Los vínculos en el marco de las transformaciones sociales

Algunas ideas acerca de como los vínculos actuales expresan un modo de sentir, pensar y actuar desde subjetividades ya marcadas por el imaginario tecnológico y digital. Un mundo sin cuerpos ¿qué lugar le da a lo sensible?

Los vínculos en el marco de las transformaciones sociales (1)

Gloria Abadi. Psicóloga. Socia Activa AEAPG. Coautora en “De Vínculos, Subjetividades y Malestares Contemporáneos” (2020), editorial Entreideas. Compiladora y coautora de “Movimientos y Dislocaciones en psicoanálisis vincular” (2024), editorial Lugar.

abadigloria@gmail.com

 

Frecuentemente hablamos entre colegas, y además es un tema puntual en muchas actividades científicas, la cuestión del impacto de la tecnología en nuestra vida y, más precisamente, de su incidencia en las subjetividades contemporáneas. Me parece que dicha formulación desliza la idea de un sujeto pleno que es influenciado desde un exterior, influencia que produce modificaciones en una subjetividad ya constituida.

Me gustaría ensayar algunas líneas para aproximarnos a la idea de psiquismos ya modelados desde lo digital. Lo contemporáneo, ya habitando las vincularidades, invita de algún modo a desdibujar las fronteras entre un afuera y un adentro.

Cuando comenzó la pandemia y tuvimos que reconfigurar el modo de ejercer nuestra práctica mediante los recursos tecnológicos que nos permitieron el trabajo a distancia, un paciente, después de un tiempo de ya iniciadas las sesiones vía zoom, hizo un comentario que me pareció muy lúcido en su momento, y que a medida que se pudo ir tomando cierta perspectiva del fenómeno pandémico, fue ganando en espesura.

“Extraño mucho –dijo- cómo era antes para mí venir a sesión. El viaje hasta llegar me permitía ir pensando qué te quería contar, qué me estaba preocupando. Y después, cuando me iba, durante el tiempo del viaje seguía pensando lo que habíamos hablado, seguía como en un estado especial, no del todo conectado con la realidad.”

Me interesa a partir de este comentario, junto con otras observaciones de mi práctica clínica, acercar algunas ideas que, a mi parecer, reflejan en los vínculos actuales un modo de sentir, pensar y actuar en subjetividades ya marcadas por el imaginario tecnológico y digital.

Repasando algunas consultas de pareja, en las cuales se desplegaba una marcada dificultad para tomarse el tiempo para escucharse, del poco interés por saber del otro, del apuro por resolver situaciones conflictivas generadoras de malestar, del monto de hostilidad despertado por la otredad, expresado en una irritabilidad extrema, comencé a pensar cuánto de ese escenario clínico podía estar determinado por un modelado de los psiquismos y de los vínculos, bajo las coordenadas de la época y en especial del mundo tecnológico.

Cuántos de esos sentires ya son producto de un modo de vida formateado desde lo digital. Me gusta cómo lo expresa Agustín Valle en su libro Jamás tan cerca: “Un ambiente histórico, una técnica, forjan su sujeto, su habitante, en las operaciones concretas para habitarlo. Gestos y movimientos propios de un ambiente, de una técnica de vida. Operaciones producidas acaso con las herramientas y artefactos, pero que dan forma a una subjetividad que va a pensar y actuar de ese modo, aún sin artefactos”, (Valle, A. 2022, p.45).

El comentario del paciente pone a jugar ya, en los albores de los cambios que se suscitaron a partir del aislamiento necesario, una pérdida, un cambio en la temporalidad, un ritmo nuevo.

De su decir se desprenden, también, algunas nociones que fueron tomando cuerpo, en el sentido de encarnándose, en los modos de existencia actuales y por consiguiente en los modos de vincularse.

Una noción que está implícita es la de pausa, o más bien, la ausencia de la misma. La pausa como un dar y hacer lugar al otro y un dar-se y hacer-se lugar junto con otro.

Ese tiempo sin finalidad anticipada que lo invitaba a recorrer su estado de ánimo, su sentir, y así que vaya emergiendo algún tema para compartir en la sesión, se había reducido a un click después de una reunión de trabajo. Asimismo, la figura de su mente masticando, procesando el contenido de la sesión, en esa íntima y frágil transición entre un afuera y un adentro, casi una ensoñación, queda anulada por la pura realidad. Otro click y se pasa a otra cosa, sin tiempo que perder.

Abriendo el juego desde la clínica

En contraposición justamente con lo anterior, encuentro en estas consultas de pareja un apuro por resolver las cuestiones operativas, en especial en parejas jóvenes con hijos. El objetivo desde ese apuro, esa impaciencia, es inventar un modo de distribución de tareas que garantice la igualdad de esfuerzos, la igualdad de renuncias…la igualdad.

A veces, dicha búsqueda se sostiene fundamentada desde la lógica feminista, pero usada más como prótesis que como campo de discusión para evaluar cuál es la mejor forma de compartir la crianza y demás tareas cotidianas, es decir desestimando la singularidad propia de ese vínculo; esa trama afectiva particular, amasada con la historia de sus encuentros y desencuentros.

Se aplanan así, no tanto las diferencias de derechos, sino toda diferencia entendida como espaciamiento, como lo del otro siempre incognoscible. Imposible pensar en igualdad si partimos de la diferencia como motor de un vínculo; el anhelo de igualdad, tal como se semantiza desde la tensión en estos vínculos, anula esa differance que instala al devenir como única variable estable.

En ese sentido, trabajando sobre las dificultades que relatan estas uniones -en especial aquellas en torno a cómo hacer para incluir un hijo/a en una vida organizada con múltiples actividades individuales-, parecía que ese hijo/a buscado, deseado, inauguraba un común. Una zona de lo común que se constituye en acto, a pura presentación, un común que me gusta pensar como una búsqueda más que como un punto de llegada o un acuerdo. Lo común que exige la llegada de un hijo, se refiere, a mi entender, a una disponibilidad a escucharse sin buscar el acuerdo. En ese sentido lo común es saberse diferentes e incluir esa tensión en la vida de relación.

Podemos conjeturar, que, antes de la parentalidad, aquello del otro que era causa de perturbación, de demora, en el camino hacia el cumplimiento de un deseo o interés, podía resolverse en forma aislada o individual; la alteridad, en tanto lo alter que produce alteración, ilusoriamente podía soslayarse a través de los atajos individuales; pero la crianza demanda crear un campo de intercambios que parece sorprender a muchas parejas.

Situaciones que demandan tener que elegir, se constituyen a veces en una oportunidad para conocer al otro, obligan a un impasse en un vértigo centrado en cada uno. No me refiero a que lo común es lo que comparten, el acuerdo en la elección de un colegio, de un pediatra, de una forma de crianza, sino que lo común es un campo que se crea en la inmanencia; como dice bellamente Marcelo Percia: “Es un espacio donde se da tiempo para pensar, la demora como interrupción y como condición del presente. La demora supone darse tiempo para que lo que nos pasa tenga vocación de volverse sentimiento, para que el sentimiento pueda decirse, pueda contarse, por eso lo común es un espacio de conversación, es la delicadeza con la que nos sentamos a conversar la vida. Tampoco hay que romantizar lo común, las cercanías que se aman pueden dañarse sin querer y sin saber”. (Conversatorio 2024, Claves de lo común).

Es en esta impaciencia por resolver, en esta apuesta a lo individual como modo de neutralizar el sufrimiento que deriva de la exigencia vincular, del efecto de presencia en tanto imposición, al decir de Janine Puget, es en esta existencia vertiginosa donde todo debe estar a un click, que veo un modo de vivir producido por un instituido que crea modos de representar, de sentir. Instituye modos del afecto.

Ese click deja a la presencia de los cuerpos afuera, el mundo digital es un mundo sin cuerpos, afirma Benasayag, y esa exclusión inaugura una serie de modos de existencia basados más en la pretensión de una pura racionalidad que en las afectaciones de las presencias. De la presencia del otro con todo el abanico de emocionalidades que dicha presencia despierta.

Agustín Valle propone tomar al silencio como un indicador para percibir las diferencias entre lo digital y lo humano; dice que: “En la vida orgánica, el silencio no existe. Allí donde hay alguien hay sonido; un latido, una respiración…es que conocer el silencio de alguien permite percibir las expresiones – involuntarias, no codificadas – de su más hondo carácter y modo de ser como viviente…hablamos viendo caras muteadas, lo dicho así no tiene ninguna resonancia. Sin efectos corporales (ni tacto, ni ruido, ni olor) la comunicación queda capturada en un terreno semiótico puro, significante sin cuerpo”, (Valle, A. 2022, p.237).

Asimismo, lo que Bifo Berardi llama mutación conectiva, ayuda, a mi entender, a acercarse a estos nuevos modos de habitar el mundo. ¿De qué se trata esta mutación?

El autor señala que “Mientras que la conjunción es el encuentro y la fusión de cuerpos esféricos o irregulares que están continuamente serpenteando su camino sin precisión, repetición o perfección, la conexión es la interacción puntual y repetitiva de funciones algorítmicas, de líneas rectas y puntos que se superponen perfectamente y se enchufan o desenchufan según modos discretos de interacción que vuelven las diferentes partes compatibles a un estándar preestablecido”. (Berardi, B. 2017, p.30).

Sostiene que “Cuando la conexión reemplaza a la conjunción en el proceso de comunicación entre organismos vivos y conscientes, se produce una mutación en el campo de la sensibilidad, de la emoción y de lo afectivo” (Berardi, B. 2017, p.33).

A partir de estas transformaciones que incluyen esta pérdida de sensibilidad, los cuerpos y sus resonancias, sus gestualidades, sus intensidades, se resignan para dar paso a lo ya codificado bajo la forma de protocolos, incluso en temas tan singulares como los modos de crianza.

Así, se instalan modelos devenidos de voces autorizadas que se multiplican en las redes, ignorando el valor tanto de la experiencia singular con ese niñe/bebe, ese encuentro vivo que irá delineando afectos y proximidades, como de la palabra transmitida por alguna persona cercana afectivamente, palabra amasada desde un sentir que no queda capturado por los valores de la eficacia y la practicidad.

Lo que circula en las redes casi anónimamente, pareciera estar en el lugar de la confianza en la propia experiencia. O de la experiencia vincular, ya que la transmisión no se refiere a la información literal, sino a ese “entre dos” ineludible que crea un canal compartido. Veo en esa delegación, parte de lo que Berardi anuncia como pérdida de la sensibilidad; el otro, su piel, su olor, su entonación, su ritmo, todo aquello que contornea su ajenidad, queda reducido al modo de un algoritmo.

Afirma Bifo Berardi que “La sensibilidad existe en el tiempo, y el ciberespacio ha crecido de forma tan densa que el organismo sensible (como singularidad consciente) ya no tiene tiempo de extraer significado y placer de la experiencia”. (Berardi, B. 2017, p.51).

Este autor afirma que: “La sensibilidad puede ser definida como la facultad que le permite al organismo procesar signos y estímulos semióticos que no pueden ser verbalizados o codificados verbalmente. En general, de alguien incapaz de comprender los estados de ánimo, las emociones, las alusiones y lo no dicho (una gran parte de lo que constituye la comunicación y la vida cotidiana social y afectiva) se dice que le falta sensibilidad” (Berardi, B. 2017, p.41)

Esta pérdida de sensibilidad, como aquello que “les permite a los seres humanos unirse y conectarse a través de relaciones de empatía” … (Berardi, B. 2017 p.41), se traduce en la escena clínica como una excesiva irritabilidad, ansiedad por codificar, en términos de operacionalizar la vida que desborda: distribución equitativa de tareas, tips para los distintos tópicos de la crianza, el sueño, los límites, las pantallas.

En otro pliegue de este intento por pensar los vínculos ya transformados por la era digital, quizás podríamos tomar el avance de la judicialización de los conflictos familiares también como un analizador.

No es una novedad el fracaso en la posibilidad de llegar a acuerdos en situaciones de divorcio, o distintas cuestiones de orden familiar, cuando el recubrimiento amoroso se diluye dando paso a escenas de enojo y resentimiento que arrasan con toda posibilidad de diálogo. Sin embargo, en los últimos tiempos el aumento de dichos casos, que apelan a un código externo ordenador del campo social para dirimir una variedad de cuestiones de orden privado, ¿no estaría desplazando la dimensión de las afectaciones o sensibilidades hacia la esfera de los derechos en tanto una codificación ya pensada o programada por otro, tomando el modelo de un algoritmo?

Con estas categorías binarias surgidas de lo digital, naufraga también la ambigüedad, la duda, movimientos elementales para la espesura de la comunicación. Esto determina cómo se entretejen los vínculos y cómo transitan esa zona imprecisa, casi confusa, pero necesaria, para que las relaciones no se reduzcan a un intercambio normativo que sofoca la riqueza del saber de los cuerpos. Si no hay margen para la ambigüedad, se produce un extrañamiento de lo otro y de lo propio, ya que se desestiman las resonancias en el cuerpo sensible. Lo impreciso no tiene donde existir; la delegación en la esfera judicial podría pensarse como una solución frente a la incertidumbre que despierta el otro vivido como exceso.

En ese sentido, pensaba en otro significante contemporáneo que ilumina esta modelización de los modos de sentir y actuar propios de esta época colonizada por lo digital.

Escuchamos a menudo la sugerencia de soltar, ante sufrimientos que se instalan y parecen detener el decurso de la vida. Como si apelara a un descargar o suprimir, propio del modelo digital. Tanto el suprimir como el soltar son solidarios con una idea de anulación de eso que molesta o es errado. Algo así como una extirpación sin huellas, sin marcas.

La idea, en cambio, de desprendimiento, invita a hacer un trabajo de elaboración de lo perdido, un trabajo de duelo destinado a que lo vivido encuentre un lugar entretejido con la historia.

En este desafío por leer los vínculos a partir del modelado epocal, es interesante detenerse en el ideal de transparencia tan vigente en las uniones actuales. Ese ideal fundamentado a partir de las bondades del no ocultamiento, del saber todo del otro, se expresa en la lógica digital a través del acuerdo, por ejemplo, de compartir las claves de los dispositivos como prueba de confianza, cuando en realidad, ésta justamente se construye a partir de aceptar aquello del otro que escapa a todo cálculo, no hay clave, sino habitar lo indescifrable.

Ligado a esta exigencia de transparencia, como ideal ilusoriamente alcanzable, podemos analizar lo que hoy aparece bajo la denominación de parejas abiertas, esa búsqueda contemporánea por vivir de otra manera las relaciones sexo afectivas. Desde la propuesta del psicoanálisis vincular, la invitación siempre es a abrir a los múltiples sentidos que dicha nominación ilumina en las particularidades de la historia de cada vínculo, trabajando sobre las variadas derivas que el significante propone; sin embargo, observo en las consultas un gran esfuerzo destinado a reducir el sufrimiento a través de la invención de estrictas reglas que acoten el surgimiento de lo imprevisible.

Como plantea Silvia Duschatzky, “el algoritmo no sabe de problemas, porque los problemas desbordan los datos. El algoritmo alerta cuando una interferencia descalabra la maquinaria. El algoritmo sabe de signos transparentes”, (Duschatzky, S. p.76).

¿Se busca codificar las turbulencias del deseo? ¿Otro pliegue de la mutación conectiva en términos del fracaso de la sensibilidad, siguiendo a Berardi?

Algunas parejas y familias comentan que, por la velocidad y el agobio con los que transcurre su cotidianeidad, la sesión es el único momento en que pueden encontrarse. La ausencia de celulares los arroja a la experiencia de darse una pausa; sin la mediatización digital, la presencia del otro abre al mundo de las miradas, de los gestos, de las entonaciones, de dónde nacen nuevos sentidos y emociones que no pueden reducirse a un perfil. Estar con otro no es recibir información; un otro vivo, dice Agustín Valle, implica capacidad de espera, de escucha, de respeto por su ritmo, sus ideas.

Notas

(1) Una versión de este trabajo fue presentado en el espacio Pensando lo vincular en la institución Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo el 6/09/2024

Bibliografía

Benasayag, M., ¿Funcionamos o existimos? Editorial Prometeo, Buenos Aires, Argentina (2024)

Berardi, F., Fenomenología del fin, Editorial Caja Negra, Buenos Aires, Argentina (2017)

Duschatzky, S., Pedagogía de la interrupción, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina (2023)

Percia, M & Feldman, L: Ciclo  Claves de lo Común: El orden de la crueldad. Conversatorio UNGS- Año 2024 en: https://www.youtube.com/watch?v=MzR6kmeRpt4&t=1811s

Puget, J., Subjetivación discontinua y psicoanálisis, Editorial Lugar, Buenos Aires, Argentina (2015)

Valle, A., Jamás tan cerca, Editorial Paidós, Buenos Aires, Argentina (2022)