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Los l�mites
a los que teme
la tecnolog�a
Por Daniel H. Cabrera
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Presentación

La tecnología moderna se propone como constante superación de los límites humanos. Sin embargo, algunos límites, como si no existieran, no se nombran revelando el miedo que el sistema tecnológico tiene al parar, al atrás y al abajo.
A continuación se propone una breve exploración de las matrices simbólicas e imaginarias que permitirían iniciar una interpretación de las tecnologías no solo como realidad funcional sino también simbólica e imaginaria.


La tecnología y los límites

Toda tecnología promete la superación de una limitación humana. Y lo cumple. Volar, transportarse velozmente, mejorar la salud, navegar los mares y el espacio, vivir más años, etc. todas realidades cotidianas que para nuestros antepasados fueron solo sueños o realidades impensables. Pero ni las tecnologías no son solo aparatos físicos químicos y ni las limitaciones son necesidades percibidas o predefinidas.

La tecnología se ha convertido en el siglo XX, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, en un sistema tecnocientífico que motoriza la sociedad y la economía del Siglo XXI. Lo que significa que no podemos comparar, por ejemplo, la computadora con el cuchillo “que no es ni bueno ni malo sino que depende de quién lo utilice”. Semejante comparación es una de los tantos lugares comunes que parten de una idea ingenua de la técnica. Las tecnologías actuales son inseparables de la modernidad y del capitalismo. El sistema tecnológico no es neutro, tiene una orientación y un modo de ser específico.

Los límites de lo humanos también han cambiado. Mirar un pájaro y soñar con volar no tiene como consecuencia necesaria la industria aeroespacial. La idea actual de límite se ha transformado profundamente para definir hoy, ante todo, una “necesidad” en términos de mercado.

La palanca como prolongación del brazo y la computadora como prolongación de la inteligencia son dos maneras muy distintas de entender la superación del límite. Sobre una misma matriz antropológica de prolongación se construyen dos tecnologías muy diferentes, cada una de ellas inseparable del conjunto simbólico e imaginario de la sociedad que las instituye como su modo propio de vencer los límites. Y para entenderlo no es suficiente sólo referirse a las posibilidades inherentes del aparato sino del conjunto de, por ejemplo, las tecnologías digitales (o nuevas tecnologías) desde las cuales se definen los límites que desafían y se desean superar; los que no se nombran y los motivos por los que no se lo hace; los límites prohibidos, permitidos, indiferentes e innombrables, etc. En otras palabras, las tecnologías superan los límites definidos como tales, prolongan lo que pueden prolongar. No hay unas previas necesidades de prolongación que son satisfechas: hay respuestas a límites predefinidos de múltiples maneras (no sólo como proyectos, sino como encuentros azarosos, no deseados, casuales, etc.).

La tecnología instituida por la sociedad conjunta lo real/funcional, lo simbólico y lo imaginario. Contrariamente a lo que se hace se trata, entonces, de pensar las significaciones que la sociedad entreteje en torno de la realidad funcional de los artefactos. Como el coleccionista comentado por Walter Benjamin se busca sacar el objeto de su entorno funcional para insertarlo en su matrices simbólicas e imaginarias. En ese tejido de realidad funcional, simbólica e imaginaria se puede ensayar una interpretación de la centralidad de lo imaginario de lo ilimitado de las tecnologías.

Y en este sentido no hay que confundir la condición antropológica de superación de los límites con la manera que se presenta a las nuevas tecnologías en los discursos que se refieren a ella. Si se mira casi cualquier mensaje al azar referido a la tecnología se apreciará promesas del tipo: “tecnología sin límites”, “creatividad sin límites”, “conexión sin límites”, “movilidad sin límite”, “velocidad sin límite”, “el único límite es el que te impones a ti mismo”, etc.  El modo de hablar de los límites de las nuevas tecnologías consiste en afirmar que no los tiene y que otorga al usuario ese horizonte ilimitado. El discurso publicitario, los comentarios periodísticos y los mensajes de los llamados gurús insisten en esta condición ilimitada y liberadora de las tecnologías.

El lugar común sostiene que la mera tenencia y uso de los aparatos garantiza la superación de los límites: de movimiento, de velocidad, de distancia, del cuerpo, de memoria, de visión, de afectos, de aislamiento, etc. La significación imaginaria social central de las tecnologías no sólo se refiere a una permanente superación de los límites de la experiencia humana sino de una nueva condición tecnológica de la humanidad: lo ilimitado como promesa realizable.


La hybris moderna: la lucha contra los límites

La “modernidad europea occidental” se inicia y se caracteriza como apertura de las posibilidades del futuro y ruptura con el pasado. Una expansión indefinida de horizontes de avance que se materializa en la creencia incuestionable en el Progreso.

La modernidad se inicia cuando el lema latino plus ultra convertido en símbolo del imperio español de Carlos V entretejiendo el impulso del conquistador con la fe cristiana del cielo prometido y modelando la hybris moderna. Desde el punto de vista espacial se logra navegar la redondez de la tierra; desde la perspectiva temporal se inicia el viaje al futuro necesariamente mejor, el progreso.

La antigüedad, así definida respecto de lo moderno, atribuyó a la fuerza de Hércules el establecimiento de la indicación entre Calpe y Abila: Non Plus Ultra. Al norte de esa misma península ibérica estaba Finis Terre. Estos límites más que prohibir advertían al navegante que más allá de lo señalado la responsabilidad correspondía al marino. Non Plus Ultra y Finis Terre eran un aviso del límite de lo humano: más allá los dioses no se responsabilizaban de la suerte que corrieran los hombres. Lo ilimitado, lo no señalizado, lo no establecido era el territorio de los monstruos, lo ilimitado era una forma de barbarie.

Desde finales del siglo XVIII se concibe la historia como un proceso de perfeccionamiento continuo y creciente de la humanidad. Con esta transformación el “espacio de la experiencia”, el presente de la acción, se relacionaba con un nuevo “horizonte de expectativas” (R. Koselleck) creando una nueva situación por la que se justificaba el sacrificio de unas generaciones por la felicidad de las que vendrán. La acumulación de la abundancia permitiría, con el tiempo, su redistribución. La técnica daría los mejores argumentos de esta nueva situación de la sociedad moderna para lanzarse hacia adelante.

La hybris moderna busca el adelante con particular obsesión. En el mismo acto en que la sociedad europea se autodefinió moderna tuvo que afirmar que venía de un pasado oscuro, de opresión y de ignorancia con el que debía romper y del que debía escapar. La luz de la razón descubría la oscuridad de su pasado inmediato y la imaginación alimentó el deseo de una sociedad nueva hacia la que había que huir. El Progreso, en tanto creencia incuestionable de la sociedad, convencía de la necesidad de mirar siempre hacia adelante, lo cual significaba también, no mirar atrás. La modernidad es, en este sentido, un viajero que corre motivado por las promesas de su creencia y sin tener en cuenta su atrás. Un atrás que es el pasado que opera como la narración de “lo sucedido” en una relación causal con lo que en el presente se considera “bueno” y “deseable”. Un atrás formado retrospectivamente desde los valores, individuos y sociedad privilegiados por su condición de “triunfadores” o “exitosos”. En esa versión causal, que desde el pasado demuestra la necesidad de que “las cosas fueran así”, los oprimidos y las víctimas son “daños colaterales” (por seguir con el vocabulario de moda en las guerras del siglo XXI). Aunque se ha hecho bastante para contar sus historias y así hacer que su historia cuente, no se narra la historia de los oprimidos y las víctimas porque “no conduce a nada”, si -como se ha dicho- muchos de ellos “ni siquiera tiene documentos escritos”. La modernidad europea occidental tiene problemas con el atrás y el abajo; el retroceso y la lentitud.


Tecnologías sin traseras

Uno de los principales símbolos del atrás en la modernidad lo representa la parte trasera de la estación de ferrocarril. La estación clásica del siglo XIX y principio del XX con una fachada imponente y luminosa presidida por el reloj que esconde un atrás de desorden y fealdad. Es el edificio de donde salía el símbolo por excelencia del avance seguro y veloz.

Junto al tren el automóvil y un nuevo tipo de viandante asociado a él, el conductor. El automóvil requiere de ciertas habilidades muy particulares que exigen un aprendizaje de coordinación de movimientos corporales y de concentración mental. El automóvil reforzó el sistema de calles, avenidas y carreteras como viaductos sin obstáculos, rápidos y coordinados. Calles y automóvil imprimen a la conducción una atención concentrada en el adelante. Con el objetivo de cumplir horarios y moverse sin problemas el conductor tiene su vista y su mente en llegar y, sobre todo, llegar a tiempo.

La mirada hacia atrás está representada por el espejo retrovisor de los automóviles. En la legislación de varios países se prescribe que deben llevar una advertencia: los objetos que se ven están más cerca de lo que parecen. Ver y parecer no coinciden en el retrovisor a pesar de la sensación que puedan transmitir al conductor. Sin embargo, ni lentes, ni telescopios, ni televisores, ningún otro mecanismo de la visión tiene una advertencia similar dirigidas a señalar la distancia entre el ver y el parecer. En la conducción la mirada debe ponerse adelante, donde se abre el camino, el auxiliar retrovisor es necesario pero confunde, distorsiona, miente.


El hundimiento, la bajada o la caída

A diferencia del conductor, el caminante regula la velocidad no sólo por la necesidad de llegar a un determinado tiempo a la meta. Hay otra regulación del caminar, incluso más importante, que proviene del tipo de suelo que se pisa. Las capas delgadas de hielo, los caminos muy húmedos (o los riachuelos sin puentes) requieren velocidad para mantenerse en la superficie. Quien se mueve por temor al hundimiento se refugia en la velocidad. Los terrenos firmes dan seguridad, relajan e invitan al paseo. Se deja de mirar hacia el frente y se comienza a mirar hacia los costados y, si el paisaje es agradable, invitan a parar y mirar entorno.

Hay otro motivo más de velocidad regulado por el suelo: la bajada. El caminante pendiente abajo puede llevarse por el impulso de la atracción gravitacional y dejarse caer velozmente. Se sabe que la mayoría de los accidentes de montañistas no suceden subiendo sino descendiendo. Cuando el montañista inexperto llega a la cumbre cree haberlo logrado todo pero aún queda la bajada. En ella el cansancio, relajamiento y velocidad que imprime el suelo, provocan las caídas aún de los más expertos. Controlar la bajada requiere tanta fuerza y destreza como la subida.

Atrás y abajo tiene en común su condición de pisado y por ello de pasado. El abajo es también lugar de las infraestructuras. Importantes pero, como a los muertos, se las tapa y se las olvida. El abajo arquitectónico no es problema, o si lo es, se lo soluciona en el mismo momento de su construcción para luego enterrarlo.

Atrás y abajo constituyen la traducción espacial del pasado, a la manera de los límites pisados, traspasados, superados. Los importantes son los espacios del futuro: el arriba y el delante. Allí están los objetivos y metas que deben mirarse para alcanzarse. En ellos se debe pensar como lo trascendente y lo significativo. En este imaginario las tecnologías se promocionan como instrumentos para vencer la limitación de la quietud y del movimiento lento, y así, traspasar los límites frontales y superiores.
Las metáforas ayudan a pensar en otras posibilidades. Cuando el suelo aparece como inseguro inspira temor, el aquí no es del todo confortable, es necesario ser veloces para poder sobrevivir. Las tecnologías deben ayudar a dirigir la mirada hacia delante, ni a los lados, ni mucho menos, detrás. Como a caballos que se los quieren concentrar en el camino, a los hombres del presente tiempo se nos invita a caminar provistos de tecnologías concentradoras de la mirada hacia delante. El desprestigio del pasado, el ridículo de retroceder, del hedor de lo trasero, todo parece sugerir, invitar y estimular el movimiento y la mirada hacia delante.

Que el suelo no es seguro parece evidente cuando la sociología define a la sociedad actual recurriendo a las categorías de incertidumbre, riesgo (U. Beck), contingencia (N. Luhmann), o ambivalencia (Z. Bauman). Definiciones todas cuya clave está en que ese riesgo, contingencia, ambivalencia, o incertidumbre no son frutos de un dios o del puro azar sino consecuencias realizadas por la sociedad y sus agentes.

El hundimiento obliga a correr, pero también la caída. Una de las características de las tecnologías contemporáneas es su autonomía respecto de la voluntad humana. El límite impensable de la tecnología se llama “imperativo tecnológico”. Según este principio “lo que puede ser hecho se hará” lo cual incluye que la mera disponibilidad de una técnica obliga a usarla. La tecnología significa un avance producto de una caída veloz. La velocidad que imprime el supuesto progreso tecnológico resulta de un movimiento de descenso en el que sólo interesa mantenerse en pie, no golpearse, sobrevivir. En esta caída descontrolada que produce avance, sólo interesa seguir adelante sin mirar alrededor y mucho menos mirar atrás.

Concentrados en un objetivo, preocupados por avanzar no hay tiempo que perder mirando al costado, atrás o abajo. El progreso, hoy llamado “desarrollo”, se cree a sí mismo controlado mientras esconde los riesgos entre porcentajes y estadísticas. El curso que lleva la modernidad avanza descontrolado porque todos creemos en él. Los límites y la lucha contra ellos están sostenidos por la fe de la sociedad. Aun así cada tanto reflota la sospecha de que avance y progreso se debe ante todo al miedo al hundimiento y a la caída.

¿Qué tipo de tecnología tendríamos si triunfara, por ejemplo, la conciencia de lentitud de vida y el decrecimiento económico? No lo sabemos aún pero las cíclicas crisis económicas y financieras como la de los últimos años muestran una vez más que las causas del miedo son reales. El sistema capitalista es, como toda sociedad, una realidad sostenida por las creencias de los individuos. Y lo que parece justificar esas creencias proviene de la aparente capacidad del sistema tecnológico para cumplir con lo que promete.


El abajo y la oscuridad

La oscuridad se da por existente, es la luz la que necesita explicación. Tal vez por ello según el libro del Génesis lo primero que dijo Dios fue “haya luz” y acto seguido “vio que era buena y la separó de la oscuridad”. Abriéndose paso en medio de la oscura noche nació el día. La luz inaugura los días como ciclo permanente de luz y oscuridad. La luz fue la primera palabra de Dios y el primer acto en el que vio la bondad de su obra. 

El origen de la oscuridad no aparece como problema sino la luz, la claridad, la iluminación y lo iluminado. Tal vez por ello se pueda reconocer en la acción que describe el texto bíblico el constante esfuerzo de la humanidad por iluminar. Iluminar como sinónimo de bien –la luz de la gracia- de educación –la luz de la razón-, en definitiva, la luz como espacio donde se desarrolla la vida frente a la oscuridad como lugar de lo que no puede verse, no puede ser mirado.

La noche y la oscuridad tendrá por ello un poder ambiguo: es lo que no deja ver y al abrigo de la cual se produce todo tipo de fechorías pero, es también, el espacio y el momento en el que se revelan verdades (el “búho de Minerva”) o se produce la salvación (Moisés y su pueblo escapan en la noche). En cierto sentido, el día facilita la visión de la realidad en su extensión, la noche la concentra en su intensión. El lugar que ocupa el ciego en muchas culturas antiguas parece reforzar la idea de que la visión del alma -la comprensión, la sabiduría- se da en la oscuridad.

El día y la claridad tienen lugar en la superficie poblada de objetos y gentes. La noche tiene afinidad con las profundidades como la cueva, la gruta, la caverna, el cráter. Posiblemente porque en la naturaleza la fuente de luz proviene de arriba. La luz que disipa la noche proviene de lo alto, el abajo es lo que debe ser iluminado.
“Luz y superficie” versus “oscuridad y profundidad”. Relación de oposición y de mutua implicación que se presenta como una de las distinciones con la que se explica, de diversas maneras, la presencia del sentido, el significado y la significación. La comprensión y la explicación deben iluminar lo oculto del sentido y el significado. Hermenéuticas y herméticas tienen en común esta relación entre la superficie extensiva de la existencia (de la vida, del texto, etc.) y la profundidades intensivas de su soportes y fundamentos.

Las ciencias sociales nacieron en la particular articulación de la luz y el optimismo del positivismo y de su historia de orden y progreso. Ellas han enseñado lo luminoso como lo que está en la superficie, que la oscuridad es lo oculto que debe traerse a la luz. Y una civilización de la luz, la electricidad y las pantallas se ha dibujado según esa imagen. La luz potencia la primacía de la vista, recuperar el estado de oscuridad significa potenciar los otros sentidos empezando por el oído.


La prohibición de volver la mirada

“Lo pasado, pisado” dice el refranero. El atrás es lo caminado y está resguardado por la prohibición ancestral de mirar hacia atrás, de volver la mirada. Tanto en la tradición semítica como en la griega el castigo divino pesa sobre la mirada retrospectiva.

En el libro del Génesis, Lot recibe el permiso de salir para salvarse de la destrucción de Sodoma y Gomorra con la condición de no mirar atrás ni pararse. “Su mujer miró hacia atrás y se convirtió en estatua de sal” (Gn. 19, 26). Ya antes, el mismo Génesis relata que tras la expulsión de Adán y Eva del paraíso, Dios se había asegurado que no regresaran al Jardín del Edén y al árbol de la vida resguardándola con querubines y una “llama de espada fulgurante” (cfr. Gn 3, 24). La gran tentación de los seguidores de Moisés en el desierto era la nostalgia por la comida de Egipto:

“¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos en balde en Egipto, y de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos! En cambio ahora nos encontramos débiles. No hay nada. No vemos más que el maná” (Números 11, 5-6).

Yahvé lo reprocha a través del profeta “se volvieron de espaldas, por no darme la cara” (Jr 7,24). En el caso del Jardín del Edén no mirar atrás significaba no regresar a la bienaventuranza del Paraíso. Algo similar sucedía en el desierto, Egipto era sinónimo de comida. En el caso de Sodoma y Gomorra ¿habría algo bueno que recordar y extrañar? Independientemente de lo que fuera, lo que atraía no debía ser mirado.

La tradición cristiana consagra el mirar hacia delante. El autor del evangelio lo expresa claramente “le dijo Jesús: nadie que ponga la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lc 9,62). Y Pablo lo tiene como consigna de vida cristiana: “una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta” (Fil 3,13-14).

Virgilio y Ovidio, desde otra tradición, narran el viaje de Orfeo al Hades en búsqueda de Eurídice, su amada (cfr. Virgilio, Georg. IV 453-527; Ovidio, Met. X 1-90; XI 1-66; ver también Séneca, Herc. furens 569-591; Herc. Oetaeus 1031-1101). Orfeo salva todos los obstáculos y consigue el permiso de retornar con Eurídice pero con la condición de que ella lo siga y que él no vuelva la mirada hacia hasta que hayan abandonado totalmente el inframundo. Según lo convenido, Eurídice seguía a Orfeo en el camino hacia la luz y en el momento en que estaban a punto de abandonar las oscuras profundidades, Orfeo no pudo soportar la tentación y se volvió para mirarla. Cuando esto ocurrió, Eurídice fue arrastrada hacia el Hades por una fuerza irresistible. Ella desaparece definitivamente y él queda –en la versión de Ovidio- como petrificado anímicamente. De todas maneras, frente a la prohibición occidental de volver la mirada existen otras formas de actuar.

Esta perspectiva simbólica e imaginaria permite mirar hacia el pasado para ayudar a entender la incapacidad de la modernidad para la mirada retrospectiva. El imperativo moderno puede resumirse: ¡Corre! No mires atrás. Probablemente no sea la melancolía la que hace problemático el atrás. Ni estatua de sal ni petrificación de nuestras almas, el atrás amenaza con su reclamo de justicia y su capacidad para sugerir otras miradas y percepciones del presente. La modernidad como el viajero que huye deberá, en algún momento, detener su andar.



 
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Nota
 

Algunas de las ideas expresadas en este artículo se encuentran desarrolladas en Cabrera, Daniel H. (2011) Comunicación y cultura como ensoñación social. Ensayos sobre el imaginario neotecnológico, Fragua, Madrid. Allí se encontrarán referencias a la mayoría de la bibliografía que explícita o implícitamente se cita aquí. (Nota de los editores: ver la versión completa publicada en El Psicoanalítico. Recomendamos la lectura del N° 6 “Sujetos a la red: ¿realidad virtual?”)

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