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Edward Hopper, Room in New York, 1932. Imagen obtenida de: http://www.taringa. net/posts/arte/13841443/Edward-Hopper-la-soledad-de-un-imperio.html
Frank Underwood: poder, política, psicoanálisis (*) (**)
Por Yago Franco
yagofranco@elpsicoanalitico.com.ar
 
Almas compradas

Frank Underwood protagonista de la serie House of Cards–Francis para los amigos, aunque es dudoso que los tenga. Que asesina o manda a asesinar a quienes entorpezcan o amenacen su camino al poder; que utiliza y traiciona a los otros sin que eso lo afecte. Quien llegará a la presidencia de los EEUU luego de desplazar al vicepresidente y de traicionar al presidente. Francis, el que orina sobre la tumba del padre, el que escupe la imagen de Cristo en la Iglesia… Francis nos dice: “¡es el poder idiotas!”.  Si del capitalismo se trata, lo es porque es un nuevo modo de dominio. No se trata exclusiva ni centralmente del dinero ni del capital: eso es un medio, no el fin. El fin es el poder.  Cueste lo que cueste: Hiroshima, Auschwitz, el Terrorismo de Estado, el Apartheid,  el aniquilamiento del pueblo palestino, masas de excluidos, el pueblo sirio, los pueblos originarios…  todos “daños colaterales” producidos por el Capital. El dominio económico pavimenta el camino al poder. Margaret Thatcher lo dijo: “la economía es el medio para dominar el alma”. Y dice Francis: “Tusk entiende la diferencia entre dinero y poder. Eso es precisamente lo que lo hace peligroso. El no mide su riqueza en jets privados, sino en almas compradas”.

¿Es posible que exista una sociedad sin que una parte de la misma oprima/domine/explote a la otra? Si la Historia es la historia de la lucha y confrontación entre dos proyectos: el del dominio de una parte de la sociedad sobre otra, versus el de la igualdad, la libertad, la verdad, la justicia… si así fuera, está claro que viene ganando por goleada el primer proyecto.  Hasta 1989 –año de la caída del Muro de Berlín- parecía posible que el segundo proyecto pudiera tener lugar. Es más: ya lo habría tenido en la URSS, en Cuba, en China… aunque se supiera o sospechara que no era así; pero lo que soplaba en el viento es que en algún lugar, en algún momento se podría arribar a una sociedad socialista o comunista. Sabemos que la caída del Muro lo fue también de ese proyecto. Así, el otro, el capitalista, ha reinado y reina casi sin oposición. Una oposición que cuando estuvo presente lo fue por un lado exterior a dicho proyecto –consiguiendo las luchas obreras, estudiantiles y de sectores de las clases medias mejoras en los niveles de vida, educación y salud para inmensas mayorías, beneficiadas por un cierto recorte de la riqueza de los apropiadores de la misma: la burguesía. Pero también supo tener y tiene una oposición al interior del mismo, con la presencia de significaciones del otro proyecto. Ya que en la educación, en el sistema judicial, en las constituciones, en el arte, en el acervo histórico de los pueblos, las ideas de igualdad, justicia, solidaridad, libertad, verdad, etc., han estado y siguen estando presentes.

Sabemos que el proyecto capitalista implica el dominio y la explotación de una clase sobre el resto de la sociedad: pero es más que eso. La apuesta actual –como cité- es la del dominio del alma. Una dominación que ahora suele aparecer como disfrazada, naturalizada. Así, el objetivo es el dominio total, sea mediante un estado totalitario, o de modo sutil como en la actualidad. En la cual hay una significación que se arroga la totalidad del sentido de lo existente. Dice algo como “las cosas son así, no hay otra forma de vida posible más que la capitalista –o sea el siempre más, el goce en lo nuevo por lo nuevo mismo – que nos puede proveer de un placer sin límites a través del consumismo, garantizándonos el arribo a la felicidad plena: y somos todos y cada uno responsables de llegar a la misma; no hacerlo es una falla personal o de la sociedad que no hace las cosas bien. Y si esto ocurre la fiesta terminó, hay que sacrificarse, hay que ajustar”.


Psicoanálisis y política

Sobre este telón de fondo, Jorge Alemán se pregunta cómo hacer del psicoanálisis un verdadero hecho político de la ciudad [1]. Junto con E. Laclau, A. Badiou y Z. Žižek ha venido haciendo en los últimos tiempos el intento de dar respuestas a dicha pregunta. Ahora bien, sostengo que la respuesta puede rastrearse en el mismo Freud, quien tuvo una intervención política en la sociedad de su época. La misma -por ahora la única desde el psicoanálisis- puede advertirse en que la niñez, la sexualidad, la familia, lo paterno, lo materno, la feminidad, etc. -entre otras cuestiones- no volverían a ser lo mismo. Sus descubrimientos del Edipo, el inconsciente, la pulsión de muerte, la sexualidad infantil, etc., alteraron a la sociedad.  Y sin proponérselo, Freud –por honestidad intelectual- fue un factor importante en la alteración del mundo simbólico, paralela a la descomposición producida en su avance devastador por el capitalismo, que es de otro orden: lo que con Castoriadis conocemos como avance de la insignificancia. Porque una cosa es el cuestionamiento lúcido de lo instituido, es decir, la destotemización/desacralización de las instituciones, y otra su descomposición.

Quiero centrarme –por la actualidad que tiene- en el legado de Freud respecto de la presencia de la pulsión de muerte, tanto a nivel del sujeto como del colectivo. Esto es lo que he intentado rescatar y subrayar en mi libro Más allá del malestar en la cultura. Para Freud son las renuncias excesivas exigidas por Otro -incorporadas en la tópica psíquica en el superyó- las que hacen exacerbar el sentimiento de culpa y la sujeción a lo instituido (en este punto es necesario retomar lo planteado en El problema económico del masoquismo). Pero de lo que ahora se trata no es de un Otro que reclame renuncias, sino todo lo contrario: reclama lo ilimitado, el goce constante, lo que está más allá del principio del placer y del malestar en la cultura. Y a nivel del superyó individual  también produce culpa. Pero ¿cómo puede ser que el superyó produzca culpa sea por la renuncia como por la exigencia de llevar adelante un deseo sin límites? En este caso la culpa se produce por no poder cumplir con un ideal imposible. Si antes se trataba de la renuncia, ahora lo es de un estado de disfrute ilimitado que deja al sujeto siempre en falta, dado que lo ilimitado es lo imposible. El mecanismo de control y dominio se ha de esta manera sofisticado y perfeccionado.
Byung-Chul Han lo dice claramente:
“Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”. [2]

De la mano de la pulsión de muerte encontramos algo que vengo resaltando: la asociabilidad originaria del humano. Contra esto –y contra el narcisismo- tendrá que batallar la sociedad para socializar a cada monstruito que llega a este mundo. La asociabilidad originaria, ese odio radical que anida en la psique, solamente logra mitigarse mediante el dispositivo social de la ternura materna (Ulloa), que es lo que crea la pulsión y abre las puertas a la sublimación y crea el lazo social.

Frente a nosotros está Francis como muestrario de satisfacciones pulsionales libres de todo escrúpulo, vemos su autoerotismo y narcisismo en juego, también cómo el otro está o desintegrado de su vida psíquica o está reducido a objeto para la satisfacción narcisista o para simple descarga pulsional, desconocido como otro. Francis ejerce crueldad.
Se dirige al público directamente, anulando la cuarta pared- . Mira a los ojos: es como si dijera: “Soy uno de Uds, por eso comparto mis secretos, por eso los hago cómplices, son un modelo en el cual pueden mirarse”. Representa un modelo identificatorio que el poder instituido segrega: triunfar y tener éxito sin que importen los medios, que va en alianza con  la promesa de un placer sin límites y el cierre narcisista y autoerótico que eso promueve. Es un ánthropos sádico, un perverso, un modelo identificatorio que lleva a generar una sociedad de sujetos antisociales, lo que es un absoluto oxímoron, e implica la destrucción de la vida social.


De una política de la pulsión a la pulsión como política

Francis ha renunciado a la paternidad. Y odia a su padre, reniega de él, lo humilla orinando sobre su tumba. Nuevamente, es necesario discernir entre destitución y descomposición. Lo paterno ha sido un ordenador por excelencia del espacio sociocultural. Ligado al orden simbólico patriarcal, su declinación provocó preocupación hasta en Lacan. Que intentó volver a ponerlo en su lugar. En vano. Se lo trató como algo transhistórico, siendo en realidad una creación histórica. Curiosamente, el propio psicoanálisis tiene que ver con su declinación, más allá de la voluntad de Freud y de Lacan. La alteración del orden simbólico instituido por el patriarcado no es en absoluto una mala noticia. El problema radica en la pregunta: ¿qué es lo que viene en su lugar? Francis parece mostrar la liberación de dicho padre y el encarnar, cada uno por sí mismo, la ley. Que deja de ser un hecho colectivo para convertirse en una ley privatizada: cada uno podría darse la propia. Sin embargo esto es por lo menos en parte, engañoso: es el Otro que exige el placer ilimitado quien parece haber ocupado ese lugar.

Francis es así un fiel representante de un poder sin límites donde lo pulsional puede hallar libre expresión: asesinato, destrucción de oponentes, licuación de toda ética que no sea la que está al servicio de detentar el poder. Es la política de lo real de la pulsión que se expande en el consumo y el poder ilimitados. Si la política intenta dominar a la pulsión –es decir, si la polis tiene entre sus objetivos y tareas la de ofrecer cauces para el mundo pulsional- de lo que hoy se trata es de la pulsión como política: la pulsión al servicio del dominio. Esta sociedad se encarga de exacerbar el mundo pulsional, de agitarlo, de atraerlo vertiginosamente mediante el circuito del éxito, el consumo, la aceleración de la temporalidad, la presencia constante de las pantallas tal como se muestra en la vida cotidiana: como puede apreciarse en el nerviosismo de la agitación pulsional producido por la consulta constante a los celulares, tablets, etc. Lo autoerótico ocupa un lugar privilegiado en esta cultura: más allá del narcisismo la descarga, lo psicosomático, el acto, devienen modos de la subjetividad propuesta por el capitalismo en su desarrollo actual. Es por eso que he postulado a lo borderline como paradigma de la clínica actual.

Hasta aquí he descrito algunos aspectos de la sociedad actual y los efectos del psicoanálisis sobre la sociedad así como también la presencia en el colectivo de aquello de la psique que va contra la socialización.
Ahora –y ya se verán las razones de este aparente salto- me propongo realizar una.


Breve excusión por la “izquierda lacaniana”

Laclau y Alemán –autores postmarxistas- alertan contra la idea de revolución, apelando por momentos a Lacan. Quien en su momento había sostenido que una revolución implicaba un girar de la sociedad sobre sí, una suerte de giro de 360º -tal como aquí sostuvo en los 90 el adalid de la llamada “revolución productiva”-, y por lo tanto instalando nuevamente un Amo. En este punto es necesario aclarar algo: cuando hablan de revolución se refieren exclusivamente a la Rusa sin además analizar ni tomar en cuenta los momentos que tuvo la misma. Por otra parte, es dudoso que la advertencia de Lacan pueda aplicarse a otras revoluciones: me refiero a la Francesa, la Americana, nuestra Revolución de Mayo y los movimientos independentistas americanos en general, que de ningún modo puede pensarse que no hayan sido movimientos emancipatorios.

Por lo tanto, para evitar el riesgo que ve en las revoluciones, Laclau propone la radicalización de la democracia, que es confrontar el capital sin destituirlo. Alemán no es del todo claro en este punto, ya que por un lado sostiene que siempre debe haber un discurso del Amo que es quien crea las coordenadas simbólicas de toda sociedad, pero por otra parte alerta contra el advenimiento de uno nuevo. Según Žižek, Laclau no piensa que se pueda ir por fuera del sistema capitalista y de la democracia burguesa y, por lo tanto, lo posible son luchas particulares al interior de esta “democracia” capitalista, tratando de mejorarla, haciéndola humana. El populismo a la Laclau sería una suma de medidas paliativas, para minimizar los excesos del capitalismo.

Pero Žižek no señala algo que a mi entender es central en el modelo, en los discursos y en el accionar de Laclau: y es que el populismo no lo es sin un líder, y sin el verticalismo que dicho líder produce y reclama. Alemán tiene un doble posición al respecto: por un lado sostiene que “no hay problema con que haya un líder” [3]. Pero por otra parte va a postular la necesidad de que haya un “Colectivo más allá del líder y las identificaciones” [4]. Es evidente que la segunda postura contradice a la primera. Es entendible. Por empezar, porque hay distinto tipo de liderazgos. El populista se caracteriza por lo carismático, por hacer semblante de figura parental, por ser parte de una política más pensada “desde arriba”. El riesgo es –entre muchos otros- la fragilidad del colectivo al depender de esa figura.

Aun cuando la crítica de Laclau hacia Žižek –y de alguna manera hacia Badiou-es que éste pretende al proponer la revolución alcanzar a la Cosa (el objeto a, causa del deseo), pienso que no es algo diferente lo que ocurre en el encuentro con el líder. Resulta que el encuentro con La Cosa puede ser el encuentro con el/la amante, el líder, la revolución, un estado místico, etc. El líder habiéndose convertido en objeto causa de deseo ofrece un ideal de completud. Por eso no es de extrañar lo sostenido por Alemán en estos días. Cito: “–Mi amigo Ernesto Laclau habla del "momento populista" como un momento en el que se articulan demandas insatisfechas, no satisfechas por las instituciones. ¿Pero qué es lo que ocurre cuando esas demandas son satisfechas? Una vez satisfechas, tal vez se retiren (los sujetos) de la voluntad colectiva transformadora. En este proceso también influyen las identificaciones: la gente se empieza a identificar con figuras mediáticas, o de donde fueren, que no la conducen al proyecto en el que se sostendrían sus propios intereses”. [5]

Para terminar con esta breve excursión, una cita de Omar Acha respecto de las aporías de los regímenes populistas, que es de suma actualidad y pertinencia para la cruda realidad socioeconómica y cultural que vivimos con el régimen macrista: “Esto –los caminos sin salida- se verificaría en la historia concreta de figuras democráticas en las que una vez cuestionada, incluso moderadamente, la distribución burguesa de la renta, fueron desencadenados movimientos autoritarios de indudable fondo burgués. Fue lo que ocurrió en América Latina con los gobiernos populistas que, sin poner en debate las relaciones capitalistas de propiedad, tensionaron las relaciones entre las clases. No es que pusieran en cuestión la existencia misma de las clases, la propiedad privada ni la explotación. Por el contrario, buscaron construir un capitalismo más fuerte, más autocentrado con un mercado interno industrial complejo y un mayor consenso entre la clase obrera y, en rigor, aspiraron a tornar un poco menos injusta una realidad injusta. Esa pretensión fue arrasada en nombre de la república y la democracia”. [6]

Como sabemos, Alemán reivindica –junto con Stavrakakis- la existencia de una izquierda lacaniana. Sostiene que el actual “es el primer régimen histórico que intenta alcanzar la primera dependencia simbólica” [7]: llevaría a cabo así lo que denomina el “crimen perfecto”, y ese sería el lugar de la izquierda lacaniana. El sujeto y la subjetividad quedarían subsumidos: sería la virtual desaparición del sujeto.
Para tratar críticamente esta tesis de Alemán, lo que a mí me interesa resaltar es la cuestión de lo ilimitado que habita en el inconsciente, que ignora a la castración. La gran novedad es que ha surgido un régimen que lo satisface y que pretende “convencer” al sujeto de que la castración podría no tener lugar. Por eso es tan difícil erradicarlo. Ya no es –como veíamos- un poder asentado en la renuncia y que produce severidad superyoica: es la satisfacción, que siempre es insuficiente, la que genera un sentimiento de estar en falta y culpa por estarlo. Es cierto, como Alemán sostiene, que hasta la muerte se vive con culpa: yo agregaría que la enfermedad también, la no felicidad también, la pobreza también: algo habrá hecho mal el sujeto para ser pobre, enfermarse, morirse, no ser feliz. En el DSM abundan ejemplos de la psicopatologización de aquello que se desvía de los ideales del capital, que –insisto- son impuestos por el poder como modo de dominio. Así, el capitalismo triunfa allí donde fracasó la Iglesia: promete felicidad aquí, ahora, tangible. Se alimenta del deseo sin límites que habita en el inconsciente, que rechaza a la castración. Es así como la salvación se ha secularizado. Y libera así pulsión de muerte.

El consumismo hace realidad por breves instantes lo que el inconsciente desea: que no haya límites, encontrarse con el objeto originario, con el objeto a… pero para luego volver a perderlo (esa es la secreta estrategia) y lanzarse a la búsqueda de otro objeto. Este ideal es imposible. Eso destruye el mundo simbólico, de modo lento e insidioso. Así se extrae de la tesis de Castoriadis en Ante la guerra referida a la destrucción del lenguaje, que personalmente he complejizado al incluir la destrucción del afecto [8]. Es así la destrucción del campo simbólico. Y la destrucción o imposibilidad de crear –a nivel individual- los representantes representativos de la pulsión.

Si el capitalismo actual le da al inconsciente lo que este demanda: lo ilimitado, estamos ante un nuevo problema, no presentado en mundos simbólicos previos. Un nuevo modo de la dominación.


Subjetividad y sujeto

La aseveración citada de Alemán respecto de que el régimen capitalista “intenta alcanzar la primera dependencia simbólica” conduce a esta pregunta: ¿es posible una socialización/reabsorción social completa de la psique? Sería una suerte de colonización del inconsciente. No habría distancia entre el sujeto y el Otro –ni entre sujeto y subjetividad-. Es más, Alemán profundiza esta idea hablando del riesgo de la supresión del inconsciente. [9]
Veamos si esto sería posible. Para empezar: ¿hay algún momento en el cual la sociedad instituida no esté presente para el infans? Lacan sostuvo que el inconsciente es el discurso de Otro. Los objetos originarios bañan al infans con un discurso que proviene del Otro, pero sabemos que esto está sometido a la propia actividad psíquica del infans. Ocurre que aun en los estadios más tempranos de estructuración del sujeto, su mundo pulsional, la represión originaria misma, están en relación a lo instituido. Es la sociedad la que decide sobre lo que debe reprimirse, la que ofrece objetos para la sublimación, también objetos para la satisfacción pulsional: crea destinos de la pulsión y modelos identificatorios. Así que la diferencia entre sujeto y subjetividad no es tan fácilmente apreciable: es indecidible. El sujeto psíquico contiene las modalidades propias de la psique humana y las primeras traducciones referidas al encuentro con el cuerpo y con el otro. Pero que no son del todo ajenas al mundo instituido, aunque sí absolutamente propias y originales. Porque entre el psiquismo y el Otro se encuentra la figurabilidad psíquica: eso que Castoriadis llama imaginación radical. Sin tener en cuenta este factor el riesgo es considerar que los sujetos podrían devenir autómatas (como en 1984) o autistas. Es decir, sería posible el “crimen perfecto” señalado por Alemán.

El capitalismo no es un caso aparte del hecho de que toda sociedad interviene desde los primeros momentos en la conformación del sujeto. Ahora: siempre hay una separación, una diferencia entre el discurso del Otro y el sujeto. Lo que tiene lugar en la actualidad es el modo insidioso en el cual el poder instituido que tiende a invisibilizarse vía su naturalización- se hace presente en el psiquismo de los humanos dificultando la distancia entre el sujeto y el Otro. Pero no anulándola.

Vuelvo a lo ya dicho: no hay socialización sin resto. No se puede suprimir el inconsciente (sería postular que no hay represión, ni originaria ni edípica ni post edípica) ni por lo tanto el fantaseo, tanto como el surgimiento de una nueva idea, o de la reflexividad: todo esto puede verse acotado, pero no suprimido. Entonces, el llamado “crimen perfecto” por Alemán sigue los dictados de la criminología: es altamente improbable, rigurosamente hablando: es imposible.


Finale (¿?)

En el hasta ahora último capítulo de House of Cards Francis y su mujer, que se postulan para ser Presidente y vice respectivamente –pero ahora elegidos por el voto- mientras miran la decapitación de un estadounidense a manos de un comando similar a Isis, se prometen mutuamente -sin quitar su mirada de ese horrendo espectáculo- que, viendo flaquear sus posibilidades de acceso al poder, están decididos a desatar el terror, a producir su propio Armagedón. Peor del que se ve en la pantalla a la cual asiste espantado todo su gabinete, que aparta la mirada. ¿Será así el final del capitalismo?

Tiene buena prensa ser optimista o pesimista. Sobre todo ser pesimista. Es cierto que estamos ante la posibilidad de que ocurra un cataclismo ecológico o atentados que desaten una guerra ilimitada. El poder instituido, que está en manos de grandes corporaciones de la burguesía y que no se impone necesariamente por la fuerza ni la amenaza, pretende producir una subjetividad desde la cuna. He señalado mi doble desacuerdo con Alemán en este punto: por un lado porque no es tan clara la separación entre sujeto y subjetividad. Por otro lado porque hay algo indomeñable en el psiquismo sea cual fuere el poder reinante. Algo que puede crear un poema, un campo de concentración, un síntoma, una sociedad capitalista, un estado totalitario, una sinfonía… Castoriadis lo llamó imaginario radical. Que creó también el proyecto de la autonomía, el cual permanece como un virus en el cuerpo social; a veces latente, otras, activo. Estamos así los que decidimos –porque así lo queremos, ya que la política es el terreno de la doxa y no de la episteme- perseverar en la existencia de una forma de vida en la cual la libertad, la justicia, la verdad, la igualdad se impongan al dominio de una clase sobre otra. Y cuando hablo de igualdad no me refiero a ese eufemismo de decir que es igualdad de oportunidades, sino de acceso a bienes materiales, culturales y, sobre todo, de igualdad de acceso al poder.

Este proyecto es una tendencia, un camino, no es un punto de llegada. No implica un estado final de las cosas, una utopía, un final feliz ni mucho menos. La presencia de la asociabilidad de la psique y la pulsión de muerte, la del inconsciente y por lo tanto la imposibilidad radical de una transparencia social plantean un imposible de la vida en común: esto obliga a una actividad sin fin. Una actividad permanente de interrogación sobre lo instituido y un estado de alerta y vigilancia sobre el poder. Lo cual implica considerar que una vez destituido o desplomado sobre sí mismo el capitalismo como forma de vida, dicha actividad no se cancelará: porque la lucha entre esos dos proyectos tampoco cesará. Mientras, la tarea de interrogación de lo instituido a través de todos los medios que sean posibles, es indispensable.

Castoriadis en abril de 1996 –un año antes de su muerte- en el final de una conferencia multitudinaria  realizada en la Facultad de Psicología de la UBA dijo:
“(…)“Entonces en estas condiciones, no hay que sorprenderse acerca de que la lucha por una sociedad autónoma se hace difícil; por supuesto que el proyecto de la autonomía siempre está allí, y es más válido quizás hoy que nunca, pero por el momento parece haber perdido la eficacia social, y haberse escabullido entre los escombros del movimiento revolucionario obrero. Ahogados por el ruido de esta sociedad de consumo y mediática los individuos están privatizados, los lugares de socialización positiva desaparecen: la fábrica, el barrio, la pequeña ciudad de provincia, o incluso la escuela...todo esto está en crisis hoy. (…) (…) quizás piensen que esta descripción es pesimista. La cuestión no es si es optimista o si es pesimista, sino saber si es correcta o no. Porque no se puede ser verdaderamente optimista, salvo si se está henchido de ilusiones; un optimista que es optimista porque está lleno de ilusiones es peor que el peor de los pesimistas, porque en cuanto se le vengan abajo las ilusiones, el también se va a desmoronar, se va a su casa y no hace nada. Y entonces, efectivamente, mi análisis puede parecer, y es, sombrío, porque se ocupa de lo que parece hoy, y de lo que se manifiesta. Y lo que se manifiesta es un estado de la sociedad, en el cual, por el momento, el proyecto capitalista ocupa todo el lugar. La otra cosa, si es que hay otra cosa, trabaja en las profundidades de la sociedad, y por eso no la podemos ver fácilmente. Cada tanto podemos ver alguna manifestación. No se le puede ver, pero tenemos que ayudarle a manifestar, trabajar para que se manifieste. Y para eso la primera condición es que seamos verdaderamente lúcidos en cuanto a la realidad”. [10]

¿Qué es –me pregunto- lo que trabaja en las profundidades?
Recordemos que han ocurrido grandes cambios en la subjetividad por fuera de la lucha partidaria o revolucionaria durante el siglo pasado: mujeres, jóvenes, homosexuales, los negros en EEUU: son subjetividades que se alteraron y alteraron su lugar a partir de luchas realizadas y también- en algunos de estos casos- por los efectos del psicoanálisis en la polis. Y experiencias colectivas como las asambleas barriales, las fábricas recuperadas, el movimiento piquetero, los organismos de DDHH han tenido lugar entre nosotros. En estos casos se cumple lo propuesto por Badiou: la política a distancia del Estado, que en el caso de las subjetividades ha producido los cambios más permanentes.

Entonces, voy a lo siguiente: no solo el poder instituido produce subjetividad: esto es fundamental. Existe un infra poder radical en la sociedad, un poder instituyente colectivo. También manifestado en  la revolución de los soviets, Mayo del 68, el movimiento hippie, el Cordobazo, los eventos de 2001/2002, las asambleas socio-ambientales en la actualidad, etc. Me detengo en estas últimas, que debieran llamarnos la atención ya que implican algo absolutamente novedoso: la coexistencia de democracia directa con representativa. Han logrado frenar en muchos casos la explotación minera a cielo abierto, empujando a la derogación de leyes y alterando el funcionamiento del poder instituido. Tal vez algo nos estén señalando en relación al futuro.

No hay fórmulas ni una clase llamada a llevar a la humanidad hacia el paraíso –que además no existe-. Y nadie puede dice lo que hay que hacer, ni siquiera Marx pudo. Porque no se puede: la política es el terreno de la invención. Una muestra de la  indeterminación en la Historia. Que hace que haya Historia.

Para terminar, vuelvo sobre el inicio de este trabajo: cómo hacer del psicoanálisis un hecho político de la ciudad que esté a la altura de la intervención freudiana. Entiendo que la cuestión pasa por remarcar el estado de agitación pulsional que produce el capitalismo actual –liberando pulsión de muerte-; también –y por lo tanto- que ya no se trata del malestar en la cultura exclusivamente, sino que hay algo que está más allá de este malestar; y esto es porque hemos pasado de una cultura que exige renuncias a otra que exige placer sin límites; que presentaciones clínicas como las adicciones, anorexias, bulimias, afánisis, depresiones, patologías psicosomáticas, crisis de angustia y esa suerte de epidemia de los denominados ataques de pánico, etc. –que no son estrictamente nuevas pero que su frecuencia ha aumentado, así como su superposición con cuadros neuróticos y psicóticos- tienen directa relación en su prevalencia con el estado de la cultura, habiendo dejado de ser las neurosis el paradigma central de la clínica. Debe revisarse lo que conocemos como complejo de castración que hace de la aceptación, renegación o forclusión de la diferencia sexual anatómica el ordenador por excelencia de la clínica. Lo que conduce a otra intervención política que es separar a la sexualidad de la perversión –que estuvo ligada a la renegación de la diferencia sexual anatómica y a la homosexualidad: así, puede ser perverso un heterosexual, un homosexual, un transexual, etc.; reservando dicho término para casos en los cuales el otro es desubjetivado y sometido a la crueldad del perpetrador. Siguiendo en esta línea, es indispensable políticamente erradicar del corpus teórico toda presencia del orden patriarcal. Estas son algunas intervenciones políticas posibles del psicoanálisis.


[*] Texto que fue leído parcialmente en el Colegio de Psicoanalistas, agosto de 2016, y en el Congreso “El porvenir de un encuentro: el psicoanálisis en la actualidad,  a 160 años del nacimiento de Sigmund Freud”, organizado por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario, Octubre de 2016.

[**] Recomiendo para un mayor desarrollo de algunos de los puntos aquí expuestos la lectura de Ataques de pánico: lo actual y la actualidad.



 
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Notas
 
[1] Alemán, Jorge, Horizontes neoliberales en la subjetividad, Grama, Buenos Aires, 2016.
[2] En https://psicoenelvientredeunaballena.wordpress.com/2016/04/20/emision-21-psicopolitica-como-el-capitalismo-nos-enferma/
[3] Alemán, Jorge, ob. cit., pág. 75.
[4] Alemán, Jorge, ob.cit., pág. 177.
[5] En http://tiempoar.com.ar/articulo/view/60071/el-establishment-ya-prepara-un-candidato-paralelo-para-asegurar-la-gobernabilidad
[6] Acha, Omar, Vivir en democracia: optimistas y pesimistas en la izquierda.
[7] Alemán, Jorge, ob. cit., pág. 14.
[8] Franco, Yago, El gran accidente, la destrucción del afecto.
[9] En Alemán, Jorge, ob. cit. , pág. 181.
[10] Castoriadis, Cornelius, El giro del capitalismo contemporáneo, conferencia dictada en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, abril de 1996, transcripción propia.
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