Estas transformaciones que se constatan en el campo de las subjetividades desafían las nociones vigentes sobre la diferencia sexual, sobre la polaridad masculino-femenino y sobre la heterosexualidad. En publicaciones anteriores (Glocer Fiorini 2015, 2020) había revisado esas conceptualizaciones no sólo a la luz de los cambios en la posición femenina y a las migraciones sexuales y de género sino también a las configuraciones familiares no convencionales. Estos cambios tienen fuertes efectos en la construcción de subjetividad y no podemos dejar de lado el contexto en que se producen.
Por un lado, hay que considerar el auge de los mundos virtuales, la informática, la robótica, las biotecnologías, -incluyendo la fertilización asistida y las cirugías de cambio de sexo- que también albergan otras concepciones sobre la diferencia sexual y de géneros. También es crucial el efecto de los algoritmos en la construcción subjetiva, a través de manipulaciones informáticas que modelan las mentes de las personas en lo político, lo social, en sus hábitos de consumo, entre otros. ¿Pero, acaso solo afectan sus ideas políticas o sociales o deberíamos pensar también en otros efectos sobre las representaciones psíquicas atinentes a la sexualidad y al género, a lo normativo y a lo no normativo?
Por otro lado, hay una gran influencia de los movimientos sociales, feminismos, LGBTQ+, que están íntimamente conectados con los cambios que se están produciendo en la cultura, con mayores reconocimientos legales y sociales hacia los grupos minoritarios. Sin embargo, a la vez coexisten con un recrudecimiento de los feminicidios, del asesinato de personas ‘trans’ y de distintas formas de discriminación, entre otras expresiones de violencia a veces no tan evidentes. Es decir, en nuestras sociedades cohabitan ambas vertientes: reconocimiento y discriminación. También coexisten diversas teorías sobre estos temas en psicoanálisis.
La globalización acentúa esta coexistencia de ideas y las disemina en el mundo.
A mi juicio, no es suficiente con afirmar que no debe haber discriminación de ningún tipo. Por supuesto, que esto es fundamental. Pero, como psicoanalistas también tenemos que pensar que nuestra teoría demanda ser revisada en relación con estos problemas que tanto afectan la vida de las personas. No se trata solo de acompañar a los pacientes en su recorrido subjetivo y en sus conflictos, sino también de ampliar nuestra escucha que, sabemos, siempre está limitada por nuestras teorías.
Siempre la clínica es lo primero, pero la teoría alimenta la clínica y deberá ser una teoría abierta para que no obstruya una escucha psicoanalítica también abierta. No hay una sin la otra y se retroalimentan recursivamente.
El pensamiento dicotómico y sus límites. Dualismos y multiplicidades
Las consultas se van ampliando. Ya no se trata solo de neurosis, enfermedades psicosomáticas, perversiones o psicosis, incluidas todas las cuestiones que hay que discutir sobre estas categorías psicopatológicas. Consultan adolescentes y jóvenes que dudan del género que se les asignó al nacer o que se declaran de género fluido o neutro, además de las dudas más conocidas sobre su sexualidad, que eran motivo de consulta más frecuente en otras épocas. Ahora las consultas sobre género cobran preeminencia.
En este contexto, mi abordaje se sustenta en pensar las subjetividades en general, en clave ‘trans’.
Los puntos oscuros en la clínica y en la teoría me condujeron a profundizar en los obstáculos que presenta el pensamiento dicotómico, binario (masculino-femenino, fálico-castrado, naturaleza-cultura) para enfocar los cambios descriptos. En la clínica es insuficiente para pensar en las presentaciones cambiantes de la sexualidad y los géneros que no responden a una resolución heterosexual o a los géneros clásicos masculino y femenino. Por supuesto, la solución más facilitada sería afirmar que se trata de patologías que se alejan de la norma. Pero esto presenta muchos problemas. Primero, estaríamos generalizando una problemática como si todas las homosexualidades, transexualismos y otras variantes de la sexualidad y los géneros pudieran ubicarse en clases; catalogarse sin tomar en cuenta sus diferencias y la singularidad de cada caso. Segundo, estaríamos patologizando a priori, nuevamente sin tomar en cuenta las diferencias. Tercero, actualmente se presentan distintas configuraciones familiares que se alejan de las familias clásicas. ¿Acaso son patológicas? ¿Y sus hijos? ¿Quedarían excluidos del contrato social?
Además, los dualismos presentan otros problemas. Uno de ellos, es que inevitablemente incluyen jerarquías y relaciones de poder entre sus dos polos, evidente en el caso de la polaridad masculino-femenino.
Es necesario puntualizar que muchas veces al plantear los límites del pensamiento binario se interpreta que la propuesta es eliminar los binarismos. Pero, no se trata de eliminar los dualismos, ya que están incluidos en la cultura y el lenguaje. Tampoco la opción es pasar a enumerar una serie indiscriminada de variantes subjetivas. Por el contrario, se trata de pensar con otras epistemologías no dualísticas, que puedan abarcar lo que está más allá de las dicotomías clásicas.
En otras palabras, incluir otras epistemologías y lógicas no binarias en las que las multiplicidades coexisten con los dualismos y los abarcan. De esta manera se descentran las polaridades radicales. Esto solo se puede pensar desde el paradigma de la complejidad (Morin, 1990), tal como lo he planteado en otras publicaciones (Glocer Fiorini, 2020).
El complejo de Edipo en transición
Recordemos que hay en las sociedades actuales una coexistencia entre la dicotomía radical masculino-femenino y la existencia de subjetividades plurales que se apartan de las normas establecidas. Esta coexistencia es también intrapsíquica.
Como señalamos, los discursos y prácticas colectivas instituyen normas e ideales sobre lo femenino, así como sobre las diversidades sexuales y de género, que cohabitan con resistencias a esas mismas normas e ideales. Todo esto se entrecruza con el campo psicoanalítico y tiene poderosos efectos sobre el mismo. Se expresa en las características de muchas consultas actuales y demanda una escucha abierta por parte de los/las psicoanalistas.
Pensemos en distintos tipos de consultas que cada vez se hacen más frecuentes.
Primero, conflictivas de las mujeres con respecto a temas diferentes como la maternidad, la crianza de los hijos, los deseos, la sexualidad, la vida profesional, la sublimación, el paso del tiempo. ¿Pueden analizarse con el Edipo clásico? ¿Es el complejo de castración freudiano (guiado en la niña por la envidia del pene cuyo sustituto ideal sería el deseo de hijo, según la ecuación simbólica) adecuado para comprender la subjetividad femenina y sus diversidades?
Segundo, consultas de personas cuya sexualidad o género no coincide con las normas. ¿Nuevamente, la resolución heterosexual del Edipo es suficiente? ¿Se trata de personas narcisistas que no aceptan la diferencia sexual?
Tercero, consultas de familias que no responden al contrato social clásico. ¿Las familias no convencionales en cuanto al género o a la orientación sexual son perversas o psicóticas? ¿Qué pasa con los hijos en esas circunstancias? ¿Estarán excluidos del contrato social? ¿Cómo pensamos las familias monoparentales?
Por otra parte, ¿se trata solo de conflictos intrapsíquicos? Si pensamos que no, que hay un texto subyacente de meta-teorías y discursos culturales sobre la diferencia que están inscriptos en la subjetividad de cada analista, vemos que la situación se complejiza mucho.
En este contexto, se hace imprescindible enfocar los siguientes puntos sobre el complejo de Edipo-castración freudiano (Freud, 1923, 1924, 1933).
- Si la resolución heterosexual del complejo de Edipo es suficientemente abarcativa de la variedad de conflictos que se presentan en las consultas.
- Si el complejo (freudiano) de castración femenino, o sus variantes teóricas posteriores, es suficientemente amplio como para comprender las problemáticas sobre sexualidad femenina, maternidad y sublimación en las mujeres.
- Si el complejo de Edipo-castración incluye las variantes de subjetivación masculina que se presentan o si, por el contrario, restringe sus expresiones.
- Si la teoría edípica permite comprender con más amplitud las sexualidades y géneros migrantes, además de la heterosexualidad en sí, que también demanda ser analizada.
A mi juicio, los cambios en las subjetividades contemporáneas generan problemáticas que no podemos enfrentar con nuestras herramientas teórico-clínicas habituales. Si esto es así ¿no deberíamos revisar ciertos abordajes aun cuando alteren una posición confortable con respecto a nuestros saberes?
Se trata de interrogantes que apuntan a poder distinguir, por un lado, ciertos ejes fundamentales del psicoanálisis (el inconsciente, la sexualidad infantil, la pulsión, la transferencia); por el otro, aquellas propuestas que deberán ser discutidas para enfocar los interrogantes que he planteado.
A la luz de los cambios mencionados, es fundamental trabajar sobre algunos desafíos claves cuyo impacto teórico-clínico induce a repensar la categoría “lo femenino” (de qué hablamos cuando hablamos de lo femenino y sus relaciones con las mujeres); “lo masculino”, así como el complejo de Edipo y su resolución normativa.
En este marco, considero que una de las propuestas cruciales del psicoanálisis es el concepto de sujeto escindido, sujeto del inconsciente; esta propuesta es fundamental y demanda ser sostenida puesto que implicó un cambio paradigmático en la concepción del sujeto. Desde el sujeto unitario de la Modernidad, sujeto de la conciencia, se pasa al sujeto del inconsciente. Pero, como dije, esto no implica que no debamos repensar ciertas nociones que ya no responden a las subjetividades actuales: el sujeto de las multiplicidades demanda ser incluido.
También considero que es necesario apartarnos de una concepción solipsista del sujeto en el sentido de que debemos abordar la vida pulsional y la sexualidad no solo como intrapsíquicas sino enfocar su relación con el campo de la otredad. El otro, los otros, la cultura, el lenguaje, los discursos vigentes están en relación con la construcción de subjetividad. En este punto, hay que destacar que no se trata de un otro abstracto sino del otro siempre encarnado.
Laplanche (1980) habló de la primacía del otro. Nadie se subjetiviza solo en base a su mundo interno. Entonces, las normas que vienen de los discursos sociales, normas sobre lo que se considera normal o patológico, constituyen mensajes que se transmiten a través de los padres al recién nacido. Esto implica que es necesario trabajar en las fronteras, en las intersecciones, en los límites. Es en las fronteras donde se transmiten estos mensajes, significantes enigmáticos como propone Laplanche (1999).
Para Deleuze y Guattari (1972) hay que ir más allá del Edipo en versión familiarista (madre-padre-hijo/a) y abordar un Edipo transfamiliar, con vacuolas de intercambio con los devenires del mundo externo en el marco del concepto de ”máquinas deseantes”.
Por eso, en este trayecto abordo la polaridad femenino-masculino desde distintas vertientes que se entrecruzan: intrapsíquica y transubjetiva, en este último caso como un imperativo de la cultura que, como sabemos, transita cambios y movimientos permanentes.
En esta línea, incluyo el valor de los efectos performativos del discurso en los cuerpos y en los géneros, sus alcances y también sus límites. La performatividad trata sobre los efectos del lenguaje y los discursos en la construcción de subjetividad -en este caso la construcción del género y los trayectos de la sexualidad- cuando estas acciones son reiterativas. Por supuesto que estos actos performativos tienden a imponer las reglas del contrato social pero también siempre hay resistencias. Muchas de las subjetividades actuales expresan esas resistencias.
Asimismo, es necesario destacar la necesidad de incorporar aportes interdisciplinarios que puedan estimular necesarias revisiones. Por ejemplo, modelos de pensamiento como las lógicas no binarias, que es necesario utilizar para no quedar atrapados en opciones teóricas insuficientes.
Incluimos también un debate que se mantiene en el tiempo: por un lado, los que consideran que el género es una categoría sociológica que nada tiene que ver con el psicoanálisis; por el otro, los que incluyen el factor género en la construcción de subjetividad.
Hay que remarcar que estas confrontaciones reciben el peso del paradigma androcéntrico. Estamos incluidos en este paradigma y esto determina esquemas de percepción y conocimiento que funcionan como límite a nuestra escucha para la comprensión de las subjetividades. Poder salir de la mirada androcéntrica en la teoría (incluyendo las teorías privadas de cada analista) es necesario para poder pensar en un psicoanálisis productivo, en movimiento, abierto al futuro.
Quisiera remarcar también que hablar de sexualidades y géneros migrantes tiene dos vertientes diferentes.
Una es referirse específicamente a las diversidades sexuales y de género, a las presentaciones queer, a los grupos LGBTQ, entre muchas otras variantes. Pero quisiera acentuar otra significación que es enfocar las migraciones sexuales y de género como parte de los itinerarios del deseo y de los devenires de género, en general. Es decir, propio de toda subjetividad.
El deseo es itinerante por definición y las identidades subjetivas, incluyendo la identidad de género, están siempre en devenir, no son iguales a sí mismas. Toda subjetividad es ‘trans’.
Finalmente, debemos recordar que Freud mismo habló de la sexualidad y el deseo como funcionando intrínsecamente en exceso, es decir sin enmarcarse nunca totalmente en las normas del contrato social.
En este debate quisiera enfocar también la cuestión del deseo y la sexualidad en las mujeres. ¿Hay una sexualidad femenina, un deseo femenino, como universales? A mi juicio hay un gran riesgo en universalizar características de la sexualidad y el deseo en las mujeres y, por supuesto, en toda subjetividad en general. Hay mujeres que consultan porque se sienten en conflicto con su deseo al no coincidir con las expectativas normativas de su pareja, que ellas mismas tienen incorporadas.
La(s) diferencia(s). Transiciones
Entonces, vuelvo a los dualismos que mencioné al principio. He postulado (Glocer Fiorini 2015, 2020) pensar la construcción de subjetividad sexuada más allá de las resoluciones clásicas de orden binario: masculino-femenino, fálico-castrado. Los dualismos se oponen a lo ‘trans’.
Es imprescindible recalcar que la diferencia sexual estricta se está diluyendo en las culturas actuales. Sin embargo, hay categorías sobre la diferencia como categoría que están inscriptas en el psiquismo. En este punto es necesario distinguir entre la diferencia sexual que siempre está significada e interpretada por la cultura, y la diferencia simbólica como una operatoria de distinción (Heidegger, 1988). Todo esto conduce a abordar la categoría diferencia simbólica, en un entretejido de significaciones que excede a la diferencia sexual anatómica y de géneros, aunque no las excluye. En esta línea, subrayamos la necesidad de no naturalizar la diferencia, haciendo centro exclusivamente en la diferencia anatómica.[efn_note]Laplanche (1980) sostenía la importancia de distinguir entre diversidad de atributos (anatómicos), diferencia de géneros y diferencia sexual, aporte interesante para el estudio de estas temáticas.[/efn_note]
Hay aquí un punto clave y es la importancia del reconocimiento de la otredad. Esta es una función simbólica por excelencia que implica una salida del narcisismo, hecho imprescindible para hablar de función simbólica.
Indudablemente, esto deja abierto cuál es el lugar del reconocimiento de la diferencia sexual clásica que habitualmente se considera necesario para la inclusión de todo sujeto en un universo simbólico. Para ello es necesario reiterar que el concepto de diferencia abarca distintos niveles de significación: diferencia anatómica –siempre significada en el interior de los discursos vigentes–, de género, psicosexual, y diferencia como reconocimiento del otro, entre otras variables que provienen de la lingüística y la filosofía.
A partir de los puntos ciegos que presenta la lógica binaria, con sus consecuentes estereotipos para pensar estas problemáticas, estos desarrollos se dirigen a repensar los distintos niveles en que se juega la categoría “diferencia” y enfocarlos en base a lógicas complejas que, como dije, incluyan los dualismos en complejidades mayores.
Esto supone trabajar con lógicas posbinarias, como forma de establecer una comprensión alternativa sobre lo femenino y las mujeres, sobre lo masculino y, asimismo, sobre las diversas variantes sexuales y de género que se presentan en cada subjetividad en singular.
En otras palabras, hay que destacar que hablar de subjetividades actuales es hablar de cómo se construyó el concepto de diferencia sexual y de géneros. Significa exceder las nociones clásicas, en un contexto más amplio que implica abordar la diferencia más allá del pensamiento dicotómico. Esto supone expandir este concepto y tomar en cuenta otros niveles en los que se juega la categoría “diferencia”.
La diferencia de géneros y su diversidad; la diferencia sexual y sus significaciones culturales, ambas sobre el trasfondo de una heterogeneidad anatómica que también está significada, forman parte de una complejidad subjetiva que no debería simplificarse. Esta perspectiva nos permite pensar en forma triádica y no dualista las complejidades de los procesos de subjetivación.
Pensar en términos de masculino-femenino o de fálico-castrado tiende a encasillar las multiplicidades de la construcción subjetiva. Por el contrario, estos dualismos deben ser deconstruidos e incluidos en complejidades mayores.
Por supuesto que destaco que siempre estas variantes se dan sobre un trasfondo de opacidad, de algo enigmático, que no puede simbolizarse, pero que no es lo femenino como se tiende a pensar, sino la(s) diferencia(s) en sí.
Estos nuevos escenarios inducen a repensar epistemológicamente desde tramas complejas las ideas establecidas sobre la diferencia sexual y de géneros. Ciertamente, también apuntan a desarticular lógicas subyacentes y teorías implícitas que sostienen creencias, prejuicios, ideologías que están en la base de fenómenos tales como la violencia de género.
Pero, no se trata solo de qué teorías manejamos, qué metateorías, qué lógicas, qué epistemologías, esto es solo una parte del problema. Están en juego creencias profundas que van más allá de las teorías ya que también construyen subjetividad, incluida la del analista. Las transferencias y contratransferencias deberán ser analizadas.
Por eso, había considerado que es necesaria una tarea de deconstrucción de axiomas considerados eternos e inmutables, en búsqueda de nuevas construcciones que permitan una mejor comprensión de las subjetividades actuales, más allá de las polaridades dicotómicas. Habilita a pensar lo ‘trans’ no solo en las diversidades sexuales y de género, sino en la construcción de subjetividad en general. Por cierto, esto tiene fuertes efectos en el proceso de la cura y en la vida cotidiana.
Aquí quiero agregar otra objeción que se escucha con cierta frecuencia: algunos dicen que no se justifican cambios teóricos y epistemológicos para una minoría, refiriéndose a las sexualidades y géneros diversos. Sin embargo, las minorías forman parte de lo humano; además, las problemáticas de las mujeres y lo femenino, así como de las diversidades sexuales y de género, ya no pueden encasillarse como minorías.
En síntesis, mi propuesta está basada en el paradigma de la hipercomplejidad y consiste en abordar la construcción de subjetividad a partir de un pensamiento triádico, más allá de los dualismos, aunque también los incluyen. Permite pensar lo ‘trans’ desde otro paradigma y ampliar sus significaciones a la construcción subjetiva en general.
También conduce a pensar una concepción del deseo más allá de la falta. Un deseo en sentido deleuziano, no originado en la carencia. Un deseo en sentido poiético, productivo, (Deleuze, 1995) que permite abordar las presentaciones subjetivas actuales con más aperturas en la escucha y la interpretación.
Supone concebir un orden simbólico que supere el paradigma androcéntrico de la ley del Padre. Por eso había propuesto el concepto de función tercera en vez de recurrir a la “ley del Padre” (Glocer Fiorini, 2013). Se trata de una función tercera simbólica, que padre, madre o sustitutos pueden ejercer. Justamente, pensar en términos de funciones (de cuidados, simbólicas, de apego, independientemente de quien las ejerza) implica evitar las connotaciones androcéntricas de denominar ley del padre a lo que en realidad es una función simbólica. También implica pensar en que no hay un orden simbólico eterno e inmutable, sino otras variantes y anudamientos simbólicos no androcéntricos que es necesario incluir.
Esto cambia la perspectiva para analizar las subjetividades actuales. En la clínica sería cuál es el campo simbólico que cada persona puede construir. De estas revisiones dependerá nuestra comprensión de las subjetividades actuales.
Mis propuestas se enmarcan en el contexto de un psicoanálisis en producción, poiético, en devenir; es decir, «hacer trabajar» al psicoanálisis apartándose de las tendencias teóricas inerciales.
Esto implica concebir una disciplina con suficientes raíces en sus conceptos cruciales como para no centrarse exclusivamente en su defensa sino también en sus movimientos ascendentes, con sus necesarias revisiones y diferenciando fundamentos de fundamentalismos.
Un psicoanálisis que conciba un sujeto en proceso, una diversidad de subjetividades sexuadas y de género, en las que el reconocimiento de la alteridad sea una pieza ineludible. Un psicoanálisis no adaptativo a una subjetividad tipo, un psicoanálisis “subversivo”, que no retroceda frente a los cambios en las subjetividades contemporáneas; un psicoanálisis abierto al futuro, a las transiciones, pensado desde el paradigma de la hipercomplejidad.
Las sociedades contemporáneas atraviesan movimientos experienciales, culturales y discursivos con efectos ciertos en el presente, mientras que otros se determinarán en el futuro. Hay una cierta incertidumbre que es necesario sostener.
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