Hace unas semanas, un psicoanalista llamado Del Carril, aparentemente desde el lado K de la llamada grieta, planteó en un artículo en Página/12 titulado “¿Por qué los votan?”, una hipótesis singular: el votante macrista (como si esta categoría fuera precisa, y los votantes macristas no fueran un heterogéneo conjunto de sujetos muy diversos, unidos tras un significante poderoso pero vago: ser anti K) padece de masoquismo anal (dos viñetas clínicas breves y una referencia periodística acerca de abusos en el Colegio Cardenal Newman fueron los indicios en los que asentó su hipótesis). Pretendió así hallar una razón psicoanalítica al por qué personas que fueron beneficiadas por las políticas del período K, hubieran votado a Cambiemos. ¿Porqué los pueblos pueden votar a quienes los llevan al desastre?, ya fue una pregunta que se hiciera Wilhelm Reich ante el ascenso del nazismo. El comentario podría ser tomado como chicana vulgar de barrio: “les gusta que le rompan el culo” (lo mismo, pero sin sofisticaciones teóricas). Pero su planteo era otro; buscaba anclar de modo determinístico, en un fantasma inconsciente singular, una creencia política general.
Del otro lado de la llamada grieta, justamente del lado de quienes impusieron el término, salió otro psicoanalista, más conocido como escritor, digamos, clitoridiano, muy mediático él, asiduo concurrente a los espacios donde el uso de dicho término se gestó, o al menos, se popularizó, exhibiendo su escandalizada reacción “científica” y “ética” sobre los dichos de su colega, para (desde una generalizada extrapolación) extenderla a todos los así llamados “psicoanalistas K”. Científica, porque la correspondencia macrismo-masoquismo anal, es por completo indemostrable en el campo social; en opinión de quien esto escribe, ahora y también en el futuro. (No lo expuso de ese modo, pero en la televisión rigen otros lenguajes y otros fines que el debate teórico). Ética, porque según él, y eso era lo más importante y grave, el planteo era la punta del iceberg de un fenómeno más extendido: “los psicoanalistas K usan los consultorios para cooptar pacientes anti K y cuando no lo logran, los expulsan.” (Lo que de ser cierto, autorizaría una hipótesis en espejo: los psicoanalistas K gozan perdiendo trabajo…; o sea, cada uno tiene el masoquismo que se merece)
En este punto, la cuestión cambia: del debate teórico que merece el planteo Del Carril, pasamos al cuestionamiento ético de la práctica de los psicoanalistas por el hecho de ser, o ser considerados, K. Afirmación que Andahazi hace sin medias tintas, en un programa de gran influencia, basándose, según dice, en los supuestos muchísimos pacientes que vienen a verlo con esa preocupación.
Primero, el problema científico. El psicoanálisis no puede explicar la política desde sus recursos teóricos porque corresponde a otro campo epistemológico y observacional. Pretender hacerlo implica un reduccionismo que desprestigia en un solo movimiento tanto al psicoanálisis que puede devenir pura charlatanería, como a la política que pierde su propia espesura explicativa. Este error se ha cometido muchas veces. ¿Cuántos trabajos se han escrito en las supuestamente “apolíticas” sedes de las asociaciones psicoanalíticas; en esos casos, desde el campo anti K, para explicar la llamada corrupción K a partir de la reflexión acerca del problema con la ley entendida en términos psicoanalíticos (no jurídicos) y “psicopatologizada” bajo la nomenclatura de la perversión? ¿Acaso no se ha pretendido, en un abuso de conceptos ignorados unos y usados a la ligera otros, asociar “populismo” a paranoia? Más aún, ¿no se ha llegado a dar tal lugar a la paranoia como para afirmar que “la paranoia es la única enfermedad que puede cambiar la historia”, hecho rebatible con sólo ver el lugar de la psicopatía, por dar un solo ejemplo? ¿No fue acaso uno de los grandes pensadores psicoanalíticos, me refiero al psicoanalista inglés D. Winnicott, capaz de intentar dar cuenta de los sentimientos racistas en Estados Unidos, a partir de la envidia de los blancos ante la relación de las mujeres negras con la alimentación mamaria de sus bebés?
Lo cierto es que esos desvaríos metodológicos no tienen fronteras políticas ni geográficas. Los K, los anti K, los más o menos unos u otros, podemos cometerlos. El reduccionismo psicoanalítico (como cualquier reduccionismo) es una encerrona porque las “leyes” de la política reordenan otro tipo de factores intervinientes. Ni el masoquismo anal, ni la ley del padre, ni la paranoia, la psicopatía, el narcisismo, la envidia pueden ponerse como factores causales en la complejidad de lo político, ni siquiera alcanzan para entender la complejidad de la mente humana. En todo caso pueden brindar algunas explicaciones sobre el funcionamiento mental que en ocasiones favorece ciertas tendencias que pueden ser más sinérgicas para un sistema político que para otro, o ser más proclive a desplegarse en ciertos sistemas sociales que en otros (más proclive, nada más). El proyecto Manhattan que abrió el mundo a la era del crimen nuclear y al poder industrial militar a su paroxismo sólo toma formas paranoicas bajo la visión satírica de S.Kubrick en su genial film “¿Cómo aprendí a amar la bomba?”, por lo demás, fue urdido por una red muy compleja de intereses políticos, económicos y financieros que culminó en el sistema industrial militar norteamericano, responsable de muchas calamidades que hoy la humanidad padece, entre otras, la paranoización de los lazos sociales (la paranoia queda así del lado de sus efectos no de sus causas). El verdadero peligro en ese caso, no está adentro, está afuera. Las explicaciones “proyectivistas” han sido uno de los modos más flagrantes de desmentir la experiencia social y política profunda, para convertirla en sólo fondo de conflictos intrapsíquicos. El proyecto político, económico y cultural del sistema militar industrial tiene vida más allá de las potencialidades paranoicas, aunque su vida lleve al fin de la especie. Habrá quien considere esta afirmación la de un paranoico en estado proyectivo, invadido por vivencias de fin de mundo.
El problema actual, tanto de la política como del psicoanálisis, es que el conductismo más amoral se ha apoderado de los saberes psicoanalíticos, neurocientíficos, y/o de otro orden, para utilizarlos de modo sistemático en la manipulación social: tanto cuando elegimos un producto en el supermercado, como un candidato al momento de votar. Que ciertas peculiaridades humanas puedan ser más o menos favorecidas por ciertos sistemas sociales es obvio: una sociedad que se rige por el egoísmo del mercado favorece aquellos aspectos más egoístas que en la mente humana moran y los expande. Ni crean el egoísmo ni hacen que cualquier votante macrista deba ser etiquetado como un narcisista dominado por su egoísmo. Entre otras cosas porque como los seres humanos construimos nuestros propios mundos, más o menos amplios; hay quienes pueden ser muy generosos con todos los que pertenecen a su mundo mientras ignoran todo lo que ocurre allende sus fronteras. Lo que sí se comprueba de múltiples maneras es que el neoliberalismo fomenta la creación de mundos cada vez más estrechos y fragmentados y en brutal tensión (en ese punto sí favoreciendo los climas paranoides donde todos sospechamos de todos – por eso, el terror, la inseguridad y el odio se propalan por doquier como política internacional del poder hegemónico-). Que algunas de las modalidades de su acción pueden en algunas ocasiones fomentar aspectos masoquistas, es posible; que la corrupción pueda anclar, a veces, en perversos, sin duda; aunque en el capitalismo la corrupción es tan estructural e intersticial que siempre nos agarra por algún rincón de la microfísica de la vida social. Y no todos somos perversos por ello. Las dos afirmaciones encierran verdades políticamente irrelevantes y psicoanalíticamente inconsistentes.
Del mismo modo, puede ocurrir que un psicoanalista que usa del poder mediático para intervenir como la voz soberana del psicoanálisis o la psicología sea un perverso o un canalla. Lo que nunca se podría decir es que cualquier psicoanalista que vaya a TN a hacer superficiales o inconsistentes reflexiones, lo sea, incluso cuando se demuestra mentiroso. También puede ser un ignorante fascinado por la luz de las cámaras, o un ingenuo repetidor de frases hechas, alienado en sus prejuicios ideológicos, o, también, un tipo convencido (por largos y profusos razonamientos anclado en un sistema de valores diferente) de sus ideas políticas. Todas éstas, y otras, son opciones posibles. Pero cuando pasamos a las ideas políticas, hay que discutir política, no psicoanalizar las políticas. Aunque sí resulta legítimo y hasta imprescindible dar cuenta de factores que el psicoanálisis comprueba que pueden favorecer esa reflexión.
Se podrán tener en cuenta en el análisis político factores del funcionamiento mental general, pero cuando se los singulariza creando las categorías “el macrista” o “el kirchnerista” o “el populista” o cuando se pretende manipularlos como haría un conductista sin escrúpulos, para un objetivo político, la situación deviene otra. Y Andahazi se muestra en sintonía con esos objetivos manipulatorios cuando se pretende defensor de la ética.
Si un psicoanalista tratase de convencer a sus pacientes, usando el poder de la transferencia, de que cambien su pensamiento político, hablaríamos de mala praxis. Andahazi dice saber que eso pasa porque muchos ex pacientes de otros analistas lo han ido a ver comentándole eso, nos cuenta. En primer lugar, si Andahazi pretende ser psicoanalista tendría que poner muy entre comillas esas supuestas palabras de quienes lo consultan, entre otras cosas, porque él es un anti K público y mediático, y la consulta viene preñada de una situación transferencial que cualquier analista serio pondría en caución y se rehusaría a usarla para abonar sus prejuicios ideológicos. Si algún psicoanalista, voluntaria o involuntariamente, busca convencer a sus pacientes qué piensen políticamente como él, lo que es distinto a incluir en su análisis sus campos creenciales si de ellos habla en sesión, hace mala práxis, pero si Andahazi usa el enorme poder sugestivo (transferencial) que los programas de televisión a los que concurre tienen, para convencer a la población menos advertida, aunque no haga mala praxis porque su audiencia no es su paciente, sí hace abuso de su poder usufructuando su prestigio de “especialista en temas psicológicos”, potenciado por el prestigio del programa, sostenido en el vasto poder de llegada del medio.
Este dilema se le plantea a cualquier psicoanalista que hace públicas sus posiciones políticas como ciudadano, pero cuando el psicoanálisis se usa para desprestigiar vía calumnia, estamos en otra cosa. Ya no ante el riesgo reduccionista que a todos nos puede obnubilar, sino ante la ética. La calumnia impide el debate de ideas. Y allí el problema es de Andahazi y no de Del Carril. A éste se le puede objetar su aventurada hipótesis, pero el resto del artículo despliega argumentos interesantes que Andahazi ni menciona, porque no sirven para su labor de dealer ideológico de un mundo donde no domina la paranoia sino sujetos que expresan un tipo de relación social, que parten de la convicción de que sus intereses personales deben seguir creciendo a costa de la vida de las enormes mayorías. Algunos podrán ser paranoicos, otros perversos, otros canallas, otros neuróticos, otros borderlines, unos estúpidos, otros brillantes, unos hombres, otras mujeres, unos heterosexuales y otros homosexuales, pero lo que los une es su voluntad de seguir acrecentando de modos obscenos su ganancia a costa de toda la sociedad, apoyándose en quienes están dispuestos a que esto ocurra aunque sus ganancias personales no sean especialmente relevantes. Esto es así en la Argentina, en el EEUU de Trump, en la Francia de Macron, en… la lista es demasiado larga. Eso lo pone blanco sobre negro Del Carril cuando recuerda las genocidas palabras de la presidenta del F.M.I. Chistine Lagarde: “Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global. Tenemos que hacer algo, ¡y ya!”.
Cuando Andahazi nos cuenta el cuento de los analistas que echan pacientes que se resisten a ser cooptados, de profesionales que tratan de lavar la cabeza de sus pacientes, nos oculta que los que lavan la cabeza de la sociedad de modo sistemático, organizado y científico desde los comienzos del siglo XX, con modos hipersofisticados en este nuevo siglo de la revolución tecnológica, son los representantes del gran capital monopólico mundial. Para lo cual, la mentira sistemática que los medios propalan es un aspecto central, no circunstancial. Andahazi oculta que en la Argentina, Durán Barba se hizo famoso postulando la mentira como método. Basta ver el video de Sturzenegger en Youtube explicando en una conferencia en EEUU los consejos del asesor ecuatoriano; basta mirar aquel histórico debate preelectoral con Scioli donde Macri nunca dejó de mentir poniendo cara de inocente. Transmitan Andahazi y Leuco aquel debate y comparen cada una de sus palabras con sus acciones de gobierno. Claro que Andahazi dice que todas estas cosas son calumnias. Llega no sólo a negar que este gobierno sea neoliberal sino que lo define como uno que hace “todo lo contrario”. Si es así, habría que ponerse de acuerdo en qué significan para él las palabras calumnia y neoliberal. Porque si un gobierno que endeuda al país en apenas un año y medio de un modo colosal (aprovechando que “la pesada herencia” era la de una deuda relativamente baja lograda por un gobierno nacionalista bastante poco radical, luego de décadas de gobiernos neoliberales endeudadores), con el principal fin de que las empresas (propias y ajenas) remesen al exterior sus ganancias en dólares; un gobierno que entrega el sistema satelital Arsat (otro resabio de “la pesada herencia”) al ámbito privado internacional, aniquilando uno de los mayores recursos de autonomía que en las condiciones actuales del mundo tecnológico un país puede tener; un gobierno que destruye nuestra precaria industria sin pausa según se desprende de múltiples datos; un gobierno que busca bajar la inflación reduciendo el consumo a niveles de subsistencia con salarios cada día más bajos; un gobierno que pretende llevar la explotación que llama flexibilización laboral a niveles cercanos a los albores del siglo XX, por lo menos; un gobierno que le niega los remedios a los jubilados y muchas pensiones a los discapacitados; un gobierno que ya anuncia sus ambiciones de avanzar en sus metas privatistas; un gobierno que no sólo baja el presupuesto de salud y educación, sino que ni siguiera usa las partidas destinadas a tal fin; un gobierno en el que la Gendarmería nacional participa en la desaparición del ciudadano Santiago Maldonado, y su ministra le da a la misma Gendarmería la investigación de la causa que la tiene como principal sospechosa, y hace público el nombre, domicilio, y datos familiares de UN TESTIGO RESERVADO, y acusa a la familia de no ayudar tras haberla amenazado, por lo menos, por esa vía; si con apenas estas referencias, sólo un pantallazo del ataque sistemático que el país está sufriendo, el señor Andahazi no cree que el gobierno que lo ejecuta debe ser definido como neoliberal en tendencia represiva… entonces ¿cuál lo sería? Tal vez uno que contraiga deuda, con jurisdicción en Nueva York, por 100 (¡cien!) años, a tasas enormes…. Ah, no, eso tampoco debe ser un acto de política neoliberal, porque también lo realizó la gestión de Macri. O tal vez sea una calumnia. Licencias del lenguaje. Nuestros nietos y bisnietos, tristemente agradecidos.
Se podría aceptar que alguien defienda el neoliberalismo con sus razones. Si no fuera que quienes así piensan terminan las discusiones cuando su autoritarismo lo decide, se podría discutir. Pero el que repite eslóganes vacíos, y niega lo que es, miente y se miente por partida doble e inhabilita cualquier diálogo aunque por él declame.
El problema de los dichos de Andahazi es que sirven para fomentar la famosa grieta que el gran capital promueve en todas sus formas. ¡Viste lo que dicen los psicoanalistas K! escucha el televidente que llega a su casa cansado después de un duro día de trabajo y que alterna su rato de esparcimiento haciendo zapping entre Leuco, Lanata, Susana Gimenez, Mirta Legrand, Fantino, Intratables, Tinelli, Majul o Nelson Castro, por nombrar sólo los más renombrados que monopolizan el espacio “informativo” y “cultural” para desinformar y embrutecer, por lo general, rasgándose las vestiduras sobre el problema educativo en la Argentina, sin que jamás incluyan que los mismos medios son parte estructural de la crisis educativa y cultural, en Argentina y en el mundo. En esos escenarios Andahazi suele pasear su “formación” política. En este caso, ahondando la grieta ya existente entre los mismos psicoanalistas, llevándola ahora al plano del ejercicio profesional, apelando a la mentira.
Los psicoanalistas K y los psicoanalistas macristas no son ningún conjunto homogéneo. Pero se comprueba a diario que la mentira estructural y sistemática es parte central del discurso de Cambiemos, no necesariamente de sus votantes, muchos de ellos simples consumidores de esas mentiras. No se trata de la mentira circunstancial que siempre ha teñido la vida política y la vida humana en general y que seguramente diferentes referentes del gobierno K en algunos de sus actos han usado, porque mentir es una propiedad de los humanos, que puede tener infinidad de causas, y de la que la política no está exenta. La diferencia es que para los dealers de la ideología que Cambiemos aglutina, la mentira está en su modo constante de hacer política. Por eso Andahazi apela a la canallada con Del Carril con el fin de deslegitimizarlo y con él a todos los K de los que supuestamente es parte, ¿cómo?, recurriendo a la mentira. Así, sin mosquearse, le atribuye a Del Carril ¡el ser un defensor de la pedofilia!. Lo hace leyendo un párrafo de su artículo pero amputándolo. Carril dice, lee Andahazi: “Los abusadores sexuales suelen decir, cuando los atrapan, que los niños abusados deseaban esas prácticas. Lo cual puede ser cierto en algunos casos.” Entonces Andahazi para de leer y se indigna, y mira a Leuco que también se indigna, ambos se indignan y gritan “¡Un escándalo, dice que los niños desean ser abusados, justifica el abuso! ¡Qué barbaridad! ¡Las ideas de Zaffaroni!”. (Ya que estamos, mezclemos a Del Carril con Zaffaroni para que la perdigonada tenga más víctimas). Lo que Andahazi no lee es cómo sigue el texto, lo omite exprofeso. Dice Del Carril: “(…) puede ser cierto en algunos casos. Pero eso no los habilita a responder a esa demanda, ya que lo deseado no siempre redunda en un beneficio”. Entonces, Del Carril no justifica; por el contrario, condena. Andahazi miente para que la calumnia sea eficaz. El espectador cree que si lo está leyendo al aire debe ser cierto Ignora que le están leyendo lo contrario de lo que Del Carril escribió. Sobre todo cuando sigue al párrafo subsiguiente, como si hubiera continuidad textual.
Si la ética también incluye el modo en que se respeta la verdad de la palabra del otro, parece que el neoliberal que no se reconoce tal, es consecuente con la plataforma del gobierno… para quien la palabra es un objeto a deformar a gusto, y con ella la verdad. ¿Será cierto que algún paciente le vino a Andahazi con ese cuento inverosímil de los pacientes echados o fugitivos, o habrá sido un modo de usar la crítica a la hipótesis del masoquismo como vehículo para un camino mucho más amplio de calumnias al kirchnerismo en particular, pero que nos involucra, en general, a todos los que vemos con indignación y dolor lo que en el país ocurre, en este caso, metiéndose en al campo psicoanalítico? Su modo de tomar un aspecto muy discutible del artículo, obviando todos los demás, y rompiendo el sentido de frases leídas en público, no hacen de Andahazi una persona demasiado creíble, por cierto. Otra mentira para manipular conciencias poco atentas. A esas mentiras, hoy, de un modo más bien híbrido, se las llama “posverdad”.
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