¿Podría terminarse
el psicoanálisis, dejar de ser, de existir? Una
primera respuesta es – haciendo un paralelo con
lo expuesto previamente con respecto a la práctica
del análisis – que esto va a depender en
gran medida de su capacidad de autoalteración,
de transformación, de creación de teorizaciones
y prácticas ligadas a lo que la subjetividad y
la sociedad presenten, a su vez, como alteración.
No me voy a extender en este punto. Simplemente quiero
decir que es posible – no sabemos si probable –
que el psicoanálisis deje de ser. De hecho vemos
los embates constantes a los que es sometido, sea por
la psicofarmacología, las llamadas neurociencias,
el denominado cognitivismo, etc., y sus tendencias a negarlo
y desecharlo, tanto como la pregnancia de un estado de
la cultura que hace un culto del individuo en detrimento
del lugar del sujeto; pero también y sobre todo
debemos apreciar y estar alertas a las resistencias al
interior mismo del psicoanálisis que impiden el
surgimiento de lo nuevo, aislándolo de otras disciplinas
o de la sociedad en tanto esta es historia y por lo tanto,
alteración.
El psicoanálisis ha cambiado muchas veces, no
ha sido siempre el mismo, y tenemos que rendirnos ante
la evidencia de que la práctica se ha modificado
notablemente en las últimas décadas. Puede
seguir cambiando. Pero claro, es necesario aclarar que
no toda creación es sinónimo de lo bueno,
de una buena creación. Muchas
creaciones al interior del psicoanálisis han
estado al servicio de las resistencias al psicoanálisis.
Tampoco vale para el psicoanálisis
la idea de progreso.
Parafraseando a Castoriadis en su texto Transformaciòn
social y creación cultural [2]:
No intentamos postular que
esta flor, como las otras, se marchitará, se
marchita o se marchitó. Intentamos comprender
qué es lo que muere en el psicoanálisis,
cómo muere y, de ser posible, por qué.
También intentamos encontrar qué es lo
que, quizás, está naciendo.
Entiendo que lo que muere, y lo que de no ser reconocido
como caduco puede llevarlo a su final inexorable, es
toda posición que niegue los efectos de lo histórico-social
en la psique, su enraizamiento en los estratos más
profundos, la creación social de destinos obligados
para el mundo pulsional y de modelos identificatorios,
orientando entre ambos tanto el registro pulsional como
el identificatorio. Está muriendo el psicoanálisis
que no considera las consecuencias psíquicas
de la aceleración de la temporalidad, las del
reinado de lo digital sobre lo analógico; puede
ser el final del psicoanálisis si este no se
ocupa de las consecuencias de la destrucción
del sentido socialmente instituido a causa de la crisis
de las significaciones que ponen en crisis a su vez
la posibilidad de creación de los mundos propios
de sentido; también muere el psicoanálisis
aislado de otras disciplinas y del mundo de la cultura
y el arte.
Si el psicoanálisis es creación, si es
actividad práctico-poiética 3, de lo que
hoy se trata, es de la puesta en práctica de
un dispositivo que ayude a los sujetos a hallar condiciones
para que tenga lugar la figurabilidad psíquica.
Que es lo mismo que decir que puedan crearse representantes
representativos de la pulsión, cuya ausencia
se observa cotidianamente en el empobrecimiento tanto
del mundo afectivo como representacional de buena parte
de los sujetos que consultan – no solo de ellos,
nos abarca a todos - , más allá de sus
diagnósticos.
Puede que lo que esté naciendo a tientas, sea
otro psicoanálisis, que integre en sí
formas anteriores pero bajo el signo de lo nuevo, que
a la tríada del recuerdo, la repetición
y la elaboración, sume la creación. Puede
que esté naciendo un psicoanálisis ocupado,
también, en cada proceso analítico, en
la creación de un lazo, más que en el
análisis de la repetición del mismo, ya
que no puede repetirse lo que no ha sido construido.
Hablamos así de déficits. Que no lo son
solo de origen: hoy las neurosis actuales seguramente
necesitarían de una redefinición, que
no las liguen solamente a vicisitudes libidinales, sino
de tánatos.
La roca dura contra la que podría partirse la
nave del psicoanálisis y este hundirse es - tanto
como para la psique - la de su propia castración
no aceptada, la de la dificultad o resistencia de los
psicoanalistas y sus instituciones, a reconocer y enfrentar
la muerte de sus formas previas, la imposibilidad de
continuar alterándose, la creencia en un pensamiento
terminado, la detención de la interrogación.
La alteración en el ser es, para Castoriadis,
sinónimo de tiempo, ya que tiempo y creación
van de la mano. La no aceptación de la mortalidad,
también a este nivel, lo puede llevar –
de modo paradójico – a su propia muerte
como disciplina. Vemos así la profunda conjunción
entre la aceptación de la mortalidad y Eros,
válida tanto para un sujeto, como para una sociedad,
y también para el psicoanálisis.
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