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M�s textos sobre Castoriadis en El Psicoanal�tico N� 8
 
 
 
Naturaleza muerta, Luis Egidio Meléndez (1716-1780)
Naturaleza muerta, Luis Egidio Meléndez (1716-1780) Imagen obtenida de: http://www.taringa.net/posts/arte/19328858/Serie-Los-Pintores---73---Luis-Egidio-Melendez.html
Xiros (*)
Por Yago Franco
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El sonido del teléfono me despertó de la modorra en la cual me hallaba hundido, esa tarde de junio en la cual intentaba seguir las jugadas de uno de esos aburridísimos partidos de Mundial de Football de Francia. "No sabés, soñé con Castoriadis". La frase de Leonor terminó de despabilarme. Sentí, confieso, algo de envidia. Pero no tanta como para relatarles lo que ella me dijo que soñó. Cortamos y continué mirando sin ver lo que se desarrollaba en el campo de juego. Me dejé ganar por un extraño estado de ensoñasión, bruscamente interrumpido.

Porque ocurre que él está bajando del estrado, enciende un cigarrillo antes que se agote el aplauso que corona su anteúltima conferencia. Solo, camina entre la gente. Mi intención es preguntarle algo, pero nada me sale, pasa a mi lado, y en realidad todo lo que se me ocurre es preguntarle por qué fuma tanto, con esa tos … no le digo nada.  Nunca le diré nada a Castoriadis, que con su calva, su paso viváz y campechano, su mirada vital, su voz grave y límpida se me aparece, ahora, junio de 1998, por detrás mío en lo que debiera ser el patio de mi casa y que ahora es una isla griega, justo al mediodía. Para más exactitud, es Xiros. Me siento deslumbrado por la luminosidad, por el inesperado sonido del mar, por la visión de los pescadores en la orilla junto a las barcazas, por las figuras de hermosas mujeres que van hacia la sombra, pero sobre todo estoy sobresaltado por la presencia de este hombre a quien veo luego de que haya tocado mi hombro, cuando me doy vuelta. Está fumando, y viste una especie de bata, como si recién hubiera salido del agua. Unas ridículas chancletas de color rojo lo protegen del calor infernal que viene desde la arena. Me mira, me sonríe; yo, demudado, lo observo. El sonido de un avión sobrevolando la isla es lo único que altera una visión que dura varios minutos. Me doy cuenta que, haciendo caso a un gesto suyo, lo sigo hasta un lugar a la sombra, donde nos acomodamos entre unas rocas. "Y bien - me dice - tal vez ahora pueda hacerme aquellas preguntas que no se animó a formularme aquel mediodía". Yo siento que el campo visual se reduce como si estuviera a punto de desmayarme; sé que ese hombre ha muerto, que todo esto es imposible, pero aún así ocurre. Me río, nos reímos. Es mi oportunidad, y no quiero dejarla pasar. El hombre se ve divertidamente impaciente ante mi silencio, y entonces me dice: "Sólo veinte minutos, tenemos ese tiempo, ni un segundo más".

Y yo sigo ahí, tengo frente mío a Castoriadis, el griego. El que a los doce años quedó deslumbrado por la filosofía y el marxismo, y a los quince militaba en la ilegal juventud comunista mientras luchaba contra el  nazismo; a quien sus compañeros no lo delatarán aunque estén en la sala de torturas. Se irá del Partido Comunista griego por considerarlo un aparato burocrático, y se unirá al trotskismo el tiempo que dure su propio cuestionamiento de la lectura que éste hace de la URSS, a la que considera ya en esa época (año '45, a sus 23 años) un régimen capitalista burocrático total y totalitario. Perseguido por el emergente stalinismo y por el fascismo, condenado a muerte, este hombre que parece dictarme todo esto sin pronunciar palabra, se va a Francia, donde se hará más griego todavía. Allí insiste, se une al trotskismo, hasta que fundará el grupo y revista Socialismo o Barbarie. Cuarenta números después, año 1967, habrá profundizado lo suficiente sus críticas al stalinismo, trotskismo, leninismo. Llegado a este punto, rompe definitivamente con Marx y el marxismo. Mucho de Mayo del 68 se inspiró en Castoriadis, en su intransigencia libertaria. Pero esto es ignorado hasta por los estudiantes que en él se inspiraron, porque recién obtendrá la ciudadanía francesa en los setenta. Hasta allí se verá obligado a escribir con seudónimos, dada la radicalidad de su pensamiento y por lo tanto el riesgo de ser deportado. Así escribe como Pierre Chaulieu, Paul Cardan, Jean Delvaux. Crítico del existencialismo, del estructuralismo y de gran parte del horizonte intelectual y político francés. Sartre dijo de Castoriadis: "estaba en lo justo, pero en el momento equivocado". Y Castoriadis de Sartre: "tuvo el honor de estar equivocado, en el momento justo".

Alzo la vista, se encoge de hombros y me dice: desde hacía unos años que estaba en análisis, mucho antes ya me apasionaba Freud tanto como me costaba seguir siendo marxista. Es que Marx había cometido un pequeño olvido: el de la dimensión del individuo singular, y no contemplaba que lo sociohistórico es producto de creación imaginaria, que existe un imaginario colectivo anónimo, radical, instituyente y constituyente. Marx sigue siendo un hegeliano que reemplaza el espíritu por las fuerzas productivas: es un racionalista. Para él la técnica tiene un desarrollo autónomo y es el motor de la historia, mira la historia con ojos capitalistas, postula una naturaleza humana cuya principal motivación es económica.

De este modo, el proyecto emancipatorio - que por supuesto que es previo a Marx - se contaminó con el imaginario capitalista de la racionalidad técnica y organizacional. Además Marx le otorgó al movimiento obrero una dimensión pseudo religiosa. El era feliz: creía haber encontrado en el proletariado a la vez al sujeto de un movimiento efectivo y al portador de valores que eran los que él quería. Pero así se desentendió de pensar cuestiones como, por ejemplo, qué decir si el movimiento efectivo del proletariado es nazi o consumista. Pensaba que había una fatalidad del progreso… Estos y otros de sus pensamientos hicieron un importante aporte al totalitarismo que se desarrolló e implementó con Lenin.

Insisto, Marx no pudo ver esa capacidad que tienen los colectivos humanos de hacer surgir de modo inmotivado - aunque sí condicionado - formas, figuras, esquemas nuevos que son creadores de mundos. Eso que hizo que el mundo griego se poblara de dioses y ninfas, que el mundo hebraico sea un producto de la acción de dios, o que el mundo capitalista sea un mundo dedicado a la expansión indefinida de las fuerzas productivas.  Los colectivos toman lo que existe, para crear formas nuevas, impredecibles; producen en un determinado momento una ruptura de las significaciones imaginarias para dar lugar a lo nuevo. Esa ruptura y aparición de nuevas significaciones es creación: es lo mismo que hacen los artistas. Fue así que los griegos constituyeron su polis utilizando la mitología. Los griegos, la Revolución Francesa, los movimientos obreros libertarios de este siglo muestran la aparición de la imaginación del colectivo, de su capacidad instituyente.

Pero lo que pasa es que las sociedades, tanto como los sujetos, tienden a cerrarse, a buscar soluciones dentro de sus propios elementos. ¿Sabe lo que pienso que quedará de Marx? (me hace esta pregunta a mí, que estoy entre el apabullamiento y la extrema lucidez, mientras hago esfuerzos enormes por no desconcentrarme por lo absurdo de la situación, ni por la bellísima imagen de una bellísima griega que huye del sol hacia la espuma tibia de la orilla) ¿Sabe cuál será su legado?.  Nos enseñó que debemos ver a la sociedad como una totalidad, funcional y a su vez desgarrada. Y también nos lega el llamado político: el asunto no es escribir una nueva utopía, sino tratar de buscar en el movimiento efectivo de los hombres lo que permite transformarla para otro futuro. Por lo demás, su idea de que se podrían eliminar mercado y moneda es una utopía incoherente. Pero comprenderlo no nos conduce a avalar la omnipotencia del dinero ni a creer en la "racionalidad" de una economía que nada tiene que ver con un verdadero mercado y que se parece cada vez más a un casino. Decir que no hay sociedad sin producción y consumo no implica que estos deban erigirse como los fines últimos de la existencia humana.

Le decía, entonces, que entré en contacto con el psicoanálisis a principios de la década del sesenta. Aprecié que con Freud todo esto podía ser pensado de otra manera, lo esencial de su planteo sigue siendo verdadero, lo que es necesario es que, ciertamente, hay que ir más lejos. Porque la sociedad no es ni se constituye solamente con prohibiciones!. A pesar de lo que cierta lectura de un texto como "Tótem y Tabú" pueda hacer pensar a algunos psicoanalistas apresurados, y aún también de los equívocos del propio Freud. La sociedad no puede pensarse como el resultado de dos prohibiciones ... una simple prohibición no puede crear nada, sino apenas reglar algo. Porque en la creación y existencia de las sociedades hay un contenido positivo casi infinito, no meras prohibiciones.

Y en relación al mito del asesinato del padre, no podría nunca ser relacionado con la fundación de la sociedad si no incluyera el pacto de los hermanos. El asesinato del padre no es nada y no conduce a nada sin ese pacto. El de Tótem y Tabú es un mito que apunta a hacer pensar, en términos psicoanalíticos, la institución de la sociedad como sociedad entre iguales (esa misma sociedad de la que Freud dice, en esa misma obra, que es la realidad). Los psicoanalistas  no ven más que el asesinato del padre e ignoran el juramento de los hermanos de renunciar a su omnipotencia, no matar a otro, no querer más, para cada uno, a todas las mujeres de la hermandad.  Por otra parte, la asunción de la filiación no puede hacerse sino por la asimilación de la limitación del padre, por el hecho de que el padre es padre entre otros padres. Y que hay algo, la colectividad y su institución, que es más general y que lo supera.

Y cuando los psicoanalistas hablan de la "ley" y lo "simbólico", borran la sociedad instituyente y reducen la sociedad instituida a una colección de reglas muertas, frente a las cuales el sujeto (para ser "estructurado") debe hundirse en la pasividad. Bueno, Ud. sabrá que he sido fuertemente crítico para con el estructuralismo, como en su momento lo fui con el existencialismo…
A mi entender el psicoanálisis lo que permite pensar es la posibilidad, en lo colectivo, de que los hombres puedan plantarse frente a los fundamentos de su sociedad, que dejen de pensar que las leyes que los regulan fueron creadas por dioses, por héroes canonizados, o por el mercado. Que se atrevan a salir de la cobardía de pensar que otro ya hizo las leyes por ellos. Eso les permitiría arribar a una autonomía, salir de la alienación, de la heteronomía. Es notable el paralelo con un proceso psicoanalítico: el sujeto, librado a su imaginación, va al encuentro de sus fundamentos, no para reverenciarlos, sino para enterarse de sus causalidades, y entonces, lúcidamente, decidir. Decidir aunque sea seguir igual, pero decidir, y no entregarse a un poder del que muchas veces ni siquiera sabe que está allí. El psicoanálisis es en ese sentido un instrumento maravilloso. Piense en lo siguiente: Ud. le pide a alguien que abandone su pensamiento racional - que siempre es el pensamiento determinado por las significaciones imaginarias colectivas que a Ud. le llegaron desde su familia, la escuela, la universidad, el trabajo, los medios masivos, etc. - entonces, le pide que abandone su yo oficial, ese socialmente conformado, para dar rienda, a través de su asociaciones libres, a su imaginación radical, que es la que hace estallar certezas, cuestionadora de todo lo dado. Ud. le propone un ejercicio de la libertad. Y voy a decirle algo: parte de la descomposición de occidente es debida a la peste psicoanalítica, a como el discurso freudiano lleva a pensar y cuestionar los fundamentos. La maternidad, la paternidad, la sexualidad, el odio, fueron puestos en primer plano por Freud y desmistificados, desarticuló de algún modo la sacralizada familia burguesa al mostrarnos el drama edípico. Ha tenido profundos efectos haber demostrado las profundas tendencias de los sujetos, todo lo no oficial de la subjetividad. Que es justamente lo que Marx ignoraba, al decirnos: el poder está allí, hay que ir y tomarlo derrocando a los amos que lo custodian, todo lo que hay que hacer es tomar conciencia, que es la conciencia obrera. Freud se reirá de esto: el amo está en Uds., nos dirá, y Uds. no hacen más que recrearlo a través de sus identificaciones inconscientes, con su superyó y su ideales. 

En este sentido vengo sosteniendo que el papel de la educación es fundamental, porque es imposible que todo el mundo se psicoanalice, y además no tendría ningún sentido. Pero siempre y cuando la educación devenga una auténtica paideia, promoviendo la creatividad, la libertad de pensar y pensarse. Y esto nada tiene que ver con reformas educativas como se ven aquí y allá, que han logrado producir una educación instrumental, técnica, al servicio de la industria, a la orden del mercado. Se trata de otra cosa: de que los estudiantes puedan enamorarse del amor que sus docentes tienen por el conocimiento, por su sed de saber y su desconfianza en las certezas. Una paideia es aquella capaz de sostener y respetar el derecho de los alumnos a formular la siguiente pregunta: ¿por qué y en qué punto lo que Ud. me enseña es interesante o importante?. Me gustaría mucho que alguien refute la idea de que la verdadera educación consiste también en alentar a los alumnos a tener el coraje y la capacidad para plantear este tipo de preguntas y para argumentarlas. La mira de la pedagogía es, primero, la instauración de otro tipo de relación entre el sujeto reflexivo y su inconsciente, es decir, su imaginación radical y en segundo lugar, la liberación de su capacidad de hacer y de formular un proyecto abierto para su vida y trabajar en él. Por eso la pedagogía es el lazo esencial entre el individuo y lo colectivo: porque, ¿cómo podría haber una colectividad reflexiva sin individuos reflexivos?

La necesaria prohibición de los deseos originarios de la subjetividad va acompañada, en las sociedades heterónomas, de la prohibición de los pensamientos, el bloqueo del flujo de representaciones, el silencio impuesto a la imaginación radical. Prohibir el pensamiento también aparece como la única manera de prohibir los actos, ocasionando una mutilación de la imaginación radical. Queremos individuos autónomos, capaces de una actividad reflexiva propia, y los contenidos y los objetos de esta actividad no pueden ser provistos más que por la imaginación radical de la psiquis. Porque es allí donde se encuentra la fuente de la contribución del individuo a la creación sociohistórica; entonces, una educación no mutilante, una verdadera paideia, es de capital importancia.
La imposibilidad del psicoanálisis y de la pedagogía consiste en que ambos deben ayudar a los seres humanos a acceder a la autonomía, al mismo tiempo que - o pese a que - ellos absorben e interiorizan las instituciones existentes.
Pero primero los docentes deben amar lo que hacen, creer en la importancia de su tarea. Y sabemos bien que, hoy por hoy, esto no es lo que ocurre.

Y esto es porque estamos en un momento de crisis de las significaciones que nos habían mantenido unidos hasta ahora. No tenemos un nosotros. Cada uno está en lo suyo tratando de salvar lo propio, dejándose seducir  por el canto de sirenas del consumismo - en el mejor de los casos - o matándose por conservar el trabajo que es amenazado constantemente por esta suerte de nuevo terrorismo que es el desempleo. Y si las significaciones de nuestra sociedad vacilan, es porque el capitalismo tenía su contrapeso, en las significaciones del proyecto de autonomía, que le obligaron a hacer un sinnúmero de concesiones: tope a las horas de trabajo, vacaciones, jubilación, pleno empleo, salud, educación laica gratuita y obligatoria, etc., todo aquello que hoy se desmorona dejándonos con la exclusiva compañía de las significaciones del capitalismo. Entonces, al no tener un nosotros, los papeles socialmente desarrollados por todos nosotros están en crisis, en crisis de sentido: ¿o no es lo que les ocurre a los jueces, los docentes, los obreros, los psicoanalistas, los científicos …? Su función ha perdido sentido, porque lo valorizado es consumir más, tener más, disfrutar más. Esto es lo que yo digo acerca de que el proceso identificatorio está en crisis.

El atronador ruido de las turbinas del avión que sobrevuela la isla interrumpe a Cornelius, que alza su mirada hacia algún punto del océano y así permanece unos minutos, tal vez horas o siglos. Lo suficiente como para que yo pueda volver sobre todo lo que ha dicho, me sobreponga al impacto del encuentro. Y piense.
Y pienso que Castoriadis, el griego, pone en el centro a la autonomía. Esa es la finalidad de la política, la educación, el psicoanálisis.  Pero esta autonomía es expresión de algo que él reinventa: la imaginación. Eso que dice que Freud no se atrevió a mencionar pese a estar en el núcleo de su concepción del psiquismo (porque los sueños, la fantasía, los síntomas son impensables sin la imaginación, lo mismo que la asociación libre). Algo ante lo cual tanto Kant como Aristóteles también  retrocedieron. La liberación de la imaginación radical es lo que lleva a la autonomía si sobre el producto de dicha liberación puede luego volverse reflexivamente. Y esto equivale a cuestionar todo determinismo: para Castoriadis la historia no tiene sentido, no es la evolución del espíritu ni de las fuerzas productivas, ni la de la ciencia ni la de los deseos de Dios. Son las significaciones imaginarias sociales, producidas por la imaginación radical social instituyente, las que marcan los diferentes momentos de la historia al alzarse frente a lo instituido; lo instituyente versus lo instituido. Castoriadis está lejos tanto del funcionalismo como del estructuralismo, porque implican las significaciones una autoalteración y una autoinstitución irreductibles tanto a lo físico, lo psíquico y lo biológico. Es un magma de significaciones creadas de modo anónimo y conjunto lo que hace que existan musulmanes, cristianos, nacionalistas, nazis. El deseo de Cornelius es que los pueblos tomen conciencia de que ellos crean sus culturas, su horizonte histórico social. Y su apuesta es a la creación de instituciones al servicio de la autonomía, que puedan producir individuos autónomos. Justamente lo que este hombre indoblegable bajo el sol implacable del mediodía griego me dice cuando cesa el trueno de la máquina alada.

La autonomía, dentro del dominio del pensamiento, es la interrogación ilimitada; que no se detiene ante nada y que se pone ella misma constantemente en causa. Esta interrogación no es una interrogación vacía; una interrogación vacía no significa nada. Para ser una interrogación que produzca sentido, hace falta que deje como provisoriamente incontestables un cierto número de términos. De otro modo es un simple punto de interrogación, y no una interrogación filosófica.
Lo propio del hombre no es la lógica, sino la imaginación irrefrenada, defuncionalizada. Esta imaginación es la que permite que el pensamiento reflexivo pueda existir, por lo tanto también que pueda existir una ciencia y aún un psicoanálisis. Porque el ser humano es Caos, Abismo, Sin Fondo en tanto ser de imaginación e imaginario, creación no predeterminada que superpone al Caos un Cosmos. Esto es el elemento poiético del ser humano, del que la razón misma es un retoño. Cuando el hombre organiza racionalmente no hace más que reproducir, repetir o prolongar formas ya existentes. Pero cuando organiza poiéticamente da forma al caos, y este dar forma al Caos (que es tal vez la mejor definición de cultura), se manifiesta con una claridad impactante en el caso del arte. La creación implica una cierta indeterminación en el ser, lo que es, está abierto. Es la capacidad de hacer surgir lo que no está dado, ni es derivable, combinatoriamente o de otra forma, a partir de lo dado.

La esencia del hombre no es la racionalidad ni la lógica, que nunca permitirán imaginar un nuevo axioma. Todo esto se opone a lo que siempre se ha dicho de que el hombre es un ser lógico: en realidad es un ser loco. Lógica es lo que se comparte con los animales. En el humano predomina el placer representativo sobre el de órgano, es decir, la imaginación. (Tenemos el claro ejemplo de como en el hombre se desligan la sexualidad y la reproducción, porque no hay un objeto canónico de la sexualidad para el humano como en los animales. Hay así un estallido del psiquismo animal, subsistiendo parte importante del mismo).

Mientras escucho a Cornelius Castoriadis, la escena parece haberse visto apoderada por un súbito vértigo, como si en el Olimpo tuviera lugar una discusión doméstica de esas que generan huracanes en  el mundo de los mortales. Pero él permanece imperturbable. Por un momento pienso en el huracán que debe haber sido su lazo con Piera Aulagnier …

Le decía hace un rato, no se si llegó a escucharme, que entiendo que la modificación de toda sociedad pasa por la creación de instituciones, que al ser interiorizadas por los individuos, faciliten del mejor modo posible  el que puedan arribar a su autonomía individual tanto como su participación efectiva en todo poder explícito de la sociedad: pero una cosa es el poder explícito, y otra el que surge de la incorporación que los sujetos hacen de la institución de la sociedad a través de sus significaciones. Estas hacen al modo de pensar, sentir y actuar de los sujetos.
Y para mí la clave es la dominación, el poder, mucho más que la explotación. Por eso mi preocupación por la autonomía en el sujeto y en la sociedad. En la sociedad la autonomía depende de que se establezcan democracias. Pero volvemos al mismo punto: los sujetos deben entender que ellos son los creadores de las leyes que los gobiernan, que ellos las instituyen todo el tiempo.

Claro que esta es una época de conformismo generalizado, tal vez esto sea lo que mejor resuma el estado de la sociedad actual. Y conjuntamente con esto, el rechazo de toda noción de mortalidad.  Se ha perdido el sentido trágico que nos señalaran los griegos, el límite que debe ponerse a la desmesura, a la hybris. Porque yo pienso que la democracia griega si en algún lugar se hace presente y nos transmite sus secretos, es en la tragedia. La democracia, como pensamiento de los límites, implica un régimen basado en la libertad, y por lo tanto, en el riesgo. En ella el pueblo puede hacer cualquier cosa, pero debe saber que no debe hacer cualquier cosa.  La democracia, como pensamiento, es necesariamente ateo. No necesita de la existencia de un dios, y asume que en el "más allá" no existe nada relevante para nuestros problemas. El ateísmo es el único pensamiento humano que asume realmente el significado de la muerte, que rechaza cualquier forma de esperanza: al no haber vida después de la muerte ni un dios, somos libres de obrar y pensar en este  mundo. Entonces, una sociedad autónoma solo puede advenir a partir de esta convicción tanto profunda, como imposible, de la mortalidad de cada uno de nosotros, y de nuestras obras.

Ahora un extraño silencio se posa sobre nosotros y la isla. El mediodía está más resplandeciente aún, el aire más liviano, el calor mismo se hace sorpresivamente amable. Desde la ventanilla del avión que se acerca a la isla, Marini recuerda a Felisa, a Lucía, a Carla, mientras observa la escena en Xiros, la playa, las rocas, y a medida que la nave se inclina suavemente sobre su derecha, distingue dos personas entre las rocas y, más allá en la orilla, una mujer. Las redes de los pescadores yacen junto a las barcazas. Y apenas sobresaliendo de una de ellas, observa su propia imagen, la de un hombre que mira como se acerca el avión que romperá el silencio de Xiros en segundos. A casi doscientos metros, esa figura que asoma de la barcaza me resulta familiar, pero Castoriadis interrumpe mi esfuerzo en reconocerla cuando me pide fuego para su cigarrillo. Como no tengo, seguirá hablando con el cigarrillo apagado en la boca, luego de un breve gesto de fastidio.

La democracia es ciertamente un régimen trágico. Debe hacer frente a la cuestión de su autolimitación. La tragedia es un llamado constante a la autolimitación, ya que es la exhibición de los efectos de la hybris, y más que eso, la demostración de que pueden coexistir razones contrarias (es una de las lecciones de Antígona) y que no es obstinándose en la razón como se hace posible la solución de graves problemas que pueden aparecer en la vida colectiva. Pero por encima de todo, la tragedia es democrática en el hecho de que conlleva el recuerdo constante de la mortalidad, a saber, de la limitación radical del ser humano.
En la actualidad, el sentido trágico se encuentra perdido, banalizado. En la intelectualidad campea un relativismo absoluto, se proclama que todo es un relato. Pero dígame: si todos los relatos son lo mismo, ¿en nombre de qué condenar el "relato" de los aztecas y sus sacrificios humanos, o el "relato " hitleriano?.

El actual es un momento de descomposición que se ve en la desaparición de significaciones, amenazadora para la sobrevivencia del sistema mismo. Se derrumba la autorrepresentación de la sociedad: pero ocurre que no puede haber sociedad que no sea algo para sí misma; que no se represente como siendo algo. La sociedad actual no se acepta como sociedad, se sufre a sí misma; se hace tediosa para los sujetos la participación en ella.
Nadie sabe qué es ser ciudadano, siquiera lo que es ser hombre o mujer, los roles sexuales se disolvieron, ya no se sabe en qué consiste eso. La desintegración de los roles tradicionales debiera revelar el avance de los individuos hacia la autonomía y contiene los gérmenes de una emancipación. Pero hace un tiempo que vengo señalando la ambigüedad de sus consecuencias. Tenemos derecho a preguntarnos si esto no se traduce más en la desorientación y la anomia que en la eclosión de nuevos modos de vida.

No sabemos como será el futuro. Lo que yo pienso es que puede haber, hubo, y esperamos que haya nuevamente, sociedades sin Estado, es decir, sin aparato burocrático jerárquicamente organizado, separado de la sociedad y dominándola. El Estado es una creación histórica que podemos fechar y localizar: Mesopotamia, Este y Sudeste asiáticos, Meso-América precolombina. Una sociedad sin un Estado de tales características es posible, concebible, deseable. Pero una sociedad sin instituciones explícitas de poder es un absurdo, en el cual han caído tanto Marx como el anarquismo.
La salida de la situación actual será indisociable de un nuevo gran movimiento históricosocial, que reactivará la democracia y le dará a la vez la forma y los contenidos que el proyecto de autonomía exige. Lo que nos perturba es la imposibilidad de imaginar concretamente el contenido de semejante creación.

La filosofía nos muestra que sería absurdo creer que alguna vez agotaremos lo pensable, lo factible, lo formable, así como también sería absurdo poner límites al poder de formación que siempre yace en la imaginación psíquica y en el imaginario colectivo. Pero ella no nos impide comprobar que la  humanidad atravesó períodos de debilitamiento y letargo. En el fondo, se trata en gran medida de salir de la ilusión moderna del progreso, de la historia como acumulación de las adquisiciones o procesos de racionalización. Porque el tiempo humano, como el tiempo del ser, es tiempo de creación-destrucción. Y la única acumulación que hay en la historia humana, a largo plazo, es la de lo instrumental, lo técnico, lo conjuntista identitario. Incluso, ésta no es forzosamente irreversible. Liberarse del fantasma de la inmortalidad - o en su forma vulgar, de un "progreso histórico" garantizado - es liberar nuestra imaginación creadora y nuestro imaginario social creador.

En la medida en que, mucho o poco, esto dependa de aquellos que tienen una relación directa y activa con la cultura, si su trabajo sigue siendo fiel a la libertad y a la responsabilidad, entonces, ellos podrán contribuir a que esta fase de letargo sea lo más corta posible. Pero, sobre todo, el porvenir depende de la actividad de la enorme mayoría de los seres humanos. No se puede más hablar en términos de una clase privilegiada, que sería por ejemplo el proletariado industrial, que ha quedado, luego de largo tiempo, reducido dentro de la población. Podemos decir, en revancha, y esto es lo que yo digo, que toda la población, salvo el 3% de privilegiados en la cima, posee un interés personal en la transformación radical de la sociedad en la cual vive.
En cuanto a mí, precisamente porque tengo un proyecto que no abandono, estoy obligado a tratar de ver lo más claramente posible la realidad y las fuerzas efectivas en   juego en el campo históricosocial. Hay momentos en la historia en los que todo lo que se puede hacer en lo inmediato es un lento y largo trabajo de preparación. Nadie puede saber si estamos atravesando una breve fase de letargo de la sociedad, o si estamos entrando en un largo período de regresión histórica. Pero no soy impaciente. El hecho de que yo luche es lo que tiene sentido, no el  hecho de que de aquí a dos siglos exista una sociedad perfecta.

Cornelius, el griego, hace una breve pausa. Su cigarrilo - enésimo cigarrillo - sigue apagado. Sigue hablando, pero algo extraño ha ocurrido: habla en algo que supongo es griego, inentendible para mí, mientras gesticula. De golpe desvía su mirada hacia mi izquierda, de donde, mientras giro mi cabeza, veo avanzar la mano de alguien que con un encendedor le ofrece fuego. Entonces reconozco al sujeto de la barcaza, quien con su figura interminablemente alta se ha acercado hasta esta suerte de espejismo. Le habla de la continuidad de los parques, de la Maga y los cronopios, y de esta sociedad atascada en una autopista del sur. Castoriadis le responde en griego, algo que, curiosamente, yo entiendo: la imaginación al poder!. Ríen a carcajadas. Pero ya el avión inicia su caída en el Egeo, el ruido de un trueno hace que lo que estoy presenciando se desarticule como una imagen en el agua golpeada por un guijarro.
Cuando vuelva a aquietarse veré que aún no terminó el primer tiempo. Apago la tele, enciendo la computadora, y escribo y escribo, hasta este punto.



[*] Nombre de una isla griega, donde transcurre la acción del cuento de Julio Cortázar La isla a mediodía, sobre el cual he escrito este trabajo, a modo de variación. Fue leído en ocasión del encuentro de julio de 1998 "El pensamiento como interrogación permanente", co-coordinado con Leonor Zapolsky. Publicado en Magma. Cornelius Castoriadis: psicoanálisis, filosofía y política. Biblos, Buenos Aires, 2003.


 
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