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Pasiones de la línea  -  Osvaldo Picardo
Pasiones de la línea
(Poemas de Nicolás de Cusa)
De Osvaldo Picardo
Editorial En Danza. 90 páginas.
Por Héctor Freire
[email protected]
 

El reconocimiento de la propia ignorancia

En el espacio de este intenso e inteligente libro hay una superficie poética más que significativa, donde convergen textos que conforman una síntesis y prolongación de dos anteriores libros (Quis, quid, ubi. Poemas de Quintiliano y Una complicidad que sobrevive) y que, junto a éste, son de los más logrados del autor. Para quién, como podemos constatar a partir de la lectura de sus poemas, “la época y la poesía, el lenguaje y el pensamiento, la historia, la naturaleza y el hombre son problemas, y no temas”. En este sentido, Osvaldo Picardo adhiere a la idea de ciertos poetas, como Alberto Girri oYves Bonnefoy, para quienes uno no debería llamarse nunca a sí mismo “Poeta”. Esta afirmación “narcisista” significaría que uno ha resuelto los problemas que ha venido y sigue planteando la poesía.

Conciente de esta limitación –que no deja de ser a la vez una ventaja, en cuanto a la exigencia creativa- Picardo, sin embargo, no deja de agotar en sus poemas el campo de lo posible. Con una mirada llena de asombro, inequívoca, cuando surge de una inesperada alteración de lo real. Y no con el aburrimiento retórico ante lo cotidiano. A veces con tono irónico, como una estrategia de resistencia frente a la resignación y al implacable “avance de la insignificancia”. Y otras veces con sutiles, líricas e intelectuales pinceladas que intentan neutralizar tanta rutina y “clima” siniestro, entendido éste como lo entendía Freud: aquello familiar que se ha tornado desconocido. A propósito, leemos en el poema Un pedazo de espejo:

“Hay un pedazo de espejo/entre los pastos y la basura/en el baldío. Un vidrio plano/ que carece de preocupación alguna/Víctima de alguien que no soportó/su propia cara o, simplemente/de la torpeza y la mala suerte…Aparte y extraño, allí,/ sin quien lo use, ni necesidades,/sigue siendo una verdad en sí mismo”.

Escribir para Picardo, aunque no sea nada más que una simple palabra, es constatar, en ese mismo instante, que una lengua está ahí y se agita afanosa y, con ella, todas las ambigüedades, los espejismos y todo el pasado del lenguaje. Es que, para poetas como Picardo, nunca existe lo inmediato. Incluso sus textos parecen advertirnos, en cuanto a pretender crear en las palabras su densidad infinita o su puro vacío, que sólo puede ser un deseo, insensato desde que aparece. “Todo está dicho y llegamos demasiado tarde. De ahí que hablemos por boca de otros y sobre-escribamos un poema infinito (¿Pasiones de una línea infinita?- el agregado es mío-) que nadie alcanzará a leer sino de a pedazos. ¿No es esa la primera limitación que debemos asumir? Lo nuestro es escribir entre comillas, citar, aún no sabiendo que citamos.” nos dice Picardo sobre su propia poesía. Y en esa particularidad, en ese “correlato objetivo”, encontramos más un sentimiento de solidaridad que una inclinación a la conquista y usurpación de los elementos culturales del museo universal. “Correlato objetivo” (seguramente Picardo lo leyó en Eliot) que en este libro funciona como un verdadero instrumento de precisión: para expresar su emoción el autor busca una puesta en escena de situaciones, un marco de acontecimientos, un grupo de objetos, de animales y personas que deberán ser la ecuación de esa emoción particular; tales que, cuando los hechos externos que deben terminar en una experiencia sensorial sean dados, la emoción sea evocada. Un modelo formal, una “lupa poética”, a través de la cual, los sentidos del poeta miran para hallar esa emoción, ahora transformada en escritura.

También creo, que uno de los ejes a partir del cual, se genera y estructura el discurrir poético del autor es el problema de la memoria, el pasado que se impone a pesar de toda voluntad, pero, sobre todo, la de un sujeto perforado por varias voces. El peso de lo histórico y de la tradición cultural. En Pasiones de la línea, como en sus otros dos libros citados, conviven y dialogan (o sea entran en conflicto) Quintiliano, Catón, Séneca o Nicolás de Cusa, con personajes, situaciones cotidianas y distintos animales: escarabajos, babosas, gatos, picaflores, ballenas y arañas. El proceso de asimilación de elementos ajenos que, en mayor o menor grado, advertimos en todo creador, en el caso de Osvaldo Picardo presenta un interés muy particular: es uno de los rasgos que lo distinguen.

Sin embargo, esta poesía no es hermética ni oscura, por el contrario, es de una extrema claridad en los detalles. No hay nada impreciso en sus imágenes, ninguna niebla alrededor de los sentimientos que formula, sus medios de expresión son directos y los planos de su puesta en escena están trazados con precisión. Picardo, en sus poemas, llega incluso a hacer sentir la consistencia de lo sólido, aun en situaciones difíciles de materializar. Objetos e imágenes que determinan ensueños “fáciles y efímeros”; una ensoñación poética que trabaja con la mirada. Ante este mundo de formas cambiantes, la voluntad de ver (la voluntad del amor) sobrepasa la pasividad de la visión y se proyecta en los seres más simples. Y donde hasta “La lentitud no deja de ser un movimiento,/ un estar acá y allá, aunque nadie lo vea/sino a través de la levedad de una imagen en el agua”, como leemos en el poema Un libro al agua, texto que alude a la leyenda sobre la infancia de Nicolás de Cusa, de cuya obra más importante, De Docta Ignorantia (Capítulo XIII), Picardo extrae la idea central de su libro, estructurado en tres partes:

La máquina del mundo – Error de cálculo – Lectura y variaciones de la línea, que, a su vez, se corresponden con los tres conceptos-base del mismo: 1- la máquina del mundo tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna. No existe un único y solo infinito 2- El conocimiento no puede ser alcanzado por nuestro entendimiento. Todo saber es la conciencia de “un no saber”. 3- La poesía nace del reconocimiento que hace el poeta de su propia ignorancia.

Desde esta perspectiva, el poema El ignorante es más que significativo. También podríamos afirmar que la poesía de Picardo es el lugar de la mirada. Picardo mira e interroga (escribe), o sea hace algo con lo visto. ¿Y qué otra cosa puede ofrecer un poeta si no es su mirada? Aunque “Mirar no es ver sólo esto que se muestra/ ni siquiera lo que existe”, se nos advierte en ese mismo poema.

”El mundo como realidad y ficción: esta es la visión que depara, como discurso disparador, la poética de Osvaldo Picardo. Su lectura nos entrega el ejercicio y el resultado de una mirada de vasto espectro sobre las cosas que nos rodean y nos habitan, las visibles y las escondidas, las evidentes y las secretas…”, comentó Joaquín Giannuzzi, a partir de la lectura de los textos de Picardo.

Diremos, por último, que estos poemas son un acto de humildad y, al mismo tiempo, la constatación de que la movilidad de la vida crea, en el poeta, la conciencia de la totalidad del mundo y el drama de nuestra existencia pasajera.





 
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