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Del juego a Winnicott. Una revolución silencios. De Alfredo Tagle
Del juego a Winnicott
Una revolución silenciosa (*)
De Alfredo Tagle
Ed. Lugar, Bs. As., 2016, 224 pp.
Por Carlos Guzetti
carlos.a.guzzetti@gmail.com
 

Cuando Alfredo me invitó a presentar el libro, lo hizo con una pregunta característica de su sentido del humor: “¿Cómo te llevás con Winnicott?”. Le respondí sin pensar: “¡Bien!” y acepté de inmediato la invitación. Confieso que me sorprendió un poco la propuesta, si bien nos une una amistad y respeto mutuo forjados en el trabajo del Colegio de Psicoanalistas, en los debates de cada jueves donde todos aprendemos algo cada vez.

No soy un estudioso de la obra, más bien diría que Winnicott es mi consejero en los muchos años de trabajo psicoanalítico con adolescentes y adultos. Jamás traté niños, pero aprendí con él que el psicoanálisis es una forma particular de juego y el campo transferencial un espacio de ilusión que requiere que nos dispongamos a tirarnos al piso a jugar con los objetos que paciente y analista ponemos en escena en el consultorio. Así, en esos momentos de angustia que la clínica nos depara, motor por otra parte del trabajo, consulté mis dudas e incertidumbres con él y siempre obtuve respuestas fecundas. Entendí también con él las inspiradoras ideas de Ferenczi en su artículo “Análisis de niños con los adultos”. Lo cita Alfredo: “El psicoanálisis se ha convertido en una forma especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás”.

Una característica de la obra de Winnicott que siempre me resultó confiable fue el “uso” (y aquí suscribo el valor conceptual de este término) que hace de las ideas y conceptos del psicoanálisis de su tiempo para comprender su trabajo y la “creatividad” de su pensamiento. Su explícita reserva respecto de los sistemas teóricos y el rechazo a todos los “ismos” que se convierten en un estorbo, lo llevó a polemizar con M. Klein. En una carta que le dirige en 1952 le dice: “…puedo advertir cuán molesto resulta [para la sociedad] que cuando algo se desarrolla en mí por mi crecimiento y mi experiencia analítica, deseo expresarlo en mi propio lenguaje. Es molesto porque yo supongo que todo el mundo quiere hacer lo mismo, y en una sociedad científica uno de nuestros objetivos es encontrar un lenguaje común. Sin embargo, este lenguaje debe mantenerse vivo, ya que no hay nada peor que un lenguaje muerto.”

Y lamentablemente, la historia del psicoanálisis y nuestro medio en particular, han dado reiteradas muestras de lenguajes muertos, propios de los “ismos” de cada momento. El libro que presentamos es un eficaz antídoto contra ellos, es un refrescante recorrido demarcado por la presencia viva de un analista trabajando.

El título: comenta Alfredo en el prefacio, que Winnicott defendió ante su editor, que le proponía “De la pediatría al psicoanálisis”, el título original de su obra “A través de la pediatría al psicoanálisis”, con el que en definitiva se publicó en idioma original, lo que en castellano se recogió en el volumen “Escritos de pediatría y psicoanálisis”. Le interesaba destacar que entendía a la práctica de este último como una prolongación de su oficio de pediatra. No se trataba pues de un pasaje de una al otro sino más bien de una travesía por ambas disciplinas.

El libro que presentamos lleva el título “Del juego a Winnicott”. Le cabe entonces la misma observación. Deberemos entender que se trata de la travesía de Alfredo a través del juego para llegar a la obra de Winnicott y volver al juego.La lectura del libro corrobora esta idea. Es el juego el territorio en el que se despliega todo el trabajo teórico, todo el “proyecto tagleano” diríamos, “el intento de organizar sus ideas en torno a algunos conceptos fundamentales que atraviesan toda su obra”, para obtener así una caja de herramientas mejor afiladas para poder seguir jugando.

En mi primera lectura de estos párrafos me vino a la memoria un prólogo de Lacan a una tesis de doctorado que pretendía dar acabada cuenta de su obra, advirtiendo sobre uno de los peligros de semejante intento. Con su característico estilo poético-erudito dice el francés: “Su interés –el de la tesis- será transmitir lo que he dicho literalmente; como el ámbar que atrapa la mosca para nada saber de su vuelo”.

Alfredo sabe que se mueve en un terreno pantanoso. Intentar sistematizar los conceptos de un autor como este, que ha hecho un uso tan operativo y libre de los conceptos, puede conducir a su coagulación en un sistema teórico, cosa contra la que el propio Winnicott alertaba. El riesgo es que un pensamiento elaborado “en mi propio lenguaje” pueda convertirse en “lenguaje muerto”. Alfredo lo sortea con pericia y hace avanzar su propuesta organizando el texto alrededor de 8 conceptos operativos que se corresponden con los capítulos del libro, muchos de ellos iluminados por situaciones clínicas. No voy a ocuparme de relatar el recorrido, que cada lector debe seguir por su cuenta. Sólo daré testimonio del vuelo al que nos invita a acompañarlo. En un momento de la lectura sentí que nos proponía un viaje como el de Alicia al caer por la conejera. Hay en el texto múltiples personajes, tanto las ideas como los pacientes que Alfredo nos presenta. Está el sombrerero loco, la liebre de marzo, Humpty Dumpty y la reina de corazones. La ternura y el horror, el vértigo y la vacilación del espejo, nos adentran en un mundo extraño, fantástico y siniestro, donde todo es posible, de un momento a otro seremos junto con los pacientes gigantes y microbios y es preciso orientarse en ese universo paradojal con la brújula de las nociones que Winnicott nos propone y Alfredo ajusta en su taller, cuidando de no aplastarlo en oposiciones y disyunciones, para preservar su utilidad clínica y su valor explicativo de los procesos patológicos.

Lo interesante del libro es que permite escuchar muchas voces, es una polifonía. Una voz es la del rigor teórico del rastreo conceptual, exhaustivo y minucioso, evidencia de los muchos años de trabajo sistemático de la obra con varios colegas a los que brinda un importante reconocimiento. La exposición clara, con un estilo muy “friendly”, permite seguir las complejidades de la argumentación sin fatiga. Esa es, a mi entender, una cualidad imprescindible. Ya lo dijo Nietzsche: oscurecer las aguas para que parezcan profundas, pecado que el texto no comete.
Otra voz que suena fuerte es la del analista trabajando. Sus numerosos fragmentos clínicos nos meten en el clima de las sesiones, no nos cuenta lo que pasa, nos lo muestra en el relato. Hay mucha vividez en esos pasajes porque ese estilo responde al modo en que Alfredo concibe la experiencia analítica: como una “experiencia emocional”, de la que salen transformados tanto el paciente como el analista. Y eso se transmite. Lo vemos cuando hace muchos años, joven profesional, llega a su consulta Pablo, quien le enseñó a comprender a Winnicott, asegura, porque lo puso en la disyuntiva de interpretar o jugar, jugar a lo que el paciente propone porque “jugar es hacer”.

Alfredo le cuenta sus aventuras a Juan, que sale del inodoro después de haber explorado la cloaca y se deja morder por él sabiendo que “…el lobo no se come a Caperucita solo por hambre, también lo hace por amor”.
Se agacha para presentarse a Manuel, escondido tras la pierna de su mamá, y se gana su confianza en un instante.
Se esconde bajo el escritorio con Ariel para protegerse con él de las explosiones, y esquivan los impactos corriendo a salto de mata por el consultorio y escondiéndose detrás de los muebles.
Acompaña a Axel a explorar sus fantasías femeninas y debe contenerlo físicamente para modular sus transgresiones al encuadre porque “dentro del jugar, todo” lo que se traduce en el consultorio como: “dentro del encuadre todo. Fuera del encuadre nada”. Por supuesto “muchas veces es necesario modificar el encuadre en el transcurso del proceso”.
Es el público de las fantásticas “performances” de Facundo –Rey Sol Marchesi- perseguido por sus fans y empeñado en construir un mundo al cual pertenecer.

Todo esto porque Alfredo sabe que “los niños vienen a sesión a encontrarse con sus sueños, y para lograrlo nos necesitan”. Se deja usar por los niños y lo hace jugando con ellos porque un analista que no sabe jugar no es apto para la tarea.
Y se hace evidente en la lectura que estas cosas no las aprendió de Winnicott sino de su propia experiencia. Que ya eran una herramienta creada cuando la encontró en su obra. Por eso el trabajo teórico que realiza el texto es tan consistente, porque está sostenido en un saber que va más allá del estudio de una obra, que se ha hecho carne en una práctica cotidiana.

Un hermoso pasaje que demarca un territorio diferente es cuando relata cómo, con su infalible dedo índice, apuntaba y mataba a los monstruos que acechaban a su pequeña hija de dos años, aterrorizada en el momento de dormir. Aquí aparece el padre, con minúscula, “suficientemente bueno”, que respeta a su niña y la ayuda a salir a la vida, sólo por amor. Alfredo no es analista allí, es analista con sus pacientes porque puede ser padre con su hija, porque sabe bien la diferencia y tiene ternura disponible.

El libro se subtitula: “la revolución silenciosa”. Efectivamente localiza varios “giros copernicanos” operados por el pensamiento del autor estudiado. La concepción del jugar en un espacio de ilusión es la forma en que se produce una verdad, y son los niños quienes le indican el camino a ese territorio en que se desarrolla la mayor parte de la vida de las personas en sociedad. La revolución winnicottiana erige al juego como la matriz de toda actividad humana.

El concepto de “experiencia emocional” conmueve el campo explicativo del psicoanálisis de su tiempo. No sólo da cuenta del desarrollo del “self” en el vínculo de crianza, sino que ofrece un modelo de la cura misma. Es la oportunidad que se le ofrece al paciente de una experiencia nueva y diferente. Pone de relieve la diferencia frente a la compulsión de repetición, acentúa la creatividad como vía de curación.

La ilusión, otro concepto que subvierte, alejándolo de la dicotomía entre el afuera y el adentro, entre la incredulidad y la fe, entre lo real verificado y lo falso. Es en ese territorio donde lo real adquiere sentido, en la experiencia vivencial que la ilusión habilita.

La agresión y la destrucción que se transforma, en la experiencia winnicottiana, en la energía de la que surge todo proceso creativo, superando cualquier valoración moral.

Una revolución que no apeló a los combates cuerpo a cuerpo, como otros maestros lo hicieron, incluso el propio Freud, sino a una práctica coherente y comprometida, que impuso sus ideas por la sola fuerza de su originalidad.

Este libro se nos ofrece del mismo modo que un padre o un analista debe estar disponible para ser usado por el niño. Está disponible para que lo usemos, lo escribamos, lo subrayemos y lo olvidemos cuando jugamos en el consultorio. Texto imprescindible para abordar la obra de Winnicott y testimonio de una travesía –como bien dice Rafael Paz en el prólogo- personal del autor en el tejido entre la clínica y la teoría, a la que nos invita a acompañarlo. Un lenguaje vivo que transforma y pone en escena a sus muchas voces, que toman la palabra, conviven y se relevan en la narración y seguramente en la práctica cotidiana.

En la dramatis personae de esta obra está, en primer lugar el profesor Tagle, que organiza con rigor los conceptos dispersos en categorías operativas, que enseña lo que aprendió en décadas de estudio y logra iluminar la compleja obra que aborda con una luz renovada.

Entra en escena también el joven Alfredo, desconcertado ante la ineficacia de sus herramientas y ávido de adquirir otras, siempre orientado por el deseo de sus pacientes, que pagan por enseñarle.
El Lic. Tagle, profesional experimentado, sentado en su sillón, conduce la consulta de los padres de Fermín interviniendo a distancia sobre sus hijos problemáticos, recibe a sus niños locos o a sus adolescentes conflictuados y muestra su savoir faire.
También pasa al frente Alfredito, compañero de juegos de sus niños neuróticos y estimulando a jugar a los más graves, que no saben. Y se divierte, sufre y teme con los objetos que desfilan entre él y su niño.
Una noche de esas entró también papá, arropando en un juego fantástico a su niña asustada.

Y, en la primera página, arriba del título del libro, me sale al encuentro mi amigo Alfredo, que me dedicó este ejemplar.
Muchas gracias.



[*] Comentario al libro, en la presentación del 5-10-2016 en Espacio Dain, Ciudad de Buenos Aires
[**] Leer texto capítulo La ilusión.


 
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