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La met�fora de la luz y de la oscuridad


La met�fora de la luz y de la oscuridad acompa�a la historia humana. Al principio era la Luz; despu�s el vengativo Padre Eterno nos hundi� en el oscuro abismo de la falta y el terror para castigarnos por haber sucumbido a los enga�os de Lucifer. Pero Lucifer, portador de luz, nos acompa�a, y los hombres encendieron el fuego en la oscuridad de la noche primordial y la luz se extendi� a lo largo de los milenios hasta que la electricidad ilumin� la noche. Ahora, la pantalla electr�nica se propaga, deslumbrando, hasta enceguecernos.

Cuando los intelectuales europeos afirmaron la primac�a de la Raz�n como gu�a para la acci�n pol�tica, el progreso del conocimiento y de la civilizaci�n se defini� como Iluminaci�n de un mundo hasta ahora dominado por la penumbra de la ignorancia. Hoy, la met�fora retorna con un sentido distinto.

La expansi�n violenta e invasora de la luz t�cnica ha enceguecido nuestra visi�n. La ceguera que relata Saramago en Ensayo sobre la ceguera nos devuelve a la oscuridad. La oscuridad viene ahora desde adentro, como un rumor blanco de la visi�n, como visi�n del caos.

Y el futuro se anuncia como portador de penumbra. La expresi�n Dark Enlightenment, que define las manifestaciones de la cultura alt-right (1), fotograf�a de manera eficaz el movimiento de la luz a la oscuridad, que parece caracterizar nuestro siglo.

En el Prefacio a la Dial�ctica del Iluminismo, Horkheimer y Adorno escrib�an: �si el iluminismo no asimila la reflexi�n sobre el momento regresivo, sella su destino�. Y agregaban que �en la misteriosa voluntad de caer bajo el encantamiento del despotismo y en la propensi�n autodestructiva hacia la paranoia nacionalista de las masas educadas tecnol�gicamente, parece evidente la debilidad de la comprensi�n te�rica contempor�nea�. (Adorno, Horkheimer: Dialettica dell�Illuminismo, Prefazione, 1947, Einaudi, pagina 5).


La raz�n y la medida


El culto de la Raz�n alimenta el ascenso de la burgues�a industrial, la expansi�n del conocimiento cient�fico y la instauraci�n de la econom�a como modelo de la producci�n social: todo lo �til que es producido tiene que tener un valor mensurable, y la dominaci�n de la econom�a sobre la vida deriva de esta obsesi�n por la medici�n.

La palabra latina �ratio� significa medida y el Humanismo renacentista funda su proyecto filos�fico como una reducci�n del mundo (eventos, acciones, signos) a convenciones humanas que permiten medir el mundo f�sico y regular el mundo social. La s/raz�n (2) es puesta en los m�rgenes del discurso social, y la relaci�n social es regulada seg�n convenciones que reproducen en la esfera humana la (supuesta) racionalidad del mundo f�sico mensurable.

El concepto de ley tiene un aspecto tanto descriptivo como normativo: es la piedra angular del conocimiento cient�fico, que descifra las leyes que gobiernan racionalmente el tema, y tambi�n es el punto de apoyo de la acci�n pol�tica que gobierna racionalmente el mundo de los acontecimientos. La ley f�sica del pensamiento cient�fico identifica la regularidad del mundo natural y su mensurabilidad mediante el conocimiento. La ley pol�tica proyecta esa (supuesta) regularidad en la acci�n social: en la visi�n ideol�gica moderna, el �rea iluminada por la raz�n y por la ley era destinada a expandirse ilimitadamente, como una progresiva colonizaci�n de los espacios salvajes por parte del Imperio racionalista.

La racionalidad funciona como regulador de la vida social en tanto sea posible medir el tiempo de trabajo necesario para la producci�n de las cosas y, por lo tanto, es posible determinar el valor de las cosas en base al tiempo de trabajo necesario para su producci�n. La realidad es reducible a raz�n siempre que sea posible reducirla a un principio de medici�n.

El pensamiento racionalista expresa el punto de equilibrio de la modernidad alfab�tica: la prensa, la cr�tica, la linealidad discursiva secuencial. Pero este equilibrio racionalista entra en crisis cuando, despu�s del cambio de las t�cnicas de enunciaci�n semi�tica y de producci�n econ�mica, las cadenas de medici�n ( y de significado) se hacen siempre m�s complejas e inestables y la relaci�n entre valor y tiempo de trabajo se vuelve aleatoria.

La ilusi�n democr�tica es el cl�max del racionalismo moderno: en la �poca burguesa, la racionalidad del discurso p�blico y del gobierno pol�tico creyeron ser una ciudadela inexpugnable. Tambi�n, a partir de cierto momento, las aguas limosas del lago del Inconsciente asediaron los muros de la ciudadela, hasta desmoronarlos. Hiper-estimulado por la infosfera t�cnica, el Inconsciente explota y se propaga por todas partes, hiper- cin�tico e irreprimible, hasta romper las barreras superyoicas.


El estallido del Inconsciente


Mientras en la neurosis el mecanismo de la represi�n es constitutivo del sujeto, en la psicosis �El dominio absoluto es de la Identificaci�n�. (Freud: La p�rdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis). Mientras en la neurosis el sufrimiento ps�quico nace del conflicto entre mociones pulsionales y aspectos yoicos, en la psicosis el sufrimiento nace del caos que derrumban las defensas simb�licas de la subjetividad.

Freud describe al Inconsciente como una peste de la mente racional, como una �ntima tierra extranjera (Innere Ausland) y, al mismo tiempo, define a la cultura como la esfera en la que se lleva a cabo, de un modo m�s o menos estable, la eliminaci�n de la inmediatez pulsional (Verdr�ngung).

�La sublimaci�n pulsional distingue el proceso de culturalizaci�n�, escribe Freud en El malestar en la cultura. Es por efecto de una tal sublimaci�n que la raz�n adquiere su rol de gobierno tanto en la vida social como en la conducta moral del ciudadano burgu�s, pero la represi�n provoca ineluctablemente un cierto grado de sufrimiento ps�quico de tipo neur�tico.

En Understanding media McLuhan escrib�a ya en 1964 que la transici�n tecno- comunicativa, del r�gimen moderno de la secuenciaci�n alfab�tica al r�gimen post- moderno de la simultaneidad electr�nica, implica una transici�n de la modalidad cr�tica de la mente a la modalidad mitol�gica. La aceleraci�n t�cnica de la infosfera provoca un estallido de la psicosfera, y este estallido trastorna el cuadro de la descripci�n freudiana: la vida colectiva ya no puede ser contenida dentro del r�gimen ps�quico de la neurosis y se mueve hacia el r�gimen de la psicosis. La psicosis y la perversi�n no son m�s un contenido oculto, eliminado o reprimido, sino que estallan en la dimensi�n cotidiana como factor de constante desterritorializaci�n de la actividad imaginativa, del deseo.

La tormenta nerviosa, producida por la sobrecarga de informaci�n, parece haber desactivado la raz�n cr�tica y el contagio �mem�tico� toma el lugar de la persuasi�n ideol�gica. Debido a la proliferaci�n e intesificaci�n de est�mulos neuro-semi�ticos, el Inconsciente emerge de la dimensi�n infra-ps�quica individual y se propaga a trav�s de los canales de la conexi�n global: ya no se elimina de la visi�n p�blica, se extiende a lo largo de la historia, ocupa �reas geogr�ficas del mapa del mundo y zonas de la mente colectiva; es as� que la raz�n pierde su pasada capacidad de gobierno de los eventos del mundo.

Al fin de la par�bola moderna, la raz�n se identific� con el algoritmo de la governance financiera que ha provocado un efecto social de empobrecimiento, frustraci�n e impotencia. Finalmente, astillas enloquecidas de sufrimiento y rabia desencadenan una venganza contra la raz�n: desde el 11 de septiembre del 2001, la venganza tom� formas diversas, formas terroristas, suicidas, o neo-reaccionarias. Al final, en el bienio 2016-2018 las defensas del orden liberal-democr�tico fueron impactadas junto a las reglas de la �tica burguesa, al r�gimen discursivo de la raz�n cr�tica y a la luz de la raz�n moderna.


La extensi�n de la oscuridad


Ahora es necesario medir la extensi�n de la oscuridad. Despu�s de la sucesi�n de eventos racionalmente inexplicables (pero socialmente muy explicables) como el Brexit, la victoria de Trump en Estados Unidos, el ascenso del califato fascista de Erdogan, la expansi�n mayoritaria del social nazionalismo en gran parte de la Uni�n europea, la fascistizaci�n del colonialismo israel�, es necesario balizar un territorio oscuro que el pensamiento pol�tico no puede comprender, ya que su din�mica es competencia de la psicopatolog�a.

En todas partes las defensas de la democracia est�n amenazadas, en todas partes los derechos humanos son violados, en todas partes son ignorados los �rganos de gobierno del orden internacional. La luz del intelecto parece oscurecida justo cuando, gracias a la red, m�s extendido y conectado est� el intelecto humano en general. Pero tal vez, m�s que oscurecerlo, se trata de un efecto deslumbrante por exceso de luminosidad, como sugiere James Williams en Stand out of our light. La proliferaci�n de pantallas luminosas, la imparable emisi�n de flujos de estimulaci�n neuro-visual terminaron por deslumbrar la mente colectiva, paralizando poco a la vez la capacidad de comprender cr�ticamente los eventos del mundo.

En un libro titulado The New Dark Age (Verso, 2018), James Bridley escribe: �La oscuridad de la cual hablo no es una oscuridad literal, ni pretende representar una ausencia de conocimiento, como en la idea popular de una edad oscura. M�s bien se refiere a una aparente incapacidad de ver claramente lo que tenemos frente a nosotros, y de actuar en modo sensato... la vieja idea que m�s visibilidad y m�s acceso democr�tico podr�a ser �til para detener la violencia o la explotaci�n, parece hoy infundada... estamos conectados a vastos dep�sitos de conocimiento, sin embargo a�n no hemos aprendido a pensarlos... lo que deber�a haber iluminado el mundo, en la pr�ctica lo est� oscureciendo�.

Asistimos a un fen�meno nuevo, imprevisible para el pensamiento deseante esquizoanal�tico de los a�os �70: las redes de comunicaci�n hiperveloces ponen en movimiento una aceleraci�n del deseo, lo que resulta en patolog�as de p�nico. Abrumada por la intensidad del flujo semi�tico -estimulaci�n neuro-el�ctrica ininterrumpida- la subjetividad contempor�nea reacciona de manera panicosa. La vibraci�n del ritmo deseante se volvi� demasiado intensa para poder sintonizar un estribillo singularizante, una sinton�a del cuerpo y de la mente.

El deseo juzga a la historia, pero �qui�n juzga al deseo? Desde que las corporaciones del imageneering (Walt Disney, Murdoch, Mediaset Microsoft, Google, pero tambi�n Novartis, Glaxo, Pfizer) tomaron posesi�n del campo deseante, cavaron las trincheras intangibles de la tecno-esclavitud y del conformismo de masas. El campo del deseo fue colonizado por las agencias econ�micas totalitarias.

La edad oscura de nuestro pasado, aquella que en Europa llamamos Medioevo, era pobre en conexiones, pobre en conocimiento, en transportes y en intercambios econ�micos y simb�licos. El oscurecimiento del que hablamos hoy es un efecto del exceso de luces. Es un enceguecimiento que amenaza con hundirnos en una oscuridad llena de ruido y furia, privado de sentido. Es necesario entonces un mapa de la oscuridad para orientarnos en el caos: es necesario trazar un mapa del devenir-oscuro de la mente global, dise�ando los oc�anos del Inconsciente que se eleva, los continentes de furia geopol�tica que se sobrecalientan, y la pel�cula electr�nica de la infosfera que se espesa.


Desesperaci�n y nihilismo de masas


�El problema fundamental del destino de la especie humana, me parece que sea �ste: si, y hasta qu� punto, la evoluci�n civil de los hombres lograr� dominar los trastornos de la vida colectiva provocados por sus pulsiones agresivas y autodestructivas. Hasta ahora, los hombres han extendido su poder sobre las fuerzas naturales, y si se aprovecharan del mismo ser�a f�cil exterminarse uno al otro, hasta el �ltimo hombre. Lo saben, y de �sto deriva la presente preocupaci�n� (S. Freud, Il disagio della civilt� e altri saggi, Bollati Boringhieri, Torino, 2012, p. 280.)

A pesar de tener muchas caracter�sticas superficiales de aquello que fue el fascismo hist�rico, el actual movimiento neo-reaccionario es m�s bien un movimiento de nihilismo que toma formas agresivas y, al final, esencialmente suicidas. El nihilismo como voluntad de aniquilar la raz�n, se ha convertido en una fuerza de mayor�a porque la raz�n se identific� con el algoritmo financiero, y el algoritmo ha atrapado al lenguaje y, por lo tanto, el entero campo de la acci�n social. Si no hay alternativa, entonces solo queda destruir todo, incluso las condiciones de nuestra supervivencia, porque el algoritmo produjo devastaci�n y humillaci�n, destruyendo cada posibilidad de imaginar un futuro que sea tolerable.

El nihilismo se presenta en dos formas distintas: puede entenderse como reconocimiento de la nada que precede al lenguaje, y como libre atribuci�n de significado; yo lo llamar�a nihilismo hermen�utico activo. Pero, en cambio, puede ser entendido como voluntad de anulaci�n de lo que existe porque no corresponde a las expectativas de sentido (expectations) sobre las que se funda nuestra identidad: yo lo llamar�a nihilismo del rencor.

Cuando el nihilismo, que hoy asume caracter�sticas social-nacionalistas, apareci� primero bajo el disfraz del �neoliberalismo�, alg�n previsor, amigo de la paradoja, grit� las palabras mal�ficas: No hay futuro. Parec�a una provocaci�n adolescente, pero, con el pasar de los a�os, la idea de que el futuro ya no era lo que una vez fue se volvi� cada vez m�s invasiva en el discurso p�blico hasta que, en el nuevo siglo, se volvi� sentido com�n. La euforia futurista ha dominado el siglo veinte con la promesa de expansi�n, enriquecimiento, ampliaci�n de los horizontes de consumo y conocimiento. Fue la �poca en la que la explosi�n demogr�fica hab�a dado a los j�venes un rol decisivo e impulsor en la escena social. A partir de un momento determinado, al menos en el mundo occidental, el impulso demogr�fico se desaceler�, de modo que al inicio del nuevo siglo los j�venes se convirtieron en minor�a, mientras que el impulso propulsor de la econom�a se ralentiza y corre el riesgo de detenerse.

El tiempo futuro ha cambiado de signo, color y sugerencias. El futuro del medio ambiente planetario est� marcado por la irreversibilidad del calentamiento global, por la perspectiva del agotamiento de los recursos vitales como el agua y por el miedo de que la tecnolog�a act�e como un factor cada vez mayor de empobrecimiento y desocupaci�n. Pero, si este es el futuro, �c�mo se puede tener fe en la pol�tica, cada vez m�s impotente para dominar tendencias que parecen irreversibles e inmanejables?

El fascismo hist�rico fue exaltaci�n del futuro y expresi�n agresiva de un esp�ritu joven, mientras que el nihilismo de nuestro tiempo nace de la percepci�n de una ausencia de futuro como expresi�n de una humanidad senescente e impotente. Destru�da la confianza en la voluntad compartida, la desesperaci�n se manifiesta en forma rabiosa y vengativa. El capital financiero ha empobrecido a la sociedad y la impotencia la ha humillado. Humillar a los humilladores es lo �nico que interesa a quienes fueron humillados. De hecho, la humillaci�n no genera deseo de cambio racional, solo deseo de vengarse, a costa de suprimir la sociedad misma, como de hecho est� sucediendo.

Warren Neidich, en un libro que saldr� pr�ximamente, habla de �imminent subconscious�, subconsciente inminente: la percepci�n de una inminencia que rechazamos grabar conscientemente pero que percibimos como inevitable. Keynes dijo una vez que lo inevitable no ocurre porque lo imprevisible toma su lugar. Pero la consciencia colectiva no puede imaginar lo imprevisible (de otro modo �qu� imprevisible ser�a?) y confusamente percibe en un futuro inminente un peligro tan extremo que no se puede expresar.

La desesperaci�n se proyecta sobre el no-futuro del mundo, como sugiere Douglas Rushkoff en un art�culo publicado en The Guardian. El escritor, que en los a�os �90 anticip� los efectos culturales de las nuevas tecnolog�as, cuenta un episodio impresionante: como le sucede a menudo desde hace d�cadas, lo invitan a dar una conferencia sobre temas del futuro digital y esa conferencia se la pagan mucho m�s de lo que suele pasarle. Las personas que participan de la conferencia son muy pocas y todas sus preguntas giran alrededor de un solo tema: ��C�mo podemos usar nuestro dinero para huir del pr�ximo evento apocal�ptico?� En esta clave p�nico-nihilista podemos leer el movimiento neo-reaccionario que en diversas formas se ha apoderado de la escena pol�tica mundial.

El nihilismo contempor�neo se basa en la visi�n de lo ineluctable, en la percepci�n de que es demasiado tarde. Es demasiado tarde para detener la devastaci�n ambiental producida por el calentamiento global, es demasiado tarde para huir de los conflictos militares que son consecuencia de la restricci�n del espacio habitable sobre el planeta, de las grandes migraciones y del odio identitario; por lo tanto, la �nica cosa que se puede hacer es acumular riqueza para huir del apocal�psis.

Seg�n algunos sondeos, resulta que no todos aquellos que en los Estados Unidos votaron por Trump, son negadores del global warming, y que no niegan tampoco que ese calentamiento global sea provocado por la acci�n humana. Simplemente piensan, y no sin motivo, que el global warming es irreversible y que lo �nico posible es protegerse a s� mismo, a la propia familia, a la propia naci�n, a la propia raza: el p�nico desencadena la obsesi�n identitaria y cancela el universalismo �tico. Esta es la ra�z del nuevo racismo.


El neo-racismo de los perdedores


En su Essai sur l�inegualit� des races humaines (1853), el conde Alfred de Gobineau no se limitaba a afirmar la superioridad de la raza blanca, sino que vislumbr� el peligro en el horizonte; de hecho, la fuert�sima tendencia hacia la contaminaci�n y la degradaci�n de esta raza superior. M�s all� de la aspereza de su an�lisis, Alfred de Gobineau recogi� una vena profunda (muy profunda) del inconsciente planetario moderno-tard�o, una vena que hemos vislumbrado durante mucho tiempo sin querer reconocer su potencia: el sentimiento del declive de la cultura blanca occidental.

El hecho de que el concepto de raza sea un no-concepto no significa que la identificaci�n fantasm�tica de la (autodefinida) raza blanca no haya desempe�ado un rol mitol�gico decisivo en el colonialismo moderno, en el nazismo del siglo XX y hoy en la cat�strofe final del capitalismo. Pero el racismo ha cambiado profundamente su car�cter: el racismo de los europeos invasores que iban a la conquista de las tierras ind�genas es distinto del racismo de los europeos que hoy se sienten amenazados por un invasor que proviene de las tierras que por dos siglos hemos explotado, empobrecido, humillado.

El fascismo del siglo XX fue la expresi�n del asalto de los j�venes hombres exclu�dos del poder econ�mico y geopol�tico. Desde el manifiesto futurista del 1909, la potencia sexual y la agresividad pol�tica estaban relacionadas. El fascismo del siglo pasado era una expresi�n de un sentimiento aut�ntico de pertenencia: el sentido de la comunidad, el culto a la tierra y la sangre estuvo acompa�ado de una existencia efectiva de la comunidad y de la pertenencia. Pero los personajes de la agresividad reaccionaria, encarnada por el trumpismo, perfilan un panorama ps�quico totalmente diferente. En primer lugar, la demograf�a ha cambiado: los senescentes hombres blancos del mundo occidental se est�n hundiendo en un marasmo mental causado por la impotencia y el autodesprecio; votan por los partidos identitarios, no porque tengan un sentimiento aut�ntico de pertenencia a la comunidad, sino porque en su soledad existencial tienen nostalgia de ese sentimiento que era aut�ntico en el pasado, pero ya no lo es m�s, porque la globalizaci�n cultural imaginaria y econ�mica lo ha cancelado irreversiblemente.

Aquellos que votan por los partidos neo-reaccionarios han crecido en la era del individualismo agresivo, creyeron en las promesas del ego�smo neoliberal, creyeron poder vencer la carrera competitiva, luego descubrieron que -en cambio- eran los perdedores. Ahora es demasiado tarde para creer en una nueva esperanza y a lo �nico a lo que pueden aferrarse es al deseo de venganza. Las expectativas decepcionadas y el individualismo exasperado no conducen al resurgimiento de la solidaridad, sino solo a la nostalgia desesperada de un pasado que no puede volver y al rabioso deseo de aniquilaci�n.


Soberan�a, ley del padre o voz de la madre


En el libro Horizontes neoliberales de la subjetividad, Jorge Alem�n plantea que el capitalismo es una fuerza ac�fala que se expande ilimitadamente y, concluye, que la tarea de la pol�tica como hegemon�a consiste en impedir el �crimen perfecto� del neoliberalismo, es decir, el total sometimiento de la vida social. Una soberan�a de izquierda es la indicaci�n que se desprende de la posici�n de Alem�n, que habla de �izquierda lacaniana� para se�alar la estrecha relaci�n entre el problema psicoanal�tico planteado por el estallido del Incosciente y el problema pol�tico planteado por la dominaci�n de incontrolables agencias globales de penetraci�n en la esfera p�blica.

�Lo que otorga su especificidad al neoliberalismo es que es el primer r�gimen hist�rico que intenta por todos los medios alcanzar la primera dependencia simb�lica, afecta tanto los cuerpos como la captura por la palabra del ser vivo en su dependencia estructural� en este aspecto el Neoliberalismo necesita producir un hombre nuevo engendrado desde su propio presente, no reclamado por ninguna causa o legado simb�lico y precario, l�quido, fluido y vol�til como la propia mercanc�a. Si alguna indicaci�n de lo que denomino �izquierda lacaniana" tiene una relevancia decisiva es aquella que indica que la pol�tica ahora m�s que nunca debe oponerse al crimen perfecto del neoliberalismo, que en su despliegue contempor�neo intenta, en su dominaci�n socio-hist�rica, tocar y alterar severamente el lugar del advenimiento del sujeto en el campo del lenguaje� El capitalismo se comporta como una fuerza ac�fala que se expande ilimitadamente, hasta el �ltimo conf�n de la vida. Esta es precisamente la novedad del Neoliberalismo: la capacidad de producir subjetividad que se configura seg�n un paradigma empresarial, competitivo y gerencial de la propia existencia�.� (Jorge Alem�n: Horizontes neoliberales de la subjetividad, p. 14-15).

Desde el momento en que el neoliberalismo ha hecho estallar el orden neur�tico de la sociedad, dominada por lo simb�lico (el padre, la ley, la ideolog�a), y causado el estallido de un Incosnciente psic�tico, la hip�tesis neo-lacaniana (representada por autores como Jorge Alem�n o Massimo Recalcati) pretende reconducir al psiquismo social bajo el dominio de lo simb�lico (hegemon�a), sustray�ndolo del caos psic�tico de lo imaginario desencadenado en aceleraci�n. Para los neo-lacanianos se trata de fundar en el plano �tico lo que ya no se da en la dimensi�n ps�quica: la introyecci�n de la ley.

En t�rminos pol�ticos, esto significa reconstituir las condiciones de la soberan�a pol�tica, restituir el poder de la ley y del estado nacional, representaci�n de la voluntad democr�tica. Esta hip�tesis soberanista, en gran parte coincidente con el discurso de Ernesto Laclau sobre la hegemon�a, anim� a la izquierda latinoamericana en las pasadas d�cadas, pero fall� casi en todas partes por la sencilla raz�n de que la soberan�a del estado nacional (y por lo tanto la eficacia de la democracia) se disolvi� por una cuesti�n estructural: el poder econ�mico, cultural y pol�tico pertenece a entidades desterritorializadas y globales, como las semio-corporaciones FAGMA. Google y Amazon no se encuentran en el territorio de Estados Unidos. Estados Unidos pertenece al territorio de Google, junto con Europa, �frica, India y el resto del mundo.

La restauraci�n de la ley del padre, para reconstituir las condiciones de la subjetividad normada, es un reclamo ilusorio porque la ley del padre se ha desvanecido por una raz�n que escapa al discurso del psicoan�lisis: la proliferaci�n infinita de las fuentes de neuro- estimulaci�n, la tormenta de mierda.

Las patolog�as hiper-expresivas, provocadas por la intensificaci�n del est�mulo info- nervioso, provocan una psicotizaci�n de la existencia contempor�nea, pero no podemos reducir el problema a la evanescencia de la figura normativa del padre. La verdadera fuente contempor�nea de sufrimiento no est� en la ca�da del padre (el discurso reasegurante de la ley) sino sobre todo en la ca�da de la voz de la madre: no es la soberan�a pol�tica sino la solidaridad social (fraternidad) la que hace posible la autonom�a de la dominaci�n; y es la voz de la madre, no la ley del padre, la que es condici�n de la fraternidad.


Enero 2019


Notas de los editores:


(1) La derecha alternativa (en ingl�s, alt-right), llamado por algunos medios nacionalpopulismo es un grupo heterog�neo de ideolog�as de derecha y extrema derecha de origen estadounidense que rechazan a aquellos conservadores que, seg�n su visi�n, han asumido ideales considerados progresistas o neoconservadoras (en ingl�s neo-con) y tiene gran actividad en internet; de hecho se acusa a sus miembros de actuar como trolls en la red. La mayor�a de miembros de esta ideolog�a son j�venes, con gran capacidad de activismo en internet y sin jerarqu�a ni l�deres. La columna vertebral del movimiento es la oposici�n a la correcci�n pol�tica, al multiculturalismo, a la inmigraci�n, al intervencionismo militar, al globalismo, y al feminismo y la diversidad sexual, a los que denominan despectivamente como ideolog�a de g�nero. Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Derecha_alternativa

(2) En Europa, esta forma ambigua, s/raz�n, parece aludir a cierta renuncia a la raz�n, al intelecto, a la inteligencia, al principio de no contradicci�n, a las normas de la l�gica en nombre de la prevalencia de los impulsos.


 
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