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Título: Self-Portrait, Francesco Clemente, 1980.
Título: Self-Portrait, Francesco Clemente, 1980. Imagen obtenida
de: http://francescoclemente.net/1980s/2.html
Henri Michaux: conocimiento por los abismos de la droga   
Por Héctor J. Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar
Las drogas nos aburren con su paraíso.
Que nos den más bien un poco de saber.
No estamos en una época de paraíso.
Henri Michaux


Henri Michaux (Namur-Bélgica l899/París-Francia l984). Tras una infancia solitaria y después de que su padre se negara a que siguiera la carrera eclesiástica, se dedicó a viajar como marinero. Fue uno de los más incansables viajeros de nuestro tiempo. Hizo viajes reales por continentes y países reales, viajes imaginarios por países supuestamente reales e hizo, además, viajes imaginarios por países imaginarios, a través de las drogas.

En Occidente, Henri Michaux es sin duda quien mejor supo explorar, pensar y reflexionar sobre los laberintos de la mente, de las fantasías y del ensueño, no sólo en los estados normales del hombre, sino también en los estados alucinatorios provocados por distintos tipos de drogas. Claro que semejante empresa es la misma que acostumbra a asistir al científico que se adentra en la investigación de lo desconocido.

El poeta cuenta las pruebas a las que sometió su espíritu con la misma ausencia de prejuicios que cuando narra sus viajes reales por Asia (Un barbare en Asie), por el Amazonas (Ecuador) o por el Brasil (Au pays de la Magie).

En Plume, el personaje-máscara de Michaux sigue viajando, viaja continuamente, sólo que ahora lo hace con la imaginación por la detestable realidad: los tres grandes viajes reunidos en su libro Ailleurs, es decir, el Voyage en Grand Garabagne, Au pays de la Magie e Ici. Poddema es un viaje que, según Jean Maulpoix, es una imagen exasperada de los que les han precedido. El mismo Michaux reconoce, en Passages, que escribe bajo los efectos de la droga para recorrerse: Viaja a la contra. Para expulsar de sí mismo a su patria, sus ataduras de todas clases...

Henri Micchaux se estableció en París en l937, donde murió a la edad de ochenta y cinco años, en octubre de l984. Poeta, narrador y pensador, fue también pintor. Muy interesado por las artes visuales, frecuentó en París a los pintores del movimiento surrealista: Max Ernst, André Masson, Salvador Dalí y Paul Klee. Para él el desplazamiento de las actividades creadoras era uno de los más extraños viajes hacia sí mismo que se pueden realizar. Además de pintor, fue también pianista y compositor.

Al decir de Octavio Paz, la experiencia con las drogas fue, también, una experiencia física, como la del combate con las materias pictóricas. El resultado fue, asimismo, una liberación psíquica. El pozo se volvió surtidor. La mescalina provocó el manar de dibujos, grabados, reflexiones y notas en prosa, poemas.

En el libro Misérable miracle de 1956, el poeta intenta “tocar esa zona”, por definición inexpresable y, por lo tanto, incomunicable. Zona demasiado sensible para ser legible. En donde la conjunción de opuestos es posible y donde los significados desaparecen. Michaux viaja a través de la droga por líneas, signos, palabras, colores, ritmos y silencios para encontrarse. Se  desliza sin encontrar nada, excepto su propia mirada. La droga, se transforma, así, en un testigo. El testimonio del poeta que vio su centro interior: ausencia de poder, orfandad y desamparo del hombre. Ninguna religión, sólo el sentimiento anterior que sustenta a toda fe. A propósito, escribió el propio Michaux: me propongo explorar la mediocre condición humana.

Sin embargo, toda la obra del artista está llena de ironía y humor más bien refinado. Su humor – escribe Rolland de Renèville – es el humor que permite a los chinos soportar la intimidad de los dragones surgidos de sus propios pensamientos, que se instalan –sin saberlo ellos mismos- en un rincón de sus propias casas. De ahí, quizás, el hecho de que su universo parezca situado en un oriente interior, jamás nombrado.

Pese a los honores que recibió en los últimos veinte años de su vida, siguió siendo un hombre tímido y ensimismado. André Gide lo comparó con Baudelaire; Maurice Blanchot lo llamó: L´ange du bizarre, y René Bertelé consideró que su universo artístico es el universo de Kafka vuelto a ver y corregido por Swift y por Voltaire. Al decir de su gran traductor en la Argentina Lysandro Z.D. Galtier: hasta tal punto era celoso de su intimidad que siempre rehuyó de los periodistas y,  sobre todo, de los fotógrafos.

En esta oportunidad, queremos recordarlo con la publicación completa del fragmento II  Le Voyage Difficile de su  libro Vents et Poussieres (l955-l962), editado en París en Junio de l962. Vientos y Polvaredas, permanece aún inédito, y fue muy poco difundido en la Argentina. Seguido de un fragmento de ¿Cómo actúan las drogas?, del libro Conocimiento por los abismos, en traducción de Aurora Bernardes, y publicado por la Revista Sur, en 1972.


II
El viaje difícil
*

Increíblemente difícil. Hasta tuve que adoptar una extraña forma. Me vi forzado a hacer encajar, en esa forma, todo mi ser. Este conjunto en el que me había convertido era como un gran canto rodado, duro y plano.

Quedaban tres zonas de menor dureza a las que tuve que controlar con frecuencia de miedo de que se les diera por ceder.

Desde enfrente, siempre desde enfrente, una fuerza extrema.

Algunas zonas de torsión lindaban con zonas de vacío y de hiel y de asco. Donde antaño había existido estratificación, hoy había torsión, es decir tentativas de torsión y lucha, en mí, contra esas tentativas.

En lo alto de esta forma, unos lentos latidos de sombrillas hipnotizadoras.

Todo esto venía del gran, del muy grande, del muy demasiado muy grande est...cuyo nombre no debo pronunciar porque serían mayores las tinieblas que la luz que aportaría y una abertura sólo abierta a la memoria del mal inexplicado.

Una vez allí, uno no puede separarse ni el espacio que ocupa un hilo de telaraña. Inútil pensarlo. Trayecto del todo imposible de encarar. Continuando mi viaje, la encontré en estado de triple est..., después en estado de cuádruple est.... Lo  áspero apareció en el canto rodado que, por más plano y duro que fuera, era también como una mejilla hinchada a cachetazos. No pude adentrarme más profundamente en mí pero me sentía, al contrario, en evidencia, como una joven negra con vestido rojo bailando en un patio de arcilla: extraño, sufriendo continuamente los embates de la desecación. La sed llevaba el número "9" en la gran puerta otomana.

Desde la lomada se enfocaba, se apuntaba hacia mí.

A lo lejos pasaban unos "tric-tric" interminables, intentos de distracción, repetidos pero vanos. A la larga, todo implicaba descarga del propio interior. El padre de la reunión no estaba. Como en sueños se escuchaban los "iúm, iúm iúm", prolongados y repetidos de las criaturas voladoras (sobre todo de éstas), atacadas por el insoportable mal del que los seres saben librarse, mutuamente, de modo delicioso.

Pero yo, canto rodado, ¿qué podía hacer? Ya no había más tristeza en mi corazón. El placer ya no me orientaba. La preferencia y el encanto y la entrega al gozo ya no me orientaban. ¡Oh, comienzo de la mala racha! Buscaba, inútilmente, fuerza en las palabras de mi boca adonde, por otra parte, ninguna acudía ya. ¿Cómo, cómo pude llegar hasta allí? Los asuntos de ambos mundos se me escapaban. Toda vida era como si ya no fuera, como si yaciera, rueda rota, en el fondo de una barca.

Por causa de este omnipresente estado, tuve que adoptar la gran forma lastimosa, que no me iba, que no le va al hombre, que rechaza y excluye toda forma de complacencia y de dichosa circulación. La placa que, bajo la fuerte presión, se adosaba a mí, me obligaba a ello. Me desecaba, me marchitaba por entre tierras polvorientas. La región, por extensa que fuera, se había vuelto estrecha como una tumba.  Ningún mensaje me alcanzaba. Día tras día, yo sólo era la dura forma, la dura forma por sobre todo, sin poder suspirar o acurrucarme como un nene perseguido que se oculta entre arbustos. Pero el gran canto rodado era fuerte. Tenía, en sí, la fuerza de cien. Tenía una fuerza incalculable.

Sin embargo, yo pensaba: " seguramente éste es el gusto anterior al gusto de la muerte. Esta vez, seguro, ya no comparto el pan de los dioses...."

Los pueblos de la polvareda me rodeaban sin prestar atención, ellos mismos polvareda, polvareda.

Yo me decía: " Si algo hay que debas hacer, no tardes ni un segundo. Es inmediatamente de inmediato cuando corresponde hacerlo". También me decía: "es la injusticia la que me agobia. Es sólo la injusticia de la gran debilidad que me cayó en suerte y me obliga, hoy, a tomar esta forma inhumana y dura que detiene las funciones de la vida. A los otros que son como yo, no les molesta".

También llamaba: "¡Oh, vos que me sos tanto y para quien, quizás, yo no sea, ya, casi nada, espejismo en medio de mi horizonte, rostro tan hermoso siempre en la distancia, cómo se siente, mi ser, de miserable cuando pienso en nuestro amor! ¡Oh, lo no acontecido. Ya no sé buscar lo que me es bueno. Ya no sé escapar de lo que es mi mal! Las tierras labradas están detrás de mí. ¡Oh, qué difícil se hace sobrellevar el pensamiento de esta idea!"

............................................................. y el viaje continuaba y yo me adentraba en la región hostil. Los días ya no estaban bajo mis pies, los días ya no entraban a mi corazón. Esperaba, en vano, el rédito de mis órganos respiratorios y de los de la distribución del alimento. Ya no conocía las palabras que elevan y alegran el pecho. Ya había olvidado el canto de llamada de las torcazas primaverales.

"Señor de los albergues, ¿dónde me has ubicado hoy?". Lo que detesto vive en mí por poder de destrucción.

Me decía también: " sin embargo, estás vivo. Otros, en este momento, están muertos. Y vos, estás vivo. No sos un miserable. Viniste desde lejos, sin causa y no fuiste apedreado sino que tus cartas fueron recibidas y tus monedas de plata y se te permitió el paso". Pero el mal respondía, respondía como mal, con una voz tronante que nada escucha.

El aliento, ­ ¿dónde estaba el aliento?

Sólo mi huevo escuchaba al mundo. Solamente  mi huevo aún absorbía al mundo.

Selección  Héctor J. Freire
* Traducción Nora Guastavino

 

¿Cómo actúan las drogas? *

Toda droga modifica los puntos de apoyo. El punto de apoyo que usted tiene en sus sentidos, el apoyo que sus sentidos tenían en el mundo, el apoyo que usted tenía en su impresión general de ser. Ceden. Se opera una vasta redistribución de la sensibilidad que lo vuelve todo extraño, una compleja, continua redistribución de la sensibilidad. Usted siente menos aquí, y más allá. ¿”Aquí” dónde? ¿”Allá” dónde? En decenas de “aquí”, en decenas de “allá”, que usted no conocía, que no reconoce. Zonas oscuras que eran claras. Zonas ligeras que eran pesadas. Usted ya no desemboca en usted, y la realidad, incluso los objetos, al perder su masa y su rigidez, dejan de oponer una resistencia seria a la omnipresente movilidad transformadora.

Aparecen abandonos, pequeños (la droga le hace cosquillas con abandonos), grandes también. Algunos se complacen en ellos. Paraíso, es decir, abandono. Usted sufre múltiples, diferentes invitaciones a aflojar…..Esto es lo que tiene en común las drogas fuertes y también que el cerebro es el que recibe los golpes, el que observa sus entretelones, sus hilos, el que juega el juego grande y el pequeño y el que, después, toma distancia, una singular distancia.

Hablaré sobre todo de la mescalina, más espectacular que las drogas de antes, neta, brusca, brutal, predestinada a desenmascarar lo que, en las otras, permanece envuelto, hecha para violar el cerebro, para “entregar” sus secretos y el secreto de los estados raros. Para desmistificar.

Modelo de alucinógenos, tiene una acción vecina a la del ácido lisérgico y la psilocibina.
Ilumina asimismo el hachís…..que lo necesitaba, el fabuloso hachís y también el beleño y el datura stramonium, plantas antaño utilizadas en hechicería, cuando no se ignoraba cómo dirigir sus efectos.

Después de una corta fase de náuseas y malestares, usted empieza a tener que vérselas muy en especial con la luz. Empezará a brillar, a golpear, a atravesar con sus rayos que de pronto se han vuelto penetrantes. Tendrá quizá que protegerse los ojos con telas espesas, pero no estará protegido. El blanco está en usted. El centelleo está en la cabeza. Cierta parte de la cabeza que se puede sentir en seguida por su fatiga: el occipital; el rayo blanco golpea allí.

Y viene las visiones de cristales, de piedras preciosas, de diamantes o más bien su chorro, su chorro enceguecedor.

Al estímulo excesivo, el aparato visual responde con brillanteces, con resplandores, con colores exagerados que chocan, que componen brutales y vulgares conjuntos que chocan, como ahora el veneno invasor choca y brutaliza su córtex visual.

Y usted encuentra muchedumbre. Aparece una multitud de puntos, de imágenes, de pequeñas formas que muy, muy, muy pronto pasan, circulación demasiado viva de un tiempo que tiene una multitud enorme de momentos, que se escabullen prodigiosamente. La coexistencia de ese tiempo de momentos multiplicados con el tiempo norma, no enteramente desaparecido y que vuelve con intervalos, obliterado sólo en parte por la atención prestada al otro, es extraordinaria, extraordinariamente desrealizante.

También la coexistencia del espacio de puntos innumerables (y todos muy “separados”) con el espacio casi normal (el de su alrededor, que usted mira de vez en cuando), pero como ahogado y en subimpresión, es igual y paralelamente extraordinario..........

* Traducción Aurora Bernardez


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