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Aguantar… es la consigna
Escenas de un taller psicodramático de varones
Por Leonel Sicardi
Psicólogo, Psicodramatista
[email protected]
 

Introducción

En el marco del V Congreso Iberoamericano de Psicodrama, realizado en Méjico entre el 5 y el 7 de Mayo de 2005, coordiné un grupo de varones cuyo tema fue “¿Qué nos pasa a los varones hoy? Escenas de la subjetividad masculina”, el cual formaba dupla con otro taller denominado “¿Qué nos pasa a las mujeres hoy? Escenas de la subjetividad femenina”. La propuesta concluía con un espacio de puesta en común de escenas de ambos grupos [1]. En este trabajo pretendo describir la dinámica del taller de varones e incluir algunas preguntas y reflexiones que se abren a partir del mismo.

Mi expectativa antes del taller era muy grande: estaba en un país extraño, a pocos días de llegar de la Argentina, acompañado por mi deseo de reunir varones para construir un espacio de intercambio y elaboración, pero también con no pocos interrogantes. Los más presentes eran: ¿vendrán? ¿se animarán? ¿podremos reunirnos y hablar entre varones de temas que vayan más allá del fútbol y el trabajo? ¿qué diferencias culturales y de experiencias habrá entre los varones mejicanos, brasileños, venezolanos y argentinos que participarán? ¿qué semejanzas? ¿qué mandatos y modelos sobre qué es ser varón?

Estas y muchas otras preguntas me habitaban, pero al estar en el salón esperando el momento de inicio, persistía la primera: ¿vendrán? Como en respuesta a estas reflexiones, al acercarse la hora, fueron llegando los participantes, con un ingreso tímido al principio, como mirando: ¿quiénes somos?, ¿cuántos somos?, ¿hay otros que tienen iguales o similares inquietudes?


Escenas del taller

El espacio es amplio y tiene un piso mullido y alfombrado; al recibirlos voy siguiendo el ritmo y el clima del grupo, teniendo en cuenta mi propuesta; van llegando y se sientan en sillas que se alinean en la pared del salón, como tanteando cómo y cuándo va a comenzar este trabajo sobre nuestra subjetividad. Aparecen tres, cuatro participantes y cada ingreso es festejado por el grupo, cómo si dijera “uno más”, otro que nos ayude a generar este espacio de intimidad, de grupalidad entre varones.

Que el contexto cultural otorgue a la mujer el lugar de la emocionalidad, nos permite entender por qué los grupos de pares, donde se genere un espacio de intimidad, sean de más difícil acceso para los varones, ya que es un ámbito considerado territorio femenino [2]. Esto nos permite empezar a darnos cuenta, por qué son necesarios y a la vez difíciles de realizar los grupos de varones.

En este inicio del taller ingresan unos dieciséis participantes, se van formando subgrupos, algunos de ellos hablan conmigo y va apareciendo el tema de la convocatoria en el caldeamiento verbal, cuentan sus historias en relación con la pareja, con los hijos, con sus padres.

La primera propuesta es sentarnos en círculo, que cada uno se presente e incluya lo que le moviliza o afecta el tema del taller. Por mi parte, me propongo favorecer la construcción de un espacio grupal.

Los participantes son en su mayoría psicólogos y psiquiatras de Méjico, Ecuador, Venezuela, Argentina y Brasil, de más de cuarenta años; cuatro o cinco están entre los treinta y cuarenta años.

Se abre una instancia de charla como si hubiera una necesidad guardada por años de hablar entre pares, aparecen relatos de cómo fue criado cada uno en referencia al ser varón, los vínculos con los padres, escenas de parejas con los reclamos mutuos siempre presentes, lo que cada género espera del otro y genera frustraciones, desencuentros y a veces violencia.

Aparecen las similitudes y las diferencias; las diferencias se ven entre los que fueron criados por una madre muy presente y un padre distante y los que, por diversas circunstancias, tuvieron más presencia de padre que de madre - estos casos son los menos- y surge lo que les produjo cada situación.

Este momento de compartir desde la palabra, de contar vivencias, experiencias, reflexiones, parece no querer terminarse nunca; “para esto nos reunimos” es lo que circula en el clima grupal, ”para esto fuimos convocados”, o “esto es lo que necesitamos”, “hablar de ‘nuestras cosas’ y ponerle palabra a nuestro malestar”.

Como coordinador mantengo una actitud cercana y atenta, favoreciendo el intercambio, la escucha mutua, e intentando que el espacio sea de respeto y confianza para los integrantes del grupo.

En este punto, mi expectativa sigue siendo muy grande: ¿podremos trabajar lo que pensé como propuesta del taller?, tal vez este espacio poco habitado y poco frecuente tiene la ansiedad y la sobre-expectativa de lo muy anhelado.

El salón parece ir teniendo un color y un clima de calidez, diferente al del inicio con los participantes en las sillas pegadas a las paredes, y el espacio que antes parecía inmenso, empieza a ser apropiado por el grupo.

En un segundo momento, como caldeamiento psicodramático, la propuesta es caminar y saludarnos como tenemos ganas, como nos sale; aparecen los códigos de la distancia entre varones: si hay cercanía es con abrazo o palmadas fuertes y efusivas, evitando un contacto sostenido con el cuerpo del otro, que puede dar lugar a que surjan diversos sentimientos conectados a lo femenino o a la fantasía homosexual.

En este punto es interesante pensar en la circulación de las emociones en este grupo, no verbalizadas pero visibles en los intercambios de gestos, en la intensidad puesta en cada relato, en cada escena, en la importancia otorgada a cada momento del trabajo compartido, en la cercanía y la distancia corporal con los pares.

La consigna siguiente consiste en aumentar esas palmadas hasta que veamos si necesitamos otra forma de saludarnos. Con la confianza ya lograda en el grupo, surge fácilmente el abrazo tímido o sostenido según cada caso.

Aparecen algunos aspectos de las diferencias culturales: “Cómo extraño el abrazo y el beso con mis amigos que se da en mi país”, dice un argentino que trabaja y vive en Méjico hace años; pero, a la vez, está siempre presente el denominador común de que el varón si es vulnerable es menos hombre o no responde al “deber ser“ que imprime lo socio cultural para el género.

Luego de los saludos, que tuvieron algo de contacto y de juego, propongo un juego de varones que elija el grupo. Surgen varios pero el grupo elige un juego, parecido al “rango”, que en Méjico se llama "Uno por mulo". El mismo se inicia pidiendo a alguien que empiece siendo el "mulo", y a éste lo saltan todos los demás con dieciséis consignas diferentes. Ahí aparece la cercanía y la rivalidad, la competencia, el ganar al otro con acciones que requieren habilidad y destreza física, como sucede en el fútbol y otros juegos de varones.

Entre risas y algo de tensión se juega esto de “¿voy a ser fuerte y ágil como los otros?”, “¿voy a ser el más fuerte?”, “¿voy a tener una sanción/prenda que me ponga más abajo que el resto?“.

En esta dramatización de la competencia masculina, en que se juega el ganar, ser más fuerte que el otro, me proponen incluirme en el juego como planteándose si el coordinador, el del rol diferenciado, va a jugar y compartir/competir con el grupo -¿puesta en escena de la rivalidad edípica?-, o se va a quedar afuera como el padre tradicional y distante que marcó la cultura para varias generaciones.

Luego de transitar varias dificultades propias del juego, las vallas a saltar se complejizan y requieren combinar varias acciones para cumplir con el objetivo. Juego de poderes y dificultades que dramatiza las exigencias que se suman, y muestra, el sentir de los varones sobre el poder, el deber y la competencia, teniendo como telón de fondo el varón completo imaginario [3] que representa al varón que debemos ser, es decir, quien detenta el poder.

Luego de varias vueltas en este juego los niveles podían continuar, pero decido seguir con otra consigna que es empezar a conectarnos con los mandatos recibidos desde la infancia. Así surgen: “se fuerte”, “tené huevos”, “los hombres no lloran”, “hay que aguantar”, etc.

Trabajamos el peso de estos mandatos, indagando cuál le suena más fuerte a cada uno, como si hubiera un micrófono en el centro del salón que amplificara el sonido de la consigna más resonante en cada uno, implementando la técnica psicodramática de maximización.

La propuesta posterior es eligir de esos mandatos, dos que les resuenen más y que, a partir de ahí, formen dos subgrupos. Los mandatos elegidos por el grupo son: “se fuerte” y “tené huevos”.

Luego de agruparse según los dos mandatos, muy similares en su significado, proponen seguir como un solo grupo denominado: “se fuerte/tené huevos”. Interesante pedido el del grupo que se construye sobre el deseo inicial de: “sigamos con este espacio de pertenencia grupal, sigamos juntos”.

Propongo, a continuación, evocar escenas personales a partir del mandato elegido. Cada uno elige su escena y pasa a relatarla al grupo. Luego deben elegir una escena y, nuevamente, les es difícil elegir pues dejar de lado alguna escena equivalía a simplificar aspectos de una compleja trama. Entre diferentes escenas el grupo decide no descartar tres:

El inicio de la masculinidad, Esta noche no querida, Otra vez solo.

Comenzamos, entonces, a trabajar las escenas. La primera muestra a un chico que, en el campo, no consigue traer de regreso a un caballo, que se le había perdido, y a su padre, que en actitud muy severa y autoritaria le dice: “No vuelve a casa sino trae ese caballo”. La escena se congela con la plástica corporal de ese chico, achicado, encogido, humillado porque no había podido cumplir con lo esperado por su padre: no cumple con el ideal de hijo para su padre.

Al trabajar la escena, el grupo espontáneamente hace la contracara de esa plástica y aparece la estatua de un Hércules mostrando toda su fuerza, expresando dramáticamente estos opuestos, como diciendo: “como no soy el fuerte-poderoso que debo ser, soy el humillado, el débil”.

Creo que esta viñeta de la escena trabajada muestra la esencia del mandato elegido: ser fuerte, mandato que aparece como fundante para la construcción de la masculinidad, que genera la coraza corporal y caracterológica que mostró el grupo y que funciona como defensa ante los “no puedo”, ante las partes fallidas o vulnerables que todos tenemos, conflicto que se cristaliza como polaridad: todopoderoso o humillado.

Este ideal del ”hombre duro” transmitido por el padre, lo trae el hijo en su historia y en la impronta generada por la cultura en su subjetividad [4]. A su vez, si el padre no es cercano y dador para ese hijo, la fuerza del mandato es más paralizante y genera estereotipos claramente defensivos de masculinidad: el duro, el macho, el que no llora.

En la segunda escena, “Esta noche no querida”, un varón llega a su casa muy cansado de un día de trabajo y la mujer le insinúa la posibilidad de tener relaciones sexuales. El le dice que está muy cansado, ella se enoja y le pregunta si es que ya no la quiere, le hace reclamos que generan culpa. En esta escena, el protagonista, angustiado ante la situación, dice: “Necesitaría que acá estuvieran mis amigos”.

El grupo entero toma el rol de sus amigos que le dan aliento y apoyo diciéndole: “Díle que la quieres, sólo que hoy no tienes ganas, no te preocupes, nosotros te comprendemos”, evidenciando una actitud cercana y afectuosa, concretizando al grupo interno de amigos del protagonista, siendo -a la vez- el grupo de compañeros de taller que lo sostienen y entienden.

La tercera escena es “Otra vez solo”. En ella el protagonista llega a su casa tarde, cansado luego de un día exigido de trabajo, con ganas de ver a su mujer y a su hijo, que tenía dificultades de salud. Al llegar los encuentra a ambos durmiendo y dice: “Otra vez solo”.

En esta escena se focaliza en el sentimiento de soledad del protagonista y el grupo mediante la técnica psicodramática del doble, resuena con él: “finalmente, después de tanto esforzarte, estás solo”, “esto es lo que te pasa siempre”, “aguanta, aguanta solo”.

Luego de trabajar las tres escenas, se plantea al grupo que -como una síntesis final- mostraran las tres escenas elegidas, tal como después iban a mostrarlas ante el grupo de mujeres.

Al hacerlo, se vio detrás de cada escena al resto del grupo como coro griego, resonando con los sentimientos y pensamientos del protagonista de cada una, haciendo un doblaje múltiple y amplificado.

Es muy significativo el peso de la exigencia, la carga y la responsabilidad, que aparece en los varones, que refiere no sólo al rol culturalmente asignado de ser el encargado de desarrollar el ámbito de lo público, de la producción, sino que implica que a este rol, hoy compartido con las mujeres, se le suma el ámbito de lo privado que antes era de predominio femenino y que es un espacio que se suma y se incorpora sin ser valorizado.

Un participante comenta: “Yo puedo mostrar cada vez más mi sensibilidad, mi parte vulnerable, pero tengo que reconocer que cuando siento que puedo sostener a mi familia, ser el proveedor con mi plata, ahí me siento muy satisfecho, completo”.

En otro momento, un participante relata que al estar enfermo, recién operado, su mujer e hija lo fueron a visitar y le dijeron: “¡Cómo nos hacés esto!”, como exigiendo que tiene que ser fuerte y estar siempre bien, dándole voz a este mandato vigente para los varones.

Otro participante, mientras se despliegan las diferentes escenas del malestar masculino, dice: “Aguanta, aguanta”; sumando a esto un gesto de apretar los dientes, graficando sentimientos de esfuerzo y tensión.

Podemos pensar que, ante los cambios generados en los lugares de la mujer y el varón, hay un sufrimiento inherente a esta transición, por la crisis de un modelo y la necesidad de construir otro aún no perfilado, lo que genera una gran incertidumbre y suma las exigencias de un modelo y de otro; este sería el “aguantar” que manifiestan reiteradamente los integrantes del grupo.

 
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Notas
 

[1] El Taller de mujeres en dicho Congreso estaba coordinado por las licenciadas Rosa Gremes, Alma González y Marta Carlevarino.
[2] Burin, M. y Meler, I. Varones, género y subjetividad masculina, pág. 130 citan a Luis Bonino Méndez: “el ideal masculino es no tener nada de lo femenino”.
[3] Fridman I., El lado oscuro de la paternidad. El Psicoanalítico Nº 6, publicación virtual de Psicoanálisis, sociedad, subjetividad y arte.
http://www.elpsicoanalitico.com.ar/num6/clinica-fridman-el-lado-oscuro-de-la-paternidad.php
[4] Burin, M. y Meler, I. Varones, género y subjetividad masculina, pág. 130, citan a Luis Bonino Méndez: “la masculinidad se construye sobre la base de la lucha contra el padre y construye su formulación de su ideal como ser un hombre duro”.


 
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