de Florencia L. Casabella y Diego Velázquez. Facultad de Ciencias
Sociales. Universidad Nacional de Lomas de Zamora, Buenos Aires, 2023, 235 p.
Prólogo
Por Yago Franco
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El ya casi inexistente correo postal, ese cuyo emblema más conocido era la
carta: un sobre que contenía en su interior papeles escritos (sea manuscritos o
a máquina – me refiero a las máquinas de escribir), en los cuales los sujetos
volcaban experiencias que viajarían en esos sobres, dando lugar a cartas de
amor, de odio, de noticias, de enfermedades, nacimientos y muertes, de
contenido revolucionario, de guerra, o científicas, las de Freud o el Che,
semblanzas de países lejanos, cartas en las que viajaba la tristeza y desazón
de los exilados y un larguísimo etcétera, ese correo, además contenía a las
postales. Estas no viajaban en sobre – tal su particularidad – sino que – tal
como los autores consignan en la introducción, constaban de una imagen y una
nota en su reverso. Y no tenían la privacidad de la carta: cualquiera podía
leerlas.
Solían remitirse cuando la persona estaba de viaje o de vacaciones. Invento de
fines del siglo XIX, siempre produjeron en mí una impresión enigmática. Porque
la imagen intentaba transmitir la realidad en la que estaba el sujeto y el
comentario muchas veces estaba enlazado a dicha realidad (y había postales
que incluían al remitente fotografiado al lado de algún objeto emblemático del
lugar), pero entre el comentario y la imagen había, para mí, un hiato. Hiato que
el receptor intentaba completar con su imaginación. «Te envío saludos desde
Machu Picchu», o «Desde Mar del Plata», o «Desde la Acrópolis, lugar increíble,
si el viejo nos viera» (Freud). Pero uno debía tratar de poner en movimiento esa
suerte de fotograma y relacionarlo con las palabras del remitente. Los lobos
marinos en la Rambla de Mar del Plata y el sujeto hablando de los días felices
que estaba pasando. ¿Qué tenían que ver esos lobos marinos con la felicidad?
¿Qué eran esos lobos marinos? ¿Eran representantes representativos de ese
lugar? ¿Qué tenían que ver con la felicidad? ¿Y el que las remitía, era
realmente feliz, o además de feliz algo lo turbaba o entristecía?
Tengo en mi consultorio un cuadernillo de postales enviadas a mi abuelo por
sus hermanos desde su tierra de origen, Sapri, mostrando imágenes de esa
pequeña ciudad del sur de Italia, y siempre me he preguntado qué habrá
sentido y pensado mi abuelo cuando las recibió, desde ese lugar del que se fue
a los 15 y nunca regresó. No transmiten felicidad, parecen más bien cargadas
de nostalgia (o tal vez fuera la de mi abuelo, o la mía). Ese color sepia
transmite algo más que la imagen en sí: el ayuntamiento, la iglesia, un parque,
un edificio en una calle. ¿Los que estarían nostálgicos serían ellos y no mi
abuelo? Tengo también una foto-postal (eso, como decía, también existía) en la
está fotografiado mi abuelo, y en el reverso está su declaración amorosa a la
que sería mi abuela.
En todas las postales hay algo evidente y algo enigmático. Dicen los autores
del libro que el mismo se trata de “la imagen de una postal con un mensaje
abierto a la interpretación de sus lectores”. Es así, ni más ni menos lo que el
libro (una postal más sofisticada, si se quiere) transmite.
En todas las postales hay algo intraducible y que nos pone a trabajar, algo se
nos transmite y algo debe ser elaborado por los receptores. Un enigma que
debe quedar abierto, como el de la mujer que le dice a Diego Velázquez “¿Y
Ud. cómo me va a curar?”
Las postales transmiten algo imposible, pero al mismo tiempo transmiten algo.
La transferencia analítica – es bueno subrayar que este libro es sobre la misma,
haciendo un viaje tanto de postales teóricas como de la clínica misma – esa
transferencia es un viaje, sea entre representaciones, o de los otros históricos
del sujeto, fantasmatizados, sobre la figura del analista, quien a su vez convoca
a la misma. Este libro es así una suerte de continuación de “Testimonios de la
transferencia”, de 2018 y – adelantan los autores – es el primero de una serie.
Nos transmite postales que nos envían los autores, para que quien las reciba
haga algo con ellas, se enfrente a sus enigmas, recoja lo que las mismas
transmiten, sea caja de resonancia de los paisajes y la letra que los
acompañan. Son postales del análisis que son también postales de la
transferencia. Esa transferencia que es entendida también como traslación.
Sujeta a equívocos, ya que toda traslación implica una traducción. En Lost in
traslation (Perdidos en Tokio se tradujo aquí a esta película de Sofia Coppola),
los personajes no logran traducir su experiencia y tampoco logran traducirse
entre ellos, es un traslado que no logra traducirse: en el análisis lo que se
produce es un intento de traducción, que siempre contendrá un resto. Algo
intraducible. En la traslación transferencial algo se intenta traducir: esa es una
buena parte de la experiencia del análisis. Lo que no se traduce queda como
enigma, ese ombligo que liga a la experiencia analítica con lo desconocido.
Hace muchos años, parado en la esquina de mi casa me interpeló una Sra.
mayor, quien me sorprendió con esta pregunta: “¿Ud. es psicólogo, ¿no?, ¿y
atiende aquí enfrente?”. Era la vecina de una casa frente a la mía que hasta
ese momento – tanto la casa, como la vecina – habían pasado desapercibidas
para mí. Convinimos una entrevista. Me dijo que ella había vivido de chica en
esa casa en la que ahora vivía yo con mi familia, y trajo consigo un inelaborado
duelo por la muerte de su esposo… y también de su padre, muchos años atrás.
Habló de su vida, y yo sentía que, mientras, ella iba recorriendo
imaginariamente el espacio de esta mi-su casa. Un recorrido temporal y tópico.
Esta travesía tuvo un feliz final. Un final en el que quedaron plasmados
enigmas diversos. Como ¿qué fue lo que facilitó finalizar esos duelos?
¿Hubiera sido posible en otro espacio?
Las postales teóricas del libro son interesantísimas y magistralmente
articuladas. Hay una advertencia que les da un marco: no todo lo que ocurre en
análisis es transferencia. “A veces un cigarro es un cigarro” diría Freud.
También que la transferencia transciende el dispositivo analítico: forma parte
de la vida cotidiana de los sujetos. A eso agregaría que la diferencia es que el
dispositivo la convoca, la pone al servicio de la cura y es interpretada por el
analista.
Hay en este libro postales del pensamiento sobre la transferencia y el análisis y
sus fines (en el sentido que le da a este término Castoriadis), que se
superponen, oponen, entrecruzan. Una de las grandes virtudes del texto es la
de poner en diálogo a autores diversos de la historia del psicoanálisis, un
diálogo en el que no están ausentes tensiones, convergencias, disidencias y lo
más importante: ninguno de sus protagonistas puede dejarse de lado. Un
diálogo precioso, un verdadero hallazgo. Del que participan Freud, Lacan,
Klein, Winnicott y una serie recorrida con rigurosidad en la que también está
presente el pensamiento de Rafael Paz. Así Meltzer aparecerá rescatando de
la transferencia “el alivio de depositar y compartir con otro, junto a la figura del
analista como testigo y compañero de ruta”. Claramente, como sostienen los
autores, la transferencia es un viaje. Y Florencia Casabella y Diego Velázquez
dirán algo absolutamente pertinente que hace al lugar del psicoanálisis en esta
época en la cual “hay muchos testimonios de un desprecio o ignorancia del
lazo transferencial o de las ansiedades en juego en un lazo. Cuestión que es
sintónica y coincidente con un espíritu de época en el que predomina el
discurso capitalista y de rendimiento inmediatista.” En el psicoanálisis se aloja,
dirán, “Lo que no es alojado en ningún otro discurso”. Hace a la figura del
psicoanalista como contenedor-volquete – así llamado por los autores-, lugar de
depositación de restos. Diría: de lo (aparentemente) inútil. Sobre todo para esta
época. El psicoanálisis es un viaje contra la corriente.
La inclusión de Ferenczi es fundamental para el recorrido propuesto por los
autores, en este caso por Diego Velázquez: Ferenczi le dio otro lugar y función
a la transferencia, por momentos en complementariedad y oposición al dado
por Freud. Resaltando lo respectivo a la función de la contratransferencia. Así,
con Ferenczi “el inconsciente del analista cuenta. Luego se puede discutir de
qué forma y qué hay que hacer con eso.” El analista queda implicado en la
escena del análisis.
Respecto de Bion – magistralmente trabajado por Diego Velázquez en Estar de
Bion-humor-, entre otras cuestiones merece rescatarse que Bion, “nos recuerda
que la transferencia es traslado, que no es eso. Lacan también insistió en esa
expresión: eso no es eso.” Es decir: no es lo que parece.
Hablando del humor, Diego Velázquez sostendrá que el mismo “no debiera
estar al servicio de una función evacuativa (las oportunidades para un
humorista son múltiples) o de alivio de lo propio superyoico del analista, sino –
percepción y teorización flotante mediante – al servicio de la producción de
algo nuevo.” Así, el humor – pienso – adquiere la potencia de una
interpretación que “desarma” defensas, que permite llegar a temas difíciles de
ser alcanzados de otro modo. Y cuando toca lo doloroso, lo transfigura.
“Donde los sentimientos depresivos, la melancolía o la envidia estaban, el
humor debe advenir. Esto puede ser para nosotros un buen indicador
diagnóstico”, sostiene Diego Velázquez. Retomando de Bion la cuestión del
estilo como lugar de arribo de los analistas: “el analista es él mismo por su
estilo, no por las teorías que aprende en los libros. Es así que puede intentar
darle vida al artista que hay en él “. “Bion señaló que las teorías psicoanalíticas
sirven solamente en los primeros encuentros con el paciente para tener un
marco y una idea general. Después, el éxito de la empresa depende de la
riqueza de la experiencia de vida del analista, de su capacidad “artística y
poética”, dentro de la cual puede estar lo sublimado en el humor.”
No faltan la referencia a las “Nuevas sesiones raras”, que adquirieron visibilidad
a partir de la pandemia. Sus postales son exquisitas. Estas raras sesiones
nuevas contienen también a lo que tiene lugar en los acompañamientos
terapéuticos (profunda y profusamente trabajado por los autores en el citado
libro de 2018). El acompañamiento es entendido como una “muleta simbólica” y
las postales de las sesiones remotas de acompañamiento son notables.
Antes de terminar este prólogo, me resulta inevitable referirme a algunas
postales, tanto cargadas de humor como de ternura, que muestran a Florencia
Casabella y a Diego Velázquez exhibiendo una gran fineza clínica.
Así sucede con la postal de Florencia Casabella frente al lapsus de alguien que
la llama creyendo que es su ginecóloga y la brillante resolución del mismo.
También cómo conduce la situación con una paciente telépata.
Y el ingenio de Diego Velázquez utilizando la botella de gaseosa de un
paciente para interpretar una resistencia, o el tomar lo que una mujer le dice en
la parada de un transporte público, aceptando que el psicoanálisis es
umbandita, haciéndole lugar a lo que podría resultar disparatado, y también
haciéndole lugar al discurso de quien se dirigía a él.
No adelanto la resolución de estas postales: invito a los lectores a recorrer el
libro y tomar contacto directo con ellas.
¿Qué más puede decirse de este libro? Que sobre el final nos aguardan dos
sorpresas: la primera es que nos hallaremos con la historia de Melanie y
Donald. Y la segunda que, inadvertidamente, nos encontraremos con la palabra
de Clint Eastwood y el relato de su análisis con Bion: un verdadero testimonio
de la transferencia y una gran postal del análisis.
Finalmente, si, como advierten los autores, el propósito de esta obra “sigue
siendo para nosotros el de poder acompañar a estudiantes y profesionales de
la salud en la construcción de una práctica transparente y honesta, sin jergas
inaccesibles o alturas impostadas”, puedo decir que el mismo está cabalmente
cumplido. Quedo (quedamos) a la espera del próximo libro de la serie.