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Título: Prisionero, Tetsuya Ishida, 1999.
Título: Prisionero, Tetsuya Ishida, 1999. Imagen obtenida de: http://www.toxel.com/inspiration/2008/11/07/incredible-paintings-by-tetsuya-ishida/
Animales: esas “otras” figuras de la alteridad
Los animales se parecen tanto al hombre
que a veces es imposible distinguirlos de éste.
K`nyo Mobutu
Héctor J. Freire
hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar

Las maneras en que se comportan los animales, las formas en que hacen frente a la problemática de la existencia, es algo que desde sus orígenes ha fascinado a los hombres. Incluso un “animal horrible”, nunca carece totalmente de alguna cualidad interesante o atractiva.

A propósito, el famoso naturalista Gerald Durrell recoge en su libro Animales en general, una anécdota muy ilustrativa:

“Recuerdo que una vez, en Grecia, cuando yo era muy joven, estaba sentado a la orilla de un riachuelo que discurría perezosamente. De pronto, salió del agua un insecto que parecía recién llegado del espacio ultraterrestre. Se abrió camino laboriosamente por el tallo de un junco. Tenía unos grandes ojos bulbosos, un cuerpo carunculado apoyado en patas como de araña y, en el pecho, un artilugio curioso, cuidadosamente plegado, que parecía algo así como una escafandra marciana. El insecto siguió avanzando cuidadosamente por el tallo mientras el sol caliente le iba secando el agua de su feo cuerpo. Después se detuvo y pareció caer en trance. Su aspecto repulsivo me fascinó y al mismo tiempo me interesó, porque en aquel entonces mi interés por la historia natural sólo era comparable a mi ignorancia, y no lo reconocí como lo que era. De pronto advertí que el animalito, ya totalmente seco por el sol, y tostado como una avellana, se había agrietado por la espalda y, mientras yo miraba, parecía como si un animal que llevara dentro estuviera tratando de salir. Al ir pasando los minutos el combate se fue acentuando y la grieta fue ensanchándose hasta que el animal de dentro salió de su fea piel, se agarró débilmente al tallo del junco, y vi que era una libélula. Tenía las alas todavía mojadas y arrugadas por el extraño nacimiento, y el cuerpo blando, pero, mientras yo observaba, el sol fue haciendo su labor y las alas, ya secas, se volvieron rígidas y frágiles como copos de nieve y adquirieron un dibujo tan intrincado como ventanas de catedral. También el cuerpo se le fue poniendo rígido, y su color cambió a un azul cielo brillante. La libélula agitó las alas un par de veces, haciendo que brillaran al sol, y después se lanzó a un vuelo inseguro, dejando atrás, todavía aferrado al tallo, el desagradable cascarón de su antiguo yo.

Nunca hasta entonces había visto una metamorfosis, y mientras me quedaba mirando asombrado el cascarón tan poco atractivo que había alojado al bello insecto brillante, me juré que nunca volvería a juzgar a un animal por su aspecto”.

La presencia de animales en el arte, dinamiza de algún modo,  la evolución biológica. Al acercarse los textos poéticos a los animales, se comprende que todo ser vivo tiene un apetito de formas, al menos tan grande como un apetito de materia. Al decir de Gastón Bachelard, es necesario que cualquier ser vivo, solidarice formas diversas, viva una transformación, despliegue una causalidad formal verdaderamente actuante, enérgicamente dinámica.

Sin embargo, como escribió John Berger, en su ensayo “¿por qué miramos a los animales?: ningún animal confirma al hombre, ni positiva ni negativamente. El cazador puede matar y comerse al animal…El animal puede ser domesticado…Pero la falta de un lenguaje común, su silencio, siempre garantiza su distancia, su diferencia, su exclusión con respecto al hombre”. De ahí, este “intento poético” para acortar las distancias.

Recordemos también, que fue un animal la primera temática tratada por el hombre en la pintura. Y que posiblemente fue la sangre de animales el primer pigmento utilizado, así lo demuestran las pinturas rupestres de las cuevas de Lascaux, de los Trois Frères, de Volp, o de Altamira.Que las primeras escrituras se realizaron sobre la piel de un animal (pergamino). Y todavía más importante es el hecho de que se supone que la primera metáfora fue sobre un animal. Asimismo, la presencia de animales la podemos rastrear y encontrar a lo largo de las distintas mitologías,  en los signos del zodíaco, en las horas, meses y días con las que el hombre organizaba y repartía su tiempo, y el de los cultivos o cosechas.
Otro aspecto interesante a tener en cuenta, es que originalmente hombres y animales estaban en comunión (o sea formaban una “unión común”).  Esta camaradería no solo aparece registrada en las culturas “primitivas” o mal llamadas “salvajes”, paganas, mágicas, animistas o chamanísticas, sino también, en el imaginario cristiano, como así lo expresaban los bellísimos Bestiarios Medievales, o San Francisco de Asís en su famoso poema Cántico de las criaturas, por dar solo un ejemplo.

Confeccionar un “inventario completo de animales”, y de cómo éstos son tratados por la literatura, sería una tarea realmente imposible. Sin embargo, hay algunos ejemplos paradigmáticos y/o emblemáticos: las fábulas de Esopo (animales humanizados), las de La Fontaine o Samaniego (hombres animalizados), las ambiguas y poéticas de Monterroso. Las grandes alegorías: el insecto innominado de Kafka, las metamorfosis de Ovidio,   Moby Dick, la ballena blanca de Melville. El absurdo Rinoceronte de Ionesco. Los bestiarios neo fantásticos de Cortázar, o los paródicos de Arreola. Los perros de Donoso, los salvajes-humanos de Kipling, London o Quiroga. Los crímenes bestiales de Highsmith. Las bestias salvajemente domésticas de Marosa di Giorgio. O nuestro primer cuento El Matadero, de Echeverría, (donde los animales hacen de hombres y los hombres de animales). ¿O será que el hombre cuando se transforma en animal se vuelve dionisíaco?

Desde otra perspectiva, para completar la idea, conviene reflexionar sobre lo expuesto por John Berger en cuanto a que el animal, ese “otro” completa a su amo, ofreciéndole respuesta a ciertos aspectos de su carácter que, de no ser así, no se verían confirmados como un espejo en el que se reflejara una parte, nunca reflejada, de su dueño… Pero, puesto que en esta relación ambas partes han perdido su autonomía (el dueño se ha convertido en aquella persona especial que sólo es para su animal, y éste ha pasado a depender del amo para todas sus necesidades físicas), ha quedado destruido el paralelismo de sus vidas separadas. Podríamos decir, que es como vivir en el deseo del otro, como en el exilio, en otra dimensión. La marginación cultural de los animales es sin duda un proceso mucho más complejo que su marginación física. Los animales de la mente no se pueden dispersar con tanta facilidad.

Los refranes, los sueños, los juegos, los cuentos, las poesías, las supersticiones, el propio lenguaje no dejan de recordarlos. En lugar de haber sido dispersados, los animales de la mente pasaron a quedar incluidos en otras categorías, de modo que la categoría animal ha perdido su importancia. Fundamentalmente han sido asimilados en la de la familia y en la del espectáculo….Por último, su dependencia y aislamiento condicionan hasta tal punto sus respuestas que tratan todo lo que sucede a su alrededor, por lo general delante de ellos, que es donde está el público, como marginal. De ahí que se apropien de una actitud por lo demás exclusivamente humana: la indiferencia.

Cabe al lector atento, encontrar una cierta homología o correspondencia puntal entre las diversas trayectorias formales de los distintos poemas que leeremos a continuación; es decir, entre las formas poéticas que atraviesan los diferentes animales -“esos otros irracionales”- aquí seleccionados. Que a su vez se caracterizan por un devenir formal específico.
Es entonces, cuando tiene vigencia la ecuación planteada por Roger Caillois, fundamental para reflexionar sobre la relación entre el hombre, y su otro animal: aquí una conducta, allá una mitología (un poema).

Lo que conecta los actos de un animal a una conducta, también conecta las creencias a una mitología. Una lectura profunda y detenida de estos poemas, debería llegar a proyectar una conducta, una forma animal sobre una determinada problemática humana. De esta manera todo acto animal, es entonces poetizado, y a su vez se torna “poetizante”. Así, cierta gratuidad de los actos de los animales, es administrada finamente por los poetas aquí elegidos. El tratamiento formal del texto poético domina el “azar de lo pintoresco animal”, sin aplastarlo o anularlo.

En el mundo de las imágenes poéticas, la concreción del poema - a partir de la observación de determinado animal- no reclama el dominio de las causas eficientes que le dieran origen, y el espíritu del poeta, en su actividad imaginante, va a ser “descargado del peso de las cosas”. Llegamos así, a lo que Gastón Bachelard llamó una poesía del proyecto, que abre verdaderamente la imaginación. La cual demuestra también, que la naturaleza no es nunca un vaciado, que no se repite jamás. En este sentido, estas manifestaciones poéticas, proclaman que la naturaleza, al igual que la poesía es inagotable. Animales en la poesía, como otras figuras de la alteridad: toda una connivencia de lo real y de lo imaginario. En tal “superficie”, no hay texto que al leerse, no repercuta sobre los otros, y modifique la perspectiva que se tiene en general sobre los animales. Y que al mismo tiempo no señale las características que aproximan los animales a los hombres, que no son simplemente biológicas como alimentarse o reproducirse, ni dictadas por el instinto como la lucha por existir o el amor maternal. Sino más bien, una descripción no de lo que vemos sino una mirada sobre la red de relaciones y correspondencias íntimas entre el mundo animal y el humano, es decir, entre los otros mundos que componen este mundo.

Los textos seleccionados para Animalario poético”, son una muestra aproximativa de dicho intento. Parafraseando a Octavio Paz, cristalizaciones verbales de dos formas predilectas del movimiento universal: el remolino y el torbellino. Cuyo símbolo, no por casualidad, es un animal: el caracol marino. Poemas-caracoles en los que oímos el doble canto del agua y el viento.

Para finalizar, diremos que este “pequeño animalario poético”, operativamente incompleto, abunda en digresiones, y que su desorden es voluntario. Hemos preferido entretejer poemas y ofrecer al lector, como dijo Borges en su prólogo al libro Historia de los animales, de Claudio Eliano, una suerte de florida pradera. Un “paneo poético”, diríamos clásico, en el sentido que le da Italo Calvino al término: textos de los cuales se suele oír decir: estoy releyendo y nunca estoy leyendo. Textos que persisten como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone. Y de cómo los poetas – unos de renombre indiscutido, y otros de difusión injustamente menor – se sirvieron de la observación de determinados animales, para expresar y sugerir a modo de espejo crítico-reflexivo, ciertos aspectos de la existencia más profundamente humana.

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