El desarrollo de la capacidad de confianza en el otro, base de la capacidad de transferencia

A partir del trabajo con juventudes vulneradas, el autor aporta ideas para pensar los orígenes de la transferencia, reexaminando la función de la confianza como condición de posibilidad de aquella.

Por Luciano Rodríguez Costa
licluchos@gmail.com

Psicólogo (UNR), Prof. en Psicología (UNR), Mg. en Salud Mental (UNR). Psicoanalista. Escritor. Investigador. Psicólogo en Minist. de Desarrollo Social. Autor de La violencia en los márgenes del psicoanálisis (Ed. Lugar) y de Los procesos de subjetivación en psicoanálisis: el psicoanálisis ante el apremio de una revolución paradigmática (Ed. Topía). 

La experiencia de trabajo con juventudes que han sufrido graves formas de desamparo nos ha puesto a trabajar de lleno con la problemática de la confianza, dado que el desafío que nos suelen presentar se relaciona con las elaboraciones que tenemos que facilitar para que ceda la necesidad de sostener la desconfianza, organización defensiva destinada a evitar nuevas inscripciones de desamparo. La transferencia, a su vez, se nos presenta como un fenómeno posterior a la institución de un lugar de confianza. 

Ahora bien, si la bibliografía sobre la transferencia es rica, diversa y exuberante, los aportes acerca de sus condiciones de posibilidad y desarrollo parecen más bien escasos. Otro tanto podemos decir de la categoría de confianza que, a pesar de su centralidad en la práctica psicoanalítica, parece tener pocas referencias que la desarrollen metapsicológicamente y, más aún, que la sitúen en sus condiciones de emergencia.

La confianza en Winnicott

Podríamos decir que ningún otro autor en psicoanálisis ha desarrollado tanto la categoría de confianza como Winnicott, llegando a tener un lugar fundamental en su obra. Si lo pensamos, la confianza está en la base de conceptos centrales tales como: la capacidad de estar a solas (un otro confiable debe estar presente mientras el niño está a solas consigo mismo, garantizando la confiabilidad del ambiente para ese ser-estar); el juego y la experiencia cultural (sólo si existe un ambiente confiable el espacio transicional se abre y despliega sus objetos y fenómenos); y la capacidad de preocupación por el otro (la legalidad se constituye a partir de la confianza del niño en un otro capaz de sobrevivir a la agresividad que le dirige, sin reaccionar, y capaz de estar disponible para luego recepcionar y valorar los gestos reparatorios, último eslabón de aquella construcción). 

La confianza está en la base de la dependencia infantil y, por ende, de las adquisiciones psíquicas que permite, y es por ello que Winnicott entiende que el trauma, cuando sucede dentro de la familia, es una falla a nivel de la dependencia que produce “un derrumbe de la fe”. De modo que confianza-pérdida de la confianza indican las condiciones de constitución del psiquismo, así como la detención de este mismo proceso. 

Si bien encontramos tal conceptualización distribuida a lo largo de su obra, extrañamos que no exista un artículo específico sobre la confianza. Es por ello que nos interesa aportar algunas ideas acerca de su proceso de construcción, comenzando con pensar el origen mismo de esta palabra.

Desarrollo de la capacidad de confianza

Para jugar con las etimologías diremos que con-fiar es una lealtad compartida o puesta en común con otro; mientras que el fiar es dar algo apostando a que el otro va a pagar luego en un acto de fe; categoría que proviene del latín fides, que significa lealtad, fidelidad. Fe también significa confianza plena en algo o alguien. (1)

En los comienzos del trabajo analítico con personas que han desarrollado una saludable desconfianza patológica hacia las personas, particularmente aquellas que se proponen entrar en enlaces de intimidad y cuidado, deberíamos decir que el punto de partida no es la confianza. Esta última nos aparece más bien como un punto de llegada en tanto que comunidad de fe o lealtad mutua. 

Lo que tenemos en la relación asimétrica de trabajo inicial, es a un joven que ha retirado la confianza o que quizás nunca logró desarrollarla hacia alguien, y a un adulto que fía responsabilidades, cuidados, sentidos y, sobre todo, cualquier expectativa de reciprocidad en general. Ofrece, dona, y le dice “después me lo pagás”. Y si el otro falta una y otra vez a la expectativa puesta en él, la fianza se renueva para que progresivamente se vaya armando una comunidad de creencia en el otro. Siempre poniendo en palabras las faltas a la confianza cuando estas entran en juego. 

Etimológicamente la confianza se nos presenta como una categoría donde la presencia del otro deviene irreductible, debido al con que da cuenta de lo común o de lo relativo al otro. Es decir, deviene una categoría que alude a un fenómeno intersubjetivo. Pero sabemos que en los orígenes del psiquismo si bien el cachorro humano depende del otro absolutamente, desde su perspectiva psíquica, ese otro aún no tiene representación. De modo que, como nos enseñara Winnicott, en principio la psique es soma.

Es por ello que diremos que la primera forma de confianza que podemos concebir es somática. Pensemos en el holding (sostén), que, si bien desde el adulto puede haber alcanzado un registro simbólico a través del lenguaje, para el bebé, antes que una función abstracta, es una forma de sostén físico. 

Las primeras formas de amor, en tal sentido, también son vivencias corporales. Se basan, además, en la experiencia recurrente de la acción específica que alivia tensiones, que satisface necesidades, que complejiza pulsaciones mediante el aporte de vías colaterales, en las primeras formas de temporalidad como son los ritmos (sueño-vigilia, día-noche, necesidad-satisfacción, tensión-alivio, etc.). 

Con la complejización del psiquismo, la confianza irá pasando del cuerpo hacia el ambiente que comienza a ser percibido (así sea en modos no atravesados por la representación que aportará el lenguaje). En este momento las mismas propiedades ligadas a los ritmos de tensión-alivio, caos-orden, llanto-respuesta, comienzan a ser parte de un ambiente humano que se va enriqueciendo. De este modo, ciertas vivencias como el amamantamiento, el cambio de pañales, un baño, son complejos de elementos que constituirán vivencias que reúnen un entramado de sensaciones, y forman parte de una rítmica existencial. Winnicott llamaba a esta experiencia, ambiente facilitador. La omnipotencia primaria o creatividad primaria, mediante la cual se crean objetos subjetivos, que ya venía teniendo lugar desde la fase anterior, se continuará en esta nueva etapa. 

Esta especie de confianza existencial posteriormente podrá ir transcribiéndose a experiencias reconocidas y posteriormente significadas, cuando se agregue la nueva instancia psíquica del Yo, el reconocimiento del otro y la emergencia del lenguaje con su capacidad de simbolización, permitiendo el pasaje de la vivencia a la experiencia. El primer registro de otredad es con minúscula: ese otro que emerge en el horizonte de un psiquismo en constitución, es uno concreto, con olores, modos, prosodia, música, con formas específicas de trato. En este punto es que podemos empezar a hablar de la confianza como fenómeno intersubjetivo que atravesará por la experiencia de que este otro sobrevive, como diría Winnicott, a las expresiones de hostilidad, dando lugar a la inquietud de haberlo lastimado y al gesto reparatorio que también deberá alojar para cerrar el ciclo repetitivo de hacer la experiencia de que su fantasía de omnipotencia destructiva es sólo eso, una fantasía que la realidad del otro limita y ubica como experiencia pulsional en todo caso. Lo mismo diremos en cuanto a la experiencia de estar a solas siempre en presencia de un otro confiable, que demuestra no ausentarse imprevistamente (pasaje del estar a solas hacia el quedar desolado), y respecto del jugar como experiencia que también dependerá de algunos otros que puedan garantizar la confiabilidad del ambiente como para que tal cosa sea posible. 

Sólo a partir de la instalación de la represión primaria, a la salida de la primera infancia, se podrá instituir esa forma despersonalizada, universal, que denominamos Otro. Si la confianza se afianzó en todo ese tiempo precedente, luego lo que tendremos será una confianza que se encuentre en la base de la relación al Otro. 

Posteriormente esa confianza hacia la Humanidad, el Destino, la Vida, se desplazará hacia un reloaded otro con minúscula, en un proceso plagado de confusiones, espejamientos y transparentaciones donde el Otro y el otro se confunden, se mezclan, entran en conflictos y demás malentendidos. En todas estas ocasiones, la potencialidad de la confianza en sentido abstracto continúa estando adquirida, pero en todo caso la posibilidad de desconfiar en que ese otro no actuará de acuerdo con la confianza así adquirida se producirá no hacia el continente sino hacia el contenido. Puedo desconfiar de la confianza de este otro particular, pero confío en la Confianza hacia el Semejante. 

El desafío en esta última etapa es la construcción de la confianza mutua cuando el otro se descubre no siendo un otro absoluto, infalible, sino tan frágil y falible como uno. Se construye confianza precisamente porque es la fortaleza que hermana las fragilidades (5).

En este devenir la confianza pasó del cuerpo hacia lo otro ambiental y de allí hacia el otro singular, para abstraerse en el Otro y concluir en la confianza compartida con otros.

La triple ligazón en la dependencia confiable

El establecimiento de la confianza podemos pensarlo desde la metapsicología freudiana como resultante de una triple ligazón constitutiva del psiquismo, en el cual algo de lo propio deja de ser mera acción para adquirir (1) ligazón de sentido cuando un otro me registra (2) a partir de una ligazón propia, intrapsíquica, de mi existencia; todo lo cual permite (3) esa otra ligazón que es un vínculo de mutua representación donde no se trata sólo de que cada uno represente al otro, sino representar y producir la ligazón de un otro representándome y produciendo mi ligazón en él (6). 

El otro me liga. Y a partir de que el psiquismo tiene cabida en el otro, es posible decir que existe entonces la experiencia de un lugar donde se podrán poner las cosas que nos afectan. Lo que se repite en la transferencia es, primero que nada, un alojamiento. Y es esto lo que permite, retomando la etimología de la confianza, la construcción del confidente transferencial, aquel a quien se le puede confiar algo. 

El desarrollo de la capacidad de confianza en el otro es, desde esta perspectiva, la construcción del alojamiento mismo, condición de posibilidad de la transferencia, entendida ahora como repetición de una experiencia de alojamiento

El desarrollo de la capacidad de transferencia

Sabemos que para Freud la transferencia fue un tropiezo de la clínica con el cual se fue encontrando de modo cada vez más insistente. En principio transferencia designaba sencillamente el desplazamiento de una intensidad libidinal y afectiva de una representación hacia otra. Dentro de esta concepción, la transferencia hacia la figura del analista podía concebirse simplemente como aquella que se realiza hacia un resto diurno más. Pero pronto Freud comenzó a valorizar su papel fundamental, llegando a entender que en un análisis lo que se gesta finalmente es una neurosis de transferencia. Descubrimiento que le permitió discriminar su aspecto positivo del negativo, y la resistencia que se juega en el proceso transferencial respecto del avance del análisis. Particularmente cuando esta resistencia adquiere la forma del acto que releva la palabra y el recordar. Sin embargo, como dijimos, si la transferencia es teorizada como fenómeno emergente de la práctica con neuróticos adultos, no hallamos una elaboración que dé cuenta del desarrollo, construcción o nacimiento de esta aptitud para transferir.  

En esta perspectiva, la concepción kleiniana de una transferencia precoz, en tanto que sitúa las relaciones de objeto desde el nacimiento mismo, no pareció aportar en la línea de un desarrollo de las operatorias necesarias para la adquisición de la capacidad de transferir. 

Pero incluso Freud planteó la particularidad de ciertos casos donde la transferencia parecía más bien dificultada: las neurosis actuales y las neurosis narcisistas. Luego vinieron los desarrollos en torno a lo borderline (Otto Kernberg), estados límites (Bergeret), bordes de la neurosis (Haydée Heinrich), entre muchos otros. Todo lo cual nos indica que se trata de una capacidad cuya adquisición no todo psiquismo cuenta. 

En Lacan la transferencia es situada en el seminario 8 (La transferencia) como cesión del objeto a al campo del Otro, pero para el seminario 10 (La angustia) nos dirá que en ciertos casos esta cesión o recorte del objeto en el campo del Otro se ve dificultada, lo cual da lugar al acting out como intento de llevar adelante tal operatoria. Le llama “transferencia salvaje” o “transferencia sin análisis”, lo cual supone una contradicción: si es salvaje pues no ha pasado por el Otro y si es sin análisis porque no se emplaza como neurosis de transferencia ¿es entonces transferencia? A pesar del oxímoron, hallamos en estos aportes un modo de pensar los obstáculos en la constitución del sujeto en el campo del Otro y, por ende, de la posibilidad de transferencia. 

El caso de Frieda, de Margaret Little (7), da cuenta de cómo una transferencia inexistente, en una joven que sólo parecía presentar insistentes acting out, se resuelve a partir de que la analista hace una respuesta total, es decir, como persona preocupada, condoliente, luego de lo cual ceden los actos y comienza a darse un proceso transferencial más próximo al de las neurosis. 

Nuestra experiencia de trabajo con juventudes que han sufrido desamparo nos lleva a similares conclusiones: la transferencia, si sucediera, es un fenómeno lógicamente posterior a todo un proceso de construcción de condiciones de confianza y de atravesamiento de repetidas y persistentes experiencias de confianza.

De acuerdo con lo que hemos venido desarrollando hasta acá, por nuestra parte aportamos la hipótesis de que la capacidad de transferencia se basa en la experiencia de alojamiento en un otro que no sólo desea e introduce cierto grado de erotización primaria, sino que, sobre todo, sostiene, cuida, conduele. En mi práctica todo el tiempo se reitera la situación de jóvenes madres que sin dudas quieren a sus hijos, que no quieren perderlos, que los consideran lo más importante, pero que no dejan de descuidarlos, de no registrar acaso lo fundamental de su fragilidad y de sus necesidades psíquicas; motivo por el cual la confianza en ese otro se ve alterada desde los orígenes mismos de su psiquismo. Sólo cuando se adquiere la capacidad de confiar en el otro se adquiere la capacidad de transferir al Otro, siendo esta última, antes que una transferencia de contenidos discretos, la repetición de una experiencia de alojamiento.  

Tenemos una hipótesis central entonces: no hay transferencia sin confianza; porque la estructura de la transferencia es la repetición de un alojamiento, es decir, del lugar de alojamiento que el semejante adulto tuvo para con todos los apremios, demandas, agresiones y enigmas de esa persona en el curso de su constitución psíquica. De la cual deriva una segunda hipótesis: repetición no es sinónimo de transferencia; es decir, si la transferencia es repetición, lo inverso no es igualmente cierto. Esto último es particularmente importante a la hora de pensar la clínica y la técnica, porque es lo que nos va a dar la pauta acerca de si alguien sólo repite un determinado acto con cualquiera que se le cruce, a si esa repetición es transferencial en la medida en que está mediada por una experiencia de alojamiento previamente construida. Lo cual nos abre a una clínica y psicopatología psicoanalíticas diversas: no es lo mismo la simple reactualización de determinadas huellas de desamparo, que la transferencia del trauma (Winnicott, 2013); no es igual que se proyecte sobre personas que sólo ofrecen algunos elementos característicos que los convierten en depositarios adecuados, a que esas personas sean depositarias de proyecciones por haber devenido continentes confiables; no es lo mismo una simple reactualización desencadenada por factores actuales contingentes o por compulsión inconciente, que la posibilidad de confiar determinados padecimientos a semejantes que se han descubierto capaces de tener un deseo genuino de saber, acompañar, escuchar, empatizar, condoler.

 

(1) Referencias extraídas de https://etimologias.dechile.net/

(2) Desde luego, una psicopatología de la confianza se encuentra sobre la base de las problemáticas que nos presentan, y también tiene su correlato etimológico: in-fidelidad: faltar a la confianza; des-confiar: retirar la confianza, pérdida de aquella comunidad de lealtades; y la peor de todas, porque supone la instrumentalización del sujeto ético, es la per-fidia: ir más allá, transgredir la lealtad o fidelidad.

(3) Reservamos la categoría de vivencia para nombrar aquellos complejos senso-perceptivos que tienen inscripción psíquica pero que no devendrán experiencias sino a partir del momento de la constitución psíquica en que puedan ser percibidas por el Yo como escenas y legitimadas por un otro capaz de sancionarlas como existentes y como nombrables dentro de tramas simbólicas culturales de pertenencia intergeneracional e histórico-políticas.

(4) Es así que los adolescentes en plena etapa de confrontación intergeneracional y reformulación de sus identificaciones, ideales y relaciones consigo mismo y con los demás, pueden desconfiar de los dichos del mundo adulto, de sus valores e ideas, en cuanto a contenidos representacionales, pero sin dudas confían en el continente que aquellos son.

(5) Quizás en esta tensión entre el otro y el Otro es que se ubiquen buena parte de los conflictos psíquicos que habitan la escena analítica tradicional con personas que tienen configuraciones neuróticas.

(6) Es lo que vemos en la cuarta parte de la película Kaos (Paolo y Vittorio Taviani, 1984), basada en algunos cuentos de Pirandello, a quien toma como personaje principal. En el epílogo de la obra, llamado Coloquio con la madre, Pirandello se encuentra con el espíritu de su madre, que lo ha llamado para decirle algo. Dentro de la escena se da un maravilloso diálogo que incluye la idea que nos convoca:

“- No llores, Luigi. Si me quieres tanto debes pensarme como me ves aquí ahora, viva.

– No lloro por eso. Te recuerdo, madre; siempre te veo como estás ahora, viva, sentada aquí en tu sillón. Pero lloro por otra cosa. Lloro porque tú no puedes pensar en mí. Cuando estabas sentada aquí, yo decía: si desde lejos me piensa, estoy vivo para ella. Esto me sostenía y me confortaba. Ahora que estás muerta y no me piensas más, ya no estoy vivo para tú y no lo estaré nunca más”.

Es por ello que el duelo supone no sólo duelar el objeto sino al objeto que alojaba al sujeto. Lo que se pierde es no sólo al otro sino al otro que alojaba a uno.

Es el caso de un joven paciente que lleva dos años sin poder terminar de duelar a su ex pareja. Entonces revisa los horarios de sus últimas conexiones de WhatsApp y trata de poner “me gusta” a cada una de sus “historias” de Instagram. Dice que lo que más teme es que ella se olvide de él, lo cual suele traducirse en la fantasía de que simplemente esté de novia con otro. Lo que no se quiere perder no sólo es la ex novia ni sólo el lugar de novio que tuvo para ella sino, en última instancia, la representación del otro representándolo a él. Mostrar su permanente presencia virtual, casi tan fantasmal como la de la madre del personaje de Pirandello, es un modo de que ella no deje de tenerlo presente en su representación. Esta representación, desde luego no es meramente cognitiva, y el peligro que intenta evitar no es el vacío del olvido neurológico: sin dudas ella siempre lo recordará y algo de esa historia formará parte de un relato que sobre sí misma arme esta joven como parte de su novela vincular; sino que el olvido que se juega acá es el olvido libidinal. Es esa la ligazón que se pierde y que se transformará en una cicatriz recordatoria de un amor sanguíneo.

(7) Little, Margaret. “R”: la respuesta total a las necesidades del paciente.