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Imagen obtenida de: https://arthemira.wordpress.com/2015/03/24/remedios-varo-mujer-saliendo-del-psicoanalista/
Secuelas del ASI (Abuso sexual infantil) (*)
Por Mar�a Cristina Oleaga
[email protected]
 
Situación actual

La OMS (Organización Mundial de la Salud) define como en mayor riesgo de sufrir ASI (Abuso sexual infantil) a los niños por debajo de los 4 años y a los adolescentes. Afecta a 1 de cada 5 chicas y a 1 de cada 13 chicos. En el 80 por ciento  de los casos los agresores son miembros de la familia o del entorno cercano. Cerca del 90 por ciento de los agresores son varones y casi el 70 por ciento de las víctimas son femeninas.

En 2015 se declaró la imprescriptibilidad de la acción penal en delitos contra la integridad sexual, en caso de víctimas menores de edad. La modificación a la Ley nacional 26061 da cabida a tiempos subjetivos variables para hacer su revelación, contando con la dilación a partir del probable daño perpetrado.  Asimismo, se impulsa hoy la modificación del artículo 72 del Código Penal, para que el abuso sexual en menores de 18 años deje de ser un delito de acción privada y pase a ser de acción pública. De lograr la sanción en Senadores, donde ingresó hace más de 5 meses, la Justicia ante una denuncia podrá actuar de oficio, sin necesidad de que los padres o tutores consientan. Esta posibilidad cobra toda su importancia en el caso del abuso intrafamiliar, del incesto, ya que en esas circunstancias, muchas veces, se logra encubrir al perpetrador. El niño no es objeto de pertenencia y, como sujeto de derecho, merece ser cuidado, si no por sus padres, por el Estado. La designación del Defensor del Niño también espera, en este caso desde hace 12 años. Como vemos, hay -para ser sutiles- poca eficiencia y atención respecto de estos temas.


ASI

Definimos al ASI -Mario Zárate (2000)-: “(…) comprende las acciones recíprocas entre un niño y un adulto en las que el niño está siendo usado para gratificación sexual del adulto y frente a las cuales no puede dar un consentimiento informado” [1]. Este lugar de “objeto” desencadena la catástrofe de la subjetividad. El crimen se comete en total asimetría por la diferencia etaria y, sobre todo, porque el abusador es, en general, una figura -padre, maestro, cura, entrenador- a quien el niño ubica en un plano de superioridad y de quien espera cobijo.

Para cada uno, de acuerdo a sus condiciones, a su historia, a sus posibilidades de elaboración, un suceso realmente acaecido puede o no devenir traumático. Es decir, lo traumático no depende exclusivamente del  impacto del estímulo sino, sobre todo,  de la posibilidad subjetiva de lidiar con él. Así, cuando Freud habla de trauma ubica su paradigma en el nacimiento, a partir de la indefensión absoluta del infans. Es la madre, o el Otro asistente el que puede digerir para el infans las vivencias que lo impactan; en tanto insignificables, incorporarlas al mundo de la significación y el amparo. Recordemos que, para Freud, lo traumático es la irrupción pulsional cuando el Otro no está allí para mitigar sus efectos. De allí que la angustia se vincule a la pérdida de objeto. Cuando decimos “digerir” nos referimos a la posibilidad de que el Otro pueda representar, significar, hacer circular simbólicamente una vivencia que,  para el infans, no está ligada. Así, el sentido, vehiculizado por el afecto, viene a mitigar un impacto y a generar un trabajo representativo, de circulación y multiplicación significativa. No desconocemos, aunque no sea éste el lugar para desarrollarlo, el valor traumático y dislocador del lenguaje. Enfatizamos su cara apaciguadora, en el inicio, para la constitución del sujeto y su humanización.

Cuando hablamos de ASI, nos referimos a una vivencia para cuya elaboración el niño no cuenta con recursos. Para que quede claro: el suceso no está dentro del mundo simbólico del niño y la irrupción pulsional que desencadena en él tampoco. El secreto, pedido por parte del victimario [2], y la confusión y dolor, de parte del niño, hacen que pedir ayuda sea muy difícil para éste. Es más, el despertar erótico -por fuera de toda posibilidad de inscripción en su mundo representacional- lo deja indefenso frente al goce anómalo y proclive al sentimiento de culpa. Es otro dato que atenta también contra la posibilidad de que el niño haga su revelación. Freud da valor a la rectificación que produce el que la representación traumática circule y se pueda resignificar. Dice: “El recuerdo de una afrenta es rectificado poniendo en su sitio los hechos, ponderando la propia dignidad, etc.”. [3]  En el caso de víctimas de ASI, y más aún de incesto, cobra importancia, ante la revelación de los hechos, su escucha y valorización por el adulto a quien el niño elige para hacerla; la tramitación que la legalidad jurídica puede agregar a esa primera legitimación y, de ser necesario, la elaboración psíquica favorecida en el ámbito tanto pericial [4] como clínico. De otro modo, al no poder elaborar este trauma los niños, frente a la irrupción angustiosa, están más propensos a la descarga motriz, a la respuesta impulsiva.


Secuelas

Sabemos cuánto se puede criticar el hecho de agrupar rasgos del comportamiento con fines diagnósticos frente a la contundencia que, en Psicoanálisis, plantea la necesidad de considerar el “uno por uno”, referido a la singularidad. Sin embargo, en el caso del ASI, se impone la enumeración de aquellas conductas y reacciones que se observan con más frecuencia. Esto es así porque la premura en actuar, en rescatar al menor del lugar de víctima, hace muy importante este rastreo y su divulgación. Los docentes, los pediatras y quienes interactúan con niños tienen a su alcance la detección de lo que, a veces, transcurre en la intimidad del hogar y en soledad para ellos.

No existe un síndrome revelador de abuso sexual pero sí una serie de rasgos que pueden hacer sospechar que ha ocurrido.  Es muy significativo, en este sentido, el comportamiento sexualizado inapropiado para la edad; asimismo los trastornos por stress postraumático –sueños de angustia, juegos o dibujos en que se representa algo de lo sucedido, dificultades en la concentración, aislamiento, hipervigilancia, etc.,  depresión y la pérdida de logros adquiridos. Es común el cuerpo agitado como vía expresiva, una impulsividad difícil de contener que raya en la violencia. Los padres, en caso de no ser victimarios, localizan un dato de ruptura en la cotidianeidad. Es el efecto de la irrupción angustiosa. Su registro o su sordera o incapacidad para responder serán datos importantes para la evolución del niño.

Sin duda, las peores secuelas derivan del incesto, el ASI intrafamiliar. Estamos en un todo de acuerdo, en este sentido, con los autores que reclaman un lugar discriminado -en el Código- para los casos de incesto. La calificación de “intrafamiliar” no alcanza para dar cuenta de la gravedad que implica este crimen. El eufemismo es ya toda una definición acerca de cómo se desconsidera su peso. Debería ser considerado un delito de lesa humanidad.

Ocurre un Trauma por Traición, Jennifer Freyd (1994) [5], cuando las personas o instituciones de las cuales dependemos para la supervivencia nos violan de alguna manera. La amnesia, según la autora, puede llegar a ser un recurso para sobrevivir en esa situación. Podemos incluir esta dimensión si los adultos cercanos no responden adecuadamente al malestar del niño, a sus cambios, o a sus declaraciones; cuando no le creen, por ejemplo.

El recurso a la negación -forma tolerada de la admisión en la Conciencia- y a la disociación afecto/representación es indispensable para el niño, tanto para sostener lo insoportable de la situación que deja en orfandad como para preservar -de algún modo- al adulto victimario. Éste es, en el caso del incesto, una figura tan significativa que al niño le es prácticamente imposible establecer continuidad en el sentido que otorga a los hechos, incluso a la representación de lo que él mismo significa para el otro.  Cuando el niño es muy pequeño, podemos asegurar que estas defensas se establecen e integran como parte de su ‘ser’. En la rigidez de estas defensas está en juego su estabilidad subjetiva.  Esto tiene que ver con lo temprano, son inscripciones que insisten sin por ello poder enlazarse a un sistema representacional -por vulnerabilidad del aparato psíquico- lo cual permitiría, al menos, un tratamiento apaciguador. Se trata de defensas que acompañan la desubjetivación  propia del ASI; que son -en el caso de niños mayores-  una última elección subjetiva y, más aún, en caso de incesto. Este rasgo es esencial para la constitución de un estímulo como traumático: la  desaparición o la inexistencia  del sujeto que podría significarlo.

Cuando el niño apela a la disociación, está y no está presente en la escena. Se disocian ideas, representaciones, o se disocia una idea del afecto concomitante, para soportar la angustia ya que no tiene posibilidad de elaborar lo que le sucede. Algunos autores sostienen que la disociación es un obstáculo para rememorar luego esas vivencias. Otros, por el contrario, sostienen que ese estado le permite fijar los recuerdos, detalles, etc. En verdad, sólo el caso por caso nos da la clave. Un color, un olor, una palabra puede quedar como ‘retazo’ de la experiencia, puede ser desencadenante de angustia, sin que -por ello-  el sujeto recuerde de dónde proviene.

El niño sufre el arrasamiento de su subjetividad. Le es imposible tramitar y elaborar unas acciones -que se ejercen sobre su cuerpo o que él mismo debe ejercer sobre el cuerpo del otro-  que le producen sensaciones ambivalentes dado que no cuenta más que con las significaciones que le ofrece su victimario y éstas no concuerdan con lo que él experimenta. El victimario insiste en confirmarle que son cosas que los adultos y los niños hacen, que todo es normal y producto del amor, al tiempo que lo amenaza con matar a alguien significativo si no mantiene el secreto de esos intercambios supuestamente tan adecuados. Esta contradicción es inasimilable. La palabra funda un pacto simbólico  sostenido por la coherencia entre el decir y el hacer, así como por la coherencia interna del discurso.  Este marco genera sensación de amparo y protección. Su falla  deja al niño en orfandad duradera al dañarse la confianza. Las heridas son gravísimas. Lo que sí es necesario destacar es que no por haber sido abusado en la infancia un sujeto está condenado a constituirse como perverso ni a repetir sobre otro este ejercicio desubjetivante. Este argumento sí es utilizado por los pedófilos y por sus defensores que, de este modo, pretenden ubicarlos en el lugar de víctimas no responsables.


Las condiciones de época propician el ASI

El aumento en la frecuencia de casos de A.S.I está emparentado con rasgos epocales: levantamiento de  interdicciones, empuje a gozar sin límites, desprecio por el otro, violencia, etc. La peor de las violencias, en este sentido, es la que ataca la interdicción del incesto, pilar esencial  de nuestra cultura y, por lo tanto, de la subjetividad.

De modo sutil pero muy difundido, la práctica New Age del colecho [6] naturaliza una escena de indiscriminación inadecuada que queda disfrazada por lo que se difunde como necesidad del llamado apego. La erotización innecesaria y perjudicial que ocasiona esta práctica -más allá de otros peligros que conlleva- deviene luego en conductas hiperactivas que favorecen la tendencia a patologizar y medicar a los niños. 

La infantilización de los padres, preocupados por el afán de juventud eterna, así como sumidos en la lucha por la subsistencia o por los logros que impone la dictadura del mercado, deja a los chicos y a los adolescentes en soledad. La simetría propuesta entre padres e hijos favorece, en su ejercicio desregulado, el desamparo infantil y adolescente.  Asimismo, como vimos a partir de los sucesos producidos contra los jóvenes aspirantes a futbolistas [7], en la marginalidad prolifera una población de menores desposeídos, excluidos de todo reparo, target privilegiado para pedófilos y para los que lucran con la situación al poner en venta a esos niños vulnerables.

El mercado convierte en objetos/mercancía todo lo que puede, y puede muchísimo. Sucede con los niños, asimismo,  con la ayuda de la tecnociencia que permite alquilar vientres e incluso elegir sexo o rasgos genéticos privilegiados. No negamos la ventaja que significa este avance para padres deseantes que puedan adoptar un bebé bajo esta modalidad e insertarlo en su cadena generacional, pero  lo más frecuente es que sea parte de lo que consideramos fetichización del niño. La posición inicial del infans es la de objeto, pero el movimiento de la humanización va en el sentido de la separación y la subjetivación.

La época, por todo lo que venimos diciendo, bloquea, retiene, o interrumpe este camino al favorecer el lugar de objeto para el sujeto infantil. Sobre este fondo -y al ritmo de la aceleración y del empuje al goce ilimitado [8]-  se despliega el aumento de los casos de ASI y de incesto. El A.S.I. es tan destructivo y aberrante, tan contrario a la cultura humana, que por ello mismo es silenciado, negado y desmentido. En forma desembozada, los así llamados movimientos de amor hacia los niños predican la pedofilia; y las pseudo teorías, como la del SAP (Sindrome de Alienación Parental) [9] -en las que se ampara la Justicia- vienen a cubrir con sus enunciados el jaque a la interdicción y  a narcotizarnos sobre este crimen. En la base de esta regresión epocal, creemos que está la puesta en jaque del tabú del incesto, o sea: de la interdicción fundamental, la que dice: “No reintegrarás tu producto”. Decíamos en otro artículo y repetimos hoy: “(…) nos encontramos, actualmente, con la fragilidad de las legalidades –incluida la del tabú del incesto- y en algunos casos con su franca destitución.” [10]

No obstante, el aborto no es una decisión simple ni sin consecuencias en el psiquismo femenino. Todo ello trasciende el fin de esta nota. Podemos, sin embargo, señalar que se torna indispensable cumplir con la progresión que indica la consigna: “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.




[*] En base a una nota de opinión publicada en TELAM en abril de 2018.
Recomendamos la lectura de otras publicaciones sobre el tema: Duerman tranquilos: aquí no ha pasado nada, en el Número 18 de El Psicoanalítico, así como: El crimen innombrable, en el Número 23.

 

 
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Notas
 
[1] Zárate, Mario, Maltrato infantil.
[2] Oleaga, María Cristina, La perversión pedófila, Revista El Psicoanalítico Número 30.
[3] Freud, Sigmund, Estudios sobre la histeria (1893-95), pág. 30-37, Obras Completas, Tomo II, Amorrortu editores, 1985.
[4] Oleaga, María Cristina y Rebollo Paz, María Cristina, La tarea pericial con niños en casos de maltrato o abuso (Partes 1, 2 y 3), Revista El Psicoanalítico Número 8.
[5] Freyd, Jennifer J.,  Betrayal Trauma: Traumatic Amnesia as an Adaptive Response to Childhood Abuse.
[6] Franco, Yago y Oleaga, María Cristina, Apego, Colecho e Incesto: hacia la mamiferidad, Revista El Psicoanalítico, Sección Último Momento. http://www.elpsicoanalitico.com.ar/um/um-franco-oleaga-colecho-incesto.php
[7] Escándalo sexual en el football, El escándalo por las denuncias de abuso sexual de menores que sacude al mundo del fútbol en Argentina,
[8] Franco, Yago, Paradigma borderline. De la afánisis al ataque de pánico, Parte 1, La Clínica hoy, Lugar Editorial, Bs. As., 2017, pág. 38/40.
[9] Bösenberg, Cristina Gabriela, Sindrome de alienación parental. Terapias de revinculación en el contexto del abuso sexual, Revista El Psicoanalítico Número 16.
[10] Oleaga, María Cristina, ¿Peluches o Niñ@s? Una disyunción engañosa, Revista El Psicoanalítico Número 20.
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