"El Apocalipsis lo causará el capitalismo y la avaricia humana".
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Stephen Hawking |
1. I can't get no satisfaction, I can't get no satisfaction
'Cause I try and I try and I try and I try
Como sugieren Mick Jagger y Keith Richards, el placer es complicado, pero más aun sus excepciones.
Empecemos esta vez por el Principio. En Más allá... Freud parte de hechos: la repetición y la existencia de procesos que se desarrollan más allá de los límites dentro de los que se modula el placer; no todo se hace y se repite por puro placer.
Freud nos causó un problema cuando llevó a la pulsión de otro nivel de abstracción. El más allá del Principio de placer freudiano admite otra interpretación, como algo anterior al Principio de placer, en el sentido de lo que existiría antes de su instalación. Esto supondría otorgarle a la pulsión de muerte una existencia previa inclusive a la emergencia de las pulsiones sexuales, algo definitivamente contario a la teoría del apuntalamiento.
Creo que podemos aclarar la cuestión separando los postulados en niveles:
- en el primer nivel repeticiones y acciones realizadas por placer;
- en un segundo nivel, repeticiones determinadas por algo más allá del Principio de placer;
- en el tercer nivel, un conjunto de consecuencias pulsionales a las que da un sentido definido: su función de llevar al cero la energía, en última instancia, a la muerte.
Me parece esencial distinguir por separado los últimos dos niveles.
En lo que llamé nivel dos, las pulsiones que operan más allá del principio de placer son las que constituyen el objeto del trabajo cotidiano en cualquier consultorio psicoanalítico; las del tercer nivel, más abstractas, no.
Creo también que cuando la pulsión del nivel tres recibe el nombre de pulsión de muerte -y más aun cuando la radicaliza hasta corporizarla en la figura mítica de Thánatos elemental-, le otorga, mediante hipóstasis, un carácter trascendente. Es decir que la pone por debajo, como fundamento de la repetición que violenta el principio de placer, le da al término especulativo una entidad concreta y lo propone nada menos como el principio rector por excelencia.
En síntesis, no tengo dudas acerca de la repetición, pero sí respecto de la existencia de un movimiento pulsional inmanente que tiende al cero, a la extinción de la energía de la vida.
Si nos mantenemos en el plano que todos compartimos acerca de la existencia de un más allá del principio de placer, creo que debemos salvar un equívoco implícito, ¿es patológico incrementar la excitación y seguir el deseo más allá, y contrariar el placer tranquilo o modulando la tensión mediante la descarga? Freud mismo lo desmintió en El problema económico de masosquismo: el incremento de la excitación también es placentero, y es el placer por excelencia, y sus límites no son precisos; en más de una ocasión nos vemos llevados por esa excitación más allá del principio de placer.
¿Quiénes, aparte de los sujetos con carácter fóbico y especialmente obsesivos regulan sus vidas por ese principio?; ¿es posible y deseable limitase a las actividades moderadamente placenteras? Creo que no. Pero claro que hay una escala en ese más allá del placer tranquilo que, en su extremo, llega a la autodestrucción de sí mismo y eventualmente de otros.
La meta de la pulsión no encuentra satisfacción plena sino un gradiente, que, como dice Freud […] determina que “la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, en las palabras del poeta, «acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante» ”. [1]
El resto insatisfecho incita a la búsqueda de una experiencia completa repitiéndola una y otra vez. (Dos personas que participan de una bacanal desenfrenada salen a descansar y fumar un cigarrillo; se sientan desnudos uno al lado de la otra en silencio. El hombre le pregunta a ella: “¿Qué hacés después de la orgía?” Baudrillard).
Creo que esta transformación del placer en displacer se puede metaforizar con la banda de Moëbius, que tiene un solo lado, pero que en su torsión hace que lo que se desplaza por su superficie pueda llegar, a medida que progresa en su avance a su opuesto (en este caso la distancia, metaforiza la intensidad).
Si bien los seres humanos frecuentemente nos vemos llevados más allá de los márgenes de ese principio, debemos reconocer un límite ético: nuestra conciencia moral nos dice que no debemos actuar con otros o sobre otros adultos sin su consentimiento (¡de los menores, jamás!) y tampoco sobre grupos e instituciones de la sociedad. Y, en última instancia, las leyes deben impedir la transgresión.
2. Lo que importa es el dinero, el resto es conversación (Wall Street, O. Stone)
Muchas veces necesitamos préstamos y créditos hipotecarios, regularmente utilizamos tarjetas de crédito. Este es un modo de funcionamiento convencional de los bancos que nos permite satisfacer necesidades, satisfacer deseos y obtener placer, y a los prestamistas también.
Esa actividad financiera tradicional consiste en obtener una renta de los intereses devengados por sus préstamos y también por la valorización de la inversión. Esa es su cara “buena”, regulada por el Estado.
Esa lucrativa actividad financiera sigue existiendo, pero un segmento cada vez más importante de su actividad se transformó radicalmente desde los años '70 y especialmente desde los '80, cuando se produce la financierización de la economía, que en la primera década del siglo XXI colonizó el conjunto de la economía.
La hipótesis que presento ahora es que en lo que va desde aquellos años, la financierización lleva a que sus actores maximicen el placer de incrementar sus rentas [2] impulsados subjetivamente más allá de las formas tradicionales, especialmente desde el momento en que amplía su campo de operaciones por el hecho de que su actividad no está regulada. Es decir, sin los límites que el Estado debiera imponer para cuidar los intereses del resto de la sociedad.
¿Pero qué quiere decir financierización de la economía? En palabras de A. Appadurai es "el proceso que permite” […] el "uso del dinero para multiplicarlo por medio de instrumentos como los créditos, la especulación y las inversiones" [3] . Más sintéticamente, Stefano Lucarelli la define “ante todo como la desviación del ahorro de las economías domésticas hacia los títulos financieros”. [4]
Appadurai considera que "la actividad económica tiene un ethos especial" [...] "su transformación institucional suele provenir de fuerzas que no pueden ser explicadas sólo por factores o intereses económicos" [5]. Creo que, efectivamente, no en el sentido habitual de económico, pero quizás sí en el metapsicológico.
Cuando la especulación financiera es desregulada se permite que prosperen peligrosamente las mociones de sus agentes que son seres humanos, es decir, pulsionales. Estos sujetos a quienes la codicia impulsa más allá de los límites impuestos por el Estado, lo hacen como parte de instituciones poderosas que si bien no son ellas mismas pulsionales, están integradas por hombres y mujeres que sí lo son.
La trascendencia de estos factores juntos, financierización y desregulación, es imposible de exagerar porque tiene graves consecuencias: beneficia a muy pocos mientras perjudica al resto del planeta.
Esta etapa histórica en la que vivimos comienza en los '70, se acentúa en los '80, tiene su crisis en 2008, pero se reinventa y continúa hasta el día de hoy; influye sobre el conjunto de la economía y por lo tanto sobre la producción y el trabajo.
En 1999 se produjo revocación de la ley que prohibía la fusión de los bancos comerciales (los que nos dieron los créditos hipotecarios), por una parte, y grandes bancos de inversión y otros servicios financieros por otra [6]. De ese modo extendieron desmesuradamente el campo de posibilidades para obtener rentas [7] (por ejemplo, los bancos pudieron desde ese momento hacer algo que tenían prohibido, por ejemplo emitir bonos [8] para vender sus deudas).
¿Hay una encarnación contemporánea más plena de la hybris de los griegos?
Al infringirse esos límites que regulaban su actividad, quedamos expuestos a distintos grados de despojo sus potenciales víctimas.
En Más allá del principio de placer Freud postuló la existencia de dos barreras necesarias para el funcionamiento del aparato psíquico y del organismo (la protección anti-estímulos y la que marca los límites dentro de los que rige el régimen del placer). Pero creo que, además de estas dos, existe (¡o debe existir!) una tercera impuesta desde afuera por la cultura [9]; dentro de estas me interesa singularizar las leyes reguladoras impuestas por el Estado de Derecho.
La desregulación, la falta de límites, es como dejar el establecimiento de las leyes viales en manos de los que tienen pasión por correr "picadas". Inexorablemente habría víctimas, incluyendo algunos de ellos. O nombrar al padre Grassi ministro de Educación.
Veamos a vuelo de pájaro (catártido, familia a la que pertenecen los buitres) el desarrollo de esta historia. En la década de los '70 capitales concentrados en grandes fondos comienzan a comprar empresas de manera hostil (contra la voluntad de los propietarios) con el objeto de "reestructurarlas", venderlas y ganar con la operación. Su meta era -y es, porque esta práctica sigue existiendo- la extracción rápida de renta para que se refleje en las cotizaciones de Bolsa, de modo que accionistas movidos más allá del Principio de placer por su intensa avidez, obtengan beneficios extraordinarios y rápidos.
La avidez del capital financiero es insaciable, como para Gordon Gekko: “la codicia es buena" [“Greed is good”; G. Gekko es el protagonista de Wall Street,de Oliver Stone (1987)].
Esas rentas se obtienen, naturalmente, a expensas de la disminución del empleo y la inversión para valorizar la empresa y revenderla. Es así como la concentración económica creciente va alcanzando niveles extraordinarios. La economía real quedó subordinada a la financiera desde ese momento.
En pocas palabras, pueden tener una idea del alcance de este proceso mediante este simple dato: por cada cuatro dólares destinados a la producción hay diez destinados a la especulación.
Suele decirse que el capital financiero es dinero que produce dinero; se habla inclusive de "industria financiera". En realidad, no. La especulación financiera no genera valor, solamente lo desplaza.
El capital financiero ya gobierna el mundo porque gobierna a los gobiernos. La política convencional trata a veces de mediar pero en lo fundamental es complaciente o impotente con los que imponen condiciones.
Las instituciones financieras tienen agentes concretos que las dirigen por personas sedientas de enormes rentas, de la estirpe de Gordon Gekko, Bobby Axelrod (Billions) y Jordan Belfort (El lobo de Wall Street). La subjetividad de estos agentes está eficazmente descripta por un multimillonario financista: "Sólo pido una cosa: más".
La búsqueda de renta financiera es más pulsionante que la de ganancia de los actores de la economía real, que tiene límites poco elásticos: los salarios, la producción y el consumo y las regulaciones.
La correlación de fuerzas entre economía real y poder financiero es marcadamente asimétrica. Este último tiene en rehenes a la primera; exige imperativamente resultados e impone condiciones. En todo caso las industrias integran sus actividades de modo que puedan jugar en ese terreno (mediante la valorización de acciones y la producción de dividendos en una feroz competencia). Como dice Ch. Marazzi, “La fiancierización determina de manera fundamental los continuas innovaciones, los constantes saltos [que son] productos del biocapitalismo, y lo hace imponiendo a todas las empresas –cotizantes o no- y a la sociedad entera sus lógicas hiperproductivista centradas en la primacía de la valoración de las acciones”. [10]
3. “Dentro de la máquina del Juicio Final”
"Todas las cosas que existen, con más pasión se persiguen que se disfrutan”. Shakespeare, El mercader de Venecia (II, vi)
Voy a tomar un caso reciente por dos razones. La primera es que nos permitirá tener una idea de dos caracteres de la especulación en la etapa de la fiancierización: cómo actúa la compulsión maquínica de incrementar constantemente la renta de los inversores y para mostrar la notable ceguera de estos respecto de las consecuencias que produce la voracidad más allá de todo límite o principio regulador, inclusive el de placer. La segunda razón es que hay una muy buena película que pueden tomar como correlato de lo que quiero contarles; se trata de La gran apuesta (The big short, Adam McKay, 2015), que explica con muy buenos recursos y bastante claridad la tortuosa manera en que funciona el mundo financiero.
De todos modos, consideren que se trata sólo un ejemplo importante pero menor respecto de la penetración en el sistema global, porque los alcances de esta colonización no dejan, prácticamente, espacio sin infiltrar (En este sentido debemos incluir la deuda, no solamente como forma de lucro sino también como un modo de sojuzgamiento y condicionamiento de la economía y aun de las naciones).
La historia transcurrió en Estados Unidos y se refiere a las hipotecas subprime y los llamados derivados que las tomaron como referencia, porque constituye un caso paradigmático del comportamiento del poder financiero especulativo y porque sus consecuencias se extienden hasta el día de hoy.
Los derivados son instrumentos financieros así llamados porque sus propios valores dependen (derivan) del comportamiento del valor de diferentes activos. Esos activos pueden ser financieros (como por ejemplo acciones, bonos, tasas de interés, riesgos de no-pago), no financieros, por ejemplo commodities (cereales, petróleo, metales, etc.), así como el clima o la inflación. Los derivados constituyen contratos entre partes respecto las variaciones de los valores de activos específicos durante cierto período temporal convenido.
¿Y qué ocurrió con el derivado que tomó como sustrato los bonos sobre las hipotecas sub-prime (de alto riesgo o también "basura") en la primera década de este siglo?
La venta de propiedades mediante hipotecas se multiplicó con el fin de expandir contratos hipotecarios y obtener rentas inmensas, y se hizo con tal desmesura que incluyó prestatarios insolventes a los que se ofreció créditos llamados subprime. Es así como con el tiempo el crecimiento de esos préstamos produjo una verdadera epidemia de incumplimiento en los pagos de los préstamos. Ahora bien, los propios agentes, lejos de ver el peligro (por eso hablaba de ceguera), encontraron una oportunidad de ganar más aun refinanciando las deudas, inclusive las de sus tarjetas de crédito, con sucesivos préstamos. Este es un comportamiento típico del poder financiero especulativo: crear (y es increíblemente creativo) en cada situación que se presente nueva oportunidad de ganar más aun y más aun, aunque (o porque) se trate de situaciones críticas.
En el momento en que se empezaban a producir incumplimientos entra en escena nuestro “héroe”, Michael Burry, un brillante financista que se tomó el trabajo de analizar el comportamiento de una masa enorme de créditos en el año 2004 [11]. Y llegó a una conclusión evidente para él, pero no para el resto que estaba poseído por el demonio especulador (porque esa especulación con los bonos de hipotecas subprime conjugó voracidad, idealización, triunfo y negación, el conjunto maníaco completo). En cambio Burry observó que la tasa de incumplimientos de pago tendía a crecer hasta que llegaría a ser predominante. Por otro lado, empezó a observar que los bienes hipotecados se depreciaban, cuando la única manera de sostener esa burbuja especulativa era que el precio de las propiedades aumentara en forma constante (Dicho al pasar, las calificadoras de riesgo -nuestras conocidas Moody’s y Standard & Poor’s, por ejemplo- no bajaban la nota de los bonos que “empaquetaban” miles de hipotecas).
En este punto se produce la audaz y original iniciativa de Burry, que fue proponer que los ya existentes CDS (una especie de seguro en caso de incumplimiento de pago para otro tipo de operaciones) se emplearan respecto de los bonos hipotecarios titularizados (“empaquetados”).
Abreviemos: decidió a apostar en contra del cumplimiento de pago mediante los CDS (Debe considerarse que el conjunto del mercado financiero no veía esto ni cuadrado, aunque ahora resulte increíble; al revés, seguían pugnando por incrementar ilimitadamente sus ventas).
La operación consistió en adelantarse al momento en que para otros se hiciera evidente que las hipotecas no iban a poder pagarse, y así establecer esos seguros por incumplimiento. Hay que decir que le costó, porque los bancos que tenían esos bonos lo tomaron por loco (en parte también por sus características Asperger); creyeron que era un suicida que dilapidaba el dinero de los inversores que representaba. Algunos tuvieron iniciativas similares desde otros fondos de inversión y el proceso se extendió a otros especuladores.
El resto es historia conocida. Los impagos [12] llevaron a la bancarrota a varios bancos, entre los primeros a Lehman Brothers (en septiembre de 2008). Estamos hablando de billones de dólares de pérdidas para unos y de miles de millones para ganancias de otros. Las consecuencias de esa crisis llegan hasta el día de hoy, a causa del “rescate” de las instituciones financieras y no de los damnificados.
¿Hay alguien que piense, después de lo que acabo de relatarles, con buen sentido y sanas intenciones, que desde de estos acontecimientos de 2007-2008 se terminaron definitivamente ese tipo de especulaciones?
Si alguien piensa así, será muy noble, pero se equivoca. Si bien fueron prohibidos en algunos países como Suiza y Alemania, esa operatoria está funcionando en mercados financieros de Francia, Brasil, Sudáfrica y Japón, etc. Y se desarrolla con gran rapidez, "a medida que las entidades financieras, como polillas que vuelan hacia el fuego [¡parece una cita de Freud!], sacrifican la prudencia en aras de aprovechar estos nuevos dispositivos de generación de lucro". Lamentablemente deberíamos torcer a Hegel y hablar de una verdadera astucia de la razón financiera.
Algún espíritu inquieto que siempre tiene su pensamiento ocupado por lo local puede legítimamente preguntarse qué pasa en nuestro país. Y bien, ¡estamos en el mundo! Por lo tanto, participa de la misma lógica. Toda esta información es fácilmente accesible.
En este momento tenemos en lugares jerárquicos del gobierno al menos veintisiete funcionarios que provienen de las mismas instituciones que participaron en las operaciones que relaté. Un récord mundial. ¡Es que somos argentinos! Como dice una investigación de FLACSO, “por primera vez en la historia moderna del país un partido orgánico del capital financiero internacional accedió al control del poder junto con las fracciones del capital aliadas”. [13]
4. ¿Final sombrío?
Llegamos ahora al final. Durante la exposición pedí implícitamente al lector que se concentre en particularidades. Levantemos ahora la vista para considerar problemas que nos involucran; por ejemplo, el planeta.
Cambiemos el ángulo y ampliemos la mirada; los invito a pensar acerca de las mayores amenazas que son resultado de las actividades humanas. Si nos preguntamos cuáles son las más destructivas, cuáles producen más desastres en términos de vidas, costos sociales y daños ya probablemente irreversibles en el ecosistema, inmediatamente les vendrán a la mente las guerras y la degradación ambiental. Todos estamos de acuerdo en que la industria armamentista y las guerras son letales; que la catástrofe ecológica es producto del uso irracional de la energía y de la falta de tratamiento de los residuos, así como de tantas otras que pueden terminar con el planeta tal como lo conocemos.
Y claro que no hay dudas sobre la ruidosa destrucción producida por las armas o la actividad industrial incontrolada. Es menos perceptible la que produce silenciosa, lenta pero implacablemente el capital financiero en su variante especulativa ilimitada.
Quiero que piensen ahora, que averigüen, ¿en la relación entre el poder militar, el industrial y el financiero, cuál es el que domina a los demás?
Como dice Leonardo Boff, “La estrategia de los poderosos consiste en salvar el sistema financiero, no en salvar nuestra civilización y garantizar la vitalidad de la Tierra”. [14]
Aun si discrepamos con Freud respecto de que las pulsiones nos llevan a la muerte, nos encontramos hoy con ella en la figura ominosa de la financierización dominante que sobrevuela sobre este inmenso campo de lucha que es la historia humana.
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