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Imagen obtenida de: http://masdearte.com/luis-melendez/
Insignificancia y clínica: el paradigma borderline
Por Yago Franco
yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 
I.

“Avanza la insignificancia: todos somos borderline”. Tal el tema central del que nos ocupamos en el  primer número de la revista, en abril de 2010. Entonces escribí De Elisabeth Von R. a Lisbeth Salander: todos somos  Borderline, en el cual retomaba desarrollos de Clínica psicoanalítica en la crisis: resignación y esperanza, texto escrito en el año 2000.

Es tiempo de volver sobre estos desarrollos. Suele decirse que el sujeto es amo de sus silencios y  esclavo de sus palabras. Ciertamente en lo dicho en relación a la insignificancia, su avance y lo  borderline hay eslabones que no pueden separarse sin romper toda la cadena, lo cual no significa que algunos de ellos puedan reemplazarse por otros o quitarse sin que la cadena se deshaga. De hecho, así ha sido en los textos mencionados y  en otros en los cuales, si bien el tema no fue tratado explícitamente o quedó como un desarrollo colateral, fueron introduciéndose nuevos elementos y otros quedaron en un segundo plano. O,  inclusive, para poder habitar en el nuevo desarrollo, elementos previos debieron hablar en el  lenguaje de éste.

A lo largo del recorrido del laberinto de una elucidación hay recodos, giros, en los cuales pueden hallarse nuevas perspectivas, nuevos recorridos, aun cuando se pensaba que se había llegado a un callejón sin salida o que ninguna novedad podía encontrarse.
 
Los dos textos mencionados estaban separados por 10 años. Éste se encuentra a 6 años del último.  Quiero recorrer brevemente esos desarrollos antes de ingresar a esta nueva galería del laberinto:

Lo borderline como algo transversal/común a diversos cuadros clínicos -sin necesariamente  convertirse en una entidad clínica en sí- ha estado presente en mi elucidación desde hace 15 años  por lo menos. Pero no siempre de la misma manera. En el primer texto mencionado trabajé lo borderline extrapolando a la vida social la tesis de Bleger respecto del encuadre psicoanalítico como lugar de depositación de la parte psicótica de la personalidad. Denunciaba, en medio de la profunda crisis de lo instituido a mediados/fines de  la década de 1990, el potencial psicopatologizante de ese modo de ser del espacio social. Al no poder  ser depositada dicha parte psicótica de la personalidad en lo instituido, los sujetos quedaban a merced de  la misma, lo cual se expresaba en trastornos de la serie borderline tal como los describiera A. Green y también en la dirección en que Bleger señalara lo que podía desencadenar en el psiquismo la alteración del encuadre analítico. Al no lograr la depositación de la  parte psicótica de la personalidad  en lo instituido  se producía así un estado de desamparo. Lo diferencié de lo conceptualizado por Freud como Malestar en la Cultura para acuñar la idea de  lo que está más allá de dicho malestar. Esto afectaba además al dispositivo psicoanalítico y al lugar del  analista. Decía que, en esas condiciones de vida social, todos éramos borderline: la sociedad  promovía un cuadro borderline artificial, agregado.

En el texto publicado en 2010 retomé este desarrollo, subrayando la  falla en el objeto originario en lograr la estructuración del Yo del sujeto, al no poder contener  sus angustias tanto persecutorias como depresivas, por intrusionarlo o abandonarlo, produciendo, así,  confusión en los límites entre el Yo y el no Yo.

Retomé la idea de que es indispensable la existencia de un mundo social que dé sentido a la psique, mundo social en el cual Freud situaba a los subrogados de los objetos paternos: las instituciones. La falla en ese mundo social de  sentido llevaba al sujeto a no poder labrar el propio, fallas habituales en situaciones  catastróficas. Sostuve entonces que, de todas maneras, las fallas del sujeto para labrar el propio sentido pueden advenir más allá de la crisis del mundo social  de sentido.

Sabemos de las catástrofes individuales (ver el texto de Carlos Guzzetti en este número), pero mi interés ha  ido no tanto hacia esas catástrofes privadas sino al malestar agregado por la sociedad -ese que  puede ser evitable- y a los efectos en la psique –más allá de lo que provocan las situaciones catastróficas sociales- de cierto modo de ser de la sociedad. En ese texto avancé complejizando los desarrollos previos:

"La destitución del mundo simbólico, a manos de la aceleración de la temporalidad y de la  preeminencia de la tecnología ligada sobre todo a la imagen - ambos factores solidarios - es una  consecuencia de la aceleración de la producción y el consumo que impera en los países capitalistas,  consecuencia del siempre más y de la sed de lo nuevo por lo nuevo mismo que anida en la  significación del capitalismo. Esto pone en crisis significaciones centrales. (…) Si en la época de Freud la represión social del ejercicio de la sexualidad encontraba eco en la represión  psíquica exacerbada de retoños de la sexualidad infantil, hoy, la destitución del mundo de sentido  (…) encuentra en la psique un correlato en dificultades en el ejercicio de la imaginación  radical. Los representantes representativos de la pulsión degradan, o no se producen. Los trastornos (ya no síntomas), como los pasajes al acto, afecciones psicosomáticas, desinvestimiento  del mundo, etc. son prueba de ello".

Así aparece en el horizonte de aquel estado borderline artificial la modalidad que ha tomado el  Otro, emisor de la significación imaginaria del capitalismo, y la inclusión de la dificultad o imposibilidad de figurabilidad, es decir, de creación de representantes representativos de la pulsión.


II.

En un trabajo mucho más reciente, Más allá del narcisismo, sostuve que debe considerarse la existencia de actos anímicos sociales, narcisistas y también autoeróticos. Estos últimos son los más preocupantes cuando se hacen presentes, no sólo por las consecuencias para el sujeto sino también para los otros y la sociedad en general, debido a las consecuencias disolventes sobre dicho dominio y para los lazos sociales. Sostuve entonces que “lo que caracteriza a esta época es la presencia – no exclusiva,  obviamente- de lo autoerótico como modo de satisfacción pulsional, que ignora la presencia del otro como tal”. Lo autoerótico se manifiesta en un arco que en un extremo tiene al retraimiento y la autosatisfacción tal como puede apreciarse en la clínica -no solamente en las psicosis, las adicciones, las anorexias y bulimias, etc.: sino también en la prevalencia del acto, la descatectización, la depresión vacía, lo psicosomático, las adicciones. En el otro extremo del arco encontramos la consideración y el tratamiento del objeto como algo indiferenciado, que también puede ser desechado, objeto de la pulsión de muerte, tal como puede apreciarse en la xenofobia, el femicidio, la esclavización laboral, la trata de personas, el abuso sexual  infantil, etc. Estas cuestiones se alimentan, encuentran apoyo y dan expresión a un modo de ser del  psiquismo humano. Modo de ser que no las explican ni las causan: las alimentan, al estar en alianza y conjunción con  determinaciones sociales.

Entiendo –y sostuve en ese texto- que los actos anímicos autoeróticos deben ser considerados como una disposición de la psique, así como lo son los actos anímicos narcisistas y los actos  anímicos sociales. No se trata de una simple sucesión histórica de estratos de la psique; son  disposiciones habitualmente presentes, activas y disponibles para el sujeto. El autoerotismo contiene, por un lado, ese primer estado fusional y, por el otro, el momento de ruptura del mismo, una transición hacia el advenimiento de ese nuevo acto psíquico que es el narcisismo, que coincide y produce la emergencia del Yo. Momento de ruptura de la beatitud del sujeto psíquico, de emergencia de lo otro, proyectado en el espacio exterior que se crea en ese mismo momento, y en el cual adviene el otro, aquel sobre quien se volcará el odio, por vivirlo el sujeto como amenazante y cuestionador del placer originario.
 
Me preguntaba entonces acerca de cómo puede una sociedad incentivar la actividad autoerótica. La promesa del placer sin límites –en el consumo, pero no solamente en el consumo- apunta a lo ilimitado del placer en general, como un imperativo que en la publicidad toma la forma de “¡Sé ilimitado!” (tema tratado en El Psicoanalítico N° 16) para llegar a la felicidad. Considero que esta promesa implica la fantasía o teoría sexual de que  la castración podría evitarse. Y esto abre las puertas del narcisismo y de lo autoerótico, que se expresan en formaciones individuales, intersubjetivas y sociales.


III.

Lo borderline queda entonces, agrego ahora, ligado a la expresión del autoerotismo, convocado por la promesa de placer y felicidad ligadas a lo ilimitado, al placer sin límites.

Hablar de placer sin límites es hablar de algo que no tiene fronteras. Sabemos que la psique está estructurada en estratos, y que cada uno limita con otro: hay fronteras entre ellos [1]. La cuestión es precisar cómo funcionan las mismas. Pero, antes de analizar dicho funcionamiento, es importante tomar en cuenta que la psique humana está habitada por lo menos por tres lógicas, pertenecientes -cada una- a un estrato de la misma:

- La más regresiva, la autoerótica: es una lógica de un elemento, el UNO. Lo que contradice lo identitario pertenece a "lo otro" (no hay otro), no hay coincidencia posible. Es lo otro dentro del UNO que, por ser insoportable, es proyectado al exterior. Es el estrato al que pertenece el estado monádico de la psique. No puede haber contradicción, división, incoherencia: ésta es puesta en eso otro, lugar donde está el otro, ignorado en su alteridad. Transformado en sede del mal, debe ser exterminado.

- La lógica narcisista es una lógica de dos elementos, es el DOS. El otro es parcialmente reconocido como tal, es así una parte del sujeto, o lo que éste fue, lo que quisiera ser, o lo que perdió de sí. Lógica especular por excelencia, es el terreno de una confrontación o idealización sin fin, irreductible; implica el terreno de lo intersubjetivo atravesado por el narcisismo. Una lógica binaria le es inherente. Hay dos elementos, no más de dos. Además del terreno de la confrontación o idealización interminable lo es también el del duelo sin fin. Predomina el otro como enemigo o ideal.

- La tercera lógica que habita en el terreno de lo objetal es una lógica de tres términos: el sujeto y el otro (reconocido en su alteridad) están regulados en su lazo por el Otro y el mundo simbólico que otorga su lugar a cada sujeto, y estos términos deben negociar permanentemente su relación. Admite la convivencia, no libre de tensiones. Su número es el TRES, acoge más de dos lugares, el otro está integrado sea como modelo, objeto, auxiliar o adversario. Así, los lazos sociales –decía- implican una lógica de tres términos: el sujeto, el otro reconocido en su alteridad y un tercero de apelación (Ulloa) portador de la ley.

Estas lógicas habitan en distintos estratos del psiquismo, y están activas y pueden predominar unas u otras. Decía que los estratos están separados por fronteras. No estamos lejos del modelo propuesto por Freud en la Carta 52. Se pueden pensar las fronteras psíquicas a la luz de las fronteras territoriales. El pasaje de una a otra implica aceptar la ley que regula la vida social del país que está del otro lado de la frontera. También exhibir el pasaporte o, por lo menos, el documento del país de origen si se está en una zona común. A veces se habla en otro idioma, o es distinta la moneda, etc. Pero también se puede traspasar la frontera sin exhibir documentación, llevando contrabando, pasando por un lugar en el cual no hay aduana ni migraciones, etc. Se lo puede hacer por necesidad imperiosa -como en el doloroso caso de los inmigrantes sirios- o para invadir el espacio soberano del otro país. Hay diversos modos e intencionalidades en el pasaje de una frontera a la otra. También sabemos de que hay zonas liberadas o ciegas en determinadas fronteras, que permiten el pasaje sin trámite alguno.

Podemos hacer el paralelo con lo que ocurre en la vida psíquica. La psique se estructura –es decir, cobra forma y funcionamiento- con el establecimiento de fronteras a partir de la represión originaria, el Complejo de Edipo, su reedición adolescente. El sueño, los actos fallidos, las formaciones del inconsciente en general, incluyendo a la asociación libre, muestran el pasaje de un estrato a otro, pero bajo una condición: las representaciones que pasan la frontera están sujetas a la legalidad del estrato hacia el cual transitan. Las representaciones-cosa, en su pasaje al preconsciente, deben hablar en su lenguaje: el de las representaciones-palabra. O sea, deben respetar la ley que regula el funcionamiento de la zona a la cual pasan. Las formaciones del inconsciente se deben traducir en palabras. Las pulsiones que no son traducidas generarán pasajes al acto o las llamadas patologías psicosomáticas. Las representaciones-cosa no traducidas serán generadoras de alucinaciones y delirios al no entrar dentro de la lógica del proceso secundario (no entraré aquí en disquisiciones referidas a lo originario y el pictograma y su presencia en las psicosis). Mirado desde un punto de vista muy parcial, como lo es el de las fronteras y estratos -pero que personalmente me permite delimitaciones clínicas e intervenciones más ajustadas- podemos apreciar que la neurosis obsesiva muestra la hipertrofia de un estrato –el del preconsciente- y una tenaz barrera contra el pasaje de los elementos inconscientes, que pueden aparecer disruptivamente en actos generalmente hostiles, o quedar atrapados en las redes de la rumiación o transformarse en formaciones reactivas. Las fobias, a su vez, presentan una hipertrofia del preconsciente pero de modo enriquecido y sublimado ya que traducen la producción inconsciente, si bien inhiben su transformación en actos y eluden el contacto con objetos que son cargados por fantasmas inconscientes ligados a la castración: se establece una rígida frontera frente a éstos, la que suele fracasar abruptamente para volver a establecerse. Las histerias tienen una hipertrofia del estrato fantasmático del preconsciente –privilegian su actividad fantaseadora ligada a lo erótico-  y un pasaje a la acción poco modulado, en actos dirigidos al otro, contaminados por la fantasmática edípica, actos que luego de producidos suelen llevar también a una retracción y retiro de la escena. Dejo por fuera de este análisis el registro identificatorio y su relación indisoluble, a mi entender, con el pulsional.

Lo borderline –a su vez- muestra una porosidad notable entre los distintos estratos. Sea que la pulsión o los fantasmas inconscientes irrumpan en el Yo o que éste se sienta invadido o abandonado por el objeto y, a su vez, entre en estados de indiferenciación con el otro, lo agreda, huya, etc. Justamente, la palabra borderline menta a bordes, línea de bordes, fronteras prefiero decir, que están fragilizadas, tanto en relación al inconsciente como en relación al otro.

Así, el Yo se encuentra a merced de la pulsión y del otro -vivido como un objeto intrusivo o en latente riesgo de desaparición- lo que le lleva a aferrarse al mismo –a veces hasta a perseguirlo- ante el estado anticipado de desamparo al cual el sujeto sería arrojado. El acto tiene una presencia preeminente, ya que las palabras suelen desmarcarse del sistema simbólico, perdiendo su capacidad metafórica, transformándose en señales que desencadenan actos.

El objeto originario falló en su función de sostén, también en su capacidad de transmitir plenamente el código y estuvo excesivamente presente o ausente (A, Green). La angustia de desamparo coexiste con la de castración.


IV.

Ahora bien, superados los primeros estadios de la vida psíquica, los herederos de los objetos originarios y edípicos deben tomar su relevo en términos de impedir que el desamparo como angustia se entronice: lo deben hacer mediante la transmisión de significaciones imaginarias sociales que sirvan de apuntalamiento para la tarea de significación/interpretación individual. El humano es un intérprete a la búsqueda de sentidos (Aulagnier). Tanto los primeros subrogados paternos -en la escolaridad sobre todo- como el sentido general socialmente instituido (en el que cada vez tienen mayor participación los mass media) deben tener la consistencia simbólica necesaria para que eso tenga lugar: el mundo instituido debe ofrecer al sujeto un sentido investible y que no sea desestabilizador. Por supuesto que a nivel individual, más allá de lo que ocurra en el dominio social, también debe existir una consistencia que muchas veces se quiebra por accidentes diversos; ya hice mención a las catástrofes individuales.  

Llegamos así al último punto que quiero desarrollar. Retomemos el principio de esta elucidación, es decir, a las consecuencias de las fallas en el mundo instituido, que pueden afectar al mundo simbólico individual; dicho de otra manera: el estrato preconsciente en el cual anida el código compartido.

Volvemos, entonces, sobre la relación insignificancia-borderline [2] y resaltamos nuevamente lo siguiente: no nos interesa tanto la discusión acerca del cuadro clínico en sí como la presencia de fenómenos borderline en las neurosis y también como aquello que forma parte de una subjetividad de época. Así, pienso a lo borderline como un paradigma para la clínica. Tal como en su momento lo fueron las neurosis, con quienes coexiste sin desplazarlas, generando una clínica más compleja.

La depresión ha sido señalada como una epidemia, Roudinesco habla del individuo depresivo, el cual se contrapone a la subjetividad trágica. Con razón. Pero existen otro tipo de figuras clínicas que pueden  pasar por depresiones y que, en realidad, tienen que ver con la retracción y el imperio de la lógica autoerótica. Es conveniente diferenciar lo que es la depresión por pérdida de objeto, aun de ideales y proyectos, de aquello que sobreviene por descatectización. Es más, una puede llevar a la otra. Pero ésta sería solo una de las formas que adquiere lo borderline, entendido de la siguiente manera: aquello que denota una falla en las fronteras del Yo. En el caso que quiero resaltar, a causa del fading del sentido colectivo. En particular, y en nuestras sociedades, por imposibilidad de retomar para el sujeto un sentido estable para labrar el propio; por una temporalidad vertiginosa que hace pasar de la reflexión al reflejo; por la exigencia de placer ilimitado que viene del Otro; por la asociación que todo esto tiene con el paradigma digital y el imperio de la imagen: la vida cotidiana reducida a una suerte de videoclip. Ya adelantado por Benjamin como pérdida de la experiencia, y expresada su consecuencia por Castoriadis como avance de la insignificancia. En la medida en que avanza la insignificancia, los bordes de la psique tienden a hacerse porosos en muchos sujetos, más allá de su diagnóstico individual, y genera una suerte de psicopatología de la vida cotidiana colectiva: la agresividad habitual en la vida social en sus diversas formas; la precariedad de los lazos; aislamiento alrededor de artefactos electrónicos; agotamiento; adhesión a sectas, etc.

Por supuesto que estos no son los únicos rasgos presentes: están los de la serie narcisista –que son los que más han sido tomados en consideración por el psicoanálisis- y los de la serie objetal. Estos últimos son los que permiten la vida social, los lazos amorosos, los proyectos colectivos, etc. Y de más está decir que no hay pureza en toda esta cuestión; lo autoerótico, lo narcisista y lo objetal pueden coexistir en un acto anímico, también en un lazo.

Otros modos de la sociedad –no centrados en la exigencia de placer sin límites asociado a su vez con el consumo y alejados del mito fundante del capitalismo: el del desarrollo-, modos de la sociedad en los cuales la política sea la actividad de interrogación sobre sus fundamentos; el psicoanálisis, el pensamiento como interrogación sin límites, la creación artística, etc., dan testimonio de la existencia de otra lógica: la de la multiplicidad, que complejiza a la aristotélica. En la lógica de la multiplicidad (o de los magmas, como la llama Castoriadis) el principio de identidad convive con el de alteración, el tercero puede estar incluido y el principio de no contradicción está al lado del de contradicción.

Curiosamente, esta lógica exige permeabilidad de los bordes de la psique, pero algo la diferencia de lo borderline: dicha porosidad, esa conexión entre estratos de la cual habla Freud, está sometida a reflexión, es decir, a una vuelta del Yo sobre los productos de su imaginación, sea en la asociación libre, en la creación artística, en la política o en la educación. Algo siempre posible, que puede transformar la insignificancia en algo que haga y dé sentido tanto a la vida individual como colectiva.


 
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Notas
 
[1] He tratado la creación de dichas fronteras en Sobre los límites.
[2] No voy a ahondar aquí en lo relativo al avance de la insignificancia y al modo de ser de la sociedad actual, para ello remito a Capitalismo, populismo e insignificancia, en este mismo número de El Psicoanalítico.
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