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El objetivo de este trabajo es pensar sobre cómo y cuánto es afectada nuestra subjetividad en el contexto social actual.

Pensamos la subjetividad como: sujetos de una historia, produciéndonos en un devenir, con otros, afectados por el entorno, cambiantes, en continuo movimiento, tanto enriquecidos por avances científicos y tecnológicos como empobrecidos con prácticas des-humanizantes.

Tomamos las siguientes variables: la vertiginosidad, el hiperconsumo, la violencia social y la inseguridad para profundizarlas y discutirlas con el objeto de ampliar su comprensión.

La inseguridad y la violencia, tanto real como simbólica nos producen miedo y desconfianza, la falta de ley genera un “vale todo” en nuestra convivencia diaria.

La red vincular, que nos proporciona sostén, se ve amenazada, se debilita, aparece el temor a la pérdida y nos lleva a preguntarnos “¿qué quiere el otro de mí?” [1] (García Reinoso, G. 1995).

En este escenario de labilidad vincular se puede dar una fuerte adhesividad al otro que abre la puerta al sometimiento y al maltrato, como también, puede generar conductas de aislamiento.

El concepto de autonomía está en jaque.

Por otro lado, el sistema político-económico que nos llevó a índices de desocupación sorprendentes, con la consiguiente precarización en el trabajo, sobre-ocupación y dis-ocupación: ¿cómo afectaron y afecta aún a la población?

¿Cómo afecta a los jóvenes en su capacidad de soñar un futuro?, ¿Cómo afecta al interior de las familias y a la relación de pareja esta situación laboral?

En la misma línea de afectación de la subjetividad incluimos a las nuevas tecnologías. No se trata de estar en contra de su existencia, por el contrario, las valoramos en tanto facilitan y enriquecen nuestras habilidades con su uso adecuado, lo que si ponemos en cuestión es su inadecuado y excesivo uso como también los efectos que esto produce.

También observamos cómo el mercado en su insaciable voluntad de convertirnos en consumidores tergiversa mediante la promoción y propaganda las bondades de tal o cual objeto como indispensables para nuestra existencia.

¿Será este consumo compulsivo un intento de dar sentido al sentimiento de “insignificancia” actual, un modo de construir una subjetividad protésica?

A su vez esta lógica capitalista del consumo, promueve una dialéctica de inclusión-exclusión, ya que pertenecen al sistema quienes acceden a las propuestas que el mismo sistema inviste y quedan afuera quienes no pueden acceder a ellas, dando como resultado la marginación y el aislamiento.

Dice Ana Ma. Fernández [2] “Nada de lo social es homogéneo.

Mientras en algunos sectores sociales, el vaciamiento de sentido tiene que ser llenado desde prácticas consumistas, en otros la ferocidad capitalista que los expulsa hacia el hambre y la desocupación, hacen que la pelea cotidiana por la supervivencia constituye un pleno de sentido, el único posible”.

Ejemplo de esto es la crisis del 2001 que ha generado altos índices de desocupación y marginación, haciendo que muchos trabajadores queden excluidos del sistema y con pocas posibilidades de reinserción.

Vertiginosidad

Consiste en un registro particular del tiempo, caracterizado por inmediatez, aceleración, no demora, no capacidad de espera, sin dar lugar a los procesos. Son tiempos de simultaneidad. 

Podemos preguntarnos ¿Cómo afecta a la subjetividad esta particular significación del tiempo en el contexto actual?.

Dice Cecilia de 23 años: “tengo una relación tan particular con el tiempo, siento como si todo lo que voy haciendo ya es un recuerdo”.

Esta breve viñeta, habla del tiempo como algo evanescente que ni siquiera permite registrarlo en su aquí y ahora, casi como si el tiempo fuera un consumo más, que se tiene y se esfuma. 

Esta vertiginosidad se expresa también, en que todo es efímero y descartable, desde los electrodomésticos hasta las personas y los vínculos.

Dice Eduardo Galeano [3] “Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable. Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer”.

No hay tiempo de pensarse ni de tener-se. El tiempo del ocio es un tiempo que nos caracteriza como humanos. "Es un tiempo exento de labor, dedicado a una actividad autotélica sin otra finalidad que ella misma. Es el tiempo recreativo por excelencia, el tiempo de las artes, de la política, el tiempo de la formación y el mejoramiento personal, el de la contemplación y la creatividad." [4] (Pujo, M.)

Hoy, la tecnología, borra las fronteras entre el espacio laboral o neg-ocio y el del ocio.

A modo de ejemplo, el Blackberry, mezcla de computadora, agenda electrónica y teléfono celular, puede funcionar como una oficina móvil. Al usarla sin moderación se está a expensas de la demanda laboral a toda hora con el agravante de no preservar horas para el descanso. Se está conectado todo el tiempo.

No hay cierre y apertura de un quehacer a otro.

En referencia a estos aspectos de lo social como la inmediatez, la falta de reflexión en la vida diaria concordamos con lo que dice G. Agamben [5] “El hombre moderno vuelve a la noche a su casa extenuado por un fárrago de sucesos.... sin que ninguno de ellos se haya convertido en experiencia. Esa incapacidad para traducirse en experiencia es lo que vuelve hoy insoportable -como nunca antes- la cotidianeidad…”

La palabra “experiencia”, según el diccionario de la Academia Real de la Lengua española es: “la práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo”, o en otra acepción: “es el conocimiento de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones vividas”.

El hombre actual vuelve vacío o “vaciado” a su casa.

A este contexto vertiginoso, confuso y caótico, “sin experiencia, sin representación que permita registrar una biografía” (G. Agamben) [5'] podemos asociarlo con lo que Piera Aulagnier denominaría “violencia secundaria” que produce “un ataque al pensamiento” que trasladado a lo social, provocaría que toda la sociedad esté presa de esa alienación.

Pensando en el concepto de “contrato narcisista” formulado por Piera Aulagnier, [6] ¿qué sucede si una de las partes del contrato, la que le incumbe al conjunto social, produce una ruptura del contrato o no da lugar al mismo?.

Si consideramos que toda persona tiene derecho a incluirse en la sociedad ¿qué sucede si desde la realidad histórico social se le transmite a un niño la posición de excluido, de explotado, de víctima?, Piera dice: “si se le niega ese derecho, debe renunciar a no ser otra cosa en su devenir, más que parte de una máquina que no oculta su decisión de explotarlo y excluirlo”.

Hiperconsumo

En cuanto a este aspecto social observamos que la respuesta de los sujetos es muchas veces reactiva al estímulo externo, con poca posibilidad de reflexión y simbolización, siendo el consumo una sobrecompensación de una vivencia de vacío e insignificancia.

Este sujeto con vivencia de vacío, con déficit en sus enunciados identificatorios, que no puede consolidar un proyecto, construye una identidad protésica mediante el consumo de objetos y tecnología buscando, tal vez, una ilusión de solidez en esta cultura líquida.

Crear necesidades es uno de los objetivos del consumo.

En esta cultura de consumos compulsivos, que actúan como supuesto “sostén identificatorio”, aparecen constantemente productos nuevos que no estaban significados y pasan a estarlo por el sólo hecho de que “es lo último que salió” o “lo que tienen todos” o “lo que nadie tiene”, imprimiéndose en el psiquismo como necesarios más allá de que aporten un real beneficio.

La capacidad simbólica de la sociedad está perturbada por el predominio del consumo.

En términos de Castoriadis,”avanza la insignificancia tomada (la sociedad) por la significación imaginaria del capitalismo”. 

Dice Galeano [3’]: “Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.”

Así los objetos ligados a la electrónica invaden nuestra cotidianeidad: celulares, palm, Blackberry, Mp3 , Mp4. Ipod ,etc.; además de los ya instalados que acompañan nuestras noches funcionando como luciérnagas que están presentes en nuestra vida diaria.

Podríamos decir, con cierta ironía, que “no estamos solos”: estamos con la luz de contacto de la TV, del DVD, del estabilizador de la PC, de la impresora, del radio reloj con sus números luminosos, del celular y de las alarmas de seguridad de nuestras casas.

Lo que nos parece importante destacar es que “la nueva tecnología favorece aún mas la aceleración de la temporalidad”.

Franco Berardi hace hincapié en los efectos de lo simultáneo y no de lo secuencial, lo cual produce un cambio psíquico, lingüístico y social que no permite dar lugar temporalmente a la reflexión. (Franco, Y. Seminario 2008).

Violencia social

Así, en estos tiempos de capitalismo salvaje, todo el conjunto social aparece las más de las veces, violentado, con vivencias de vacío y de insignificancia, de “sin sentido”, produciendo un sujeto con escasa posibilidad de advenir sujeto autónomo, sin acercamiento a una real comprensión de lo que ocurre en su contexto y del impacto que causa en su subjetividad.

Esta falla en la representación y el pensamiento que describimos, da lugar, cada vez más, al despliegue de impulsividad, conductas adictivas y depositación masiva en el cuerpo de lo que no fue representado por el psiquismo.

Es ingenuo pensar que dicho sistema no intervenga en el campo de la salud mental de la población, es decir en la psicopatología de los sujetos.

Este escenario social violentado también se presenta violento en la exclusión y marginación que produce.

En el 2001 asistimos a un empobrecimiento generalizado de los sectores medios y bajos de la sociedad, muchos de los cuales volvieron a la dependencia de sus padres cuando ya habían alcanzado su autonomía.

También asistimos al deslizamiento progresivo de sectores empobrecidos y desamparados hacia la condición de indigencia.

No se trata solamente de sectores determinados, sino que en estas condiciones la sociedad toda está comprometida, sufre y siente amenazada su subjetividad.

Esto promueve la operatoria defensiva de “no ver”, o “a mí no me va a pasar” y la naturalización de la violencia social que lleva a estados de insensibilidad y no-percepción que finalmente nos desprotege.

Se ejerce violencia cuando se desconoce al “otro” en su singularidad, y se lo convierte en víctima cuando esa violencia real o simbólica es efectiva.

En cuanto al terreno político, predominan los intereses económicos y de poder más allá de las ideologías, la corrupción generalizada, la falta de ley, es una de las múltiples caras de la violencia social.

En la película “El juego del poder”, que cuenta la historia real de un diputado corrupto de los EEUU, dice el protagonista que su mayor mérito consiste en que puede negociar con todos: países de ideologías opuestas y políticos de diferentes partidos, porque todos le deben algún favor y en ese intercambio circulan armas, dinero, votos, mujeres, etc., mostrando de nuevo el todo vale imperante en el capitalismo de mercado.

En nuestros días la realidad supera al discurso.

Un político, hoy, puede fundamentar su campaña electoral con un discurso altamente opositor al gobierno y luego pasarse a las filas del gobierno, estafando la buena fe de millones de votantes.

El no poder confiar en los índices que arroja el INDEC, da como resultado el desconocimiento de varios ítems, entre otros: el índice de pobreza e indigencia que tenemos en nuestro país.

Ese dibujo oculta y desmiente la realidad social, no permitiendo tener acceso a las mediciones reales para poder actuar sobre ellas, si hubiere intención desde el poder político.

Inseguridad

Constituye otra de las caras de la violencia social y la marginación, dando lugar a la desconfianza generalizada, produciendo como resultado un mayor aislamiento social.

Así, en las calles, estamos cuidando quién se nos acerca a nuestro auto, o en las casas, con quien se conectan nuestros hijos por Internet, quién tiene nuestros datos personales, cuando por medio de la tecnología y bases de datos mediante, todos pueden tener fácil acceso a los datos de todos. El otro se convirtió en una amenaza constante de la que debemos defendernos.

Esto condiciona el modo en que vivimos, dónde vivimos, cómo nos desplazamos, con qué recaudos y garantías. A la hora de tener seguridades, ninguna es suficiente ya que los medios de comunicación nos muestran constantemente tragedias en los lugares supuestamente más protegidos que el sistema genera: countries, barrios privados y cerrados; etc.

Esta inseguridad flagrante nos genera una subjetividad en alerta constante, ya que no sabemos dónde y en qué momento se puede producir una situación violenta. 

Vivimos con “ansiedad paranoide social” o una “paranoiquización”, como dicen los adolescentes, como fenómeno subjetivo.

La falta de ley y la inseguridad pueden dar como resultado la fantasía de que una mano firme es necesaria para resolver el problema, teniendo sobrado registro en nuestra memoria colectiva de experiencias nefastas sostenidas sobre tal postulado. 

Efectos en la subjetividad

En este contexto de velocidad, hiper-consumo, violencia social, vínculos fugaces y lábiles, nos preguntamos que subjetividades se producen, nos preguntamos si las mismas son tan fragmentadas como el escenario social.

La modernidad líquida ( Z. Bauman) [7] impone un modo de morada en el mundo donde el des-compromiso, la evanescencia, la aceleración, lo instantáneo son valores irrenunciables para pertenecer a este mundo globalizado.

El capitalismo líquido, liviano, veloz, fluído, abjura de las instituciones y promueve un veloz movimiento de conquista y descarte del individuo. Conquista y descarte, ambos evanescentes. En este movimiento no cuentan las huellas del pasado y se hacen cada vez más inciertas las metas de realización personal.

Claro está, que en nuestros países latinoamericanos estos valores adquieren características especiales.

¿Qué sucede cuando desde el campo ideológico- socio- económico- cultural predominante no se promueve la inserción activa del conjunto de los sujetos que la integran?

Una encuesta de la Universidad de Belgrano nos muestra que hay 400.000 jóvenes, entre 15 y 24 años, que no estudian ni trabajan.

Esta impronta social da lugar a que vastos sectores de la población se vean impedidos en la consolidación de un proyecto de realización personal produciendo, de este modo, frustración, desánimo y marginación social.

No se trata de “un Malestar de la Cultura” freudiano, provocado por el disciplinamiento dentro de las instituciones sociales, se trata del capitalismo salvaje que descarta a grupos sociales por considerarlos superfluos, sin que se vislumbre una alternativa social integradora.

“La falta de inserción social del grupo familiar, o de uno de sus miembros preeminentes incrementa en el joven la violencia en el momento del pasaje del código endogámico al exogámico, violentando de este modo la capacidad de autonomía” (H. Rotemberg) [8]

“La falta de reconocimiento del otro, la inestabilidad en el ámbito laboral recae en el seno familiar al exigirle, a su pareja, por ejemplo, el reconocimiento del que carece en el ámbito laboral” (Aguiar, E. 2003)

“El vaciado de lugares en el trabajo hace emerger vivencias de vacío y minusvalía, lo que se liga a ansiedades primitivas de desamparo y abandono que se reactualizan en los vínculos de la pareja y familia”. (Aguiar, E. 2008)

La desesperanzada vivencia de inestabilidad, desconfianza, acompañada de sentimientos de orfandad desestiman y anulan las capacidades propias de las personas. Se vive el hoy y en eso se resume la vida, el “vale todo” y “el todo ya” son tributarios de ese vivir el “ahora”, anulando la capacidad de demora y de proyecto que tenemos como humanos.

La sociedad de consumo, con artilugios cada vez más sofisticados de propaganda promueven artículos cada vez más evanescentes tentando al consumidor a comprar cada vez más compulsivamente como modo de tapar su vacío existencial, efecto evanescente también.

Un participante de un grupo de desocupados decía: “Con la permanente actualización y cambio de la tecnología se apropian de lo propio inutilizándolo y te obligan a un nuevo consumo para estar actualizado”.

Así la capacidad simbólica de la sociedad está perturbada por el predominio del consumo y por la violencia simbólica.

Se banaliza el malestar, se insensibiliza frente al sufrimiento, no hay reconocimiento del “otro”, se lo invisibiliza mediante diferentes estrategias defensivas: disociación, a mí no me va a tocar, se desmiente el registro de la percepción, se tolera por demás y se genera un mecanismo de sobreadaptación para vivir.

Desde el Psicodrama y el Sociodrama

El psicodrama es una herramienta que permite investigar por medio de escenas, las situaciones vinculares y su inscripción en el mundo interno de cada protagonista.

Al dramatizar se objetiva en un espacio protegido la trama vincular en juego, desplegándose en escenas e involucrando el cuerpo de los que intervienen en la ella. Muchas veces un gesto o un microgesto pueden develar también un conflicto latente.

El sociodrama, a su vez, nos permite trabajar con grupos tomando al mismo grupo como foco de abordaje más allá de las individualidades, pudiendo trabajar los aspectos que resultan de la compleja interrelación entre lo social y lo subjetivo.

En un grupo de desocupados que coordinamos, ante la sensación de desánimo y de falta de reconocimiento que presentaban sus integrantes, decidimos trabajar con los recursos que cada uno tenía para ofrecer. Trabajamos poniendo dos sillas en el centro del grupo, una con un yo auxiliar en el rol del posible empleador y en la otra iban pasando cada uno de ellos, con la consigna de decir: yo ofrezco esto, quedando al descubierto que al inicio del ejercicio sociodramático tenían el convencimiento de que no tenían nada para ofrecer, encarnando así la humillación y desvalorización que la situación de desocupación les produce.

En un segundo momento, con ayuda de diferentes consignas y con la colaboración de sus compañeros de grupo, se reconectaron con recursos que creían perdidos u olvidados, pudiendo decir: yo ofrezco mi capacidad organizativa, mi experiencia, mi habilidad para las relaciones interpersonales, etc. según cada caso, generando en todo el grupo una sensación de alivio al ir recuperando su autovaloración. 

El abordaje sociodramático es un método eficiente a partir del cual pequeños y medianos grupos pueden conectarse con necesidades, deseos, conflictos y frustraciones, concientizarlos, revisarlos, darles un espacio de elaboración “con otros” y de ser posible, vehiculizar propuestas que apunten a producir cambios. 

Una de las funciones o posibilidades que brindan el psicodrama y el sociodrama es cambiar en el “aquí y ahora” la disociación, la amenaza y lo extraño en lo coherente, amigable y familiar.

Es útil para explorar nuestro entorno y comprender nuestra inserción en ese medio.

Su aplicación es eminentemente grupal, con ello queremos decir que necesitamos de otros, con sus diferencias, para lograr una tarea creativa y potente. Desde el pensamiento en acción, vamos dejando fluir escenas para luego traducir ese material simbólico, producto del grupo, en lecturas de la realidad.

Bajo ciertas leyes del encuadre, teoría y técnica psicodramáticas todo puede ser representado. Las escenas hablan por sí mismas, detienen el tiempo, ya sea de la historia, del futuro o del presente, en múltiples escenarios que van cambiando como caleidoscopios, impregnados siempre por múltiples atravesamientos.

“Cuando se logra que un grupo desbloquee su creatividad”, (Martínez Bouquet, C. 2006) [9], aparece lo novedoso y junto con ello se produce en el protagonista y en el grupo todo, sentimientos de expansión, de vitalidad.

El psicodrama expande la conciencia, opera en el preconciente y produce nuevas significaciones, nuevos sentidos, promoviendo la reflexión.

La escena tiene tiempos propios, detiene la aceleración en que vivimos y nos transporta a un sinnúmero de momentos significativos. En la dramatización los cuerpos hablan un lenguaje que en discordia con lo discursivo, dan lugar a la aparición de escenas impensadas que se hallaban ocultas en los pliegues del discurso. Discurso empobrecido- destruído en su significación, (Franco, Y. 2008) [10].

Desde los argumentos de las escenas manifiestas nos aproximamos, con todo el grupo, a la lectura de otras escenas, latentes, es decir que múltiples lecturas de los participantes del grupo permiten coagular en el sharing o comentarios lo que fue sucediendo en un plano latente grupal durante las dramatizaciones.

Su producto es puesto en palabra y sometido a la reflexión.

El psicodrama es una metáfora de la realidad, ya que la simboliza y amplifica mediante las diferentes escenas o por medio de la multiplicación dramática, donde un mismo hecho puede tener diversos desarrollos con la posibilidad de darle diferentes sentidos.

En nuestra realidad reciente, hay métodos de expresión social espontáneos, como los cacerolazos, bocinazos, abstención en el consumo de teléfono, las fábricas recuperadas, entre otros, que son modos sociodramáticos de resistencia al poder que se halle en juego.

Si pensamos en estas manifestaciones sociales espontáneas, podemos considerar a un piquete como una expresión sociodramática primera de un conflicto que sale a lo social, sería como el argumento o la escena manifiesta social, que es pura expresión y favorece la catarsis.

Esta escena primera sería sólo el comienzo del trabajo sociodramático, donde profundizando a partir de diferentes abordajes técnicos pudiera llegarse a comprender el conflicto y las vías de resolución posibles.

Para lograr esto se requiere previamente salir del campo tenso y crear un espacio de trabajo con seguridad psicológica que permita la reflexión y la producción de pensamiento en escenas que acerque las posiciones antagónicas y facilite los procedimientos necesarios para llegar a acuerdos. 

Un ejemplo posible es que luego de trabajar con producción de escenas, a partir de técnicas psico y sociodramáticas podríamos proponer que ellos redacten y concreticen mediante una escultura (lenguaje psicodramático), la carta que indicaría la solución más aceptable al conflicto planteado.

Lo privilegiado de este abordaje es que nos salimos del paradigma de este contexto histórico social de aceleración, vertiginosidad e invisibilidad del otro y de perentoriedad en la obtención de resultados.

Un ejemplo de esta posibilidad es lo que se llamó “Escenas de los pueblos” un socio- psicodrama que se realizó en el año 2002 en dos oportunidades en simultaneidad en plazas de todo el país y en otros países como Brasil, México, España e Inglaterra.

A modo de ejemplo en la plaza de Jean Jaurès y Paraguay (ciudad de Buenos Aires) dos escenas representativas fueron la de un hombre sin techo, que vivía en la plaza y la cuidaba por propia iniciativa, cuyo pedido era que la plaza la cuidemos entre todos y la de un chico de once años que expresó que su mayor deseo era tener una casa donde vivir con su familia, ya que vivían muchas familias en una casa tomada.

Ambas escenas muestran la ausencia de un estado protector y la situación de indefensión y abandono que padecen muchas personas.

El objetivo de este sociodrama, tal como fue su idea original en San Pablo, Brasil fue trabajar escenas de lo social en los barrios: deseos, necesidades, problemas y propuestas posibles, apuntando a que ese mínimo espacio de resistencia produzca otro espacio de producción de pensamiento y de apertura.

El sociodrama pionero que mencionamos, partió de un proyecto grupal que se llamó “Ética es Ciudadanía” que el 21 de marzo de 2001 realizó un “Sociodrama de la ciudad” en 153 puntos simultánemante, con la participación de unas ocho mil personas. “En este caso la alcaldesa de la ciudad, Marta Sulpicy, Psicóloga, fue quien convocó a psicodramatistas y coordinadores de grupo para hacer un especie diagnóstico inédito sobre el humor social de la ciudad de San Pablo. Alrededor de 700 profesionales respondieron al llamado y organizaron un gran psicodrama colectivo para poner en escena los problemas cotidianos de los ciudadanos” [11]

Los temas fueron muchos: la violencia doméstica, el alcoholismo, el desempleo, el abuso policial, la desprotección de la niñez, etc., culminando en la creación de un Movimiento de Ética y Ciudadanía, como una forma nueva de hacer política ciudadana y promover cambios que generen políticas públicas.

Mediante el sociodrama abrimos una cuña en el escenario social y creamos un tiempo diferente, cambiamos vertiginosidad por espacio de pensamiento, impulsividad y violencia por posibilidad de diálogo,

construyendo en el escenario sociodramático, otro contexto donde se pueda estar en contacto con los otros en diversidad de posiciones, pudiendo dar lugar a que se produzca un nuevo espacio que permita acercarnos creativamente a la resolución de conflictos.

 
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Notas
 
[1] García Reinoso, G., Revista Topía, Bs. As. 1995.

[2] Fernández, Ana María, “Lógicas colectivas, subjetividad y política”, Ed. Biblos, Bs.As., 2007.

[3] y [3’] Galeano, E. “¿Lo tiro o lo guardo?”, artículo.

[4] Pujo, Mario, “La oficina movil y la caída del ocio”, Página 12, 14/02/08.

[5] y [5’] Agamben, Giorgio “Infancia e historia: Ensayo sobre la destrucción de la experiencia ” Ed. A. Hidalgo, Bs.As. 2007.

[6] Aulagnier, P. “La violencia de la interpretación”, Amorrortu, Bs. As. 2001.

[7] Bauman, Z. “La modernidad líquida”, F. C. E., 2006.

[8] Rotemberg, H. “Estructuración de la subjetividad”, Ed. Del signo, Bs. As.2007.

[9] Martínez Bouquet, C. “La ruta de la creación”, Ed. Aluminé, Bs. As. 2006.

[10] Franco, Yago. Seminario: “Avance de la insignificancia, subjetividad y clínica Psicoanalítica”. (2008)

[11] Bello, M. C., compiladora “Primer sociodrama público y simultáneo de América Latina. Escenas de los pueblos”, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM, Méjico 2004. 
 
 
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