CLINICA
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Narcotizados
Por Yago Franco


Duerman tranquilos: aquí no ha pasado nada
Por Mar�a Cristina Oleaga
 
 
 
Título: Tree, Francesco Clemente, 1993.
Título: Tree, Francesco Clemente, 1993.
Imagen obtenida de: http://francescoclemente.net/1990s/6.html
Narcotizados
Por Yago Franco
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- Desde la perspectiva clínica no hay un consumo de drogas o una adicción. No es lo mismo el consumo social, el de los fines de semana, o la lisa y llana adicción, que hace que el sujeto no pueda prescindir de la o las substancias en cuestión. Y no es lo mismo el consumo de LSD, cocaína, marihuana, paco, etc.

Así que generalizar en este tema es muy poco serio y poco prudente. Lo mismo que demonizarlo. Hay quien ahoga sus penas en alcohol o en alguna otra substancia, o quien se da valor o energía consumiendo cocaína, o quien busca la placidez cercana a lo oceánico con la marihuana, o la búsqueda de estados creativos con mezcalina o ácido lisérgico. La heroína y el opio van en la búsqueda del desvanecimiento, el aletargamiento. El consumo de psicofármacos y de fármacos en general, merece un capítulo especial.

- Por otra parte, no hay sociedad ni cultura en la cual no se hayan puesto en juego y consumido substancias, desde culturas tribales hasta el capitalismo actual. Los fines han sido muy distintos. No es lo mismo el afán de rendimiento y éxito que exige el capitalismo que va de la mano del consumo de diversas substancias, sobre todo la cocaína, que el consumo en diversos ritos religiosos o de ceremonias tribales, que implican el contacto con deidades, antepasados, o seres que habitan en regiones no visualizables sin el consumo de substancias alucinógenas. (ver al respecto los textos de Benetto, Rozes y Sarasola en este número)

- Pero lo que llama la atención –y que está más allá del consumo tal como ha sido descrito hasta aquí – es el surgimiento, la creación, de una cultura llamada narco, es decir, que funciona de modo identitario, ofreciendo un lugar, orientando el representar, el sentir y el hacer de los sujetos que participan en la misma. Eso en buena medida escapa a la psicopatología, y merece sobre todo un aporte del psicoanálisis en términos de qué se presta de la psique de los sujetos para participar de la misma, y en qué punto la sociedad incide sobre esa predisposición psíquica, qué utilización hace de ella: y también entender que no es casual dicha utilización, que forma parte de un magma de significaciones imaginarias sociales que mantiene a esta sociedad unida, aun en el conflicto y la incoherencia.

- Narcotizar es adormecer, adormecer el yo, la voluntad, y muchas veces con los fines de manipularlo. El problema es que el deseo de narcotización forma parte de ambos partenaires: el que ofrece el narcótico y el que lo consume. ¿Cómo es esto posible? El psiquismo nace en un sentimiento oceánico, aquello que conocemos como autoerotismo. Más allá de que haya otro que contenga, que alimente y dé abrigo, que ponga su deseo por el infans en juego, etc., para la psique de la criatura humana todo lo que hay es un océano de indiscriminación, de acunamiento en un océano de beatitud y completud, de una satisfacción constante que se produce antes que el deseo pueda tener lugar. Castoriadis lo dice claramente: perdida este estado lo que la psique intentará por todos los medios posibles es volver al mismo. El deseo es el deseo de un estado, siendo la psique su propio objeto perdido. Esta fase de la psique es fundamental para entender el consumo. Hay en todo sujeto un deseo de volver a ese estado, de alejarse de aquello que lo apartó del mismo: cada noche, en el ritual del dormir, se intenta reinstalar ese estado. Es Piera Aulagnier quien va a sostener que hay deseos de meta fusional que siempre deben cumplirse de alguna manera. Agregamos aquí que esto se cumple en la vida sexual, en el dormir, en ciertas ceremonias colectivas (recitales, deporte, ciertas prácticas religiosas), en la contemplación y creación de obras artísticas, pero también en el consumo puntual o adictivo de substancias. Toda cultura debe proponer instancias de satisfacción para lo oceánico. El problema que plantea la cultura actual es su intento de producir una narcotización colectiva (similar a la que Huxley plantea en Un mundo feliz, alrededor de la droga Soma).

- Ahora bien, si el malestar en la cultura (Freud) tiene como uno de sus antídotos al consumo de substancias, otra es la cuestión cuando el consumo se instala como una de las significaciones centrales, y ya no se trata solamente de malestar sino de algo que está más allá del malestar, y que muestra la presencia por momentos predominante de la pulsión de muerte. Hemos descrito en otros textos (ver diversos textos en Más allá del malestar en la cultura) la cuestión del avance de la pérdida de sentido colectivo (que permite la creación del sentido individual), a manos de una exigencia de goce en el consumo que no hace más que arrojar a los sujetos a un estado de falta permanente, para terminar con la cual la sociedad promete más y más objetos y actividades. Así, los sujetos son consumidos por el Otro. No es ningún eufemismo hablar de sociedad de consumo. En la cual los sujetos pasan de ser ciudadanos a consumidores, clientes, etc.

- Se abren aquí dos propuestas de consumo de substancias: una al servicio de aguantar, de seguir estando ante lo insoportable, para dormir, para rendir, pero también para alejarse, adormecerse o arrojarse a otras dimensiones (ver texto de Benetto). Las substancias mencionadas al inicio de este texto son además acompañadas de innumerables fármacos para reponerse ante un cuadro gripal o cansancio, dolor de cabeza, etc., no dejándole al sujeto un respiro para el reposo. Pero por otra parte –y vamos a detenernos en este punto- hay enormes masas de la población que son excluidas del funcionamiento de la sociedad de consumo, arrojadas al desamparo y a no hallar un lugar en el Otro, y ansiosas por tener un lugar en el mismo, en su deseo. Es allí donde desde hace unas décadas se instala como respuesta criminal la cultura narco, que utiliza a dichas masas para provecho de la sociedad de consumo, ofreciendo amparo de la mano de la creación de una moral, una ética, una justicia. De haber sido excluidos, los sujetos sienten formar parte de una sociedad (en realidad una micro-sociedad) que les da un lugar, les ofrece algo a cambio de su participación. Este hecho ha abierto grietas en las sociedades, reciclando al poder mismo, fortaleciéndolo, a lo sumo produciendo guerras entre grupos de poder intra cultura narco o entre sus grupos de poder y el poder “legal”. (ver textos de del Frade y Vega Cantor)

- Así, la cultura/movimiento narco ofrece –paradójicamente- un sentido que es más fácilmente investible por los sujetos que han sido excluidos de la sociedad “oficial”. Les da algo que ésta les niega a todos los sujetos. La destrucción del lenguaje y del afecto son efecto del avance de la pérdida de sentido -de la insignificancia- en una sociedad en la cual todo lo sólido se desvanece en el aire, o peor: no llega a crearse. No hay referencias sólidas para los sujetos, un mundo en el cual orientarse, fallan las referencias identificatorias –o estas son imposibles- y la exigencia de goce en el consumo produce un desborde pulsional, los bordes entre los sujetos y entre las instancia psíquicas se fragilizan. Una parte de los sujetos, por diversos factores económico-político-sociales, permanece al interior de los muros precarios de sentido de la sociedad instituida, de su magma de significaciones, apelando al consumo como tabla de salvación ante el naufragio de todo sentido. Otra parte –enorme- permanece en las afueras, y el narcotráfico y su cultura narco, producen otro “adentro”. Da así una orientación clara para el mundo pulsional, deseante e identificatorio.

- Antes de terminar, dos puntualizaciones que forman parte de aportes que el psicoanálisis puede hacer para afrontar la creciente cuestión narco en nuestro país: la primera es entender que una prohibición no instituye nada si no es acompañada de algo que venga en lugar del goce prohibido. Así, toda política prohibicionista o penalizadora no hace más que reforzar la cultura narco o, a nivel individual y ya en casos de adicción a drogas, no hace más que reforzar el consumo. A nada se renuncia por la renuncia misma, ya que implica un fortalecimiento superyoico, y lejos está de los actos y tramitaciones psíquicas que implican una solución a nivel sublimatorio. Otra puntualización: si en las condiciones descritas de la sociedad actual, uno de los efectos es que el consumo se establezca también en los lazos, o que haya lisa y llanamente ausencia o crisis de los mismos, todo abordaje debe ir hacia el labrado de los mismos; tercera cuestión: estigmatizar a quien consume substancias como adicto y centrar allí el abordaje no hace más que producir un nuevo gesto de exclusión (Foucault), creando un nuevo rostro de la locura. El trabajo sobre la adicción como entidad nosográficas central debe estar reservado sólo para algunos casos en los cuales haya un riesgo de vida inminente o en la cual ocupe todo el espectro de la psique. Pero sin descuidar que es el establecimiento o restablecimiento de lazos el que puede permitir una salida a la encerrona en la cual caen los sujetos: a manos del narcotráfico, en el caso que aquí nos ocupa específicamente, y como indicación general para aquellos sujetos en los cuales la adicción ha producido un repliegue autoerótico con abandono de sus lazos y actividades habituales (trabajo, estudio, amistades por fuera del circuito de consumo de drogas, etc.) (ver texto de Oleaga).

Otra puntualización: como sostuvimos, no es un eufemismo hablar de sociedad de consumo. El consumo es una de las cuestiones centrales en una sociedad asentada en el modo de producción capitalista. Este modo ha venido siendo naturalizado en las últimas décadas. Así como Freud puntualizó y así desnaturalizó el modo de ser de la cultura de su época en La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna, es nuestra tarea desnudar el modo de ser de la cultura actual y mostrar sus efectos patogénicos en los sujetos. Así, no puede desprenderse al consumo patológico de drogas del consumo en general como modo de ser central de esta sociedad.

- Finalmente: ya mencioné el querer regresar al estado oceánico, a ese sentido originario perdido para siempre. El sujeto es arrancado por la sociedad de ese estado. Pero a cambio debe darle un sentido. La psique tiene hambre de sentido. La sociedad debe producir y ofrecer un bienestar mínimo para que la psique la invista, y ese sentido forma parte del mismo. De lo contrario se produce lo que está más allá del malestar. Y ese es el problema que enfrentamos en la actualidad: y es lo que impide/dificulta  la tarea de figurabilidad (de la pulsión, en representaciones y afectos) de la psique. De ahí que es tan preponderante el pasaje al acto, la crueldad, el consumo asociado al narcotráfico o el consumo más allá de este. La destrucción del lenguaje y del afecto están en la base. Ante dichas destrucciones el narcotráfico ofrece algo a cambio. Y ya dijimos: la psique tiene hambre de sentido, y si no produce figurabilidad fenece. El narcotráfico –en este sentido- tiene una función positiva, apoyándose y recreando el modo de ser del capitalismo actual. Que afecta la vida social desde el modo de crianza de los sujetos. Es más: desde antes de su origen, por la pobreza/desesperanza que afecta a los enunciados identificatorios/anticipatorios paternos. Pero ese, es otro tema.


 
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