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Maurits Cornelis Escher
Apuntes sobre fotografía, redes sociales y subjetividad
Por María Cipriano
mariacipriano@elpsicoanalitico.com.ar
 

“¿Quién se lo dijo?- Kafka ladeó la cabeza-. La fotografía concentra nuestra mirada en la superficie. Por esa razón enturbia la vida oculta que trasluce a través de los contornos de las cosas como un juego de luces y sombras. Eso no se puede captar siquiera con las lentes más penetrantes. Hay que buscarlo a tientas con el sentimiento. Esa cámara automática no multiplica los ojos de los hombres sino que se limita a brindar una versión fantásticamente simplificada del ojo de una mosca”.

Fragmento de Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch.

El universo de Internet, con su foco puesto en la generación de dinámicas de comunicación, se transformó necesariamente en uno de los principales lugares de producción de sentido y nuevos lenguajes. Este mundo digital revolucionó las formas de comunicación del sujeto actual y, al mismo tiempo, determinó nuevos modos de intercambio social. Sabemos que el sujeto modifica, según las épocas, sus modos de comunicarse, pero también los de interactuar con otros, de amar, y de vivenciar su identidad social.
Tomamos de Castoriadis [1] la concepción del sujeto como constituido por lo histórico-social, referida a que cada época, cada sociedad, determina significaciones propias de su medio y de lo que es realidad para esa sociedad (lo valioso, lo que existe, lo normal, lo aceptado o no, etc.). Esta constitución por las significaciones de la sociedad hace plausible para el sujeto el tener un lugar en ella. Al mismo tiempo, el vínculo con los otros sujetos y con los objetos del mundo, instituyen modificaciones en la subjetividad.

En la época actual, Internet toma a su cargo y delimita espacios virtuales: las redes sociales donde se despliegan las relaciones entre sujetos y dentro de las cuales no se produce el encuentro de cuerpos, dejando –así- un lugar protagónico a la presencia de imágenes. Entre ellas, la fotografía.

En espacios como Facebook, Fotologs, Twitter, blogs, chats, etc., se ofrecen nuevos modos de la interacción entre personas. Según el uso que cada uno haga de este medio, se ponen en relación la pluralidad de visiones del mundo que tienen los distintos sujetos que interactúan y/o se perfilan, también, modos uniformes en la presentación que cada cual hace de sí mismo. Las redes sociales ofrecen la posibilidad de generar espacios de homogenización tanto como de diferenciación. Podemos observar, así, -junto con la atención múltiple, acelerada y surfeante, al decir de Baricco [2]- algunos de los modos en que se configura la subjetividad contemporánea.

Partimos de pensar que este mundo virtual asume un rol en la puesta en escena de la identidad virtual. Y proponemos reflexionar sobre algunos elementos característicos de estos espacios, como las fotografías compartidas. Como sabemos, en las redes sociales tienen un fuerte protagonismo las imágenes: la presencia física queda excluida de este ámbito, y son pocas las palabras con las que un sujeto “se narra”, se da a conocer. Las fotos, un nick, un avatar, un nombre de contacto (real o inventado) que oficia de imagen, crean una nueva corporeidad virtual. Las redes sociales se constituyen, entonces, en lugares de encuentro con otros, en espacios de identificación colectiva donde -a la manera de un imperativo categórico- las fotografías perfilan modos de ser y de pertenecer en este campo social virtual.

Si uno recorre los perfiles de algunas redes sociales (facebook, fototologs, etc) en los que la fotografía es un elemento esencial, se encuentra con una serie de retratos que terminan pareciéndose entre sí: imágenes de cuerpos que poseen una cierta sensualidad estandarizada. Autorretratos sacados frente a espejos, fotos con gestos y poses repetidas, en espacios pretendidamente íntimos -como dormitorios, baños-; fotos que terminan por delatar un lenguaje erótico ‘de plástico’ y estándar. Aun en su uso más narcisista, la fotografía termina por despersonalizar la relación con el mundo y por borrar singularidades.
De todas maneras, pensamos al mundo virtual que se abre con las redes sociales como un espacio en el interior del cual se hace posible generar lazos sociales alternativos, en un mundo de fluidez de la subjetividad y de los lazos sociales, al decir de Ignacio Lewcowicz [3] . Asimismo, las redes sociales replican una realidad social y un modo de constitución de la subjetividad y de la identidad donde puede aparecer tanto la expresión de un sujeto aplastado en la masa homogénea, como una manifestación singular y creativa de un sujeto particular. Estas comunidades se prestan a ser pensadas como un doble del mundo real, a la manera de un espejo con el cual experimentar una unificación de la imagen del cuerpo y del perfil subjetivo -aunque sin perder su virtualidad- y donde la autenticidad no sea un valor que regule el intercambio.


Fotografía e Internet

Desde sus orígenes, la fotografía asombró, deslumbró al hombre, pero también le hizo temer el final de otras formas de la representación de la realidad. Afortunada o lógicamente –dados los procesos de complejización de la creatividad humana- no fue así.
Un recorrido por la historia de la fotografía nos lleva del retrato a la fotografía como documentación histórica. También de la fotografía como documentación, al periodismo fotográfico; del realismo crudo a la creación fotográfica. Y en algún momento cercano a los inicios de esta historia, la fotografía pública devino un valor. Y más acá, luego de las dos guerras mundiales, su uso y consumo se volvió masivo. La cámara fotográfica se transformó en un objeto doméstico al alcance de todos y económicamente accesible que las personas usan para documentar, para intentar “apresar” experiencias personales y familiares. Más tarde, llegaron sistemas más complejos de la imagen como son el cine, la televisión, el video. Y finalmente, alrededor de un siglo y medio después de estos inicios, apareció la fotografía digital, con su promesa de la creación inmediata de imágenes [4].
Por otro lado, Internet se fue perfilando como un campo tecnológico y de comunicación, donde se despliegan “ventanas” que retoman elementos de otros medios de comunicación social: la escritura, la fotografía, el video, la circulación de información, los trabajos de comunicación académicos, etc. Pero si bien la web toma estos modos de expresión, los reformula en un producto diferente, más complejo y con variables que la transforman, dando lugar a nuevos elementos como, por ejemplo, las redes sociales.
Más que en ninguna otra época, esta sociedad favorece la cultura de lo visual, de las imágenes. En las redes sociales, donde el retrato o autorretrato deviene en cuerpo exhibido, en pose fabricada, en estandarización de modos de la sensualidad, la fotografía tiene el valor de creación de la imagen de sí mismo que siempre tuvo.

Susan Sontag, en su hermoso ensayo Sobre la fotografía [5], instala la idea de la fotografía como una creación en sí misma, en la que existe una porción de verdad, de realidad, pero también la presencia de una subjetividad que es innegable y que, al mismo tiempo, el sujeto incorpora como verdad. También habla del uso de la fotografía como objeto; un objeto que permite la ilusión de posesión de esa experiencia, lugar u objeto retratado. Es por eso que no nos referimos aquí a la fotografía como expresión artística en sí misma, sino al uso social/subjetivo del objeto fotografía en la época actual y en las redes sociales.

Esas fotografías -que hemos visto en muchos perfiles, sobre todo de adolescentes que ensayan poses y gestos seductores frente a espejos- son fotos/objetos que permiten la ilusión de la posesión de características emblemáticas. Características que muchas veces se quedan en la máscara de una femineidad, de una masculinidad o de un erotismo impuesto como imprescindible para la construcción de una subjetividad socialmente “presentable”. Estas fotos tendrían un valor, al decir de Sontag, de “certificación” del ser: se es, se goza, se consume tal como lo exige la sociedad en la que están insertos los sujetos.

No hablamos aquí de la fotografía como huella de lo vivido –como lo son aquellas que documentan la experiencia- sino más bien como emblema que constituye en algo al sujeto. La fotografía posibilita, así, una imagen de participación e inclusión en los estándares sociales más representativos de la época. Sontag advierte en esto un proceso por el que se uniformiza la significación de los acontecimientos. Parafraseándola, podemos decir que en las redes sociales, en lo que involucra además a la subjetividad, también se produce este efecto de homogeinización en la significación de las imágenes. Podemos pensar que los procesos detenidos o inacabados de trabajos constitutivos del sujeto son facilitadores de este fenómeno.

Barthes, en La cámara lúcida [6] plantea la preeminencia de un sujeto de la imagen, de un cuerpo que en la fotografía deviene imagen y es creado, en ese mismo acto, como nuevo. Un sujeto que en su mostrarse en determinada pose se crea a sí mismo en una versión que se adelanta al cuerpo-ser que es en ese momento. Para Barthes la fotografía es lenguaje en tanto, más allá de posibilitar la reproducción analógica de la realidad, rescata el análisis semiológico de las imágenes, el más allá de lo fotografiado que refleja. Barthes habla de “elementos retóricos”, o de “elementos de connotación” que, en este caso, asimila al lenguaje. Dirá: “Yo quisiera una Historia de las Miradas. Pues la Fotografía es el advenimiento de yo mismo como otro: una disociación ladina de la conciencia de identidad” (Ob. cit. Pág.44). También dirá, sobre el retrato, que es una empalizada de fuerzas: “Cuatro imaginarios que se cruzan, se afrontan, se deforman. Ante el objetivo soy a la vez: aquel que creo ser, aquel que quisiera que crean, aquel que el fotógrafo cree que soy y aquel de quien se sirve para exhibir su arte” (Ob. cit. pag 45). Y es en esa lucha de fuerzas que el sujeto se imita a sí mismo en el retrato fotográfico; se crea, haciendo inevitable en sí misma la sensación de inautenticidad; poses que devienen en impostura.

En las redes sociales -donde el retrato o autorretrato deviene en cuerpo exhibido, en pose producida para la ocasión, en estandarización de modos de la sensualidad - la fotografía tiene ese valor de imagen fabricada de sí mismo que siempre tuvo, desde sus orígenes.

Esas fotos de perfiles de adolescentes (etapa en donde la imagen y el cuerpo son fundamentales, constitutivos de procesos subjetivantes), son algo así como un modo de adelantar una imagen de sí, frente a sí mismo y a la mirada de otros. Son un modo de saltear la incomodidad que lo inacabado de la constitución subjetiva produce en ellos, dejando una constancia tranquilizadora en las redes, exorcizando los sentimientos desagradables, de inadecuación típica de la etapa. Imagen, entonces, que parece otorgar una existencia aparente a lo que es, pero que también delata su ausencia. La pubertad los encuentra apurados en tareas vinculadas a la adolescencia, y la adolescencia a trabajos de los jóvenes adultos. Sontag dice: “Las fotografías son un modo de apresar una realidad que se considera recalcitrante e inaccesible, de imponerle que se detenga. O bien, amplían una realidad que se percibe reducida, vaciada, perecedera, remota. No se puede poseer la realidad, se puede poseer y ser poseído por imágenes” (Ob. cit. pág. 229).


A modo de conclusión

Podemos pensar que, aun en el plano de las nuevas tecnologías, siguen vigentes las formas de concebir al sujeto y los modos de producción de subjetividad. Encontramos nuevos modos de pensar los intercambios sociales a través de las redes sociales, nuevos modos de contactarse, de mostrarse, pero también de definirse, especialmente en la confección de perfiles y en las fotografías expuestas. Una subjetividad actual que busca, anhela, la perfección de una imagen en esas fotografías en serie que también son productoras de cánones de belleza y de espacios de inclusión. Pero, incluso así, esa imagen deja vislumbrar en la impostura de la máscara, algo de la realidad desnuda que la sustenta.

Corremos el riesgo de banalizar lo que ocurre en los nuevos entornos digitales-sociales. Estos nuevos espacios de intercambio, las redes sociales, son complejos y las diferentes personas los usan de diversas maneras. Puede decirse de ellos que son espacios en donde se despliegan características diferenciables, particularizantes de la subjetividad actual. Pero - aun en este entorno- la subjetividad sigue poniendo en juego un conjunto de operaciones que, más allá de los cambios de contenido, son eficaces. En el marco de las redes sociales el sujeto debe poner en juego diversas operaciones para habitar este espacio social contemporáneo, vincularse con otros, pensar, detenerse en medio de la aceleración y, aun así, construir sentidos.

Silvia Bleichmar, en El desmantelamiento de la subjetividad [7], plantea que las diversas generaciones de niños o jóvenes componen lo indiciario de modo diferente; dirá que la generación actual “se atiene menos al relato que a la imagen, articula secuencias y construye sentidos. Pero construye sentidos, y esto es algo que ninguna red neuronal puede variar en el ser humano. Aun cuando conectemos a un niño o a un joven a miles de canales simultáneos de información que le permitan acceder a una serie de información insospechada hasta hace algunos años, lo esencial desde el punto de vista que nos ocupa, es que seguirá guiando sus búsqueda por preocupaciones singulares que no son reductibles a la información obtenida, y que procederá ésta bajo los modos particulares que su subjetividad imponga” (Ob. cit. Pág 30. El subrayado es de la autora)

 
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Notas
 
[1] Castoriadis, Cornelius. La institución imaginaria de la sociedad, Tomo 2, El imaginario social y la institución. Tusquets Editores, 1979
[2] Baricco, Alejandro. Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación, Ed. Anagrama, Barcelona, 2008
[3] Lewcowicz, Ignacio. La subjetividad en la era de la fluidez, Ed. Paidós, Buenos Aires, 2004
[4] Lewell, Ronald, y otros. Manual Completo de Fotografía, Celeste Ediciones, Madrid, 1998.
[5] Sontag, Susan. Sobre la fotografía (1973), Alfaguara, Buenos Aires, 2006
[6] Barthes, Roland. La cámara lúcida. Notas sobre la fotografía (1980), Paidós Comunicación, Barcelona, 1989.
[7] Bleichmar, Silvia. Capítulo: Los alcances de lo novedoso. En El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del yo, Topía Editorial, Buenos Aires, 2009.
 
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