“El
ser humano puede modificar la realidad física
sin actuar brutalmente en ella, le basta con concentrar
su atención en un objetivo claro y loable.”
Meditación Masiva Argentina
[1]
“Meditación es una mente que está
en el ahora.
Meditación es una mente que está en calma,
sin vacilación ni anticipación.
Meditación es una mente que se ha convertido
en no-mente, y que ha vuelto a su fuente.
(…)
Deja ir - la ira y los acontecimientos del pasado
Deja ir - los deseos y la planificación para
el futuro” [2]
Meditar, para el Diccionario de la Real Academia Española,
es “Aplicar con profunda atención el pensamiento
a la consideración de algo, o discurrir sobre
los medios de conocerlo o conseguirlo.” Los grupos
New Age, los gurúes posmodernos, los autotitulados
‘Maestros de yoga’, los ‘Maestros
del buen vivir’ actuales, las sectas de todo tipo,
nos proponen otra definición, la que conduce
al borramiento del sujeto, al acallamiento de todo pensamiento,
de toda crítica, de todo deseo. Asimismo, la
que bloquea el camino para obtener ese ‘algo’.
Hemos escrito bastante, en esta publicación,
acerca de las características de la sociedad
actual: de la ‘licuefacción’ de todo
lo sólido, siguiendo a Bauman, de la vulnerabilidad
de los sujetos frente a la caída del valor de
la palabra y de las ‘verdades’ que lo amparaban
en la Modernidad. Hoy, sabemos, lo comprobamos con sólo
encender el televisor, que cualquier ‘teoría’
dice saber acerca del logro de la felicidad, que muchos
se autorizan a divulgar las mayores pavadas disfrazándolas
con un barniz científico. Así, podemos
encontrar incluso que algunos, desde la Neurología,
hacen alianza con los que predican las bondades de la
Meditación. El fluir de las ‘ondas alfa’
sería la meta de esta técnica, para lograr
múltiples ventajas: que el sujeto se relaje,
que se mantenga saludable, que amplíe la superficie
de materia gris en su cerebro, que se prevenga contra
el cáncer, que produzca su ‘unión
con el Todo’, que mejore los padecimientos de
las personas, que colabore con la paz y el progreso
del mundo,… etc. Las promesas son múltiples.
Lo que sí podemos apreciar los que trabajamos
cerca de víctimas de sectas es que la Meditación
es una herramienta privilegiada para inducir estados
cuasi hipnóticos en los que el sujeto permanece
vulnerable y en excelentes condiciones para ser sometido
a maniobras de manipulación mental por parte
de quien se proponga, para él, en el lugar del
Ideal. O sea, decimos que la Meditación puede
ser un instrumento del autoritarismo. Así sucede,
en efecto, en los grupos de riesgo. En ellos, así
como en clases ‘inofensivas’ de yoga, se
combina la práctica de la Meditación con
el recitado repetitivo de Mantras, la escucha de músicas
devocionales, cuyos ritmos y volúmenes se manejan
buscando determinados efectos/afectos sobre los cuerpos
en juego, el sonido de tambores, cuencos y otros dispositivos.
Estos y otros estímulos están al servicio
de alejar al sujeto de sus referencias identificatorias
y de introducirlo en una atmósfera mística
que lo torne proclive a una entrega transferencial anonadante.
Podría formularse, a esta altura, una pregunta
clave: ¿Por qué criticamos así
estas prácticas si, después de todo, un
psicoanálisis no podría llevarse a cabo
sin convocar y estimular el surgimiento de la transferencia?
La respuesta, y es definitoria en cuanto a separar las
aguas, es que lo único que está proscripto
para el analista es que se ofrezca como Ideal al sujeto
que lo viene a ver; que tome ese lugar propuesto y crea
que puede operar desde allí.
Otra posible objeción apuntaría a señalar
que el Psicoanálisis también busca, para
tener efectos, que las identificaciones del sujeto sean
puestas en cuestión. Ellas, en tanto referencias
significantes, son un precipitado de la relación
primordial entre el sujeto y el Otro. La gran diferencia
reside en que no se trata, en el caso del Psicoanálisis,
de ‘implantar’ ninguna identificación.
Se trata de acompañar la caída de las
identificaciones para que el sujeto pueda confrontarse
a lo que de sí no sólo tiene que ver con
el significante y con el Otro. En todo caso, se trata
de abordar la identificación a lo más
propio del sujeto.
Una tercera crítica podría señalar
que, al solicitar la asociación libre, el análisis
también favorece, como lo hace la técnica
de la Meditación, el renunciar a la crítica,
el dejar ‘flotar’ los pensamientos. Someterse
a la asociación libre lleva a comunicar, es lo
esperado, sin censura todo aquello que pasa por la mente.
Se busca, así, que aflore lo singular, que el
Inconsciente se abra. La Meditación, tal como
es utilizada en los grupos de riesgo, conduce al anonadamiento
y posibilita que un Otro avance con sus demandas sobre
el sujeto.
No es casual que la mayoría de las sectas proponga
un ‘retorno a la niñez’- a su ‘inocencia’-,
a un ‘renacimiento’, incluso con ceremonias
de bautizo en las que se abandona el nombre propio,
aquel que nos determina con la mayor precisión
significante y que vehiculiza algo del deseo del Otro
que nos precedió. Estas maniobras apuntan a favorecer
la dependencia de un sujeto que ha perdido la baliza
de sus identificaciones, que se encuentra infantilizado
y ávido de pertenencia.
La Meditación, esta droga posmoderna, viene
bien –indudablemente- a sujetos que buscan un
goce que la promesa actual sugiere infinito. Entre tanto,
ya que la castración existe a pesar de la New
Age, obtienen un goce finito, repetitivo, en suma fálico,
con la cadencia propia del significante. Recordemos
las recomendaciones de turno que aconsejan practicar
la Meditación diariamente, a la misma hora -de
ser posible- y durante períodos regulares de
tiempo. Y, sobre todo, no dejar de meditar pues peligros
varios se cernirán sobre quien intente dejarla.
Es un goce adictivo, para mantener el ‘encantamiento’,
que -como tal- pide más. Todo es poco frente
a las irrupciones angustiosas que nos depara el ‘silencio’
del lazo social, el descrédito del deseo -que
es leído como ‘ego a destituir’ por
las sectas- y la búsqueda de soluciones instantáneas
que forcluyan la castración.
Este fenómeno, que apunta a la despersonalización,
es promovido también por las terapias cognitivas.
No debe sorprendernos que utilicen la Meditación
ya que las terapias cognitivas, verdaderas técnicas
de ‘reprogramación’, apuntan a obtener
conductas aceptables para que ‘las cosas anden
bien’; o sea, a obliterar aquello más íntimo
del sujeto, su síntoma, para convertirlo en un
trastorno que hay que suprimir. La Meditación
es buen instrumento para el ejercicio de cualquier forma
de autoritarismo.
Ni que hablar, entonces, de las propuestas que incluyen
a esta nueva ‘droga’ como medio para operar
sobre el malestar en la cultura. Según se lee
en el acápite: No es necesario el acto, basta
la intención. ¿Acaso hace falta alguna
prueba más para comprobar que se apunta a la
infantilización? Son los niños los que
sólo con dificultad aceptan la diferencia entre
sus deseos y lo que pueden obtener en realidad. Se trata
de una nueva forma de represión, de guante blanco,
que tiende a desresponsabilizar al sujeto para que ya
no se pregunte qué puede tener que ver él
en lo que sucede a su alrededor, y renuncie, así,
a su auténtica capacidad creadora/transformadora.
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