La pulsión como política

La fotografía muestra embelesamiento. El video de la escena, a su vez, es de deslumbramiento y enamoramiento explícitos, con la voz casi de niño de uno de ellos que exclama, al borde del llanto, “Mr. President! Uno en busca del otro, un otro que se dirige a él con mirada paternal. 

Se trata de dos sujetos que, de lo explícito, de lo que se dice sin filtros, de lo que carece de metáfora, han hecho su signo representativo. El discurso-descarga, y redes sociales para proferir palabras de odio, son su agenda diaria.

El hombre adecuado en el momento apropiado: así entendí en su momento de qué se trataba Trump al asumir su primera presidencia. Una especie de personaje de las películas de John Wayne, quien, en lugar de ir como aquél a poner orden en el Lejano Oeste, anunciaba que lo haría en lo que veía como una alicaída sociedad norteamericana para, así, refundarla y volver a ponerla en primer plano. “A partir de hoy, América primero”, fue su latiguillo en la ceremonia de asunción presidencial en 2017. Sigue siéndolo hoy. En su momento anunció –tal como lo hace ahora- que expulsaría a millones de inmigrantes indocumentados, en un intento de superar a Obama, quien ha sido el mayor deportador de inmigrantes de la historia estadounidense. Amenazó entonces, con que haría construir un muro en la frontera mexicana y que sería México quien lo pagaría; que pensaba autorizar el uso de la tortura… y la lista seguía. En sus primeras horas en ese cargo, hizo bajar de la página de la Casa Blanca la versión en español de la misma, los espacios dedicados a los derechos de las comunidades LGTBIQ+ y todo lo que estuviera referido al cambio climático. La Pandemia de Covid-19 fue manejada por él de modo inescrupuloso, minimizándola, aunque en privado asumiera su letalidad. Fue desastrosa su campaña sanitaria: EEUU tuvo una muy alta tasa de fallecimientos. Una catástrofe. Llegó recomendar inyectarse desinfectante. 

Milei no sólo fue negacionista, sino que emergió en la misma pandemia, infestando con el virus de las ultraderechas a buena parte de la población, aprovechando las bajas defensas ocasionadas por el fracaso de una forma de vida. Un fracaso que, ahora, intenta revertirse con un capitalismo recargado. 

Lo que me interesó en su momento fue hallar algún indicio de, por qué, Trump había hallado aprobación en tantos habitantes estadounidenses como para que terminara siendo su presidente, guiándome la intención de analizar los aspectos psíquicos en juego que favorecieron su elección. Considerando, además, que la misoginia de Trump no le costó mayormente el voto femenino, ni el de inmigrantes latinos ni el de los negros, que serán, todos ellos, seguramente perjudicados por sus políticas. 

Pero ahora se trata, también, de Milei.  Nada muy diferente ha sucedido con buena parte de sus votantes, entre quienes se encuentran aquellos que se anunciaba que serían víctimas de sus políticas. Mujeres, trabajadores, jóvenes sobre todo varones, pobres, precarizados, etc. Los más perjudicados eligiendo a quien los va a perjudicar aún más. ¿¿¿Qué???

Pero, a esta altura, más que de estos personajes, se trata de indagar en el avance de las ultraderechas, que no ocultan el daño que producirán. Negando el cambio climático, la violencia hacia las mujeres, el matrimonio igualitario, atacando y desconociendo derechos de la comunidad LGTBI, etc.

De la política para la pulsión a la pulsión como política

Trump amenazó de inicio con gobernar sin que su poder tuviera límites, como si fuera el dueño de una empresa. Milei lo hace como si fuera el propietario de este país. 

Ambos encarnan a la perfección la significación central del capitalismo: lo ilimitado, llevando al límite el imperativo del Otro del neoliberalismo, que arroja a los sujetos a una carrera en una cinta sin fin: consumen y fugazmente sienten felicidad, pero ésta decae rápidamente porque no es suficiente ya que siempre hay algo más, algo mejor, algo más nuevo, una experiencia mejor: la llamada obsolescencia planificada no lo es solamente de objetos. 

Claro que hay quienes no pueden consumir ni lo elemental, pero la astucia de este Otro hace que, muchas veces, ellos también se sientan en falta, en lugar de sentir que están bajo los efectos de una tiranía encubierta. Se deprimen y resignan, en lugar de rebelarse ante esta tiranía. Y junto con los que aspiran a se lo que nunca podrán ser y se hartan de esta forma de vida, sólo ven su modo manifiesto, no su profundidad, y, lejos de rebelarse contra las verdaderas causas, eligen a las ultraderechas. Estas se valen de lo que se vale toda sociedad: modular el mundo pulsional, instituyendo una política para la pulsión. 

Esos impulsos que en los animales se denominan instintos, que tienen una fijeza absoluta en relación a cómo satisfacerlos, en el humano se transforman en pulsión: impulsos modulados por la vida social – para hacerla posible – que otorga fines para su satisfacción, sea directa o sublimada, como en el arte, el amor, el pensamiento, etc. Para lo cual se vale de modelos identificatorios y objetos obligados para la sublimación, tanto como de objetos y modos de satisfacción del mundo pulsional. Así, toda sociedad debe instituir una política para la pulsión, y lo hace de las más diversas maneras

Esta política para la pulsión (de la cual podemos observar claramente sus diversas versiones en la Grecia Antigua, el Imperio incaico, las tribus reducidoras de cabezas, el mundo capitalista actual, etc.) parece haber desembocado en estas últimas décadas en una política que hace justamente de la pulsión su política. 

La pulsión como política. ¿Por qué decimos esto?: por lo que sostuvimos previamente. En el mundo en el que vivimos se ha instituido la ilusión/promesa de vivir sin límites (tal como puede apreciarse claramente en muchas publicidades). Un poder sin límites va de la mano con este modo de ser de la sociedad. 

Es necesario avanzar en este punto: el llamado a lo ilimitado implica una convocatoria a la descarga pulsional: tal el deseo que anida en las profundidades del inconsciente, el deseo de Nirvana. Una descarga como fin, que sigue de esa manera el camino de la pulsión de muerte: la descarga constante como modo de vida, la desinvestidura del mundo a manos del reinado del narcisismo y el autoerotismo. Es decir: el consumismo como algo ligado a lo que está más allá del principio del placer. Que también se manifiesta en los imperativos de actividad laboral incesante, de juventud y salud, de superación día tras día de lo que sea, de éxito, de goce sexual, etc. 

III. La agitación pulsional

Podemos decir que todo esto mantiene en estado de agitación constante al mundo pulsional de los sujetos. Lo novedoso que acontece es el contenido que se agrega a esta agitación. Xenofobia, misoginia, racismo, etc. Así, se apela a lo peor de la subjetividad humana –a sus más “bajos instintos”-: el rechazo -hasta llegar a la destrucción- del otro vivido como una absoluta y peligrosa exterioridad. Alguien que, con su sola presencia, cuestiona lo identitario, eso necesario para que lo instituido no sea cuestionado. Su presencia es denunciada como peligrosa para la satisfacción sin límites.

Si decimos que apela a lo peor de la subjetividad humana, a sus más bajos instintos (modo de referirnos a la pulsión de muerte como destrucción del otro y retiro del mundo, como convocatoria tanto al narcisismo como a lo autoerótico) es porque es un claro llamado a la asociabilidad radical que reina en el inconsciente y que la socialización de los sujetos en todas las sociedades intenta limitar. El psiquismo humano –en sus orígenes-, habita en un mundo cerrado sobre sí mismo, que nada “sabe” acerca de que exista algo por fuera del mismo. Ignora –en un sentido radical- la existencia de algo que no sea ella-, y nada quiere saber. Ese núcleo asocial, autístico, reinado del autoerotismo, habita en el fondo del psiquismo de los sujetos, y va a ser depuesto merced a la socialización a la que es sometida la psique en su encuentro con el mundo. En este sentido, el modelo que las ultraderechas proponen es el de una sociedad habitada en buena medida por sujetos anti-sociales. Un verdadero y absurdo oxímoron. Está a la vista el imposible que está en juego.

El Otro del capitalismo actual ríe, ríe con ganas, tal como ríen Trump y Milei. Como ríen las ultraderechas, como ha reído Bolsonaro, una risa sarcástica y sardónica de quienes se creen dueños del mundo (aunque sean títeres de otros en algunos casos, como el vernáculo), remedo de la risa del Otro que goza con el esfuerzo inútil que hacen sus sometidos, por querer satisfacer ese sin fondo del inconsciente que no conoce límites, empujados por los imperativos impuestos so pena de no pertenecer y ahogarse en el mar de la inexistencia. 

Lejos de ser anti-establishment, como muchas veces se presentan, los líderes de ultraderechas lo encarnan mejor que cualquiera de sus oponentes y antecesores. Lo hacen sin eufemismos, sin utilizar palabras políticamente correctas como sus adversarios “democráticos y republicanos”.

Tal vez haya llegado la hora de la verdad para nuestras sociedades: todo está más claro que nunca. Sólo falta que lo que se hace manifiesto, lo que está a la vista, sobre la mesa, sea concientizado. Que la forma de vida imperante sea visualizada como algo en contra de los sujetos, contra su libertad. Libertad anulada por el negacionismo respecto del cambio climático, la explotación, la precarización forzada de la mayor parte de la humanidad, la abolición de derechos adquiridos por los diversos colectivos, etc.

Pérdida de libertad a manos de una idea (la del capitalismo) que lo reduce todo a números. Pero ese es otro tema, que merece un especial capítulo.