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La masculinidad en cuestión:
vacilaciones, malestares, transiciones
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Por
Facundo Blestcher |
Psicoanalista.
Miembro Titular de ASAPPIA. Vicepresidente
de la Sociedad Psicoanalìtica de
Paraná. |
[email protected] |
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Si bien
gran parte de las transformaciones históricas
del Siglo XX condujeron a un creciente protagonismo
de las mujeres -a partir de la denuncia de las desigualdades
del patriarcado- y a una deconstrucción de las
teorías acerca de la feminidad [1],
no resulta menos cierto que las últimas décadas
nos enfrentan con una descomposición de los discursos
hegemónicos sobre la masculinidad. El llamado
fin del dogma paterno [2]
no es ajeno a estas mutaciones en los procesos de producción
subjetiva de los varones.
Del pensamiento de Freud [3]
se extrae una teoría de la masculinidad que ha
heredado el supuesto del dado
por sentado [4].
Se sostiene canónicamente que la sexualidad masculina
responde a una evolución natural y lineal, en
tanto el varón conserva la zona erógena
y el objeto de la sexualidad infantil, y la interdicción
paterna al interior del complejo de Edipo abre a la
elección de objeto heterosexual por renuncia
a la madre. Múltiples avatares fueron subsumidos
en una serie de fórmulas explicativas que superpusieron
trastornos de género en la infancia, elección
homoerótica de objeto y angustias homosexuales
de varones heterosexuales (atribuidas a fantasmas femeninos
debidos a la “bisexualidad constitutiva”
o a la “homosexualidad inconsciente”).
La masculinidad cuestionada:
de los estudios de género al Psicoanálisis
Los estudios de género han contribuido al análisis
del malestar masculino, identificando los modos sociales
de representación de la diferencia sexual, superando
el esencialismo y la subordinación a la biología.
No obstante, en la medida en que la sexualidad –en
tanto plus de placer irreductible a la autoconservación–
no se limita a los dos rubros de la sexuación
como ordenamiento masculino-femenino, ni a la genitalidad
articulada por la diferencia de los sexos, sus aportes
deben ser ponderados en su pertinencia específica
[5].
Los discursos tradicionales naturalizan una masculinidad
hegemónica sostenida en ideales e imperativos
de autonomía, dominio, control y potencia sexual
[6].
Actualmente se observan, tanto en la cultura como en
la clínica, ciertos cambios que afectan a los
varones ocasionando malestar. Los estereotipos dominantes
se fracturan y emergen formas específicas de
padecimiento: estados depresivos, crisis de angustia,
procesos de des-identificación y desbalances
narcisistas, afecciones psicosomáticas, consumos
compulsivos [7].
Este sufrimiento puede sintetizarse en una vivencia
de vacilación o fragilización de la masculinidad
[8].
Desde el Psicoanálisis no podemos desconocer
la incidencia de los dispositivos de subjetivación,
tanto en la configuración de nuevas identidades
como en la causación de padecimiento psíquico,
y advertir las texturas del malestar en la cultura y
los modos concretos con los que en cada época
se definen los términos y contenidos del conflicto
psíquico [9].
La masculinidad comporta un entrecruzamiento de aspectos
pulsionales e identitarios, representaciones sociales
y relaciones de poder. La distinción entre sexo,
género y sexualidad (como así también
entre identidad sexual e identidad de género)
requiere considerar las diferencias entre producción
de subjetividad y constitución del psiquismo
(Bleichmar, 2009). Se establece una distinción
entre, por un lado, los modos históricos de articulación
ideológico-discursiva con que cada cultura en
un periodo determinado define al sujeto social; y por
otro, las premisas del funcionamiento psíquico
que adquieren un cierto carácter universal y
definen la conformación del sujeto psíquico
tal como el Psicoanálisis releva.
La sexualidad masculina y las paradojas
de su constitución
Las tensiones entre el yo y los ideales, la conmoción
del registro identificatorio y narcisista por las transformaciones
epocales, propician vacilaciones en las masculinidades.
Sin embargo, desde una fundamentación metapsicológica,
es posible reconducir las condiciones de este malestar
a los procesos mismos de constitución de la sexualidad
masculina.
La sexualidad es implantada por la pulsación
primaria que ejerce el adulto y que ubica al niño
en una posición pasiva respecto de las excitaciones
que se inscriben y las ligazones que se propician (Bleichmar,
1993, 2000, 2011). Ciertas fantasías de feminización
o pasivización en los varones recubren este origen
y se refuerzan por la dominancia femenina en la crianza,
la erogenización del cuerpo infantil y las identificaciones
primarias. Por ello se ha sostenido que para ambos sexos
la identificación inicial es de carácter
femenino, y que los varones se ven compelidos a un trabajo
arduo de distanciamiento de esa “protofemineidad”
[10].
Posteriormente, la identificación al padre sexuado,
que gobierna los modos de acceso y ejercicio de la genitalidad
en la elección de objeto, se instituirá
por la introyección fantasmática del pene
paterno, es decir, por la incorporación de un
objeto privilegiado que somete al varón a un
emplazamiento paradojalmente femenino (Bleichmar, 2006).
La búsqueda de un significante fálico
paterno ensamblará los modos erógenos
primarios y las fantasías que saturan el enigma
sexual. Las polarizaciones deseantes correlativas a
estos procesos pueden ser cualificadas por el yo como
femeninas u homosexuales
a partir de la significación que se deriva de
la lógica binaria y la diferencia sexual.
La constitución paradójica de la sexualidad
masculina, en esta imbricación entre sexualidad,
sexo y género, se articularía con los
estudios antropológicos que postulan a la virilidad
como una conquista que se adquiere y que solicita un
sostenimiento permanente, dado que el sujeto puede ser
más o menos fácilmente destituido de ella.
La masculinidad atraviesa un umbral crítico que
toma, en muchas sociedades, la forma de pruebas no solo
de constatación sino de adquisición del
carácter viril [11].
La complejidad de la conformación de la sexualidad
masculina demanda discernir las situaciones en que el
padecimiento es efecto de un fracaso en la constitución
misma de la identidad sexual, de aquellas otras en las
que el malestar es resultado del impacto traumático
que provocan las variaciones en las representaciones
dominantes de la masculinidad.
La comprensión de la masculinidad conduce a identificar
las condiciones de su ordenamiento y atribución
sexuada que conciernen a la identidad –y por tanto
al yo en sus formas de cualificación de las mociones
deseantes–, como también las polarizaciones
pulsionales, erógenas y fantasmáticas
que determinan sus posibles destinos y vicisitudes,
ya que entre la biología
y el género, el psicoanálisis ha introducido
la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto,
que no se reducen ni a la biología ni a los modos
dominantes de representación social, sino que
son precisamente, los que hacen entrar en conflicto
los enunciados atributivos con los cuales se pretende
una regulación siempre ineficiente, siempre al
límite [12].
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Notas |
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[1]
Las concepciones de Freud (1924, 1925, 1932, 1933)
y de sus primeras discípulas (Deutsch,
Bonaparte, Lampl de Groot, Mack Brunswick) acerca
de la sexualidad femenina fueron sometidas a críticas
desde las teorías feministas por la impregnación
falocéntrica de sus enunciados y la reproducción
de los discursos patriarcales (Flax, 1990; Burin
y Meler, 1998; Dio Bleichmar, 1997; Tubert, 2000;
Butler, 2006; Benjamin, 1996).
[2] Cf. Tort, Michel. Fin
del dogma paterno. Paidós, Buenos Aires,
2010.
[3] Cf. “La organización
genital infantil” (1923), “El sepultamiento
del complejo de Edipo” (1924), “Algunas
consecuencias psíquicas de la diferencia
anatómica de los sexos” (1925). En
lo concerniente al empleo de los términos
“masculino” y “femenino”,
Freud explicita con claridad: “Es indispensable
dejar en claro que los conceptos de “masculino”
y “femenino”, que tan unívocos
parecen a la opinión corriente, en la ciencia
se cuentan entre los más confusos y deben
descomponerse al menos en tres direcciones. Se
los emplea en el sentido de actividad y pasividad,
o en el sentido biológico, o en el sociológico.
El primero de estos tres significados es el esencial,
y el que casi siempre se aplica en el psicoanálisis
(...) El segundo significado, el biológico,
es el que admite la más clara definición.
Aquí, masculino y femenino, se caracterizan
por la presencia del semen o del óvulo,
respectivamente, y por las funciones que de estos
derivan (...) El tercer significado, el sociológico,
cobra contenido por la observación de los
individuos masculinos y femeninos existentes en
la realidad. Esta observación muestra que
en el caso de los seres humanos no hallamos una
virilidad o una feminidad puras en sentido psicológico
ni en sentido biológico” (Freud,
Sigmund. Tres ensayos de teoría sexual.
En Obras Completas, Vol. VII, Amorrortu, Buenos
Aires, 1993, pág. 200).
[4] Cf. Gilmore, David.
“Hacerse hombre. Concepciones culturales
de la masculinidad”. Paidós, Barcelona,
1994.
[5] Algunas aportaciones
desde la perspectiva de género, si bien
enriquecedoras para la denuncia de las condiciones
ideológicas que gobiernan los arreglos
históricos y políticos de la construcción
de la subjetividad y del intercambio entre varones
y mujeres, han propiciado un deslizamiento con
respecto a la causalidad del padecimiento psíquico,
desde las determinaciones libidinales a las relaciones
de poder socialmente construidas. Esto comporta
–para quienes adherimos a la exigencia de
“poner a trabajar” al Psicoanálisis
desde sus fundamentos mismos–- la necesidad
de plantear una articulación rigurosa entre
las investigaciones procedentes de otros campos
disciplinares y los enunciados centrales del corpus
psicoanalítico a fin de evitar extravíos
(entre ellos, la reducción del descubrimiento
freudiano de la sexualidad pulsional a la identidad
genérica).
[6] Algunos autores sugieren
incluso que esta primacía otorgada al rendimiento
sexual, la obsesión en torno a no defraudar
al partenaire en el coito (que puede registrarse
también en relaciones homosexuales) y la
“pseudohipersexualidad” como insignia
viril, pueden enlazarse con la difusión
de un modelo de masculinidad misógino,
sádico u homofóbico (Stoller, 1968;
Greenson, 1995).
[7] Blestcher, Facundo.
Producción de subjetividad, narcisismo
y malestar actual de la masculinidad. Revista
Nuevas Propuestas, N° 45, Santiago del Estero,
2009, pág. 25-55.
[8] Cf. Blestcher, Facundo.
“Los modos de la constitución sexual
masculina: avatares y destinos de una identidad
en tránsito”: http://www.psiconet.com/foros/genero/blestcher.htm
[9] Cf. Bleichmar, Silvia.
Acerca del malestar sobrante. En Dolor país.
Ediciones del Zorzal, Buenos Aires, 2002.
[10] Cfr. Stoller, Robert.;
Herdt, Gildbert. El desarrollo de la masculinidad:
una contribución transcultural. Revista
de la Asociación Escuela de Psicoterapia
para Graduados. Buenos Aires, Nº 18, 1992.
Este rechazo a una primera identificación
femenina ha sido expuesta como tarea de “desidentificación
de la madre” por Greenson (1995) y Kimmel
(1992).
[11] Los rituales de
masculinización, que no configuran meras
iniciaciones en la genitalidad sino procesos eficaces
de constitución de la identidad sexuada,
han sido descriptos en numerosos contextos culturales
(Gilmore, 1994; Mondimore, 1998).
[12] Bleichmar, Silvia.
La identidad sexual: entre la sexualidad, el sexo,
el género. Revista de la Asociación
Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.
Nº 25. Buenos Aires, 1999, pág 41.
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Bibliografía |
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Badinter,
Elisabeth.
XY de l'identité masculine.
Ed. Odile Sacob, París, 1992.
Benjamin,
Jessica.
Los lazos de amor. Psicoanálisis,
feminismo y el problema de la dominación.
Paidós, Buenos Aires, 1996
Bleichmar,
Silvia.
La fundación de lo inconciente.
Destinos de pulsión, destinos
del sujeto. Buenos Aires, Amorrortu,
1993.
--- Clínica psicoanalítica
y neogénesis. Amorrortu, Buenos
Aires, 2000.
--- Paradojas de la sexualidad masculina.
Paidós, Buenos Aires, 2006.
--- Producción de subjetividad
y constitución del psiquismo.
En: El desmantelamiento de la subjetividad.
Ed. Topía, Buenos Aires, 2009,
pág. 33-50.
--- La construcción del sujeto
ético. Paidós, Buenos
Aires, 2011
Burin,
Mabel; Meler, Irene.
Varones. Paidós, Buenos Aires,
2000.
Butler,
Judith.
Deshacer el género. Paidós,
Barcelona, 2006.
Dio Bleichmar,
Emilce.
“Del sexo al género”.
Revista de la Asociación Escuela
de Psicoterapia para Graduados. N°
18, Buenos Aires, 1992.
Flax,
Jane.
Psicoanálisis y feminismo:
pensamientos fragmentarios. Cátedra,
Madrid, 1990.
Greenson,
Robert.
Des-identificarse de la madre. Revista
de la Asociación Escuela de
Psicoterapia para Graduados. N°
21, Buenos Aires, 1995.
Kimmel,
Michael.
La producción teórica
sobre la masculinidad: nuevos aportes.
Ed. De las mujeres, Santiago de Chile,
ISIS Internacional, Núm. 17,
1992.
Mondimore, Francis.
Una historia natural de la homosexualidad.
Paidós, Barcelona, 1998.
Stoller,
Robert. Sex and Gender.
Science House, New York,1968.
Tubert,
Silvia. “Sobre
la moral sexual. Psicoanálisis
y Feminismo”, en Meler, Irene;
Tajer, Débora: Psicoanálisis
y género. Debates en el Foro.
Lugar, Buenos Aires, 2000.
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