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Título:The Fourteen Station XII, Francesco Clemente, 1981-1982.
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Imagen obtenida de: http://francescoclemente.net/1980s/8.html
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Adicci�n y autoerotismo

En la Carta 79 (1897) [1] Freud define a la masturbación como la “adicción primordial” y dice que las otras –alcoholismo, morfinismo, tabaquismo- son sus sustitutos y relevos. Le atribuye un importante papel en la histeria así como en los obstáculos para su cura y se pregunta si esa adicción es curable o si deberá conformarse con transformar una histeria en una  neurastenia.

En La sexualidad en la etiología de las neurosis (1898) [2] Freud compara la dificultad para lograr la deshabituación a la masturbación con las dificultades en la cura de abstinencia de narcóticos. Dice que si sólo se lograra mantener esa deshabituación, palabra a la que califica de mero giro verbal sin valor de esclarecimiento, no se ganará gran cosa. Habrá que tener en cuenta la “fuente de la que brota la imperativa necesidad”. Los narcóticos “están destinados a sustituir –de manera directa o mediante unos rodeos- el goce sexual faltante, y cuando ya no se pueda restablecer una vida sexual normal, cabrá esperar con certeza la recaída del deshabituado”. Así, vemos a Freud persiguiendo el núcleo del problema y despreciando lo que no tiene sino valor descriptivo. Cuando, en 1928, se ocupa de la afición de Dostoievski por los juegos de azar [3] la relaciona también con el onanismo. Ha encontrado ya en el autoerotismo el común denominador de una serie de elementos aparentemente inconexos.

Este hallazgo nos remite a la inexistencia, para los humanos, de un goce sexual normal, lo que Lacan define como “No hay relación sexual” y que hemos abordado en otro artículo [4].  Existe, eso sí, la “imperativa necesidad”, que sin duda refiere a la fuente de la pulsión. El quid de su satisfacción es autoerótico, más allá de los pasajes que, mediando el amor y el deseo, puedan permitirle el rodeo por el Otro. Ese núcleo autoerótico -ese grano de arena en la neurosis  al decir de Freud- es lo más íntimo y particular en lo que el sujeto podría reconocer su ser en un psicoanálisis. 

En El malestar en la cultura, (1930) [5] Freud habla de los “calmantes” imprescindibles para soportar la vida.  Las “distracciones” – como puede serlo la ciencia- , dice, que nos ayudan a soportar  la miseria de la vida. Se refiere a las “satisfacciones sustitutivas” –las que procura el arte- que reducen dicha miseria y a las “sustancias embriagadoras” que alteran la química del cuerpo- que nos insensibilizan frente a ella. Freud califica su existencia como indispensable y a la intoxicación como el “método más tosco, pero también el más eficaz” para paliar el sufrimiento.   Llamativamente, él duda acerca de ubicar o no a la religión en esta clasificación. Evidentemente, estamos ante dos tratamientos bien diferentes de una misma insatisfacción: o la sublimación o la satisfacción autoerótica directa.

Respecto de los tóxicos, Freud destaca que esas sustancias extrañas al cuerpo, con su presencia en sangre y tejidos, nos procuran sensaciones placenteras a la vez que alteran nuestras sensaciones como para volvernos incapaces de sentir displacer. Agrega que dentro de nuestro organismo seguramente existen sustancias semejantes ya que, en la manía, se producen conductas comparables a las de quien está embriagado.  También relaciona con esas sustancias, que lamenta que la investigación científica desconozca, los vaivenes anímicos normales. Dice: “Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras en la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria es apreciado como un bien tan grande que individuos y aun pueblos enteros les han asignado una posición fija en su economía libidinal. No sólo se les debe la ganancia inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada, respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los ‘quitapenas’ es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino.” Freud se refiere así al carácter de ese goce autoerótico que deja al sujeto en soledad. Y continúa: “En ciertas circunstancias, son culpables de la inútil dilapidación de grandes montos de energía que podrían haberse aplicado a mejorar la suerte de los seres humanos.


Cultura y narcosis

Tenemos que recordar que los narcóticos, si bien han formado parte del acervo cultural de todas las épocas, han estado ligados a ceremonias de conexión con los dioses o con los ancestros, rituales de iniciación u otros; o sea que su uso ha estado enmarcado y, por lo tanto, limitado, ya sea por las circunstancias que merecían su consumo o, en relación con los usuarios, por los rasgos que los calificaban para ello. Es el caso de los hechiceros, los chamanes, etc. Es la cultura, sus significaciones de época entonces, la que dominó el uso.

También ahora, como corresponde, es la cultura la que da su color a las adicciones. El siempre más, leitmotiv del capitalismo actual, da al consumo de narcóticos el carácter de la desmesura y lo convierte en negocio [6]. La droga es una mercancía y el consumo hace a un mercado. No hay hoy simbólico que lo enmarque ni lo regule. El consumo es la meta que ocupa el lugar de los ideales, de modo que todo consumo puede convertirse en adictivo. Es el color de la pulsión que se ha emancipado de su lazo con el Otro y revela así su carácter tanático.


Droga y pertenencia

Los excluidos, sobre todo los jóvenes, encuentran identidad y pertenencia a través de la droga que los nomina y de una especie de comunidad que contempla tanto un dialecto como costumbres y gustos, en el mejor de los casos. Obtienen, de este modo, lo que de otro les sería inaccesible. Cuando en este caso decimos excluidos  nos referimos a un destierro del cobijo simbólico que está presente en todas las clases sociales, pues es un rasgo cultural que las atraviesa.

Tenemos que destacar que la droga, en una cultura que produce subjetividades lábiles, con pobres recursos simbólicos para tramitar y elaborar, funciona como estabilizadora en sujetos que así habitan un Yo (Soy drogadicto), y que, de otro modo, podrían desencadenar la psicosis. El furor curandis, contra el que nos previno Freud, sería en estos casos ocasión de daño irreversible.

Lacan habla de la droga como de la única forma de ruptura del matrimonio del cuerpo con “la cosita de hacer pipí” [7]. Retoma allí la tesis freudiana respecto del onanismo, adicción primordial, al tiempo que señala la falta de límite en que transcurre la toxicomanía a diferencia de lo que implica el goce fálico. En este sentido, la legalización supervisada de drogas no tendría probablemente que ver con un aumento o con una disminución del consumo, ya que éste no se rige -en estos casos- por la dialéctica prohibición/deseo. Pero sería, sin duda,  un avance sobre el narcotráfico.

Estos sujetos llegan a la consulta o por otros motivos, lo cual deja al consumo afuera, o en precarias condiciones de salud. La dificultad que ofrecen a la transferencia no impide el intento de que se instale, de que se renueve su lazo al Otro como contrapeso, siempre que se pueda, a la fijeza y la exclusividad del autoerotismo.


Narcosis y control social

La narcosis es -por otro lado- instrumento de control. La política tal como está instituida requiere –cada vez más- de seguidores acríticos que se dejen representar, que acepten delegar, que aplaudan sin reticencias ni cuestionamientos acerca de la diferencia entre el decir y el hacer. ¿Habrá mejor ejemplo de narcosis sin sustancia? Esta dependencia tiene un caldo de cultivo favorable en el tejido social roto y el déficit simbólico general.

Los carteles de la droga -por su parte- sacan provecho de la exclusión y ofrecen trabajo, bienes, nuevos lazos y lugares de pertenencia. En este caso sí, tanto los políticos como los narcos, se dirigen de preferencia a los excluidos del consumo propiciado por el mercado, al excedente poblacional que sigue siendo el principal recurso electoral y el target privilegiado del mercado de narcóticos. Sirven tanto para el aplauso, para el  consumo como para la producción y la distribución. Son mano de obra barata para los políticos y para los carteles. Las consecuencias de la captación de estos chicos por el narco no se han hecho esperar. Horacio Tabares, Director de Vínculos, un Centro Comunitario de Salud Mental en Rosario, dice: “El dealer no sólo proporciona la ilusión de un futuro corto pero desbordado, sino también algo que nosotros como sociedad no le damos, que es la identidad de ser alguien. Para ellos que no son nadie, o son la escoria de la sociedad, como los califica un sociólogo canadiense, ofrecerle un espacio, como es un búnker de drogas, una remuneración y armas, es todo. Aunque esto sea fugaz y no tengan expectativas de vida de superar los 20 o 21 años”[8].

El fenómeno nuevo, en este sentido, es la conformación de bandas locales: “núcleos sanguíneos con círculos de amistades barriales” [9]. Se instalan apoyándose en sicarios y promueven la violencia para afianzar y extender su influencia. Existe el peligro de que con el tiempo se consoliden como carteles nacionales. La violencia narco alcanza a muchos; también mata pibes, como Adrián Alejandro Ávila,  que intentan enfrentar al avance de la droga y sacar a los otros mediante actividades varias que incluyen emprendimientos artísticos o productivos [10]. Hay chicos asesinados en medio de las luchas entre bandas con protección de la narcopolicía, como  fue el caso de  tres jóvenes militantes del Frente Darío Santillán que se proponían cambiar el destino de sus compañeros [11].


Narcosis y aislamiento en el mundo virtual

La narcosis también se difunde con o sin sustancias, a través de pantallas y en absoluta soledad: lo autoerótico, en este sentido, está en primer plano. Muchos se contactan sexualmente con otros, cuya existencia suponen en el espacio virtual, para gozar sin tener -en verdad- que pasar por la limitación/castración que implica un otro presente.  El mercado parece saber de qué se trata y ofrece los objetos que satisfarían, supuestamente el goce. Cada uno en lo suyo, con escasos y frágiles lazos con el otro. La cultura promueve el goce autoerótico como defensa frente a la castración. ¡Es una paradoja que ese goce que sucumbía bajo su amenaza sea hoy el recurso, por la vía de un objeto, para su obturación!

El Otro y el lazo no son propicios al mercado ya que el Otro puede ser fuente y destinatario de ese amor que permite el paso del goce al deseo, o sea: la salida del autoerotismo, por más que siempre permanezca ese resto no transferible de goce del cuerpo propio. El discurso del capitalismo no en vano excluye el amor. El goce autoerótico es su mejor apuesta para subsistir: seres acríticos y aislados, que van de la satisfacción a la insatisfacción, y acceden, por consiguiente, a las ofertas/novedades, tapones de la castración. Tanto la  hipnosis de las pantallas como las narcosis promovidas por las sustancias resultan en el aplastamiento de las diferencias, la homogeneización de la demanda que el mismo mercado crea con su propia oferta de productos.


La modalidad adictiva  extendida

Cualquier cosa parece  devenir adicción, tal es la modalidad pulsional. De ahí que asistamos al crecimiento de las sectas y de la grupodependencia, ya que todo puede convertirse en mercancía y ser razón de agrupamiento masivizantes en el ejercicio exclusivo de algún goce. Los sujetos se unen en función de una forma de gozar y, a veces, se someten a un Amo, que los unifique. Desde los que corren o acuden a gimnasios para lograr físicos privilegiados, los que buscan modos independientes de subsistir en empresas piramidales, pasando por los que se consagran a la religión de la ingesta sana –sea cual fuere su principio ordenador-, los que cultivan espiritualidades chatarra bajo la guía de múltiples gurúes de la autoayuda, hasta los que aspiran pegamento en los rincones de la ciudad, encontramos las más variadas agrupaciones de seres que se consagran a modos exclusivos de gozar.

La mayoría se muestra susceptible de adherirse con fruición y de consumir más de lo suyo, de dejar todo por, de perderse en y de consagrarse a. Esta posición denuncia el enroque entre el Ideal y el objeto en la cultura actual. A la vez, se mantienen unidos en su desprecio y rechazo por el ajeno, por el goce del que está fuera, del que no pertenece.  Es importante señalar que ya Freud señalaba que la exclusividad en el ejercicio de la técnica de vida era la forma más segura de fracasar en la búsqueda de dicha y que la sabiduría de la vida aconsejaba diversificar las fuentes de satisfacción.


Respuestas impotentes o cómplices del Estado

Los Estados Nacionales y las Agencias como la DEA intentan sucesivas respuestas ante el avance narco, mientras negocian con los traficantes, desde luego, lo cual torna irrisorios esos movimientos. Promueven, por ejemplo, la inclusión de los cuerpos de seguridad, pero éstos se encuentran francamente involucrados con el narcotráfico.

El trabajo de Edwin H. Stier y Peter R. Richards de 1987 ( Strategic Decision Making in Organized Crime Control: The Need for a Broadened Perspective) es útil para evaluar las etapas en que se desarrolla el narcotráfico y considerar el tratamiento en cada una. Los autores nombran dichas etapas como parasitaria, predatoria y simbiótica. El investigador Juan Gabriel Tokatlian [12] da cuenta de las características de cada una y de lo que implicaría, en nuestro país, desconocerlas y dejar avanzar al narco a la siguiente sin actuar [13].

Tokatlián también examina el intento mejicano de introducir grupos armados parainstitucionales, la sociedad civil en armas, y previene acerca de los riesgos de ese intento en el que se enriquecen las empresas privadas de seguridad y crece la violencia generalizada. [14]  Asimismo, analiza detenidamente cinco estrategias que han probado su nocividad frente al fenómeno narco: de Negación; de Confusión; de Desatención; de Consolación y  de Tergiversación. Da cuenta, en su análisis, de lo que implican esos errores y de cómo la criminalización de los usuarios no hace sino empeorar las cosas y deriva en consecuencias sociales perjudiciales. [15] El blanqueo de capitales, por otro lado, también se presenta como extraño y contradictorio en una sociedad que registra el avance de los narconegocios. [16]


Otras respuestas

El Psicoanálisis tiene recursos para abordar esta problemática, en el uno por uno de su práctica, sin que lo guíe la pretensión de salvar sino más bien, como decíamos, de reenganchar al sujeto con el Otro, con todo lo que ello implica de apertura, de salida de la exclusiva soledad autoerótica. El Psicoanálisis, convocado a pensar estas cuestiones socioculturales, también podría aportar en una tarea de armado y puesta en marcha de dispositivos pensados desde la lógica que nos anima. Incluso se podría considerar la puesta en marcha de mecanismos de legalización supervisada y selectiva de la droga, verdadero golpe para los narcotraficantes. Pero no parece que nuestra oferta le interese a los que podrían implementarla. Son los abordajes conductistas y cognitivistas, los que disciplinan y regulan con sustancias legales y con recursos masivizantes, los más difundidos.  

Por otro lado, hay prácticas comunitarias, instaladas en los mismos barrios que se encuentran más amenazados: son chicos, madres, voluntarios que rescatan el lazo social, el arte, el trabajo, los grupos de ex adictos, etc. Son estos los tratamientos que se autosustentan, que no reciben del Estado más que el ataque de fuerzas anárquicas de seguridad; son las intervenciones que no tienen cámara en las pantallas que hipnotizan, y que, sin embargo, rescatan pibes artesanalmente. Los que se involucran en estos emprendimientos son los que hoy presentan el obstáculo más serio a las ofertas de la cultura narco. Ellos conforman la competencia de otra oferta para los que no tienen ninguna mejor que la primera [17]. Son dispositivos que no apuntan a masificar y homogeneizar sino que incluyen lo particular en el despliegue de goces sublimatorios y de afectos compartidos.  Pero están solos en ese camino, demasiado solos.

 
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Notas
 
[1] Freud, Sigmund, Carta 79,  Obras Completas, Tomo I, pág. 314, Amorrortu, Buenos Aires, 1985.
[2] Freud, Sigmund, La sexualidad en la etiología de las neurosis, Obras Completas, Tomo II, pág. 286, Amorrortu, Buenos Aires, 1985.
[3] Freud, Sigmund, Dostoievski y el parricidio, Tomo XXI, pág. 190, Amorrortu, Buenos Aires, 1985.
[4] Oleaga, María Cristina, Hoy una apuesta: del caos a la creación, El Psicoanalítico XVII: Caos y Creación.
[5] Freud Sigmund, El malestar en la cultura, Obras Completas, Tomo XXI, pág. 75/78, Amorrortu, Buenos Aires, 1985.
[6] Narcotráfico y Capitalismo son inseparables.
[7] Jornadas de los Cárteles en el Escuela Freudiana de París (12 y 13 de abril de 1975).
[8] En las villas de Rosario los chicos juegan a ser narcos.
[9] Un cambio necesario frente a la mutación del negocio de las drogas.
[10] "El barrio está peligroso", la canción del joven asesinado en Rosario.
[11] Argentina: el narco presenta armas.
[12] Profesor de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.
[13] La Argentina y las etapas del narcotráfico.
[14] Los riesgos de la “guerra contra la droga”.
[15] Estrategias que llevan a la derrota contra el narcotráfico.
[16] Kirchneristas sin rumbo y narcos sin miedo.
[17] Del Frade, Carlos, Los pibes que no bailan el chamamé de los gendarmes, La esperanza en medio de las balas, El Psicoanalítico, Último Momento.
 
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