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La Infancia y la Adolescencia ya no son las mismas *.
Qué se conserva hoy de la infancia que conocimos
Parte 1
Por Silvia Bleichmar
 

El tema que me propusieron y que yo de alguna manera elegí de acuerdo a lo conversado previamente, tiene que ver con una pregunta: ¿qué se conserva hoy de la infancia que conocimos? Voy a aclarar por qué dije “infancia” y no “niñez”; en realidad no lo medité previamente, pero me doy cuenta ahora que estoy frente a ustedes, que la diferencia es que la niñez es un estadío cronológico mientras que la infancia es una categoría constitutiva. La niñez tiene que ver con una etapa definida por el desarrollo mientras que la infancia tiene que ver con los momentos constitutivos estructurales de la subjetividad infantil. Por eso la apelación al concepto de infancia que tradicionalmente se usaba para los que no hablan y, aunque en el psicoanálisis ha sido muy usado para el niño antes de que tenga lenguaje, creo que la categoría de los que no hablan en el caso de la infancia se marca por este nuevo paradigma, por esta nueva propuesta, del niño como sujeto. En la medida en que los niños, aunque hablaran han estado privados de palabra por muchos años. De manera que la idea de qué es lo que cambia o qué se conserva de la infancia que conocimos, se abre en una doble dimensión. Por un lado, en qué marco se constituyen hoy las condiciones de producción subjetiva de la infancia. Por otra parte, de qué manera hay un desfasaje entre las condiciones históricas que han derribado de alguna manera una serie de derechos de los niños, de derechos logrados durante muchos años en nuestro país y en el mundo -y ahora me voy a referir a algunos- y de qué manera, por otra parte, hay un deseo de reposicionarlos. Hay una paradoja en esto, en tanto los derechos que estamos planteando constituir no son nuevos sino que son derechos que se han ido perdiendo a lo largo del tiempo. Por eso hablo de qué se conserva hoy de la infancia que conocimos.

Yo siempre insisto en que la esperanza de un país se mide por la propuesta que tiene para la infancia. Es a través de lo que se propone a los niños donde se ve claramente la perspectiva de futuro que un país tiene.

En el marco de la deconstrucción de la subjetividad y de los sujetos sociales, tal como lo estamos viendo en esta etapa histórica es inevitable que los niños sean arrasados por las mismas condiciones.[1] Hay un hecho que abarca al conjunto de la sociedad y muy particularmente en la Argentina y tal vez, en parte, en Estados Unidos también, que tiene que ver con la patologización de la sociedad civil. La patologización de la sociedad civil, en este momento, es tal vez uno de los riesgos más graves que estamos enfrentando; si alguien se queda sin trabajo, se lo considera un depresivo, si un niño no puede aguantar ocho o diez horas de clase más tareas extraescolares, más clases el fin de semana, se lo considera un hiperkinético. O cambió la genética de esta ciudad, o algo está funcionando mal, en la medida en que hay una definición, hay como una propuesta en la cual el genotipo que se propone para el porteño, es un genotipo hiperkinético, a partir de que los niños ya no pueden permanecer sentados la cantidad de horas que se les propone.

Entonces, esto como para ir abriendo una cuestión que yo considero de alto riesgo y que podríamos llamarlo el fin de la infancia. El fin de la infancia en tanto moratoria de producción y de creación de sujetos capaces de pensar bajo ciertos rubros de creatividad. El terror de los padres porque los niños caigan de la cadena productiva obliga permanentemente a que los niños estén compulsados a trabajar desde chiquitos. No solamente abriendo y cerrando coches, sino también en las múltiples tareas que les son propuestas.

Cuando yo era pequeña, uno estudiaba para ganarse el premio Nóbel, como decían la mamá y el papá. Era un país de inmigrantes y de migrantes internos, con lo cual lo que se esperaba era que los hijos vivieran mejor que los padres, y se esperaba, además, que cumplieran no solamente sueños económicos, sino sueños de realizaciones narcisísticas. Actualmente los niños estudian para no vivir peor que sus abuelos. Yo tengo pacientes que dicen cosas extraordinarias, tales como: “Y bueno, si no estudio y puedo ser tachero... ¿cuánto gana un taxista? ¿Ochocientos pesos?”... Y hacen cálculos respecto de lo que les ocurriría si no estudiaran. Con lo cual hay algo que es la caída de los ideales respecto del conocimiento y lo nuevo es una concepción del conocimiento como pura mercancía en la cual los sujetos están preparándose para poder ser subastados en el mercado de intercambio.

Este es uno de los aspectos que tienen que ver con el fin de la infancia y que trae como consecuencia, también desde otro ángulo, la patologización.

El segundo tema al cual quiero referirme es a los cambios en los modos con los cuales esto influye en la transmisión de conocimientos y en la forma en la cual se posicionan los niños ante los adultos que transmiten conocimientos. Es indudable que hay dos estallidos severos, importantes, no digo que sean de riesgo, sino importantes en cuanto a los modelos tradicionales. Uno tiene que ver con las formas de procreación, vale decir con el estallido de la familia tradicional y otro tiene que ver con el estallido de los modos de circulación de conocimientos. Hay una serie de falsos enfrentamientos, en mi opinión bastante pobremente planteados, respecto, por ejemplo, a la escuela enfrentada a los medios de comunicación. Como si la televisión pusiera en riesgo el que los niños estudien. Cuando yo tengo pacientes adolescentes que se sacan 4 en la botánica de Linneo y me pueden explicar perfectamente un programa entero de Animal Planet o de Discovery Channel, donde saben mucha más biología y ciencias naturales que lo que el colegio pretende enseñarles. El nuevo movimiento en los medios de comunicación ha producido, también, un estallido en los modos de los procesos tradicionales de simbolización, que a los adultos nos son difíciles de seguir. Por ejemplo, no sé si todos los presentes conocen las diferencias entre Pókemon y Digimon. Y no es un chiste, es algo muy serio: los Pókemon existen los Digimon son virtuales. Los Digimon son creados dentro del espacio virtual como otro espacio virtual. Con lo cual los niños -y yo tengo un montón de nietos con los que puedo experimentar además de los pacientes- me dicen: “Pero, abuela, es muy fácil; los Digimon no existen, los Pókemon sí existen”. Entonces, se ha producido un desdoblamiento de los espacios virtuales que implican nuevas formas de simbolización. Sabemos que la lógica combinatoria de Piaget es una adquisición histórica de la cultura. No es una lógica fundacional, como la lógica binaria. Estamos frente a modos de simbolización que no han sido conceptualizados todavía y que no estamos en condiciones aún de instrumentar y darle la potencialidad que tienen.

Entonces, el segundo elemento que ha variado es el modo de emplazamiento de la familia y de la escuela frente a los conocimientos, porque éstas han dejado de ser los centros de transmisión de conocimientos para ser los lugares de procesamiento de la información que los niños poseen. Esto a todos los niveles. Con lo cual el maestro tiene que recuperar la vieja posición de maestro, no de alguien que imparte instrucción sino de alguien que procesa la formación del espíritu.

Claro, en la medida en que esto no lo transformemos, se genera una situación muy compleja, porque para los niños pobres indudablemente los maestros son compañeros de miseria. Con lo cual, qué les van a dar bolilla si no les pueden enseñar a vivir mejor. Y para los niños ricos, los maestros son empleados de los padres. Con lo cual, qué les van a dar bolilla al maestro si lo que aprendió no les sirvió para ser jefes o pares de los padres. Ustedes se dan cuenta que estamos en una situación muy complicada para rearmar los sistemas de transferencia.

Pero, además, es indudable que los niños están totalmente parasitados por las angustias catastróficas de los padres respecto al futuro. Y no sólo de los padres; de todo el sistema respecto al porvenir, porque no tienen una propuesta. Y este es uno de los derechos que nosotros tenemos que restituir a la infancia; el derecho a..., como decía una paciente mía: “Silvia, yo no quiero proyectos, quiero sueños”. Porque en realidad es imposible estructurar proyectos si no es sobre el trasfondo de los sueños. Es imposible estudiar si uno no piensa que algún día va a ejercer una profesión. Y es imposible poder formar una pareja si uno no piensa que algún día va a poder criar bien a los hijos. De manera que la relación proyecto–sueño es un derecho que los niños tienen, derecho a que restituyamos en el eje de la sociedad. Esto del lado de la cuestión del conocimiento, la escolaridad y los nuevos estallidos.

Otro tema que tiene que ver con esta cuestión está muy ligado a un tema que Eva Giberti ha trabajado mucho con Los hijos de la fertilización asistida [2] , respecto a que las nuevas tecnologías abren no sólo un campo de producción simbólica, sino un campo de producción reproductiva. La humanidad ha tardado cientos de años, digamos milenios, en poder tener relaciones sexuales sin procrear y ahora está, en este siglo, preocupadísima por procrear sin tener relaciones sexuales. Esto es absolutamente extraordinario y se refleja muy claramente en el pensamiento infantil. Yo soy psicoanalista y he sufrido varios golpes en estos años. Por ejemplo, el día que le interpreté a una niña eso que los psicoanalistas llamamos escena primaria, vale decir la relación entre los padres como situación de exclusión y como escena de engendramiento. Y me contestó: “No, si mi ya mamá no puede tener hijos”. Otro fue, por ejemplo, una niña a la que le pregunté por qué pensaba que los hombres tenían pene. Y me contestó lo siguiente -no me contestó “porque a las mujeres se lo cortaron”, como pensaba Freud. Me contestó: “porque el espermatozoide es largo y finito y necesita un canal adecuado para ser evacuado”. Siete años tenía. Con lo cual yo tuve una sensación extraordinaria, porque era una teoría sexual infantil, no era una teoría científica. Y lo que sí se conserva es el enigma.

Un niño de ocho años me explicó hace poco todo lo que hace a las relaciones sexuales; cómo se producen, qué le pasa al hombre, a la mujer, todo. Y cuando terminó le pregunté: “¿Y vos sabés que así se hacen los chicos?”. Y me contestó: “¡No me digas! Eso nunca me lo imaginé”. Es absolutamente extraordinario cómo se reflejan en los nuevos enigmas de la infancia los nuevos modos de circulación de las grandes transformaciones científicas en el interior de las formas de la reproducción.

Yo he trabajado en estos años para diferenciar dos conceptos: uno que tiene que ver con la producción de subjetividad y otro que tiene que ver con la constitución psíquica. Porque no es cierto que todo ha variado. Yo les estoy hablando de que los niños siguen haciendo teorías sobre los enigmas. Y aunque les expliquen las cosas, siguen metabolizando y transformándolas en función de fantasías que los habitan. La diferencia estaría dada por lo siguiente: la producción de subjetividad es el modo por el cual la sociedad define las leyes o reglas con las cuales un sujeto tiene que incluirse en la vida social. Cuando yo era chica iba a la escuela del Estado, y la maestra revisaba si teníamos pañuelo. Y cuando estaba en segundo grado, como era un país que no sólo se planteaba comer sino cambiar la estructura social de sus inmigrantes, en mi escuela que era una escuela culta de provincia, de las escuelas normales mixtas de origen sarmientino, de las maestras que trajo Sarmiento de Boston, a mí me hicieron llevar comida y nos enseñaron a usar los cubiertos. La alimentación escolar hoy es un índice del nivel de regresión del país en su conjunto, más allá de que sea necesario ejercerlo y sepamos que hay una enorme cantidad de niños que requieren proteínas para aprender y calorías para poder estar sentados cuando hace frío. Pero de todas maneras ahí estamos viendo que hay una propuesta de construcción de la subjetividad que en mi época tenía aspectos verdaderos y aspectos mentirosos tales como que “el ahorro era la base de la fortuna”. Hace unos días encontré mi vieja libreta de ahorro con $ 2.50 de aquella época... Nunca retirados porque la devaluación los hizo impotables... Bueno, esto es producción de subjetividad. Producción de subjetividad en Atenas, en Esparta... los modos en los cuáles cada sociedad ha ido definiendo cómo deben ser los sujetos sociales. Una de las cosas que más conmociona, en estos momentos, es ver en los niños que la legalidad, digamos, está determinada por el castigo y no por la culpa. Vale decir, hay una transformación; no es “no lo hago porque eso es malo o feo y no sería bueno si lo hiciera” sino, “no lo hago porque me pueden agarrar”. Y esto está en el discurso parental, no es un problema de los niños. Yo voy a recordar una anécdota terrible, que me ocurrió en México, cuando vivía allá en los años duros de la dictadura. En el estado de Tabasco, un niño de la comunidad, campesino, en tránsito, fue atrapado por un robo y entonces el jefe de policía, una persona realmente encantadora, -y lo digo en serio, un hombre precisamente puesto ahí para modificar las formas conocidas de la violencia policial y la represión- llamó a la madre, que era indígena y le dijo que su niño había robado. Entonces la madre agarró lo que se llama una reata, una cuerda gruesa que usaba como cinturón, y empezó a pegarle al chico: “¿Qué te crees, que eres presidente municipal para robar?, ¿qué te crees, que eres gobernador para robar?”. El policía le dijo: “Señora, lléveselo”. Y otro niño que le ofreció dinero a la profesora de inglés para que le dé por aprobado un examen en el que él había fallado, y cuando ella, indignada, llamó al padre para informarle de lo sucedido, este señor le dice: “Claro, y le ofreció poco, ¿no?”.

Entonces, estamos frente a modos de circulación, de caída de los sistemas de enunciados valorativos que, así como antes era una vergüenza tener piojos y robar, ahora los niños tienen piojos y roban. Y se habla poco del robo en las escuelas. Los niños roban, por eso en todas las escuelas llevan los útiles con su nombre. Y no roban en las escuelas de pobres, roban en las escuelas de ricos o de clase media. Lo cual demuestra que hay una distancia, en este momento, entre la voracidad que se genera en el conjunto de la sociedad frente a la enorme cantidad de bienes que circulan y las posibilidades que cada sujeto tiene de obtenerlos. Y quisiera plantear algo asociado a eso: la miseria no engendra delincuencia, lo que engendra delincuencia es la descomposición social. Y lo que nosotros estamos viendo -y hay estudios realizados sobre, por ejemplo, poblaciones periféricas de urbes obreras empobrecidas, en relación a sectores de desocupación-, a lo que estamos asistiendo, es a procesos de descomposición social que no están determinados mecánicamente por la pobreza. Y que afectan el conjunto de la sociedad. Con lo cual esto tiene que ver con la producción de subjetividad, y no es para siempre. Lo digo en términos alentadores; la producción de subjetividad no es para siempre. Es más, yo les diría que las formas espontáneas de reconstrucción solidaria de la sociedad argentina, los modos en que se producen en estos momentos formas espontáneas de recomposición solidaria son sistemas educativos básicos para los niños. Creo que esto también es algo que hay que tener en cuenta porque sino entramos en posiciones catastróficas.

Diferencia, entonces, entre producción de subjetividad y constitución psíquica. La constitución psíquica tiene que ver con ciertos universales. Las leyes de producción de la inteligencia no varían. Los modos de la simbolización varían en sus contenidos, pero, más o menos, se mantienen en sus formas, aún cuando aparecen nuevas formas de simbolización. Y formas realmente muy interesantes e inéditas de producción de simbolización, que vamos a tener que capturar para darles una posibilidad en los próximos años.

Los modelos tradicionales han caducado o se han vuelto obsoletos en un porcentaje altísimo, digamos, de las formas tradicionales en las cuales funcionan las familias en nuestra sociedad. No me corresponde a mi decirlo, pero hay una enorme cantidad de familias en nuestra ciudad con jefas de familias mujeres, hay un incremento de la desocupación masculina con mujeres que salen a trabajar; hay una enorme cantidad de variaciones con las nuevas formas de fertilización asistida y ya se están consagrando los primeros acuerdos para cambio de atribución de sexo y posibilidades de adopción para personas solas e inclusive en víspera de posibilidad de adopción homosexual. Y alguna vez habrá nueva legislación del matrimonio para personas del mismo sexo. Hay un gran debate respecto de la adopción homosexual lo cual es una tontería porque a esta altura los homosexuales, incluso, pueden engendrar: con los nuevos medios de fertilización asistida en Estados Unidos hay una enorme cantidad de parejas lesbianas que no tienen por qué adoptar porque hacen fertilización asistida y tienen hijos dentro de la pareja. Y se turnan para tenerlo. O de hombres que consiguen una amiga con la cual hacer una implantación de semen, para poder tener niños. Entonces, dejémonos de discutir cuestiones secundarias cuando lo que se está planteando acá es qué vamos a considerar nosotros como elemento que sí se sostiene en la constitución del psiquismo respecto a la relación adulto–niño. Es indudable que el viejo cuento del Edipo, del niño que amaba a la mamá y odiaba al papá, ya tiene poco lugar: hay pocos niños con mamá y papá. Ahora los niños tienen que asesinar al padre, al padrastro, al vecino... Quiero decir que si Edipo hubiera sido porteño hubiera tenido que salir al cruce de cuatro esquinas para liquidar todo lo que se le oponía para el encuentro con la mamá.

Pero es cierto, y esto es lo que se sostiene en la constitución de la subjetividad, que no hay ninguna razón para que los seres humanos tengan hijos más que su deseo de trascendencia y de amor. Los que hayan visto “Inteligencia Artificial”, el último film de Spielberg, por ejemplo, habrán entendido que la razón por la que aquella mujer, la protagonista, quiere un niño, es para ser amada y que ese niño quiere ser amado por una madre. Yo hago una broma, a veces, y digo que los seres humanos tienen hijos para no morir de amor propio. Porque en realidad no hay ninguna otra razón, al menos en el horizonte de nuestra cultura; se acabó “la prole para trabajar la tierra”. Ahora una boca más es otra boca más para alimentar y no dos brazos más para trabajar. De manera que no hay ninguna razón para tener hijos más que el deseo de trascender y el narcisismo trasvasante; el deseo de brindar el amor de uno mismo a otro. Y esto se sostiene y se va a sostener más allá de las nuevas formas de fertilización asistida. Se va a sostener salvo que se hagan embriones humanos para transplante de órganos. Pero ahí ya no estaremos hablando de condiciones para la humanización. Ahí estaremos hablando de cuerpos humanos y no de crías humanas.

Cuando nos tocó presentar el libro de Eva Giberti que mencioné, yo decía: “que nadie se haga la idea fantasiosa de que se van a producir seres artificiales para la guerra”, porque la verdad es que con el ejército de desocupados que tenemos más las nuevas tecnologías, quién querría procrear un bebé de probeta, que es carísimo, para mandarlos a morir en cualquier lugar del mundo. Hoy les sería absolutamente antieconómico, mucho más barato les saldría mandar a los desocupados a morir en cualquier lugar del mundo. De manera que no nos pongamos apocalípticos con la idea de que se van a producir seres humanos de probeta para la guerra. Se van a producir seres humanos de distintas maneras y estos seres humanos serán amados por quienes los han encargado. Quiero decir que lo que se mantiene es esta relación adulto–niño con una asimetría de poder y de saber sobre el niño. Y que esta asimetría de poder y de saber sobre el niño implica que sea fundamental que la sociedad encuentre modos de legislación de la relación adulto–niño, en la medida en que lo que sí se conserva del viejo concepto de Edipo que los psicoanalistas alguna vez acuñamos, es que hay una circulación erótica entre el adulto y el niño que tiene que ser pautada por la sociedad en la medida en que el niño está en una situación de desventaja respecto a conocimientos y posibilidades de dominio, y que el adulto está en una posición de poder respecto al cuerpo del niño. Con lo cual hay que redefinir el Edipo. Hoy en psicoanálisis, el famoso complejo de Edipo tiene que ser reformulado en términos de la interdicción que toda cultura ejerce respecto de la apropiación del cuerpo del niño como lugar de goce del adulto. Y esto va también con la legislación del tema “Lolitas”. No puede seguir existiendo una sociedad en la cual se dice que “la nena quiso...” Como dicen las mamás: “Y, bueno... la nena quería”. ¿Ella quería pasearse en bombacha y corpiño por la 9 de Julio para ganar $ 50...? Esto es un escándalo. Los niños no pueden definir los límites por los cuales el adulto se apropia de su cuerpo. Y hay un movimiento mundial muy grave que intenta bajar la edad de consentimiento para la sexualidad. Es más, hay sectas paidófilas en este momento trabajando en Italia, en varios países, intentando bajar la edad de consenso. Y la edad de consenso tiene que ser regulada no por el deseo. La sociedad no puede definir sus regulaciones por los deseos de los seres humanos sino precisamente sobre el deseo de los seres humanos. Nosotros tenemos una experiencia muy triste en este país respecto de la historia de los niños apropiados en la dictadura, donde se pretendía legislar de acuerdo a lo que los niños sentían. No se puede legislar de acuerdo a lo que los seres humanos sienten. Se tiene que legislar respecto a las acciones de los seres humanos y luego hacerse cargo de los sufrimientos que se producen.

Cuestiones que siguen variando también en la subjetividad infantil en los modos en los cuales circulan los enigmas. Yo señalé que la diferencia anatómica ya no tiene las respuestas que tuvo en el Siglo XIX e inclusive en el XX avanzado. Pero los niños siguen teorizando sobre la diferencia sexual anatómica.

Y también han variado los modos de la angustia. Yo no recibo prácticamente en este momento, más que en porcentajes mínimos, niños varones que tengan angustia de castración. Pero si recibo niños que tienen angustia de pasivización y de penetración. Hay una enorme angustia violatoria en los niños de este país, en realidad en todo el mundo, en Estados Unidos, que empapa al conjunto de Occidente, al menos en la parte del continente que nos ha tocado. Quienes hayan visto Ciudad de Ángeles [3] podrán recordar cómo hay un niño que puede morir porque le dijeron que “no debe hablar con los adultos porque son peligrosos”. Y una de las cuestiones que se redefine hoy es la cuestión abuso. Cuando se discute la nueva ley del menor, una de las problemáticas que se toma en cuenta es que las penalizaciones tienen que ser mayores para aquellos que tienen responsabilidades específicas con los niños. Para los miembros de las fuerzas armadas, maestros, padres, padrastros, sacerdotes... Todos aquellos que tienen poder de convicción sobre el niño que hace al niño más inerme frente a sus funciones y que, además, produce una caída de las condiciones de confianza en la infancia en el sostén que el adulto debe brindarle. La vieja idea que entre un niño de 12 años y uno de 6 se han bajado lo pantalones en el baño, en juegos sexuales, es ridícula. Los juegos sexuales se dan en simetría. No se dan en asimetría. Hay niños en este momento tratando de sodomizar a otros más pequeños, en los baños. Con lo cual hay una tarea muy compleja que es cómo regular estas situaciones de desborde sin transformar las escuelas nuevamente en un panóptico. Sin producir terror en la sociedad civil y sin incrementar más formas de fractura de los lazos sociales. La única manera de hacerlo es restituirles a los niños la palabra. Lo único que puede posibilitar esto es que los niños tengan condiciones para enunciar respecto a los hechos que padecen. Es indudable que esto ha cambiado enormemente en la Argentina. Hace unos años no se escuchaba a los niños cuando denunciaban situaciones de abuso. Y hoy se los escucha y hay un alto índice de alerta, respecto a eso. En general, se les empiezan a creer cada vez más y se empiezan a tomar medidas, más allá de lo dificultoso que es siempre la cuestión probatoria. No es mi tema, pero yo he estado trabajando, junto con otros colegas, en situaciones en las que hay que definir, para trabajar, no sólo sobre el discurso, sino sobre las formas indiciarias que aparecen. Vale decir, en situaciones traumáticas los modos en los cuales la realidad se nos hace evidente es a través de indicios y no solamente a través de fantasías; los niños pueden fantasear mucho pero los detalles que aparecen en los dibujos o en los relatos no son fantasiosos, no son imaginarios. Fracturan el orden del fantasma y dan cuenta de un elemento real no digerido. De manera que el trabajo con nuevos modelos para producir posibilidades diagnósticas de situaciones traumáticas severas que atraviesan los niños forma parte de nuestra responsabilidad.

Una o dos cuestiones más para ir cerrando mi intervención y abrir la posibilidad de debate.

Estas nuevas formas que se van produciendo, indudablemente establecen una interceptación en los modos en los cuales se van constituyendo los procesos de pensamiento. Los niños no solamente están trabajando un exceso de horas en este momento, sino que están bombardeados por una cantidad de excitación que no pueden metabolizar a partir de los medios que poseen. Quiero decir que hay un acceso desmesurado relacionado por supuesto con los modos de la comercialización; los canales que, en horario de no protección al menor, durante el día, dan los avances de lo que va a ser visto a la noche, en horario de protección al menor. O, por ejemplo, todo lo que tiene que ver con los “Reality Show”, que los niños miran esperando el momento en que pase algo. El tema de los reality show es muy impresionante; ustedes vieron que en los canales de aire en este momento prácticamente son todos reality show. Se acabaron los programas con argumento.

Es tal la cantidad de información que los niños están hoy obligados a incorporar que queda muy poco tiempo para procesarla. Con lo cual la falta de procesamiento disminuye toda posibilidad metabólica y en la medida en que no hay posibilidad metabólica, lo secundario y lo principal pasan a ser del mismo orden. ¿Por qué? Porque nadie sabe cuáles son los conocimientos que van a sobrevivir en cinco años. Es tal la velocidad de caducidad de los conocimientos que nadie se atreve a erradicar algunos y a dejar otros. Entonces se les da simultáneamente una enorme cantidad de conocimientos a los niños, por supuesto, más los que ellos perciben por otras vías; ustedes vieron que hay toda una jerga en este momento entre los púberes y los adolescentes que está totalmente atravesada por los modelos informáticos.

El tema es el siguiente: cómo hacemos para crear, sin hacer un discurso moralista y vacío, el contexto de procesamiento de estas condiciones. Porque indudablemente en la medida en que los sistemas psíquicos entran en cortocircuito a partir del exceso de estimulación que recibe, más el deterioro de las pautaciones valorativas respecto de la función del conocimiento, más las formas en que se superponen permanentemente modelos interhumanos de adquisición de conocimientos y modelos mecánicos de adquisición de conocimientos (y cuando digo “mecánicos” me refiero a que un chico puede perfectamente autoabastecerse de conocimientos con la computadora, sin necesidad de un adulto que lo ayude a procesarlos). Con lo cual, en la medida en que no hay un adulto que lo ayude a procesar la información, hay una enorme cantidad de conocimiento que ingresa adecuadamente y otra que ingresa fantaseado. Siempre el autodidactismo ha producido estos engendros extraños que hacen que las teorías circulen sin posibilidad de intercambio con el otro. En última instancia el control del delirio está dado por el intercambio intersubjetivo. No hay manera de controlar la validez del conocimiento si no es bajo dos formas: la forma de su aplicación y la forma de la intercomunicación. Y en la infancia no hay aplicación posible, lo que hay es intercomunicación.

Entonces, una de las cuestiones es la siguiente: cómo los adultos logramos una mediatización, con estas nuevas formas de subjetividad, para que no estallen en la posibilidad de producción de inteligencia, para que no estallen en la posibilidad de organizaciones que al mismo tiempo sean creativas y, además, racionales.

Esta es la bisagra compleja en la que estamos colocados en este momento del proceso de adquisición y producción de conocimientos.

Y, por otra parte, cómo producimos formas metabólicas ordenadas respecto a la circulación de información sexual sin que esto se convierta en una regresión oscurantista respecto al apartamiento del niño de los conocimientos que la sociedad está obligada a otorgarle para que pueda constituirse como sujeto social.

Termino con una cuestión que me parece muy importante.

Es indudable que el riesgo mayor, en general, en la sociedad occidental, y que muy especialmente nos atañe a nosotros, es un estallido de los procesos de subjetivación. Vale decir, una cosificación de los procesos de inserción social con desaparición del reconocimiento del otro en tanto otro. Esto está dado de múltiples maneras y nuestra sociedad argentina arrastra situaciones terribles. Yo siempre digo que uno de los problemas más serios que tenemos los argentinos es nuestra capacidad de inventiva. En los setenta tuvimos la represión, después tuvimos la hiperinflación y ahora tenemos la recesión.[4] Pero lo más serio de esto es una cierta contigüidad, riesgosa, de la fractura de los procesos de subjetivación. Hay intentos espontáneos extraordinarios. Pero creo que tenemos que plantearnos seriamente espacios como éste para pensar cómo no nos dejamos ganar por las formas de desubjetivación imperantes que tienen que ver con la patologización, por un lado -cuando digo “patologización” me refiero a la etiquetación del niño en hiperkinético, hiperactivo, desatento, dislálico, discalcúlico, dispráxico, dismamítico... lo que quieran-, pero realmente esta desestructuración en la que ha entrado la infancia, en una descomposición sintomática por una parte, que me parece altamente riesgosa, y por otra parte en la transformación de un niño en un sujeto destinado a la cadena productiva, sin posibilidad de producción en términos intelectuales.

Es verdad también que los chicos están en este momento, además de en múltiples tareas, en múltiples tratamientos. ¿Por qué? Porque hay una suerte de perfeccionismo de capacidades, con lo cual tienen exceso de tratamientos de todo tipo: psicológico, fonoaudiológico, psicopedagógico. ¿Ustedes vieron el porcentaje de niños que requieren psicopedagoga y que requieren auxilio escolar? Días atrás me sorprendí mucho; encontré en la facultad de psicología cartelitos de gente que se ofrecía para preparar alumnos para los exámenes de la facultad. Yo no podía creer que la gente necesite de otro para prepararse para los exámenes de la facultad. Por supuesto, tiene que ver con una caída de los hábitos de estudio, tiene que ver con un nivel de irracionalidad importante en los modelos y tiene que ver también con una falta de trabajo personal enorme. Y además con facultades tan multitudinarias, y la enseñanza más personalizada requiere grupos más pequeños, y entonces la gente paga maestro particular para preparar psicopatología II. Después, que nadie se analice con ellos... ¿ustedes se imaginan al tipo que preparó con un profesor particular “Psicopatología” en la facultad? ¿Y al tipo que preparó “Clínica Médica” en Medicina con el maestro particular...?


*
Conferencia pronunciada en el marco del Curso “La niñez y la adolescencia ya no son las mismas - Lo que todavía no se dijo”, en el Centro Cultural San Martín, organizado por el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, el jueves 4 de octubre de 2001.

Sigue en Parte 2
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Notas
 
[1]A fines del año 2001, cuando fue pronunciada esta Conferencia, Argentina atravesaba una profunda crisis social, política y económica.
[2]Giberti, Eva et all: Los hijos de la fertilización asistida, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2001.
[3] Ciudad de Ángeles, (Short Cuts), 1993, dirigida por Robert Altman, de Estados Unidos.
[4] Vale la pena recordar que dos meses después de esta Conferencia apareció “el corralito”. En Argentina se denominó así a una restricción, en los bancos, a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro impuesta por el gobierno de Fernando de la Rúa en el mes de diciembre de 2001. El objetivo que se perseguía con estas restricciones era evitar la salida de dinero del sistema bancario, intentando evitar así una ola de pánico y el colapso del sistema bancario.
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