�Sombras del patriarcado?
Desde hace ya varios años, y quizá con más crudeza en la actualidad, ciertos referentes de espacios teórico- políticos afirman la lenta pero progresiva desaparición del patriarcado. Los avances en la lucha por la emancipación de la mujer y el respeto por la diversidad sexual, el reconocimiento cada vez mayor de los derechos del niño y sus transformaciones concomitantes en las diferentes esferas de la sociedad, serían algunos de los elementos en materia de derecho, que conformarían la causa de tal desfallecimiento. Esto supondría entonces el fin de la dominación patriarcal en el seno del capitalismo.
Sin embargo, si nos proponemos echar luz y analizar ciertos trazos de nuestra vida cotidiana, podemos suponer que el patriarcado de ninguna manera desaparece, sino que toma nuevas formas en el capitalismo neoliberal, afianzándose justamente en su estructura social, política y económica. Pues bien, los cambios de ropaje no conmueven su estructura y sus producciones subjetivas. Tanto el capital como el patriarcado son lo suficientemente flexibles como para ir adaptándose a los cambios que uno y otro sistema van sufriendo. Esto no quita, como ya he mencionado, las innegables conquistas en materia de derecho, pero es importante desenmascarar las nuevas estrategias de sometimiento y persistencia de las desigualdades, ya que en alguna medida siguen produciendo subjetividades e imponiendo significaciones, prácticas y afectos. En este sentido, reducir el asunto solo a una dimensión legal nos aleja del entendimiento profundo de su existencia social.
Ahora bien ¿cómo desenmascarar la estrategia patriarcal sino es en las grietas de lo cotidiano? Pues dichas tácticas producen de un modo cada vez más solapado; crean y sostienen sentidos desde las mismas sombras que paradójicamente dejan las reivindicaciones que se proclaman en su contra.
Tomemos por ejemplo una película: Cincuenta sombras de Grey, que como emergente sociohistórico, permite echar luz sobre uno de los tantos modos en los que hoy el patriarcado se manifiesta y reproduce. Cincuenta sombras de Grey es una novela erótica, escrita por la autora británica E. L. James en el año 2011.
La trilogía ha vendido 31 millones de copias y los derechos del libro han sido vendidos en 37 países llegando a ser de los de venta más rápida de todos los tiempos [1]. Además este tipo de libros (como tantos otros del estilo) son el resultado de un proceso de mercantilización bien característico de la sociedad capitalista, que produce lo que podríamos llamar nuevos lectores- consumidores. Claro está que la llegada de internet relanza aún más este proceso de mercantilización y la supuesta democratización del consumo, que tienta y crece. En este sentido los dispositivos de lectura electrónica permitieron un acceso discreto y anónimo a sus páginas, lo cual acrecentó su éxito y, por qué no, el aumento en la popularidad de la literatura erótica femenina.
De alguna manera, podemos suponer que su amplia difusión expresa la fuerte resonancia que encuentra en las lectoras de nuestra sociedad actual. Digo lectoras en femenino porque son las mujeres quienes han popularizado en mayor medida tal historia. Ahora, si bien la divulgación de una novela erótica para mujeres podría ser entendida en el sentido de un empuje hacia la liberación femenina y hacia la ruptura con ciertos estereotipos que colocarían a la mujer en un lugar de pasividad erótica, me animo a afirmar que en este caso, se manifiesta con claridad la operación solapada y naturalizada de la lógica patriarcal vigente.
Unas cuantas preguntas me acompañaron al cine aquella tarde ¿qué será lo que hace de esta historia un best seller? ¿Qué es lo que ha generado tanta fascinación sexual en las mujeres que me rodean? Más allá del impacto que me produjo a nivel personal la trama del film, lo que más llamó mi atención fue el efecto que considero produjo en muchas de las mujeres de las butacas contiguas. Consenso y risas (quizá un tanto nerviosas) inundaban la sala…pero también inquietud y dolor.
La historia de la novela transcurre en Seattle, y narra la relación entre una estudiante universitaria, Anastasia Steele, y un joven empresario millonario sumamente atractivo y exitoso, Christian Grey. La protagonista es una joven aún virgen que por primera vez en su vida experimenta un intenso deseo sexual por este hombre que conoce de manera casual. Luego de una serie de encuentros, en los que queda clara la posición intimidante del protagonista y cierta fascinación por parte de la joven, se devela el nudo del relato: Christian solo entrará en una relación si ella firma un contrato donde consiente ser su sumisa aceptando, entre otras cosas, desarraigarse de su vida cotidiana para vivir ambos bajo el mismo techo; llamarlo amo o señor; bajar la vista ante su presencia; alimentarse y vestirse como el amo lo decidiere; ser golpeada, azotada y atada, en las prácticas sexuales; mantener el vínculo en total confidencialidad; estas son algunas de las cláusulas que el contrato impone de manera unilateral. El film se destaca por sus escenas explícitamente eróticas, con elementos de las prácticas sexuales que involucran: bondage/disciplina, dominación/sumisión, sadismo/masoquismo (BDSM). [2]
No es mi intención en este escrito cuestionar la trilogía, ni al fenómeno editorial que ha supuesto, mucho menos a las miles de mujeres que han leído el libro y como se dice por ahí han encendido el fuego de su matrimonio poniendo en práctica o en fantasías algunas de las escenas presentadas. Considero que el éxito de un texto responde más que nada a sus condiciones de recepción y es justamente acerca de estas sobre las que propongo reflexionar, es decir, sobre las significaciones patriarcales y capitalistas que desde las sombras operan y producen subjetividades capaces de reproducir sus sentidos hegemónicos, aun cuando lejos estemos de desearlo y aceptarlo.
¿Qué patriarcado?
Es importante definir de alguna manera de qué hablamos cuando hablamos de patriarcado, ya que es una noción antigua y de conformación paulatina, cuyas significaciones se han transformado a lo largo de la historia. Podríamos decir que es una estructura básica de poder presente, en mayor o menor grado, en todas las sociedades contemporáneas. Ha sido definido por diversos pensadores como el sistema de dominación más antiguo del hombre sobre la mujer, consagrando a lo masculino como la medida de todas las cosas. Se caracteriza por la autoridad impuesta desde las instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar. Para que se ejerza esta autoridad, el patriarcado debe dominar toda la organización de la sociedad, tanto la producción y el consumo, como la política, el derecho y la cultura. Los vínculos y, por tanto, las subjetividades, están también marcadas por la dominación y la violencia que se originan en la cultura y las instituciones del patriarcado. En este sentido, siguiendo a Rita Segato, el patriarcado debe ser comprendido como una estructura simbólica inconsciente que conduce a los afectos y distribuye valores entre los personajes del escenario social, que van ocupando una posición en el campo simbólico. El dominio del patriarcado y su coacción se ejercen a partir del disciplinamiento de las significaciones y su censura, limitando y encuadrando las prácticas en función de su estructura. El patriarcado, afirma dicha autora, no es solamente la organización de status relativa a los miembros del grupo familiar de todas las culturas y épocas, sino la propia organización del campo simbólico; una estructura que fija y absorbe los símbolos por detrás de las múltiples organizaciones familiares y uniones conyugales. Para acceder a la estructura de género, se hace necesario, por lo tanto, escudriñar a través de las representaciones, de las ideologías, de los discursos elaborados por las culturas y prácticas de género. En este sentido, retomando la película del ejemplo, vemos como nos puede servir de emergente para leer allí los efectos de dicho campo simbólico.
Es interesante resaltar cómo el concepto de patriarcado transitó un largo período de abandono y neutralización política, para luego ser reactualizado por las teorías feministas. Lo primero se hace evidente cuando rastreamos su definición tradicional en el Diccionario de la Real Academia Española y nos percatamos de cómo se han eludido los rastros de la elaboración feminista y su impacto en las ciencias sociales. Es así como patriarcado es tomado en su acepción: “organización social primitiva” y patriarca es definido como “persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad” [3] Es decir alusiones a lo generacional o a aspectos organizativos que dejan por fuera las implicaciones políticas, económicas y sociales de tal asunto.
La corriente feminista, en tal actualización, lo transforma en una categoría de análisis fundamental para la política, el pensamiento y la historia de las mujeres. Así se han logrado definiciones complejas que iluminan aquellas sombras que la naturalización produce. Victoria Sau, por ejemplo, ha definido el patriarcado como una toma de poder histórica por parte de los hombres sobre las mujeres cuyo agente ocasional fue de orden biológico, si bien elevado éste a la categoría política y económica. Gerda Lerner lo ha definido, en sentido amplio, como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre mujeres y niños(as) en la familia y la extensión del dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general”. Celia Amorós, por su parte, sostiene que el patriarcado implicaría una especie de “pacto interclasista, metaestable”, por el cual el poder se constituye como patrimonio del genérico de los varones. En ese pacto, por supuesto, los pactantes no están en igualdad de condiciones, pues hay distintas clases y esas diferencias de clases no son irrelevantes. Sin duda, estas últimas afirmaciones son altamente polémicas puesto que plantean un pacto interclasista, que destaca la transversalidad que tiene este sistema de opresión a través de las clases sociales (y no solo genéricas). Además el hecho que sea “metaestable” significa que sus formas se van adaptando a los distintos tipos históricos de organización económica y social, preservándose en mayor o menor medida, sin embargo, su carácter de sistema de ejercicio del poder y de distribución del reconocimiento entre los pares.
Son muchas las instituciones patriarcales que operan como pilares estrechamente ligados entre sí en la transmisión de la desigualdad entre los sexos y en la convalidación de la discriminación entre las mujeres. Entre estas instituciones están: el lenguaje ginope, la familia patriarcal, la educación androcéntrica, la maternidad forzada, la historia robada, la heterosexualidad obligatoria, las religiones misóginas, el trabajo sexuado, el derecho masculinista, la ciencia monosexual, la violencia de género, etc.
En estas últimas décadas muchas de estas instituciones que dan andamiaje al patriarcado se encuentran en crisis, principalmente la familia patriarcal. Dichas instituciones tienen que enfrentarse a los desafíos generados por las múltiples transformaciones sociales; más que nada las producidas por la fuerte insurrección masiva de las mujeres contra su opresión en todo el mundo (ya sea en el ámbito laboral, académico, político, etc.) y sus efectos en la masculinidad hegemónica. La explosión de la diversidad sexual, los progresos en la ciencia y la genética, nuevos instituidos para la crianza de los niños/as y otros fuertes movimientos de gran repercusión en las instituciones de la sociedad, son algunos de dichos cambios. Lo anterior explica de alguna manera por qué el patriarcado tiene que tomar nuevas formas, nuevas figuras más sutiles y hasta legitimadas para mantener el ejercicio de su poder. Y digo esto, porque vemos claramente que a pesar de tales transformaciones sociales, la discriminación y la desigualación siguen operando.
Más que cincuenta sombras…
Si nos proponemos pensar el film Cincuenta sombras de Grey en clave patriarcal, vemos como su éxito, en algún punto, se articula con el fuerte apuntalamiento en significaciones que aún hoy producen las subjetividades en nuestra sociedad; pero no solo las subjetividades femeninas, sino la de cualquier sujeto de nuestro tiempo que como fragmento ambulante reproduce los sentidos que se encuentran instituidos.
Podemos pensar que es el consenso el elemento central para mantener y reforzar un orden social, económico, cultural, religioso y político, que determine a las mujeres, como categoría social, siempre subordinadas a los hombres. Es decir, sin necesidad de coerción, todos y todas de alguna manera sostenemos con nuestras prácticas y discursos un imaginario en el cual se instituyen tales desigualaciones, por el hecho concreto de constituir subjetividades moldeadas en esta sociedad y no en otra.
Es interesante resaltar cómo a lo largo de toda la película aparecen repetidamente ciertas ideas que de alguna manera refuerzan el imaginario colectivo al servicio del Patriarcado. Dichas ideas son tributarias de algunos mitos o cristalizaciones de sentidos, que legitiman aquellos estereotipos instituidos para el ser hombre y el ser mujer. En este último caso: la entrega de la responsabilidad del placer al hombre, la pureza, virginidad e inocencia, la maternidad y el amor romántico que confunde sometimiento y violencia con afecto. Todas ellas características que se hacen evidentes en la trama que vincula a los protagonistas.
Presumo que ni la bella Anastasia, ni las lectoras del libro y menos aún aquellas con las que compartí la sala de cine, pueden dejar escapar que Christian Grey es en primer lugar un maltratador que despliega todas las estrategias propias del control, aislamiento e intimidación: ¿Práctica perversa, sadomasoquismo consensuado o masculinidad hegemónica llevada al extremo? Me arriesgo a decir que lo que se observa en varios de los encuentros íntimos de los protagonistas, son escenas de violencia, lisa y llana. Violencia que encuentra su justificación en los miles de preceptos patriarcales que reproducimos cotidianamente.
Dentro del feminismo encontramos posiciones enfrentadas respecto de esta cuestión: para algunos sectores el libro es un éxito feminista porque impulsa el consumo abierto de las mujeres, el intercambio y la discusión de contenido sexual, y para otros las fantasías de sumisión que promueve, representan un malestar con el poder y el libre albedrío. Refieren, en este sentido, que la película idealiza la violencia sexual y el abuso emocional de la mujer. Justamente la presencia o no de consenso parece ser aquello que divide aguas en este asunto. Ahora bien ¿cuáles son las condiciones de un consenso? ¿O no las hay? Si la dominación masculina en los términos en la que la hemos mencionado ha sido y aún es productora de subjetividades ¿qué margen hay para elegir no consensuar con la violencia?; ¿las significaciones que se remiten y reproducen en dicho film no perpetúan acaso la violencia hacia las mujeres presentándola como normal, e incluso glamorosa?; ¿cómo es posible que se haya difundido tanto una obra que presenta de modo favorable el sometimiento de la mujer? ¿Será que sintoniza con tendencias promovidas en la sociedad occidental, como la reducción de la mujer, e incluso de la sexualidad, a objeto de consumo?
Todos interrogantes que invitan a seguir analizando y reflexionando en torno a nuestras prácticas, nuestras representaciones y nuestros deseos. El cambio justamente empieza allí, en la simple posibilidad de incomodarse con lo dado y con lo naturalizado para visibilizar así algunas de sus sombras.
Palabras finales
En las últimas décadas, se ha tendido a reemplazar el término patriarcado por el de sistema de género (o de sexo-género ). Esta sustitución ha sido y es discutida en los ámbitos de pensamiento feminista ya que para muchas fracciones del movimiento el concepto de género como construcción cultural de las identidades y relaciones de sexo puede ser de utilidad para el análisis si no se abandona el talante crítico feminista que pone de relieve la persistente desigualdad entre los sexos.
Es cierto que el machismo en nuestra sociedad ha comenzado a tener mala prensa, por lo tanto los mecanismos del patriarcado no han tenido más opción que la sutileza o el solapamiento; han tenido que arroparse bajo ¿nuevas? justificaciones. De alguna manera seguimos contribuyendo consciente o inconscientemente al mantenimiento del sistema patriarcal, aunque poco se lo invoque por su nombre.
En las últimas décadas hemos sido testigos de la denuncia permanente de sus efectos nefastos en la vida cotidiana, lo cual contribuye en gran medida a la elucidación de su operatoria, aún desde las sombras. Mucho recorrido nos resta. Reflexiones y acciones respecto del acoso sexual, del femicidio, del aborto, de la trata de personas, entre otros, son piedras de toque fundamentales para un avance sustantivo en estos temas; pero no solo ello, sino también la compleja erradicación de aquellos sentidos patriarcales que nos moldean, que dibujan nuestro cotidiano y que aún hoy, sin advertirlo, se acomodan con nosotros en las butacas de un cine.
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