Cupido, Eros para los griegos, según escribe Apuleyo en El Asno de Oro, amó a la bella Psiqué en la oscuridad. Tan pronto ella desoyó su pedido de jamás encender las lámparas, de nunca verlo cuando la visitaba de noche, Cupido huyó, dejándola en gran dolor. La historia tiene muchos más detalles, pero me interesa señalar un aspecto: el despliegue erótico necesita de lo oculto.
¿Cómo podría coexistir esta condición erótica con lo que el feminismo les exige a los hombres y a las mujeres? El movimiento “Me Too” (“Yo también”), surgido en EEUU en 2017, denunció, con todo derecho, el acoso y el abuso sexual basado en el poder sobre las víctimas y creó una cadena internacional de solidaridad entre mujeres contra la violencia de género.
Con el tiempo, como efecto indeseado y poco a poco, la lista de actitudes pasibles de ser consideradas como abuso fue creciendo. Sin desconocer ni la opresión ni el sufrimiento que el sistema patriarcal infligió a las mujeres, creo que ese crecimiento fue ganando terreno sobre el erotismo al encender lámparas y más lámparas, llegando incluso hasta la acusación lanzada sobre el Príncipe que besó a la pobre Bella Durmiente sin su consentimiento. Las voces se alzaron: Había que cambiar el cuento para que las infantiles sujetos no se ubicaran en posición de objeto, identificadas con la Bella que no tuvo oportunidad de dar su opinión. Mismo destino tendría el cuento de Blancanieves, otra que sólo pudo ser despertada por un beso no consentido después del envenenamiento por la manzana.
El psicoanlista Jorge Chamorro, miembro de la EOL (Escuela de la Orientación Lacaniana), ha señalado en su Seminario (*) que el feminismo, más allá de sus indudables logros, ha dado un síntoma: su concepción del macho violento. Los crímenes de género podrían justificar esta creación; sin embargo -en lo que se escucha en las consultas- veo que la existencia del macho como violento puede incluso anteceder al ejercicio de cualquier agresión por parte del susodicho. Así, todo acercamiento correcto a una mujer se imagina precedido por verbalizaciones, acuerdos, puestas en claro de intenciones y otras varias lámparas que se enciendan para dar lugar al consentimiento. Transgresiones mínimas de estas condiciones han dejado a los chicos, pues estos acuerdos son frecuentes entre los más jóvenes, en el lugar del acosador despreciable.
En 2018, un grupo numeroso de mujeres francesas se puso de pie contra el “Me Too” a la voz de «La violación es un delito. Pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista». De este modo, estas mujeres reivindicaron el avance seductor, provenga de quien provenga, sin que medien condiciones y acuerdos explícitos de consentimiento informado. Incluían en su reivindicación al gesto galante, también despreciado por ciertos feminismos que proclaman la necesidad de una igualdad tal que desconozca lo particular de cada posición, igualdad que pone en riesgo al deseo.
Entre 2019/2020 y lo que va de 2021 la pandemia y sus efectos de aislamiento hicieron estragos también en los encuentros eróticos. A las condiciones deserotizantes ya mencionadas se sumó la desconfianza hacia el otro que puede ser portador de enfermedad y muerte. Hay que saberlo todo de él para descartar esa posibilidad. En la historia de Cupido y Psiqué fue la desconfianza la que la llevó a transgredir el pedido de Cupido y a iluminarlo mientras él dormía.
Eros pide algo de misterio, un poco de oscuridad, lo insinuado no dicho, el gesto ambiguo, lo no sabido. Es un escenario a media luz, cuando no a oscuras. Transformarlo en un contrato explicitado de acuerdos mutuos o encender los reflectores de la desconfianza sin duda lo aniquila.
Notas
*Seminario Presencia milleriana.
Imagen
Psyche reanimada por el beso de Cupido, escultura de Antonio Canova, Museo del Louvre.
Foto de Jean-Pol Grandmont