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Título: Segunda versión de “Pintura 1946” (1971), de Francis Bacon.
Título: Segunda versión de “Pintura 1946” (1971), de Francis Bacon. Imagen
obtenida de: http://es.wahooart.com/a55a04/w.nsf/Opra/BRUE-6E3SWW
Fundamentos de la práctica (*)
Por Luis Hornstein
luishornstein@gmail.com
 

La obra de Freud constituye una referencia simbólica insoslayable. Sólo desde esa apropiación se torna factible pensar, incluso pensar lejos de Freud. ¿Cómo hemos leído a Freud, a Klein, a Lacan, a Winnicott, a Piera Aulagnier, a los autores contemporáneos? ¿Cómo situarse ante las encrucijadas a que nos confronta la práctica actual?

Por “retorno a Freud” se entienden muchas cosas. Por un lado, que conviene restaurar un saber olvidado. Por otro lado, algunos se zambullen en esos escritos para leerlos retroactivamente no solo desde 1939 sino desde 2013. Los dos lados no se excluyen. Hay que releer todo Freud y no sólo aquellos textos que confirmen nuestras preferencias. Fenómeno notorio en nuestro medio, que pasó de Freud según Klein a Freud según Lacan.

Privilegiamos ciertos aspectos de la teoría. En la clínica, en cambio, somos tan todo-terreno como podemos. La práctica nos lleva a conjugar rigor metapsicológico y plasticidad técnica en lugar de técnica rígida y confusos fundamentos. Los fundamentos no son dogmas sino ideas-fuerza, ideas para producir ideas.


La clínica actual

“Clínica” es el conjunto de prácticas con que lidiamos no solo con enfermedades y “trastornos” sino con el sufrimiento. El sufrimiento es una necesidad porque obliga a reconocer la diferencia entre realidad y fantasía. Y es un riesgo porque el sujeto, ante el exceso de sufrimiento, puede desapegarse de aquello que lo causa.

¿Cuáles son los márgenes de maniobra ante el sufrimiento? Por un lado, la anestesia de los fármacos, del alcohol y las drogas (anestesia de doble filo), la calma chicha de ciertas corrientes “new age” para las cuales son descalificados, nuestros afectos y compromisos. Por el otro, la estrategia de zambullirse en la magia del mundo.

La clínica es más extensa que la psicopatología. De un paciente puedo ver los síntomas, las inhibiciones, la angustia… pero también cómo procesó ciertos duelos, qué sentido del humor tiene, como se sobrepone a las vicisitudes que afrontó. Escuchamos en cada paciente lo que tiene de potencialidad, de creativo, de duelos superados, de situaciones que consiguió tramitar creativamente.

Pocos admitirían que “aplican” el psicoanálisis en la clínica. Pero de hecho algunos reemplazan la historia singular por lo universal. Siendo que los conceptos fundamentales (Edipo, narcisismo, castración, pulsión, deseo) no están para ser acatados. La escucha no es sin teoría. Buena teoría es la que abre el campo, la que le formula múltiples interrogantes al material. La interpretación psicoanalítica no se apoya en un saber preestablecido.

Nuestro método se nutre de la ciencia contemporánea y no de la clásica, que tendía a eliminar al observador. Por eso incluye iniciativa, invención, arte, hasta devenir estrategia y excluye programas y recetas. La estrategia puede habérselas con la incertidumbre. No la rehúye.

O la clínica es abordada desde el paradigma de la complejidad o es jibarizada. No estamos en contra de los desequilibrios neuroquímicos, que a veces los hay. Estamos en contra del reduccionismo y a favor de la complejidad. Ahora lo decimos de otro modo: la subjetividad resulta de la acción conjunta de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos neuróticos y humanos, las condiciones histórico-sociales y las vivencias.

El psicoanálisis avanza desafiando los límites.Lo cierto es que si un analista trabaja siempre con su disponibilidad afectiva y con su escucha, en la clínica actual se le solicita algo más; su potencialidad simbolizante, no solo para recuperar lo existente, sino para producir lo que nunca estuvo.

Actualmente coexisten dos psicopatologías. La de orientación psicoanalítica clasifica a partir del conflicto psíquico. La otra psicopatología es neokraepeliniana: al no haber acuerdo sobre las causas, omite esa interrogación y elabora criterios estandarizados que describan síndromes. Además de describir síntomas, inhibiciones, y rasgos de carácter hay que dilucidar los conflictos que los producen.

Apuesto a un “psicoanálisis de frontera”, que conquista territorios. Me opongo a un “psicoanálisis retraído”, soberbio, que actúa como si a lo sumo bastara repasar lo ya-dicho o lo ya-escrito. Su tema predominante es la identidad. Si necesitamos afirmar la identidad, hablamos de lo que somos y demasiado poco de lo que hacemos. Exacerbado, este narcisismo toma ribetes paranoicos: sólo logro considerarme psicoanalista si demuestro que los demás no lo son.

¿Cómo superar la estéril oposición de escuelas, grupos y grupúsculos, no mediante un eclecticismo blando, sino profundizando diferencias y convergencias? El narcisismo siente al otro como amenazante. La in-diferencia es intolerancia a las diferencias. Es fundamental diferenciar los conceptos que sólo tienen valor  de cambio ante los colegas de aquellos que tienen valor de uso en la clínica. Aquellos que devienen una caja de herramientas (Foucault).


Motivos para analizarnos

En toda práctica el “cómo” se subordina al “para qué”, lo que conduce a reflexionar acerca de los ideales que están en juego. Se puede diferenciar entre ideales intra-analíticos y extra-analíticos. La cura debe considerar los ideales colectivos, entre ellos el religioso, el pedagógico, el social, el estético y el político. Algunos en el afán de independizarse del “orden médico” lo critican por su pretensión curativa, su control ideológico y su legitimación del orden instituido. Y esa crítica del “Orden Médico” derivó en una actitud casi fóbica frente a la curación.

Todos asumen que el resultado deseable de un tratamiento es una transformación del sujeto, que cada uno expresa de manera distinta.
—Transformación modesta, como lo planteaba Freud en “Análisis terminable e interminable”, descartando el análisis “completo”;
—creación un espacio transicional que potencie el jugar y la ilusión (Winnicott);
—advenimiento de un sujeto nuevo (Balint);
— adaptación (análisis norteamericano);
—internalización transmutadora (Kohut);
—acceso a la posición depresiva (Klein);
—destitución subjetiva y atravesamiento del fantasma (Lacan);
—trabajo subterráneo de simbolización (Laplanche);
—refuerzo de la acción de Eros a expensas de Tánatos  (P. Aulagnier);
—nueva relación entre la imaginación radical y el sujeto reflexivo (Castoriadis).

Las controversias acerca de si el análisis produce modificaciones de estructura son inconducentes. Si no las produjera estructurales, sólo las produciría superficiales. Sin embargo, unos nos hablan de final de análisis y otros de atravesamiento del fantasma, todos pomposamente. Estos happy end beatíficos suelen estar reservados a los oficiantes de un psicoanálisis que se vuelve religioso. ¿Y al paciente común que le ofrecemos? ¿Solo cambios superficiales? Un psicoanálisis (no importa la escuela) produce suficientes cambios cuando transforma las relaciones del yo con el ello, el superyó y la realidad exterior, con independencia de que el analista use estos conceptos. Gracias a estas modificaciones surgen otros desenlaces para el conflicto, lo que modifica las formaciones de compromiso. Adherimos a tal escuela porque suponemos que es la que mejor favorece tales cambios, suposición que día a día estamos obligados a confirmar.

En 2000 postulé prototipos y series de formaciones de compromiso. El síntoma, el sueño y el chiste son prototipos porque son primeros históricamente y porque representan cabalmente a los ejemplares de cada serie. En la serie del chiste, por ejemplo, distinguí: el jugar, el humor, la sublimación, los vínculos actuales. Tramitados mediante ellos, conflictos que hubieran conducido a un empobrecimiento libidinal y narcisista producen nuevas investiduras y nuevos vínculos al transformar necesidades singulares en finalidades originales, y convertir labilidades en potencialidades creativas.

En un psiquismo abierto, la historia conjuga permanencia y cambio. Las fijaciones, que no desaparecen, no monopolizan el campo. Busco el modo, de que su sufrimiento neurótico pase a ser infortunio ordinario (Freud).

Freud pensaba que el conflicto es indisociable de la vida psíquica. Hay corrientes que no quieren hablar de conflicto. Pero el conflicto es inevitable. El conflicto Eros-pulsión de muerte se despliega durante toda la vida psíquica. “Esa acción conjugada y contraria de las dos pulsiones básicas produce toda la variedad de las manifestaciones de la vida” (Freud, 1938).

Hasta 1920 la sexualidad había pesado demasiado en la teoría de las pulsiones de Freud. A partir de entonces advierte que la contraparte de las pulsiones de muerte no son solo las sexuales (que ahora se describen como objetales y narcisistas) sino las sexuales más las de autoconservación, reunidas  en una misma función: la defensa y el cumplimiento de la vida por Eros. El dualismo pasa a ser pulsiones de muerte/pulsiones de vida.

La meta de mi psicoanálisis es modificar las relaciones intersistémicas (tanto como lo quiera o pueda el paciente). No digo que mi meta sean modificaciones de “estructura”, porque en el marco de este escrito no tengo espacio para dilucidar esa expresión. Apenas diré que un cambio tal implica una transformación dinámica y económica de las relaciones del yo con el ello, superyó y realidad exterior [1].


Producción subjetiva: psicogénesis y sociogénesis

El análisis de los condicionamientos sociales sobre la historia individual aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos “personales”. Permite deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que han vivido situaciones similares.

Postfreudismo. Postmodernidad. Como todos sabemos, ese prefijo post- significa “después de”. Después de Freud, ¿qué? Después de la modernidad, ¿qué? Una sociedad frívola, a la deriva. No lo creo. En los dos casos, Freud y modernidad, los nuevos paradigmas no alcanzan a abolir los anteriores. Es imposible restaurar el modernismo, pero hace falta una teoría, si no dura, al menos no tan burbujeante.

No depongamos la noción de sujeto, aunque defenderla nos obligue a estar al día. No queremos resucitar, nostálgicamente, el sujeto de la modernidad. Aquel tipo consciente, autónomo, transparente para sí mismo, dotado de libre albedrío y dueño de su destino. Hoy el sujeto navega en un mar de contradicciones. Las coerciones son muchas y variadas, pero contamos con “márgenes de maniobra”. La subjetividad es llevada a tomar decisiones dentro del espacio creado por las contradicciones que lo atraviesan.

El sujeto relaciona lo intrapsíquico (centrado en la pulsión) y lo intersubjetivo (centrado en el objeto). La subjetividad esta encarnada y socializada, es biológica y simbólica. Su abordaje no debería ser reduccionista. Habituemos la escucha y la mirada a una heterogeneidad de inscripciones y de memorias. Articulemos fuerza y sentido, representaciones y afectos. Iremos sintiendo y pensando que orden/desorden, permanencia/cambio, ser/devenir son falsos dilemas. Y podremos respetar el advenimiento de lo nuevo.

Una teoría del sujeto debe dar cuenta del pasaje-proceso desde la indiferenciación narcisista hasta la aceptación de la alteridad y del devenir. Lo hará concibiendo al sujeto no sólo identificado sino identificante; no sólo enunciado sino enunciante; no sólo historizado sino historizante; no sólo sujetado sino protagonista (Hornstein, 2000).

Si decimos que la familia occidental es patriarcal y exogámica, adelantamos algo. Si nos esforzamos, podremos discriminar las formas ideológicas que gobiernan la representación de la maternidad y de la paternidad. Cuando se piensa en los avatares de la autoridad paterna, en el contexto sociosimbólico que la determina, no puede menos que reconocerse que se halla allí en juego una función que trasciende a los protagonistas individuales en cada caso. Pero esa despersonalización de las funciones del Edipo no debe ir tan lejos que las ubique en el plano sacramental de un más allá simbólico. Tenemos que localizar el más acá de un simbolismo incorporado como instrumento eficaz que mediatiza la determinación social. No se trata de entender el Edipo a partir de la familia como totalidad autónoma y menos aún como unidad biológica-natural, sino desde los factores socioculturales en que se ordena la realidad social.

Marx lo dijo así: “la esencia humana no es una abstracción inherente al individuo aislado, es en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. Se opuso al pensamiento idealista que presupone una naturaleza dada e inmutable, anterior a todo proceso cultural y social, y entiende la producción del hombre como determinación histórica. El sujeto, en verdad, no tiene esencia. Es una combinatoria de constantes y cambiantes condiciones históricas con su patrimonio cultural específico. El proceso de hominización nunca termina. Sin embargo, no faltan psicoanalistas que hacen derivar lo humano de instintos (postulados como primeras motivaciones psíquicas) o estructuras invariables que culmina en la naturalización y eternización de formas históricamente transitorias de existencia del psiquismo humano.

Es imprescindible definir con precisión las relaciones sociales de producción en su articulación con los vínculos de alianza y consanguineidad, pues en esta trama la subjetividad se plasma en la inscripción constitutiva de tales relaciones.


El horizonte epistemológico

La subjetividad es doblemente histórica porque cambia el sujeto y cambia el modo de pensar el sujeto. Las condiciones de producción de subjetividad no son un dato que tengamos sino un dato que tenemos que producir, dando cuenta de cómo la cultura trama prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones.

Tomaron protagonismo el “flujo turbulento” y lo no predecible. En matemáticas, irrumpió la geometría fractal. En termodinámica, se privilegiaron los sistemas fuera del equilibrio. En biología, la teoría de los sistemas autoorganizadores productores de orden a partir del ruido.

Abordaremos determinismo y azar, sistemas cerrados y abiertos. En la autoorganización una crisis puede terminar como destrucción o como complejización. Hay que relacionar estos conceptos entre sí y con la teoría psicoanalítica.

Lo bueno de las dicotomías es que aclaran el magma. Lo malo es que lo hacen desaparecer. Así, determinismo/azar. Hay que advertir en qué condiciones una estructura es inmutable y cuándo asistimos a un caos de acontecimientos aleatorios. Es comprender a la vez coherencias y acontecimientos. Las coherencias lo son en tanto pueden resistir a los acontecimientos. Otras veces son destruidas o transformadas por algunos de ellos. Los acontecimientos son tales en tanto pueden hacer surgir nuevas posibilidades de historia.

La crítica al determinismo nos permite pensar las series complementarias diferenciando potencialidades abiertas a partir de la infancia y nos libra de prejuicios fatalistas. Postular un determinismo causal absoluto implica que todo fenómeno puede ser predicho. ¿Cómo pensar entonces el advenimiento de lo nuevo? No hay por qué optar entre un psiquismo determinado y un psiquismo aleatorio, que es un dilema falso, como los siguientes: orden y desorden, determinismo y azar, permanencia y cambio, ser y devenir.

Se pensaba que todo estaba contenido en la historia infantil. Las experiencias posteriores nunca pueden ser fundantes, por intensas que sean. Pero lo actual va mereciendo otro lugar, en la teoría y en la clínica. Se atiende al movimiento y sus fluctuaciones más que a las estructuras y las permanencias.


La interdisciplina

El psicoanálisis está en crisis. Hay que rescatarlo apelando a estos nuevos paradigmas. Pero también valiéndonos de la interdisciplina.

De 1900 para acá el psicoanálisis se ha enriquecido  en el intercambio con otras disciplinas. Hace tiempo que puedo postular el sujeto como un sistema abierto. Los encuentros, vínculos, traumas, realidad, duelos lo autoorganizan. Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por la recursividad. Los productos son productores de aquello que los produce. La subjetividad solo es pensable inmersa en lo socio-histórico entramando prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones.  Es producto de una interacción constante entre “lo biológico” y “lo social” a través de la cual se construye la historia. Hemos dejado de hacer injertos de otras teorías. En vez de sociologismo, biologicismo, y en vez del rechazo a supuestas impurezas, su articulación psicoanalítica.

¿Cómo nos vinculamos con representantes actualizados de otras disciplinas, en busca de intercambio fructífero entre la sociología, la antropología, la física, la química? Lo que ha pasado muchas veces es que el mundo psicoanalítico  se ha cerrado sobre sí mismo.

Freud leía biología, física, sociología y además había sido neurólogo. Estuvo aggiornado con respecto a otras disciplinas. El primer requisito, entonces, es estar al día, en psicoanálisis y en la otra disciplina. Segundo requisito: las preguntas no son de curioso ni de dilettante sino que surgen desde la propia práctica. Puedo hacerme preguntas acerca de la historia, la relación entre lo infantil y lo actual, la relación entre verdad material, verdad histórico-vivencial y realidad psíquica, (en la infancia y en la actualidad). Puedo pensar qué efecto tienen las identificaciones actuales e infantiles. Sería inconducente estudiar matemática, topología, lingüística sin tener idea de para qué se está estudiando (sólo por sumisión a las modas o por imitar a un “maestro”).

En la interdisciplina el tercer requisito es reconocer que están prohibidos los isomorfismos (conjunto de relaciones comunes en el seno de  entidades diferentes). Cuando leo textos de física, de historia o de biología busco metáforas para pensar mi campo y no modelos. Le ha hecho mucho daño al psicoanálisis situar la matemática o la lingüística como ciencias piloto y pensarlas como modelos. “Metáfora” se  contrapone a modelo. Las metáforas valen por su poder de evocación y de ilustración. Permiten atravesar clausuras disciplinarias y representar de otra manera los procesos psíquicos. Tienen un uso estratégico: son sólo instrumentos y no argumentos.

Cuarto y último requisito. Que los ruidos sean desorganizantes o complejizantes dependerá del nivel de redundancia. Hay que estar fogueados en una disciplina para que la multidisciplina no sea una ensalada. La falta de redundancia desintegra el sistema teórico. Los autores contemporáneos más significativos –Lacan, Piera Aulagnier, Green y otros- incorporan aspectos de otras disciplinas, pero desde una formación psicoanalítica sólida.

[*] Introduzco en este texto ciertos ejes del libro Las encrucijadas actuales del psicoanálisis, que distribuyó Fondo de Cultura Económica en julio de 2013.

 
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Notas
 

[1] Véase Narcisismo (Hornstein, 2000)

Bibliografía
 
Freud, S. (1937): Análisis terminable e interminable, A.E. Tomo XXIII.
Freud, S. (1938): Esquema del psicoanálisis, A. E. Tomo XXIII.
Hornstein, L: Narcisismo: autoestima, identidad y alteridad, Paidós, Buenos Aires, 2000
Hornstein, L: Intersubjetividad y clínica, Paidós, Buenos Aires, 2003
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