Introducci�n
En este trabajo abordaremos el concepto de función paterna a través de un análisis genealógico que permita su deconstrucción y nos posibilite indagar en sus orígenes, significaciones y transformaciones en la trama socio-cultural en la que cada sujeto emerge. Esto implica trabajar sobre las propuestas psicoanalíticas, freudianas y pos-freudianas, involucradas en esta cuestión así como con las complejas relaciones de cada sujeto con las culturas y subculturas de las que forma parte.
Este estudio supone también interrogarnos sobre el paradigma en el que se apoya el concepto de función paterna. En este contexto, nuestro postulado es que nos encontramos ante un cambio de paradigma y enfrentamos un momento de transición hacia otras formas de ejercicio de una función simbólica. Por lo tanto, no cabría desestimar las problemáticas en juego ni tampoco analizarlas sólo con las categorías clásicamente asentadas, sin abordar un necesario proceso de revisión de las mismas.
El paradigma del patriarcado subtiende las producciones, experiencias –eróticas y tanáticas-, y relaciones entre sujetos de la mayoría de las sociedades conocidas. Desde sus orígenes, fuertemente autoritarios, hasta la actualidad se modificaron en aspectos importantes las posiciones de mujeres y niños que formaron siempre una parte esencial de las sociedades patriarcales. Se trataba de seres a cargo de ese Padre todopoderoso, que debían ser custodiados, enseñados y eventualmente castigados. La declinación del Padre va acompañada de la emancipación de la mujer y el reconocimiento de los derechos de los niños, y al cambiar estas figuras aparecen interrogantes de peso que es necesario analizar.
En la actualidad está fuertemente cuestionado este modelo y esto nos conduce a analizar también de qué se trata la función paterna desde un punto de vista psicoanalítico y si esa denominación es la más adecuada para referirse a los conceptos que están en juego en esta cuestión. Indudablemente nos encontramos en presencia de una serie de anudamientos que aparecen como indisociables y que no se podrían cuestionar ni desarticular, entre la función paterna y el orden simbólico. Si esto fuera así, la declinación del padre, tal como se la conoce actualmente, conduciría inevitablemente, para algunos autores, a la caída de una organización socio-cultural en su totalidad.
En este marco, vamos a sostener que conviene preguntarse si es lícito hablar de un orden simbólico o bien referirse a diferentes órdenes simbólicos cuya estructuración puede variar. Ciertamente está implícita la problemática de producción de subjetividad en distintas tramas discursivas y socio-culturales. Consideramos que esto implica incluir una apertura a nuevos paradigmas y un fuerte compromiso con los puntos de debate que se presentan en el psicoanálisis contemporáneo.
La declinación de la función paterna. La función tercera.
En la actualidad es común escuchar hablar de la caída o declinación de la función paterna: los discursos sobre el padre carente y su decadencia están en boga. A ella se atribuyen guerras, violencias de todo tipo, abusos, la presencia cada vez más visible de diversidades sexuales y de género que atentarían contra el concepto de diferencia sexual, distintos tipos de presentaciones clínicas (no neuróticas), la amenaza de perversiones generalizadas y el imperio de un goce sin límites, entre otras consecuencias. Se podría decir que hay una nostalgia de una función paterna de carácter estructural, que habría sido ejercida simbólicamente en tiempos pasados con marcada efectividad y que actualmente se perdió.
Se trata de una figura en crisis desde los comienzos de la Modernidad que está dando paso a otras organizaciones de ejercicio de la parentalidad. En este campo están incluidas presentaciones cada vez más frecuentes de familias ensambladas, monoparentales, homosexuales, entre otras. Esto se produce en el marco de importantes cambios en las relaciones de parentesco, reglas de filiación y normas sexuales en las culturas actuales.
Nos encontramos ante una primera pregunta: ¿Se perdió o quizás nunca existió con la efectividad con que es planteada y tal como se la imagina? Y, si existió, como por cierto lo podemos constatar en la historia de la humanidad desde la Antigüedad hasta nuestros días, podríamos afirmar que esa pregnancia del padre no ha podido evitar las crisis socio-políticas, los hechos de violencia extrema, incestos, abusos de poder de todo tipo y los desafíos a las normas que dictan las sociedades sobre la diferencia sexual. Es en este sentido que podemos hablar de una nostalgia en la que está presente algo de lo que nunca se tuvo.
Si nos resguardamos de trabajar desde el psicoanálisis con analogías socio-históricas así como de tratar de explicar grandes movimientos sociales con argumentos psicoanalíticos (el psicoanálisis no es una weltanschaung) podremos entonces pensar por qué ciertas vertientes del campo psicoanalítico sostienen tan férreamente, casi como una explicación final y finalista, la explicación última de fenómenos sociales o individuales a través de la caída de la función paterna.
Esto implica, como señalamos, abordar un análisis genealógico de los orígenes y fuentes de la noción de función paterna. Trataremos de hacerlo desde dos puertas de entrada: desde el punto de vista de los discursos y sistemas de significantes que nos ofrece la historia de la cultura y desde el punto de vista psicoanalítico. La propuesta es trabajar con las posibles oposiciones y relaciones entre ambos.
Indudablemente, surge la cuestión de que, aun pensada en un registro eminentemente simbólico, ¿puede la función paterna desprenderse de las connotaciones derivadas de una sociedad patriarcal y androcéntrica, cuyas características y orígenes han sido suficientemente estudiadas desde distintas disciplinas? ¿Puede también desprenderse de las connotaciones religiosas vinculadas al Dios Padre? Sin ir más lejos, recordemos que la Biblia nos enseña que Eva surgió de una costilla de Adán en la versión oficial y más conocida. Recordemos también que Aristóteles planteaba que el hombre era la forma y la mujer lo informe. Que recién en el Concilio de Trento la Iglesia reconoció que la mujer tenía alma. O que Spinoza, se preguntaba si a la mujer se le podía atribuir una ética. Hay innumerables ejemplos en la historia de la cultura sobre la división dicotómica, jerárquica, de los sexos que conducen a pensar en cómo se construyó la figura del Padre con mayúscula, diferente de los padres de las experiencias cotidianas en sus diferentes vertientes y funciones. Se hace necesario distinguir entre el padre real, las funciones simbólicas que eventualmente un padre puede cumplir y las múltiples facetas del ejercicio de la paternidad, en el amplio campo de la parentalidad.
Si enfocamos ahora el punto de vista psicoanalítico, se impone analizar en qué elementos se basa el planteo de la necesidad de una función paterna simbólica, en la clínica y la teoría psicoanalítica, para explicar el acceso de un sujeto a un universo simbólico. Esto supone determinar cuáles son sus premisas y cuáles sus puntos ciegos.
Freud dedica varios trabajos al tema del padre: “El porvenir de una ilusión” (Freud, 1927), “Moisés y la religión monoteísta” (Freud, 1939). Señala claramente su vinculación con los sentimientos religiosos y la necesidad de la mayoría de los hombres y mujeres de sostenerse en esas creencias frente al desamparo y la indefensión originarios. El dios protector que, a veces, puede ser vengativo y autoritario, es el Dios Padre. Señalemos que para algunos autores Freud es un ateo que analiza la necesidad neurótica de las religiones así como sus orígenes; para otros, en cambio, sus trabajos muestran una vertiente religiosa en Freud mismo. De cualquier manera el desplazamiento del Dios Padre al Padre con mayúscula es claro. Ambos confluyen y se superponen y la manera en que se lo entienda tiene consecuencias en la clínica. En este marco, surge la cuestión de si esta nostalgia del padre que aparece en el campo psicoanalítico, es la nostalgia del Dios Padre.
Totem y Tabú (Freud, 1913) entra en la lista de artículos freudianos que proponen una explicación mítica, sobre la pregnancia del padre en las sociedades androcéntricas. Ahora bien, si lo pensamos como una metáfora de este tipo de sociedades, ¿podemos independizar esa necesidad de un mito fundacional de los desarrollos culturales y normativos que rigen la vida en común? Y en esto está incluido el psicoanálisis. En otras palabras, se hace necesario hacer una relectura a la luz de los cambios culturales, socio-políticos, económicos, éticos, que cada sociedad y sus discursos evidencian.
El psiquismo no puede desligarse de las normas que dictan los discursos vigentes. En este sentido la función paterna se constituye como tal, solidariamente con las sociedades patriarcales. Y, en este sentido también, es una construcción historizable.
Tengamos en cuenta que Freud nunca habló de función paterna (es un término de raigambre lacaniana) sino que investigó la genealogía individual, cultural y colectiva de la búsqueda de un padre a partir de los sentimientos religiosos y de los mitos referidos a los padres fundadores, así como habló de los efectos de la falta de padre, categoría distinta a la del Padre con mayúscula. Para Mitchel & Rose (1982), Freud describió con precisión y justeza al sistema del patriarcado.
Asimismo, debemos preguntarnos si existe también la necesidad de sostener un poder que se estaría perdiendo. Es necesario recordar que la función paterna es heredera del pater familiae y del Derecho Romano. Esto se sostuvo durante siglos, apoyada en una división jerárquica de los sexos en la que estaban implicadas relaciones de poder-dominio.
Hay pautas discursivas y culturales en juego que responden a un determinado tipo de sociedad y que se sostienen en una trama implícita de poderes en la que juega la división público-privado. El espacio público propio de los hombres y el espacio privado, propio de las mujeres y dedicado fundamentalmente a la reproducción: un modelo que ha entrado en crisis. Bourdieu (1998) enfatizó que esto responde a relaciones de dominación entre los sexos. Señala que la división del trabajo entre los sexos, que estudió en las sociedades de Cabilia, orienta toda la percepción del mundo, las creencias y las prácticas ya que se inscriben tanto en los cuerpos como en las mentes. Agrega que estas estructuras mentales están presentes, en forma más velada, en las sociedades occidentales actuales. Se trata de relaciones que se expresan en los discursos sociales y son performativas en alto grado. En este punto es necesario aclarar que la performatividad nunca es absoluta sino que siempre está en relación con otros factores en juego.
Indudablemente, aquí surge otro problema y es qué importancia le otorgamos en el campo psicoanalítico a los cambios que rápidamente se están dando, principalmente en las sociedades occidentales, en relación al lugar de las mujeres, a otros modelos de familias distintos del de la familia nuclear, al fuerte crecimiento y difusión de las biotecnologías y su impacto en las maternidades y paternidades actuales, así como a las presentaciones sexuales y de género que desafían la noción de diferencia sexual. Aquí hay dos opciones: o se considera que se trata de modas epocales que no cambian lo que sería la esencia de la función paterna en el psicoanálisis, o bien cabe preguntarse si puede el psicoanálisis repensar algunas categorías que se encuentran interpeladas.
En este sentido, enfatizamos que la obra freudiana es profundamente interdisciplinaria y esto aparece en sus escritos. Ciertamente se requiere definir cuáles serían los conceptos ejes que sostienen el campo psicoanalítico. Para nosotros, el inconsciente, la sexualidad infantil, la transferencia, son los grandes ejes de los descubrimientos freudianos, aun cuando son interpretados en forma diferente por los distintos marcos teóricos.
Recordemos brevemente que la pregnancia o entronización del padre fue desarrollada y sostenida principalmente por Lacan (1955/56), con fuerte influencia en Francia y en algunos países de habla hispana. La llamada escuela inglesa no le otorgó similar importancia a la función paterna en los términos descriptos y, en cambio, desarrolló más las características del espacio madre-hijo/a: el espacio transicional de Winnicott (1959), la madre suficientemente buena, entre otros conceptos. Por cierto, que estas dos grandes corrientes, aun con sus diferencias internas, responden a distintas culturas donde los lugares del padre y de la madre y del hombre y la mujer, difieren. Cada una de estas corrientes le dio más preponderancia a un eje, en detrimento del otro.
Todos sabemos que en un plano psicoanalítico, el padre, si es pensado en función paterna (porque obviamente puede no cumplirla), respondería al objetivo de separar al hijo de la madre, de cortar esa relación que para Lacan (1955/56) se centra en pensar al hijo como falo de la madre, relación que sólo la metáfora paterna podría cortar. De esa manera, permitiría al hijo su inserción en un universo simbólico, pasaje a la exogamia mediante. Esta es una concatenación de nociones que aparentemente no se podrían desarticular.
Sabemos también, que al ser una función, puede ser ejercida por otros que no sean el padre, ya sea por ausencia o por deficiencia del mismo. Entonces, en estos casos se trataría de la función llamada paterna pero ejercida por otros. Se señala que, ciertamente, también puede ejercerla la madre. Es en este marco que podremos preguntarnos por qué se denomina paterna si se trata de una operatoria simbólica. Aquí la respuesta requiere mayores precisiones porque se plantea una problemática que es necesario abrir. Se enfatiza que la madre sólo la puede ejercer siempre que el Padre dicte la ley, introduzca la ley en la madre. Sin dudas, esto ubica a la madre en el lugar de la naturaleza -una madre que retiene al hijo- y sólo la intervención de la cultura, el Padre simbólico e interdictor, podría rescatarlo de una especie de abrazo mortífero.
Sin embargo, hay otra opción que, a nuestro juicio, es necesario plantear: que la madre pueda ejercer esa función simbólica per se, que pueda promover la separación del hijo como un deseo propio. En otras palabras, reconocer en la madre un sujeto con capacidades simbolizantes por sí misma. En esta línea, J. Benjamin (1995) planteó que existían en la madre suficientes reservas simbólicas como para poder ejercer esa función. Indudablemente, esto implica mucho más que el hecho de que la madre tenga internalizada la función paterna interdictora. Implica la posibilidad de ejercer una función simbólica materna por derecho propio. Ésta es, a nuestro juicio, una diferencia sustancial que corre el eje de la cuestión en relación con la bien conocida dicotomía madre/naturaleza por un lado y padre/simbólico/cultural, por el otro. Supone incluir los propios deseos de la madre más allá del deseo de un hijo-falo. Implica que si bien el hijo puede ser hijo-falo para la madre en ciertos momentos, puede ser un hijo en el sentido de un otro, en otros (Glocer Fiorini, 2001).
En este sentido, abordamos la subjetividad materna en toda su complejidad, en forma multicéntrica y plural. No hay un solo deseo, aunque en ciertos momentos pueda ser predominante. Pensamos que la maternidad implica un sujeto deseante y simbolizante a la vez, con capacidades de ejercer operatorias simbólicas de separación necesarias. Diferenciamos esto del concepto de corte que implicaría, como señalamos, sostener la dicotomía madre/naturaleza por un lado y padre/logos separador por el otro.
En otras palabras, quizás pensar al hijo en términos exclusivamente de hijo/falo que sólo el corte paterno interdictor puede separar de la madre, es también un deseo normativizante que fija a la mujer/madre en el lugar de la naturaleza en esa oposición naturaleza/cultura. Entendemos que lo que está en juego es el campo narcisista y las posibilidades de resolución simbólica exogámica de la madre. Si el dominio narcisista invade la subjetividad materna el hijo será exclusivamente hijo-falo y será necesaria una función otra, llamada paterna en analogía con la estructura de la familia nuclear y de las figuras patriarcales, para efectuar una separación necesaria. Si opera en la madre su propia resolución simbólica el hijo será más que un hijo-falo, será más que una compensación fálica frente a la carencia. Será un otro al que ella le podrá ofrecer la posibilidad de separarse con sus propias reservas simbólicas. En este caso, lo dual será tercero.
Si fallan las funciones simbólicas maternas habrá ciertamente problemas, de la misma manera que los habrá si falla la función simbólica del padre en el caso de que el padre o sustituto no reconozca al hijo como un otro. Por todo esto hablar del padre simbólico es también hablar de la madre y redefinir sus funciones en un plano simbólico.
Esto no elimina la figura de un padre y sus funciones simbólicas pero sí aporta otras fuentes para entender el acceso de un sujeto a las legalidades de la cultura y a diferentes universos de lazos sociales. Por otra parte, permite focalizar en otros aspectos de gran importancia para entender distintas funciones que los padres pueden cumplir, y ponerlas en valor.
Las divisiones dicotómicas, naturaleza/cultura homologadas a madre/padre, acentúan los estereotipos de las sociedades patriarcales: madre fálica que se aferra al hijo sin soltarlo y padre simbólico que efectiviza un corte. La metáfora del cocodrilo, planteada por Lacan, ilustra suficientemente esta posición.
En otra publicación (Glocer Fiorini, 1999) había abordado la necesidad de revisar la noción de deseo de hijo en la obra freudiana, en tanto generada a partir de una carencia fundamental a la que se enfrentaría la niña en la fase fálica, envidia del pene mediante. Si esto fuera así, el hijo sería siempre por definición hijo-falo, sería una compensación fálica, y sólo una operación “quirúrgica” permitiría el corte necesario madre/hijo. Si bien esto puede ocurrir en ciertas formas de histeria, la feminidad y la sexualidad femenina transcurren por caminos mucho más complejos. Para avanzar en esta problemática habíamos tomado para ello el concepto de Deleuze (1977) del deseo como producción, como poiesis, y no originado en la carencia. Afirmaba Deleuze que el deseo no se origina en ninguna carencia fundante sino que la carencia es el resultado del deseo como poiesis. En nuestra perspectiva, podríamos sostener que ambas nociones no se excluyen y su preeminencia hay que determinarla en cada caso.
Avanzando más aun, ¿es que hay que rescatar al hijo de un abrazo mortífero? ¿O será, como señala F. Heritier (2007), antropóloga discípula de Levi-Strauss, que lo que está en juego es la apropiación patriarcal del hijo? Entonces, si como lo hemos planteado, hay suficientes reservas simbólicas, sublimatorias y creativas en la madre, ésta puede cumplir esa función simbólica siempre que esté posicionada más allá de un campo narcisista exclusivo. Esto es sobradamente conocido pero siempre es referido a que el Padre introduce la ley en la madre. Por eso mantener la denominación función paterna es una forma de universalizar lo que es en realidad una modalidad de operatoria simbólica atada a un determinado tipo de sociedad y de ideología.
Si esto es así, y esta es mi hipótesis, la función paterna debería denominarse con propiedad función tercera, independientemente de quien la ejerza y más allá de dicotomías empobrecedoras. Podrá ser ejercida y lo es de hecho por padres y/o madres u otros sustitutos, pero no depende de que un Padre con mayúscula introduzca la Ley en otros sino de que cada cual posee sus propias reservas simbólicas para ejercer e introducir una legalidad que está más allá de una figura propuesta por una determinada organización socio-cultural y discursiva, aun en su vertiente metafórica.
Para terminar, consideramos que el concepto de función tercera, simbólica, le da verdadera categoría de función, autónoma de quien la ejerza. Como señalamos, en esto están incluidos no sólo los sustitutos del padre, que de hecho existen, sino la posibilidad de que la madre por sus propias capacidades simbólicas pueda ejercer esa función de separación. Por el contrario, consideramos que seguir hablando de función paterna, aun reconociendo sus transformaciones en las sociedades actuales, sólo desplaza el problema.
La cuestión son las significaciones y connotaciones del significante paterno. La función paterna no es un universal. El riesgo es esencializar lo que es una construcción histórica. Por eso, entendemos que más que hablar de nuevas modalidades o formas de la función paterna, que eterniza algo que es contingente, habría que hablar de nuevas modalidades de ejercicio de una función simbólica. En otras palabras, están cambiando las modalidades de ejercicio de una operatoria simbólica que en el curso de la historia se identificó con el padre monárquico, feudal, y luego simbólico. ¿La denominada función paterna es, entonces, una forma de sostener un poder que se pierde ante la incertidumbre y angustia que estos cambios pueden generar?
Finalmente, la cuestión de la función paterna remite a otras nociones que demandan ser re-pensadas: el acceso a la diferencia sexual, la centralidad de la función fálica, el binarismo masculino-femenino, la conceptualización del Complejo de Edipo, la problemática del poder, entre otras (Glocer Fiorini, 2001, 2009).
En síntesis, están en juego:
---La soldadura en el campo psicoanalítico de la función paterna, padre simbólico o metáfora paterna con la estructura de las sociedades androcéntricas, patriarcales, legalizadas en el marco del pater familiae del Derecho Romano.
---El debate nunca saldado entre la polaridad madre/naturaleza versus padre/cultura/logos separador. Poder deconstruir estas soldaduras permitiría salir de esas polaridades dicotómicas. Se trata de una división binaria que se aleja de las complejidades de los procesos de subjetivación y de las funciones simbólicas en tanto tales.
---En este recorrido se pone en juego si existe un orden simbólico, estructural, eterno, y una ley que marca la inserción de un sujeto en la cultura, o si deberíamos pensar que es este orden simbólico y esta ley los que están en cuestión.
Vivimos momentos de cambio, incluso de caos eventual, que pueden abrir la posibilidad de generar nuevos ordenamientos simbólicos. La otra opción será eternizarnos en explicaciones reverberantes que pueden eventualmente llevar a callejones sin salida.
Tampoco se trata de reemplazar el denominado “poder paterno” por un “poder materno” o una supuesta “feminización de la cultura”. Por el contrario, es una oportunidad para re-pensar ciertas respuestas ya dadas con el objeto de explicar las funciones simbólicas en una trama compleja de categorías historizables, sin derivaciones nostálgicas hacia un pasado perimido.
Por cierto que la clínica muestra muchas variantes en relación a las funciones simbólicas necesarias para que un sujeto se incluya en un contexto de lazos sociales. Sólo se podrán analizar en lo singular de cada caso. Pero, a nuestro criterio y con estos resguardos, enfatizamos que la forma en que se conceptualice la función paterna tiene efectos en el proceso analítico. Se hace necesario un trabajo de deconstrucción que permita nuevas construcciones para poder redefinir términos y funciones que incluyan no sólo otras formas de parentalidad sino también diferentes itinerarios del deseo y pluralidades identificatorias en los procesos de subjetivación de cada sujeto en particular. Esto implica la revisión de las impasses clínicas que pueden producirse tanto en las formas clásicas de la familia nuclear como en otras modalidades de familias si no se aborda una necesaria revisión de ciertos conceptos soldados a ideologías que merecen ser superadas.
Estamos en presencia de problemáticas que tienen que ver con la constitución de otros modelos de familia, otras presentaciones sexuales y de género y, por lo tanto, con la pregunta sobre cómo se ejercen las funciones simbólicas en relación con los procesos de subjetivación. Ciertamente, si esas funciones se pueden ejercer de acuerdo a las normas vigentes es posible que, en ese aspecto, un niño encuentre facilitado sus procesos de subjetivación en consonancia con esas normas, aunque esto no está nunca asegurado. Todo niño – provenga de una familia heterosexual, homosexual o de otras formas de organización familiar- puede verse enfrentado a estas problemáticas. Siempre existe el riesgo de quedar excluido de la trama socio-cultural si no se responde a las normas vigentes. Por eso se impone re-considerar las propuestas teóricas que proporcionan explicaciones que aparecen como universales o esenciales. Las legalidades culturales –que no son una- pueden aportar elementos para ejercer esas funciones también a través de personajes, grupos e ideales simbólicos alternativos.
La cuestión más significativa es, a nuestro juicio, que el reconocimiento de la alteridad y de la diferencia esté inscripto en los padres, aunque sean del mismo sexo. Habíamos planteado en otra publicación que la inscripción de la diferencia en un sentido simbólico va más allá de la diferencia anatómica e incluso de los avatares de la elección de objeto. (Glocer Fiorini, 2001). La diferencia se juega en distintos niveles y categorías: anatómica, sexual simbólica, lingüística, como corrimiento significante, como flujos cambiantes en un marco deleuziano, entre otras.
Afirmaba Michel Tort (2005) que existe el riesgo de que el psicoanálisis encarne la nostalgia del patriarcado. Entendemos que esto tiene que ver con las soldaduras y encadenamientos de conceptos tratados como fundamentos universales, sustanciales, que consideramos necesario deconstruir en pos de nuevas construcciones. El riesgo es reificar lo simbólico en cuanto propio de un Padre con mayúscula. En este sentido, las idealizaciones están en juego y tienden a obturar la angustia de castración.
Prosigue Tort (2005) señalando que la especificidad de la función paterna sólo se podrá establecer en el contexto de relaciones no jerárquicas entre los sexos.
Consideramos que el devenir-sujeto requiere otra concepción de la construcción de subjetividad en que la ley no se lea como una abstracción estructural sino en el contexto de una historización necesaria. Es en este marco que el cambio de paradigma sobre la función paterna adquiere primacía.
|