de pesquisar qué encontramos en los aforismos acerca del lugar del analista.  El último, el número 300 (11), atribuye todo lo dicho a una figura: el santo. ¿Se trata de un final a la medida de la Orden?   Aun así, es un santo del cual sólo queda la memoria. Este aforismo incluye la ambigüedad que acompaña toda su obra.

Dos peculiaridades, según Miguel Jordá, son centrales respecto de la evitación que realiza Gracián con su decir enigmático. Una está referida al origen converso de sus antecesores y el otro a su probable inclinación homosexual. La inclusión en la Orden vendría a cubrir ambos rasgos e incluso su postura anticlerical, la que Jordá explora en su tesis. Estas son las razones por las cuales enmascarar su decir frente a la Inquisición era cuestión de vida o muerte.  Y a nosotros ¿qué nos hace falta encubrir cuando enunciamos enigmáticamente la interpretación? Los ideales propios, sin duda. En lo posible, el enunciado de la interpretación dejará en la sombra una enunciación que el sujeto deberá encontrar, incluso inventar. Al comienzo, me referí al timing y creo que es especialmente pertinente considerarlo cuando operamos en las entrevistas preliminares y cuando estamos frente a subjetividades precarias. La interpretación, la que deja un vacío de sentido en su interior, es la apropiada como un modo de testear al que viene a vernos y es la privilegiada -no la única, si tenemos en cuanta las respuestas pertinentes a la angustia- en el interior de un psicoanálisis ya instalado, pero éste no está indicado para todos los sujetos.

(*) Miguel Jordá ha impartido durante 35 años clases de Lengua y Literatura Castellana en varios institutos de la provincia de Barcelona. Se doctoró en Filosofía con la tesis sobre Baltasar Gracián.

Entrevista a Miguel Jordá sobre De la rebeldía al erotismo. Introducción a Baltasar Gracián (y II).

(**) Este artículo se basa en una presentación realizada este año en el Seminario Psicoanálisis que dicta Jorge Chamorro.

Notas

1) Lacan, Jacques, Radiofonía & Televisión, Editorial Anagrama, pág. 99 Barcelona, 1993.

2) Oleaga, María Cristina. El Psicoanalítico, número 19: Fraternalmente, “La mayor unión admite excepción”, Segunda parte.

3) Barthes, Roland, La muerte del autor

4) Pérez Lasheras, Antonio. Lorenzo versus Baltasar Gracián: el escritor frente al hombre

5)La obra por la que se lo castiga, El Criticón, es una alegoría. Dos hombres en busca de la Felicidad, vistos a través de las edades de su vida: Critilo, quien se salva de un naufragio y representa la parte espiritual y juiciosa del hombre, y Andrenio, quien se cría en una cueva, cerca de lo sensorial y natural. La Felicidad sólo estaría en la vida eterna, después de la muerte. Lo humano es engaño, sobre todo en relación con la ambición y los bienes materiales, en tanto la Felicidad se relaciona allí con la virtud, la prudencia, los bienes celestiales. La Orden puede haberse sentido interpelada ya que sus jerarquías seguramente encajaban en la denuncia de Gracián. La Orden y la Monarquía se homologan en esa crítica.

6) Gracián, Baltasar, El CriticónIII, crisi 5

7) Russell, Bertrand. El Conocimiento inútil

8) Gracián, Baltasar. Arte de Ingenio. Tratado de la Agudeza, Discurso IV, De los conceptos de correspondencia y proporción. Pág 1170.

9) Steiner, George, “En abreviatura”, George Steiner en The New Yorker

10) Ibid (6)

11) Aforismo 300 “En una palabra, santo, que es dezirlo todo de una vez. Es la virtud cadena de todas las perfecciones, centro de las felicidades. Ella haze un sugeto prudente, atento, sagaz, cuerdo, sabio, valeroso, reportado, entero, feliz, plausible, verdadero y universal Héroe. Tres eses hazen dichoso: santo, sano y sabio. La virtud es el Sol del mundo menor, y tiene por emisferio la buena conciencia; es tan hermosa, que se lleva la gracia de Dios y de las gentes. No ai cosa amable sino la virtud, ni aborrecible sino el vicio. La virtud es cosa de veras, todo lo demás de burlas. La capacidad y grandeza se ha de medir por la virtud, no por la fortuna. Ella sola se basta a sí misma. Vivo el hombre, le haze amable; y muerto, memorable.

Bibliografía

Gracián, Baltasar, Arte de Ingenio. Tratado de la Agudeza

Gracián, Baltasar, Oráculo manual y arte de prudencia.

Pérez Lasheras, Antonio, La literatura española en la Agudeza de Gracián

Russell, Bertrand, Elogio de la ociosidad.

Jordá, Miguel. De la rebeldía al erotismo: Introducción a Baltasar Gracián. Mira Editores S.A., Zaragoza, España, 2007.

María Cristina Oleaga

Licenciada en Psicología – Universidad de Buenos Aires.