Irene Meler
Dra. en Psicología (UCES)
Asociación de Psicólogos y Psicólogas de Buenos Aires (APBA)
Autora de numerosas publicaciones, entre ellas: Recomenzar. Amor y poder después del divorcio, Buenos Aires, Paidós, 2013 y Géneros y deseos en el Siglo XXI, Buenos Aires, Paidós, 2023.
La crisis actual de la identidad
La cuestión de la identidad atraviesa hoy por una profunda conmoción, y ha sido abordada por autores que trabajan en diversas disciplinas. El auge de los movimientos migratorios promovidos por la globalización, los conflictos bélicos, y la crisis climática, puso en contacto a diversos grupos humanos resaltando sus diferencias, pese a las cuales se registran procesos de hibridación intercultural y alianzas interétnicas. Otra fuente de dilución identitaria se encuentra en la tendencia que ha eclosionado en algunos sectores adolescentes que solicitan una transición desde el género asignado al nacer hacia un género elegido según su criterio personal.
Cuando buscamos referencias teóricas para abordar estos procesos, conviene recordar que al interior del campo psicoanalítico, los estudios de Erik Erikson (1950) constituyen un aporte fundacional sobre el tema. Según el modelo del desarrollo humano creado por ese autor, existen ocho períodos de carácter universal en el curso de la vida, y cada uno de ellos implica una crisis pasible de resolverse mediante un logro evolutivo, que si no se alcanza, puede desembocar en un fracaso existencial. La constitución de un sentido coherente y estable del sí mismo, se logra durante la adolescencia, y el fracaso de esa tarea vital fue denominado por el autor como “confusión de rol”.
La identidad es ubicable en términos metapsicológicos en la esfera del Yo, y conviene recordar que Luis Hornstein (2000) ha descrito en las patologías narcisistas la existencia de dificultades en el logro de la consistencia del Yo, por lo que se observa un Yo de límites borrosos. Esa tendencia aparece hoy con frecuencia en la población adolescente y adulta joven, en el contexto de lo que Dany Robert Dufour (2009) caracterizó como una “psicotización difusa” propia de nuestra época, remisa a promover la postergación o la renuncia a la satisfacción pulsional.
Existe coincidencia en vincular esta modalidad de constitución psíquica con las características culturales del Occidente contemporáneo. Aún Erikson, quien trazó un periplo evolutivo que parece mandatorio por su universalismo, asigna gran eficacia al contexto cultural, diferenciándose así de las tendencias endogenistas del discurso freudiano.
¿Cuáles son las características de las culturas actuales que se correlacionan con la difusión contemporánea de la estructura yoica? La aceleración es sin duda una de ellas: nuestras sociedades se caracterizan por un cambio cultural vertiginoso. La creatividad tecnológica, incentivada por la competitividad y la búsqueda incesante del incremento de ganancias, crea una obsolescencia planificada que obliga a descartar las tecnologías conocidas para adquirir a toda marcha las capacidades que demanda el manejo de los nuevos dispositivos. El ejemplo más palpable se encuentra en el modo en que el aislamiento domiciliario impuesto por la pandemia digitalizó nuestra existencia de un día para el otro, requiriendo una enorme flexibilidad subjetiva para incorporar nuevos procesos de trabajo y de estudio.
La globalización ha promovido un aumento exponencial de los desplazamientos por razones laborales, generando procesos de deslocalización y relocalización que antes afectaban sobre todo a los diplomáticos. Y estos son los casos más favorables, si los comparamos con las migraciones forzadas por los conflictos armados y la extrema pobreza, que han generado una enorme pérdida de vidas humanas. Es así como encontramos a población de origen africano residiendo en París y vemos a Londres poblada por ciudadanos de origen hindú o pakistaní. La procedencia étnica ya no coincide con la locación residencial, y la identificación de los sujetos mediante el ius sanguini, o sea, el derecho basado en la ascendencia familiar, entra en colisión con el ius soli, es decir con el criterio que establece la identidad nacional de cada persona sobre la base de su lugar de nacimiento. Elisabeth Roudinesco (2023) ironiza sobre estas dificultades actuales para establecer la identidad, en un acápite de su última obra que titula como “No soy blanco ni mujer, ni hombre, sino medio libanés”. Otra Elisabeth, Beck Gernsheim (2003) citó los dichos de una mujer norteamericana al responder a un proyecto teatral destinado solo para negros: “Yo soy medio de Bali, medio de Irlanda. Mi abuela es originaria de Filipinas y mi abuelo de Polonia. Crecí en Texas y ahora vivo en Nueva York. ¿Qué teatro propone usted para mí?” La definición de las identidades sobre la base de la nacionalidad se ve complicada por el mestizaje, a lo que se agrega la actual tendencia hacia la doble nacionalidad, que ha creado ciudadanos de dos mundos.
Si en este contexto inestable quedaba alguna referencia identitaria orientadora, era la que se basaba en el sexo biológico, que ha constituido tradicionalmente un indicador que promovía la asignación de género. John Money (1955), creador del concepto de género, ha descrito el modo en que los padres o cuidadores despliegan proyectos identificatorios disímiles según se trate de una niña o un varón. La polaridad binaria de estos proyectos de vida asignados según el sexo, constituyó durante innumerables generaciones formas de subjetivación diferenciadas de modo polarizado según el sexo de la criatura. La deslegitimación actual de la jerarquía social que se ha elaborado sobre la base de la diferencia sexual, ha difuminado la diferencia polarizada entre ambos proyectos, asemejando el curso de vida femenino al masculino, aunque nunca por completo.
Más allá de la flexibilización de los estereotipos de la masculinidad y de la feminidad, vemos que siempre hubo sujetos que no se han sentido cómodos con la asignación de género realizada al nacer, al punto de que su identificación subjetiva ha cruzado la vereda del género, sintiéndose más representados por el género “opuesto”. También han existido quienes fluctuaron de modo ambiguo entre identificaciones con la feminidad y la masculinidad cultural, creando identidades atípicas o minoritarias, que fueron objeto de discriminación y persecución en el Occidente cristiano. Pero hoy, cuando el dispositivo de gobernanza más novedoso no se basa en la represión sino en la seducción y la incitación al goce, el sistema médico postmoderno ofrece recursos que permiten modificar la expresión de género de un modo tal, que en algunos casos, los más logrados, hace difícil determinar a simple vista cual ha sido el sexo de nacimiento de esas personas.
A esta institución de la identidad electiva, se agrega el hecho de que la correlación que se solía imaginar entre la identidad asumida por el Yo y la orientación del deseo erótico se ha revelado como falaz, ya que asistimos a múltiples combinaciones y permutaciones entre identidad y deseo. Los historiadores de la sexualidad han vinculado el proceso histórico descrito por Shorter (1977) como “Revolución Sentimental”, con la creación imaginaria de la figura del homosexual afeminado (Trumbach, 1972). Cuando se produjo la urbanización europea con la consiguiente nuclearización de las familias, surgieron las uniones conyugales por afinidad personal. La mayor cercanía afectiva existente entre los cónyuges, promovió el temor de que las fronteras existentes entre los sexos se diluyeran. A partir de allí se supuso que los varones que deseaban a otros varones, debían asemejarse a las mujeres. Pero el panorama contemporáneo nos muestra que existen varones cuya subjetividad es masculina en términos convencionales, aunque su deseo sea homoerótico. Hoy el estereotipo del homosexual afeminado ha entrado en ignición.
Este es el contexto en el cual surge la actual visibilidad de las transidentidades. Quienes presentan atipias en su identificación de género durante la primera infancia, suelen ser niños varones que mantienen una relación fusional con la imagen materna, debido a diversas carencias en su desarrollo temprano, una de las cuales se vincula con el nacimiento gemelar (Meler, 2023), entre otros factores. Pero entre la población de púberes y adolescentes tempranos, actualmente son mayoría las niñas que solicitan la transición hacia una identidad masculina. Suelen presentar diversos sufrimientos psíquicos, entre los que se destacan los trastornos alimentarios, relacionados con conflictos o cismas familiares, y el abuso sexual intrafamiliar.
La tendencia adolescente a tomar como referencia al grupo de pares se ha intensificado mediante el auge de las redes sociales, que alientan las solicitudes de transición mediante instrucciones standardizadas para gestionarlas. Se vehiculiza así el malestar cultural vinculado con la lentitud de los avances hacia la paridad entre los géneros, unido a la omnipotencia juvenil habilitada por los nuevos desarrollos en tecnologías médicas, cuya acción coordinada genera la ilusión de que el dolor psíquico puede ser superado pareciendo ser otra persona.
De modo paradójico, esa ilusión de ser otro, reposa en una tendencia tradicional propia de la feminidad. El sujeto masculino ha recibido de sus padres un nombre y un apellido, que lo investía con la función de dar continuidad al linaje. El destino social de las mujeres fue otro: nombradas al nacer con el apellido paterno, cuando se casaban pasaban a subsumir su identidad con la del marido. No es extraño entonces que se observe en la población femenina adolescente una tendencia hacia el cambio de identidad: estaríamos ante una difusión identitaria cultivada por el socius, que hoy nos sorprende con un retoño inesperado.
Las identidades: su variabilidad geográfica e histórica
La modalidad con la que las personas construyen una representación de sí mismas varía según la época y el lugar donde se han constituido. Quienes pertenecen a familias tradicionales, aún hoy conservan un estilo colectivo para construir su sentimiento de sí, que se advierte cuando al referirse a su propio ser, pluralizan, decodificando sus rasgos de carácter mediante una referencia al linaje del cual provienen. “Nosotros los Pérez, siempre hemos sido así”. Es verosímil suponer que el colectivo exitoso que les enmarca, agrega excelencia narcisista a la representación de su ser.
Otros sujetos en cambio, están altamente individualizados. Tal es el caso de quienes se dedican a actividades culturales o profesionales, que requieren una prolongada y paciente tarea de “hacerse un nombre”. La venta de servicios calificados en el mercado postmoderno requiere esa acumulación de prestigio, y si bien en el campo médico o jurídico todavía persisten algunas familias de profesionales, donde los padres transmiten conocimientos a sus hijos, en la mayor parte de los casos la construcción del reconocimiento de quienes ejercen una profesión, constituye una tarea individual.
La pretensión de originalidad, la exacerbación de la unicidad del propio pensamiento o del propio estilo de expresión estética, se intensifica entre los artistas. El logro de un estilo expresivo que caracteriza al sujeto y lo diferencia de los otros, se constituye en una especie de marca personal que puede eventualmente redituar alto en el mercado de arte. Los escritores que logran crear un mundo propio, al estilo de Tolkien, o de JK Rowling, acceden al estatuto de autores de best sellers. El mundo real es con frecuencia inhóspito o amenazador, y agradecemos la posibilidad de habitar otros universos alternativos, aunque sea de modo imaginario.
Otro criterio identificatorio pasa por la ubicación subjetiva y contextual en uno u otro lado de la línea que divide lo normal de lo patológico. La modernidad media ha sido fuertemente normalizadora: el curso de vida estuvo rígidamente pautado, así como las expresiones de género y el ejercicio de la sexualidad y la parentalidad. La patologización fue un recurso de control social que reemplazó parcialmente a otras estrategias punitivas, recurriendo a la negación del reconocimiento social para quienes se apartaran de lo establecido como normal o deseable. La corporación psi aún se debate entre las tendencias patologizadoras tradicionales y actitudes más abiertas hacia la diversidad subjetiva. En ocasiones, el afán por superar el escollo normalizador nos arroja en la aceptación acrítica de modos de procesamiento subjetivo que implican distorsiones del sentido de realidad, o involucran transgresiones éticas.
La vertiente ofensiva de lo identitario
Cuando nos encontramos en la esfera del narcisismo, el semejante puede transformarse con facilidad en rival, y por lo tanto en enemigo. Este es el aspecto ofensivo de la identidad, que si bien proporciona un sentimiento subjetivo de estabilidad y coherencia, lo logra al costo de designar un exterior donde se deposita de modo proyectivo lo rechazado de la esfera de la representación del propio ser. Ronald Laing (1972) ha descrito el modo en que la representación del “nosotros” se opone al “ellos”. La violencia en el fútbol constituyó una ilustración dramática de esa tendencia que construye identidad sobre la base de una escisión del Yo.
El concepto de “abyección” fue creado por Judith Butler (2018) para teorizar la homofobia, y pese a que quienes trabajamos en el campo del psicoanálisis conocemos el concepto freudiano de la bisexualidad constitutiva de lo humano, aún hoy persiste una actitud de discriminación y sanción psicopatologizadora en algunos sectores de las corporaciones psicoanalíticas. En términos generales, la creación imaginaria de categorías de sujetos supuestamente homogéneos entre sí, responde a la psicología del prejuicio. Esto nos ilustra acerca de que la identidad no es solo producto de procesos de auto creación, sino que es una construcción conjunta con los otros, quienes asignan identidades mediante el recurso a mecanismos de identificación proyectiva.
En las sociedades postmodernas coexisten tendencias contradictorias en materia de procesos de construcción de identidades. Eric Sadin (2022) ha escrito sobre “el individuo tirano”, para caracterizar los procesos actuales de individuación y exposición pública del Yo que se observan en paralelo con una impotencia creciente para generar cambios eficaces en el contexto, lo que promueve expresiones caóticas e ineficaces de ira. Elisabeth Roudinesco (2023) tituló su libro reciente como “El Yo soberano” para describir las tensiones que atraviesan el planeta, entre los movimientos desidentificatorios y las reivindicaciones violentas de identidades nacionales o étnicas que se sienten amenazadas de extinción.
Las demandas de construir coherencia subjetiva han promovido entre los sectores adolescentes la formación de las “tribus urbanas”, agrupamientos identitarios que desafían la cultura adulta pero brindan pertenencia y establecen redes sociales.
La tendencia a definirse como transexual, impugna la identidad asignada, pero solo para ubicar a esos jóvenes en una nueva referencia identitaria, con sus códigos, su jerga propia y sus rituales. Roudinesco compara esta tendencia actual con el auge de las antes tituladas como “personalidades múltiples” entre las mujeres jóvenes, patologías creadas por el afán taxonómico de la corporación psiquiátrica, y que están en proceso de desaparición.
Dado que las tendencias progresistas y liberacionistas vinculadas con auge del feminismo popular han despertado una reacción conservadora, vemos que algunos sectores juveniles buscaron un sentimiento de identidad mediante la pertenencia a cultos religiosos que suelen funcionar al modo de sectas. La iglesia católica ofreció a partir del Medioevo una inserción social y un destino que brindaba protección económica y reconocimiento social al costo de la renuncia oficial al ejercicio de la sexualidad y la procreación. Pero hoy asistimos al auge de sectores evangélicos que brindan una solidaridad colectiva no exenta de procesos sugestivos intensos, que atrae a jóvenes que padecen desafiliación y desamparo, y buscan rescate de las tendencias adictivas propias de las sociedades de consumo. En la comunidad judía coexisten sectores laicos modernizados y afines al pensamiento progresista, con un reverdecimiento de tendencias fundamentalistas reaccionarias, que reeditan rancias tradiciones medioevales, buscando reafirmar la identidad judía mediante la reinstalación de costumbres obsoletas y el control teocrático.
Los procesos identitarios atraviesan en la actualidad por crisis y reacciones. He expuesto mi posición acerca de que junto al registro de su carácter impositivo y normalizador, debemos registrar el rol organizador de la subjetividad que desempeña la asunción de una identidad, en especial, la identidad sexuada (Meler, 2023). Así como la procedencia étnica de los sujetos es cada vez más mixta, porque confluyen diversos orígenes familiares producto del relajamiento de la homogamia étnica y de clase, las identidades sexuadas están muy lejos de los estereotipos modernos de la masculinidad y la feminidad. Es por eso que hoy consideramos la existencia plural de masculinidades y de feminidades, diversas formas de asumir la sexuación que se van transformando a lo largo del ciclo vital. En el ocaso de las identidades monolíticas y unívocas, conviene sin embargo, conservar ciertas referencias orientadoras, al menos para sostener algunas ilusiones de coherencia subjetiva.
Bibliografía
Beck Grensheim, Elisabeth: (2003) La reinvención de la familia, Buenos Aires, Paidós.
Butler, Judith: (2018) Cuerpos que importan, Buenos Aires, Paidós.
Dufour, Dany Robert: (2009) El arte de reducir cabezas, Buenos Aires, Paidós.
Erikson Homburger, Erik: (1972) Sociedad y Adolescencia, México, Siglo XXI.
Hornstein, Luis: (2000) Narcisismo. Autoestima, identidad, alteridad, Buenos Aires, Paidós.
Laing, Ronald: (1972) El cuestionamiento de la familia, Buenos Aires, Paidós.
Meler, Irene: (2023) Géneros y deseos en el Siglo XXI, Buenos Aires, Paidós.
Money, John y Erhardt, Anke: (1955) Desarrollo de la sexualidad humana, Madrid, Morata, 1982.
Roudinesco, Elisabeth: (2023) El yo soberano. Ensayo sobre las derivas identitarias, Buenos Aires, Debate.
Sadin, Éric: (2022) La era del individuo tirano, Buenos Aires, Caja negra.
Shorter, Edward: (1977) El nacimiento de la familia moderna, Buenos Aires, Crea.
Trumbach, Randolph: (1991) “Sex, Gender and Sexual Identity in Modern Culture; Male Sodomy and Female Prostitution in Enlightment London”, Journal of the History of Sexuality, Vol. 1 Nº 3, enero.