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Por Liliana Palazzini
Psicóloga egresada de la Universidad Nacional de Rosario. Psicoanalista.
Ex Miembro Activo de la Sociedad Psicoanalítica del Sur (Bs. As.)
Publicaciones: Movilidad, encierros, errancias: avatares del devenir adolescente; “Una foto color sepia…”. En “Adolescencias: trayectorias turbulentas”, M. C. Rother Hornstein (Comp.), Paidós, Buenos Aires, 2006
lilianapalazzini@cablenet.com.ar
 

El aislamiento es un recurso del adolescente al que éste apela con frecuencia: no ser hallado, no ser descubierto, no ser transparente; es una operación que le garantiza la separación necesaria o suficiente del mundo adulto. Es el tiempo de los secretos, estructurantes de una interioridad garantizada frente a la posible intrusión. El aislamiento es un ardid o, mejor, una trinchera; es una posición para la conquista de una organización identitaria. El secreto cumple una función de “piel” que recubre el psiquismo a la vez que pone límite a la fidelidad parental de la infancia en la que el adulto lo-sabe-todo del niño (a nivel fantasmático ambos actores sostienen el mismo argumento).

Lo que antaño se organizaba alrededor de cuartos con puertas cerradas como refugio para lecturas o imágenes prohibidas, con el avance de las telecomunicaciones se organiza fundamentalmente alrededor del uso de los medios virtuales, modos que hacen posible el estar solo en presencia de otros. También - en términos de Winnicott- para sentirse real hay que estar fuera del campo familiar, desaparecer y re-aparecer en otros espacios, en otras realidades; en este sentido la realidad virtual presta servicios que no se igualan a nada.

Ahora bien, el aislamiento del mundo adulto construye a su vez los cimientos de la búsqueda de comunicación entre pares y, en este sentido, la realidad virtual es la vía privilegiada; las nuevas tecnologías, incorporadas hace ya algunos años, han dado lugar a una proliferación de nuevas formas de comunicación que producen cambios en la sensibilidad social. Si bien los nuevos modos de comunicación tienen una increíble capacidad de mutar y van aportando nuevos modos de intercambio, todos sabemos que vinieron para quedarse. Ahora bien, esta “comunicación” no es equivalente a relación con el otro, sino a posición en la red y ante la pantalla, es así que Baudrillard la piensa en términos de simulación (J: Baudrillard, 2007).

Para el antropólogo García Canclini (2004) el problema que enfrentan las generaciones contemporáneas es más el de explosión y dispersión de las referencias culturales que el de la homogeneización. Cuando analiza las culturas juveniles diferencia dos formas de construcción del propio espacio generacional: estar conectados o desconectados; así, conexión y desconexión son formas de constituir diferencias a través de la tecnología, pero se trata de una conexión tecnológica que no cuenta con el cuerpo a cuerpo de la presencia del otro; es una creación de presencia en ausencia del otro carnal. Su exponente princeps es el chat, modo de “estar” con el otro que ha alcanzado enorme importancia, como así también la “visita” por las páginas web.

La realidad informática o realidad virtual conforma lo que podría considerarse nuevas realidades que modifican las categorías de espacio y tiempo, los vínculos, las prácticas y las condiciones de producción subjetiva (J. Moreno, 2002).

Recordemos que, en el planteo freudiano, la realidad psíquica tiene su antecesor en el principio del placer y se construye en base a frustraciones –de la necesidad- y postergaciones –de la descarga-, y es esta realidad psíquica la que está compuesta por representaciones como inscripciones subjetivas de la realidad material. Proceso harto complejo que la metapsicología se ha encargado de trazar, son las representaciones de cosa y de palabra las que van complejizando la tópica en instancias que conforman el aparato psíquico. Esta cualidad del psiquismo de representar deja como saldo la capacidad de ligar por asociación las representaciones y expresarlas vía discursiva, vía onírica, vía sublimación, ya por desplazamiento, ya por condensación. Estamos en el terreno de la generación de significados, la producción simbólica y -por supuesto- en el territorio del pensamiento. Es también el terreno de la narrativa.

El pensamiento se construye por redes asociativas progresivas que pueden ser cada vez más complejas como lo evidencia el pensamiento abstracto. La vivencia de satisfacción, su inscripción como huella anémica, es la antesala histórica del pensamiento. Fantasías, ilusiones, imaginarización, conflictos, diversas construcciones psíquicas componen la trama de un psiquismo vivo, activo que tramita la ausencia, la interdicción y la falta sin sucumbir.

La realidad virtual en cambio ofrece la inmediatez, la ausencia de distancia, la presencia en ausencia; genera una realidad que no es real ni deja de serlo. Uno de los caracteres distintivos de la realidad virtual es que sus imágenes no se asocian –como lo hacen las representaciones- ni producen significados que permitan localizar la subjetividad de quien las relaciona. Se conectan entre sí, conexión que no produce nada en términos asociativos. El sujeto que conecta parece más bien quedar diluido en esa acción. (J. Moreno, 2002, en referencia a los juegos virtuales).

La lógica conectiva desaloja lo enigmático y se basa en automatismos. Es habitual ver con cuánta facilidad un púber o adolescente ve televisión –o mejor dicho hace zapping- , escucha música, habla por el celular, chatea y mira las imágenes del Facebook, todo al mismo tiempo.

La adolescencia es un momento en que se rechaza ser tratado como semejante por otros semejantes –los adultos- y se reclama un ejercicio de la diferencia necesario para construir identidad. Esta diferencia necesaria es acotada al propio Yo; sería una construcción que garantice el sentimiento de ser uno mismo, superior, fuerte, más y mejor que los grandes. Así el Yo se juega una carta constitutiva de fortaleza, queda preservado del peligro de dilusión como antesala de psicosis, dilusión tan habitual en ese momento. Entonces, esta diferencia de la que hablamos en realidad no es sinónimo de alteridad sino todo lo contrario. La alteridad -además de guardar la radicalidad que le atribuye Baudrillard: aquello inasimilable, incomprensible e incluso impensable del otro- alude al sentido de ajenidad, de extranjería, de otredad, lo que en las comunicaciones virtuales queda diluido (J. Baudrillard y M. Guillaume 1994).

Se crea una comunicación de masas que prolifera como nuevas formas de expresión en la que hay un eclipse del otro, también la idea de un “semejante” en el sentido de igual (y no de prójimo) y un borramiento de la propia identidad. El chat –anónimo y masivo- ofrece una verdadera posibilidad de ser quien no se es y, desde allí, jugar sin riesgo de exposición. Anonimato propio de las muchedumbres llamadas “solitarias” que también se juega en los modos de seducción del cuerpo a cuerpo en los “boliches”, donde “transar” no enlaza a nadie en sentido libidinal, no reviste al otro más que en cuanto a pulsión parcial, ni reconoce a sus protagonistas en cuanto a su particular subjetividad. Son formas de anonimato impensable dos generaciones atrás.

En la comunicación mediatizada los actores pueden eximirse del control identificatorio propio de la comunicación tradicional, como las cartas, la comunicación telefónica o la presencia corporal. Por ello, que sea mediatizada tiene incidencia en las formas de represión ejercida por el Yo y la consiguiente liberación fantasmática. El ser anónimo elude la fiscalización superyoica y desde allí que exponerse deje de tener el riesgo de rechazo o no aceptación tan caros al ideal del yo.

El eclipse del otro no implica su desaparición sino su dispersión, su difracción en las redes de la apariencia (J. Baudrillard, 1994) que transforma los modos de socialización, posibilita eludir la alteridad y, así, constituir una grupalidad homogénea como soporte identificatorio en el que la diferencia intra-grupo es obviada pues aún es una herida narcisística.

La comunicación abre a lo enigmático y abona al reconocimiento de la alteridad nunca del todo lograda; la conexión, en cambio, alude a formas de tocar a otro que no es otro y a un acercamiento ilusorio. Entonces la conexión sería un modo de vivir desconectado y solitario sin que sea fácil reconocerlo.

Por otra parte, nadie puede negar el valor de la comunicación virtual en cuanto a la facilitación de recursos informativos, así como al acortamiento abismal de las distancias; lo que planteamos es el uso que en el tiempo de la adolescencia puede hacerse de ella según las modalidades de su adopción como práctica. [1]

Es necesario hacer distinciones entre los usos que permiten contribuir tanto a la conformación del pensamiento abstracto como a la construcción del símbolo (más allá de los signos y de los íconos) -posibilitadores ambos de la demora en la descarga- y aquellos que favorecen el alojamiento de la inmediatez que desaloja la categoría de “esfuerzo” (categoría princeps en generaciones anteriores) como noción de construcción y alcance, tiempo mediante. En realidad, todo dependerá del modo en que estas tecnologías sean utilizadas; la clínica, siempre soberana, lo demuestra: si se establecieran a predominio -sin la coexistencia de una diversidad de investimientos libidinales llevados a cabo por el Yo- estaríamos ante un uso adictivo y como tal paralizante, pero esto no es lo más frecuente.

Vale subrayar el sentido de utilidad que tienen estos medios en relación al ejercicio y afianzamiento identitario. Tanto la comunicación virtual anónima como la identificable –el chat entre conocidos- son portadoras de una laxitud que no compromete ni liga una persona a otra necesariamente. Esto permite fabricar una zona de ensayo identitario al amparo de la distancia y la ausencia. Ensayar ser otro, sin correr mayores riesgos ya que la realidad o el proceso secundario se sostienen como soporte del juego, facilita la construcción del sí mismo. Sin el peso de la trasparencia del nombre propio o el peso de la presencia real, los intercambios se sostienen más libremente.

El uso de la virtualidad no necesariamente acarrea cambios de carácter negativo, lo que se puede percibir es que los adolescentes, que son nativos digitales, capturan y usan la posibilidad de la imagen de modo diferente que el adulto que es un inmigrante digital, como diría Juan C. Volnovich (2006). Alcanzan un modo instantáneo, de inmediatez, que no es propio de los modos de comunicación de la narrativa clásica, pero no por ello dejan de buscar o construir sentidos…

* Parte II de Adolescencias: diseños posibles para una subjetividad en emergencia

 
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Notas
 
[1] Tener acceso a la información en el sentido de acopio no indica estar culturizado, pues esto último presupone un atravesamiento y una transformación.
Bibliografía
 

AULAGNIER, P. (1986): Un intérprete en busca de sentidos. Siglo XXI, Buenos Aires, 1994
BAUDRILLARD, J. y GUILLAUME, M. (1994): Figuras de la alteridad. Editorial Taurus, México, 2000
CUCCORESE, M.: Jean Baudrillard y la seducción. Campo de Ideas SL, Madrid, España. 2007
GARCIA CANCLINI, N.: Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad. Gedisa Editorial, Barcelona, 2004
GARCIA CANCLINI, N. (1990): Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Editorial Paidós, Buenos Aires, 4ta. Reimpresión 2008
MORDUCHOWICZ, R.: La generación multimedia. Significados, consumos y prácticas culturales de los jóvenes. Paidós, Buenos Aires, 2008
MORENO, J.: Ser humano. La inconsistencia, los vínculos, la crianza. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2002

 
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