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La maldición borgiana
Por Eduardo Müller

Psicoanalista

edumul@sinectis.com.ar

La amenazante maldición “ojalá te enamores” es conocida como gitana o árabe. Es la intención de este texto mostrar que es especialmente argentina. Sin utilizar las facilidades que las letras de tango tienen para cantar y contar las desdichas del amor, apelaré exclusivamente a la literatura de Borges. El escritor que autorizó a los argentinos a escribir en argentino.

Borges prefería la amistad al amor. La amistad fue como un amor sin riesgos. Sin pasión. Sin desengaños. Durante muchos años su deleite era ir a cenar a lo de Adolfo Bioy Casares y entreverarse en ese deporte sin cuerpo que es el diálogo, el humor, el hablar de literatura.  Cuando se ocupó del amor en su obra, brotó el retorno de lo inhibido. La nostalgia de lo no vivido. La desdicha no dicha. El dolor no dolido. El duelo de lo que no fue.

Es el amor. Debo ocultarme o huir [1]. Así empieza Borges un poema denominado con temerosa precisión: “El amenazado”. Comienza con el reconocimiento de un enemigo acechando en el horizonte. Es el amor, como quien dice “son los bárbaros”. Vienen por mí, estoy en peligro. Sólo queda esconderme o escaparme.

Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. Como si una cárcel no fuera suficiente, se le agrega el crecimiento monstruoso de sus muros. Parece una pesadilla, pero no lo es. Es el amor.

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. La cárcel ya no es sólo espacial, abarca al tiempo. El amor mide el tiempo, lo comanda, lo confina, lo contrae o lo expande. El amor es definido como una bomba de tiempo.

Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. La cárcel se extiende. Más que un panóptico se trata de un “panauditivo”. Una sola voz, la voz de la amada se erige como amo total. Amo al amo. De vos tu voz. La ansío en su ausencia, me alivia en su visita. La espero y la recuerdo. El amor es una enfermedad y lo que cura la enfermedad. La vida se vuelve una sucesión de cárceles. De la locura de escuchar voces a la locura de no escucharlas. Si en la locura se escuchan voces, en el amor la locura también es no escucharla.

Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Como decía Vicente Huidobro: el adjetivo si no da vida, mata. Borges es el gran adjetivador argentino. Sus adjetivos no adornan ni reiteran. Actúan. Hacen estallar sus sustantivos. Nada más banal que la magia del amor. Pero Borges demuele el lugar común: “pequeñas magias inútiles”. Esa doble adjetivación disuelve la magia (por arte de magia). La magia del amor es un mito.  En el amor la magia es pequeña e inútil. Es baladí.

Esta habitación es irreal; ella no la ha visto. Vuelve irreal lo no tocado por el amor, la habitación que ella no vio, no existe. El amor como una ontología monstruosa que otorga y quita existencia desde el mirar o no mirar.

El final del poema es físicamente doloroso. Me duele una mujer en todo el cuerpo. Finalmente como un tumor, el amor toma todo el cuerpo. Duele. Es el nombre de un dolor. Todo el cuerpo quedó tomado por los ejércitos me cercan, las hordas.
La amenaza del poema se cumplió. Lo oculto fue descubierto. La huida fracasó.

Es que la maldición (como la amenaza) tiene un poder performativo. Es más lo que hace que lo que dice. Es la expresión de un deseo maligno que en virtud de la crueldad del lenguaje logra que ese deseo se cumpla.

En "Nueve ensayos dantescos" [2] Borges dice que enamorarse es crear una religión cuyo Dios es falible.  Borges postula que en el enamoramiento hay una teología de la desolación, que consiste en la lenta construcción de un desengaño.

Freud, más optimista describe al enamoramiento como una forma de hipnosis. El amor es lo que queda, lo que sobrevive de ese desengaño, amar a quien demostró que no es divino, que es falible. Borges no diferencia enamoramiento de amor. Son dos caras de una misma amenaza.

Debo fingir que hay otros. Es mentira. Solo eres tú. Tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura [3]. Así termina "El enamorado". El amor como un vaciamiento radical. No hay otros. Se trata de una exclusividad genocida. Una condena perpetua en una cárcel vacía.  

El poema “Ausencia” [4] termina así: ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.
La ausencia, como diría Barthes en “Fragmentos de un discurso amoroso”, es una de las figuras del amor. Nuevamente aparece la inutilidad del ocultamiento. La presencia ominosa de la ausencia como un sol terrible sin ocaso. El brillo sin piedad de la ausencia. El amor como un ejercicio imperecedero de la soledad. Soledad que estrangula con la cuerda de la ausencia. Amar: a mar en el que se hunde.

En “El remordimiento” comienza confesando: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados. [5]
Por no haber amado, por haber amado, por no haber sido amado; por cualquier conjugación amorosa que se quiera; ese amor en cualquiera de sus formas conduce irremediablemente, despiadadamente, a la infelicidad.

En “1964” se regodea en el abandono: Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no compartirás la clara luna ni los lentos jardines. Ya no hay una luna que no sea espejo del pasado. [6]
El amor cambia la vida en presencia y en ausencia. Cuando llega y cuando se va. A partir de ese abandono todo jardín será lento (¡los adjetivos de Borges!). Toda luna retorna, refleja lo que no está. Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días. La fórmula perfecta de la desdicha: memoria, soledad y tiempo. Los adjetivos en este caso taladran los sustantivos. Fiel memoria es la que es incapaz de olvidar, la tortura de Funes. “Desiertos” llena de arena y soledad a los interminables días.  La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. El deseo imposible de borrar el amor. De hacer que no haya existido lo que fue todo y nunca será nada. El poema termina en la afirmación de un tanguero goce. Sólo sé que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina. La imposibilidad del duelo lo arroja a las dulces garras de la melancolía.

En “Sábados” resume el núcleo duro de la soledad: está solo y no hay nadie en el espejo [7]. El mayor reflejo de la soledad es la falta de reflejo. La ausencia de amor es un espejo vacío. Ella se llevó hasta mi reflejo, podría agregar el tango “Chorra”. 
En la loca aritmética amorosa de Borges, dos menos uno da nada. Pero no hay ningún número mayor a dos (no hay otros). Un dos ominoso encerrado entre dos nadas.

Como se ve, Borges hace de una maldición, poesía. Todo lo que escribió sobre el amor (no incluyo su vida, claro, sólo su obra) es el estudio poético de una maldición.  Si un poeta es el que bien dice, aunque no el que bendice, es el que mejor puede decir el maldecir.



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Notas
 
[1] Borges, Jorge Luis. "El amenazado".
[2] Borges, Jorge Luis. "Nueve ensayos dantescos".
[3] Borges, Jorge Luis. "El enamorado".
[4] Borges, Jorge Luis. "Ausencia".
[5] Borges, Jorge Luis. "El remordimiento".
[6] Borges, Jorge Luis. "1964".
[7] Borges, Jorge Luis. "Sábados".
 
Bibliografía
 
Borges, Jorge Luis. El Amenazado en El Oro de los tigres, Obras Completas, Emece. Buenos Aires, 1972
Borges, Jorge Luis. Nueve ensayos dantescos. Selecciones Austral, España,  1982.
Borges, Jorge Luis. El enamorado. Historias de la noche, Obras Completas, Emece, Buenos Aires, 1977.
Borges, Jorge Luis. Ausencia. Fervor de Buenos Aires (1923), Obras Completas, Emece, Buenos Aires, 1977.
Borges, Jorge Luis. El remordimiento. La moneda de hierro. Obras Completas, Emece, Buenos Aires, 1977.
Borges, Jorge Luis, 1964, El otro, el mismo, Obras Completas, Emece, Buenos Aires, 1977.
Borges, Jorge Luis, Sábados, Fervor de Buenos Aires (1923), Obras Completas, Emece, 1977.
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